CAPÍTULO XII — El hijo

HATEM hizo matar a un joven camello que no había probado aún la hierba ni bebido el agua de los pozos de hadrama y lo ofreció a sus huéspedes durante tres días; al cuarto Bektasch se despidió de Hatem y se puso al frente de sus cien camellos. Hafez se despidió igualmente y poniendo su caballo al lado del camello que montaba Bektasch le dijo: «He decidido acompañarte hasta la capital de Bahrein. Esta provincia se ha sacudido el yugo vergonzoso que le imponían los carmathas y creo que disfrutaríamos compartiendo la alegría que debe causar una revolución tan satisfactoria». «Señor Hafez (le dijo Bektasch) no soy de la misma opinión. La revolución de la que estáis hablando ha tenido lugar en el curso de la luna cumplida del año pasado, es decir, que hace ya seis lunas y estas bastan para moderar la alegría de un pueblo e incluso para renegar de la más feliz de las revoluciones que, por otra parte, jamás proporcionan la alegría que prometen y antes al contrario lleva tan solo un modo diferente de verdad, pero siempre incluyendo una mezcla de bien y de mal y es así que un tierno padre lleno de esperanzas y que transmite a sus hijos, los cree destinados a cosas extraordinarias y después ese niño se convierte en un hombre como los demás».