AL salir de este bosquecillo, entraron los viajeros en una avenida cubierta que les condujo hasta un kiosko donde vieron a un joven que leía mientras fumaba un narguile lleno de diversas sustancias aromáticas de la India. En seguida que se dio cuenta de su presencia, les saludó y les dijo: «Sed bienvenidos. Vuestras ropas me hacen ver que sois extranjeros. Sin duda la curiosidad os ha conducido a este lugar y nadie puede enseñároslo mejor que yo, porque soy ese Medgenoun que ha hecho construir y arreglar todo esto».
«Señor (dijo entonces Hafez), no somos tan ignorantes como para no saber que otro Medgenoun y otra bella Leila fueron vistos antes como modelo de amor y que desde hace dos mil años, los amantes de la India y de Kandahar no juran más que por sus nombres y que sin duda no corren ningún riesgo de ser olvidados en la medida en que habéis hecho revivir la historia en vos y en vuestra amante».
«Señor (contestó Medgenoun) tenéis razón en creer que había tomado el nombre del feliz amante de Leila. El que recibí de mis padres es Abdélazis y las circunstancias que hicieron posible el cambio son estas. Hace aproximadamente cuatro años que la casualidad condujo a Schiraz, una de las bellezas más perfectas que haya dado jamás la provincia de Visapour, tan famosa por proporcionarlas para nuestros serrallos, sin agotarse jamás. Aquella belleza se llamaba Leila. Ese nombre es muy común en casi toda la India y me proporcionó la ocasión de dirigirle unos versos y ofrecerle festejos bajo el nombre de Medgenoun. Muy pronto todo el mundo ya no me dio otro nombre que ese y yo mismo empecé a usarlo con satisfacción. En efecto, dudo de que otro Medgenoun haya amado más. Nuestro amor no conocía obstáculo, sino exceso y este se volvió contra mí. Mis ojos se debilitaron a fuerza de mirar, mi cuerpo no daba sombra y mi cabeza perdió la costumbre del pensamiento».
«Señor Medgenoun (dijo entonces Hafez), me permitiréis observar que debéis tener mucho amor propio, porque he leído más de cuarenta tratados de metafísica y dicen todos ellos que el amor propio es el que produce el amor».
«Pues yo creo que vuestros metafísicos están equivocados (contestó Medgenoun). Cuando el sublime Sultán Ussun Hassan me hizo revestir un caftán forrado de pieles negras y regresar a mi casa ante los ojos de toda la gente de Schiraz, entonces experimenté un sentimiento de amor propio, pero no tenía nada que ver con el placer que me hizo conocer Leila».
«Pero (dijo Hafez), los amores del antiguo Medgenoun no acabaron hasta su muerte y como vuestra señoría vive, ello me hace pensar que es la bella Leila la que ha dejado este mundo».
«Estáis equivocado señor (contestó el falso Medgenoun). Ella vive y se encuentra perfectamente. Ya no nos amamos porque hemos dejado de amarnos. Yo fui el primero en darme cuenta de que la misma pasión no llenaba ya nuestras almas y fue a partir de ese momento cuando ya no llevé con tanto placer el nombre romántico de Medgenoun. Me dediqué a ocupaciones más serias. Publiqué un comentario a las leyes contenidas en el Canon Namé. Me dirigí a la corte de Ussun Hassan y llevé a los pies del trono la voz de los habitantes de Schiraz, pero por más que hice esfuerzos para ser útil, ellos se obstinaron en no ver en mí más que al enamorado Medgenoun y siguieron dándome el nombre y yo me vi obligado a conservarlo.
»Entonces hice colocar en mi jardín las inscripciones que habéis leído, pero abandonándolo a los amantes que vienen y a sus placeres y penas. Yo me he reservado este pabellón. He reunido en él una importante biblioteca y el estudio llena por completo todos mis momentos para que no pueda darme cuenta del enorme vacío que sigue a todas las grandes pasiones».
«Pero (dijo Hafez), sin duda tenéis amigos». «Los tenía (dijo Medgenoun), pero como ya os he dicho, Ussun Hassan me hizo revestir el caftán, honor que no ha sido dispensado a ningún habitante de Schiraz y desde entonces ya no tengo amigos».
«Pero (dijo Hafez) vuestros hermanos, hermanas, vuestra familia han compartido todos vuestros honores y sin duda os tratan mejor que la familia de Hatem Tai a ese respetable anciano».
«¡Ay!, (contestó Medgenoun), ya veis por mi opulencia que tengo la desgracia de ser hijo único, sin duda si hubiera tenido un hermano, hubiera vivido más feliz, hubiera perdonado las locuras, los errores y quizá también los éxitos, y habría venido siempre a verme.
»Porque dos hermanos son como los brazos del Éufrates. La naturaleza los hace salir de una misma fuente y quiere que su curso sea el mismo. Se les ve separarse en Hilleh, pero vuelven a unirse en Schah Abadils, se separan de nuevo en Sebay para encontrarse nuevamente en Arja y caen finalmente juntos en las aguas del mar pérsico.
»Dos hermanos son como los brazos del Éufrates, pero los amigos son como los torrentes del desierto. El viejo cuenta con ellos y se pone en camino, pero los encuentra desecados, muere de sed y se arrepiente demasiado tarde de su confianza. Los amigos son como los torrentes del desierto».