CAPÍTULO XVIII — Los chales

HAFEZ, recorriendo Basra, observó un edificio magnífico cuya puerta estaba sitiada por una multitud de personas que lanzaban gritos lamentables. Preguntó si era el palacio del Rey y si el pueblo se había rebelado contra él. «No señor extranjero (le contestó un habitante de Basra), este edificio pertenece a un comerciante de Caschemire que ha venido aquí para establecer una fábrica de chales, según las técnicas de su país, pero en lugar de emplear su dinero y el nuestro en comprar jóvenes camellos para disponer de una cantidad suficiente de esos largos pelos que les cruzan alrededor del cuello, ha empleado todo el dinero en construir esta casa; finalmente ha hecho bancarrota y las personas a las que oye gemir a su puerta son los obreros a los que deja sin pan y sin ningún medio de ganarlo».