Las pechugas de Bizancio

Durante un tiempo el sur y levante de la península fueron provincia bizantina. Si llegó a influir la rica cocina bizantina en el suspicaz godo de la parcela vecina, es cosa que se ignora. Bizancio había heredado de Roma algunas virtudes y muchos vicios. Entre éstos destacaba el abuso del vino como condimento, los excesivos rellenos y las salsas endulzadas con malvasías y hierbas, que a menudo disfrazaban los sabores naturales de la vianda. Entre las virtudes, algunas recetas memorables que hicieron más llevadera la melancolía de la decadencia: lechón cocido en malvasía, con una salsa de harina especiada; volatería menuda (perdices, pichones, faisanes…) rellena de queso ligeramente picón, un plato que los cruzados llevaron a Francia siglos después; pechugas de pollo amolecidas en malvasía donde se han macerado previamente manzanas y ajos y luego rebozadas en queso y asadas; pechugas de faisán empanadas en pasta de ciruela y acompañadas de castañas asadas… Era una cocina sofisticada y ceremoniosa, propia de basileos y emperatrices coronadas, pero tampoco ignoró los asados canónicamente rociados con vinagre mojado en hojas de ciprés. Cuando el emperador Alejo I salía a meditar al jardín de palacio, lo que en realidad hacía era cazar tordos con liga, luego los limpiaba y preparaba personalmente, para finalmente asarlos y rellenarlos con una aceituna deshuesada. Cuando estaban dorados, se los comía.