El derecho de pernada

La comida de Antón se compone principalmente de gachas y tortas de harina. A veces catan harina de trigo, pero por lo general la consumen de centeno, cebada, mijo o una mezcla de ellas, incluso avena. Cuando es de alforfón, la comen en gachas porque panificada resulta detestable. La esposa de Antón sabe moler el grano entre dos piedras, como en el Neolítico, lo cual no es ningún consuelo.

El resultado es una harina bastante gorda, con su salvado, de la que cuece tortas sobre las cenizas del lar. Su breve culinaria se extiende también a los potajes de legumbres (lentejas, alubias, guisantes, habas), que aumenta con verduras increíbles, incluidos cardillos, borrajas, tovas (es decir, caña del cardo borriquero), malvas y ortigas —lo que no mata engorda—. La carne de vacuno o de ovino es un artículo de lujo reservado a los señores, pero Antón y los suyos alegran su humilde parrilla con otras carnes menudas: perros, gatos, muflones, nutrias, erizos, tejones, conejos cazados con liga, garzas, golondrinas, alcaravanes, grajos, vencejos, gorriones: «todo lo que vuela cae en la cazuela».

También casi todo lo que se arrastra: lagartos, culebras. No son gente melindrosa. Algún año incluso se han podido embarcar en la compra y engorde de un cerdo, cuya carne, bien administrada, les ha dado consuelo para muchos meses. No toda, claro, porque el derecho de pernada que ejerce el señor les priva de la parte más suculenta.

El derecho de pernada no consiste, como mucha gente cree, en el abuso feudal que permite al señor desvirgar a la novia del siervo el día de la boda. Muy al contrario, consistía (y a muchos hambreados de entonces les parecería mayor desventaja que la hipotética prestación sexual) en que el señor tenía derecho a una pernada, es decir a un jamón, de cada res criada y sacrificada por el siervo. Eso no quita que algunos siervos creyeran que los señores tenían derecho consuetudinario, aunque lo ejercieran, sobre cualquier virgo de su jurisdicción. En 1462 los payeses de remensa sublevados en Cataluña exigieron la supresión de esta servidumbre y recibieron la siguiente respuesta de sus señores: «Que no saben ni crehen que tal servitut sia en lo present principat, ni sia may por algun senyor exhigida. Si axi es veritat com en lo dit Capitol es contengut, renuncien, cessen, e anullen los dit senyors tal servitut, com sie cose molt iniusta y desoneta».

La más moderna versión del derecho de pernada fue la que ingenió Natalio Rivas, el cacique de las Alpujarras durante la restauración alfonsina.

Natalio, gran aficionado al jamón curado como Dios manda, obsequiaba con cerdos a sus colonos con la única condición de que al matarlos entregaran los jamones. Como no los consumía todos, los usaba como regalo, y a fuerza de jamones consiguió llegar a ministro. Modernamente el gesto de regalar jamones, de Huelva a ser posible, lo han imitado Felipe González y Aznar. Es una costumbre que no debería perderse porque el jamón ilustra igualmente al que lo da y al que lo recibe.

Cuando la frontera descendió hacia el sur y los reyes concedieron exenciones fiscales a los colonos que se ofrecieron para repoblarla, muchas familias preferían abandonar la seguridad personal que el siervo de la tierra disfrutaba en el norte a trueque de la libertad de la frontera. El hombre de la frontera no está obligado a llenar la despensa de abades y caballeros, es un ciudadano libre que caza piezas menores en los ejidos comunales, cría su propio cerdo para el año y hasta sus ovejas y vacas. Tampoco es que allá abajo aten los perros con longanizas pues, además de los azares de la guerra, con sus razias y saqueos, hay que contar con las malas cosechas que a veces los obligan a sacrificar parte del ganado cuando no se dispone de pasto y forraje suficiente.