La bárbara cerveza

Nuestros antepasados prerromanos bebían predominantemente cerveza desde la remotísima antigüedad. El primer vino lo trajeron los fenicios hacia el siglo VI a. C. y como al principio escaseó, se convirtió en una bebida de lujo a la que sólo tenían acceso los más pudientes. Luego se extendió el cultivo de la vid por la península y el vino, cuando hubo para todos, no tardó en desbancar a la cerveza.

A los griegos y a los romanos les parecía que el vino era una bebida civilizadora, mientras que la cerveza era propia de pueblos bárbaros. «Los pueblos de occidente —escribe Plinio— se embriagan con bebidas de granos mojados». Especialmente cuando iban a morir espada en mano, como los numantinos en vísperas de la última batalla.

Las bebidas de trigo fermentado eran bastante comunes en el Mediterráneo: Estrabón llama zythos a una cerveza que fabricaban los pueblos del centro y norte de la península, pero en Plinio ese mismo nombre designa a la cerveza egipcia, mientras que a la española la llamaba caelia o cerea. En la vecina Galia la misma bebida se llamaba cervesia. Lo que variaba, además de los nombres, eran los procedimientos de fabricación, como ahora. «Por medio del fuego —explica Orosio— de la cerveza española se extrae este jugo del grano de la espiga humedecida, se deja secar y, reducida a harina, se mezcla con un jugo suave cuyo fermento le da un sabor áspero y un calor embriagador».

En la cerveza más antigua se usaba indistintamente trigo o cebada, pero más adelante parece que prefirieron la de la cebada. Los celtíberos la sembraban en abril, según Plinio, y obtenían dos cosechas al año. Sin embargo, la más productiva era la que se cultivaba en la zona de Cartagena.

No sólo servía para que se embriagaran los guerreros; también resultó un estimable producto de tocador dado que «su espuma suaviza el cutis femenino» (nuevamente Plinio). Con la romanización, la cerveza cedió terreno y los viñedos se extendieron por casi toda España. Los vinos españoles más famosos fueron los de Turdetania, que rivalizaron con el de Quíos y el Falerno durante el imperio. «Los viñedos lacetanos (barceloneses) de Hispania —alaba Plinio— son famosos por el mucho vino que de ellos se obtiene, pero los tarraconenses (Maestrazgo) y los lauronenses (Valencia) lo son por su finura así como los baleáricos, que se comparan con los mejores de Italia». Para el gusto moderno es posible que estos vinos dejaran mucho que desear. El caso es que les añadían especias para mejorarlos y que incluso el vino más puro adquiría cierto sabor a resina procedente del ánfora en que lo envasaban. Hubo otros licores de graduación alcohólica cuya receta se ha perdido.

«En los alegres convites que suelen celebrar —escribe Plinio—, se sirve una bebida de cien hierbas a la que se añade vino mielado, bebida que se tiene por muy sana y agradable. Se ignora, empero, la clase de ingredientes que entran en su composición así como su preparación. Sólo se conoce su número, que es el que delata su nombre».