CAPÍTULO X — La mujeres

«SEÑOR (dijo Hafez), vuestro hijo está lleno de vida y este jumento es un regalo que él me ha hecho, pero yo he venido desde lejos para conocer a Hatem y me perdonaréis el haber puesto vuestra virtud a prueba. Sin embargo, el objetivo de mi viaje no se ha cumplido todavía porque quería también saber si vuestras elevadas virtudes se ven recompensadas por la veneración de los que os rodean y por la felicidad doméstica que de ello debe resultar». «Sígueme (le dijo Hatem).»

Hafez y Bektasch siguieron a Hatem a una tienda que no estaba separada más que por una simple tela de donde se encontraban las mujeres y escucharon que éstas se manifestaban así.

Aischa decía a Zerhoua: «Oh, Zerhoua has visto a Fatmé, la mujer de Cafour con qué orgullo nos mostraba el nuevo collar de perlas que su marido le dio cuando regresó de Hedgiage donde saqueó las ricas caravanas de Bahrein. Nosotras no tenemos nada parecido para hacerle ver que cubrimos nuestros brazos de coral mientras que el insensible Hatem prodiga los bienes para alcanzar el renombre del más generoso de entre los musulmanes. Tienes razón (contestó Zerhoua), pero es que tu eres demasiado buena y tu hijo Habib es ya el vivo retrato de su padre. En cuanto a mí, he sublevado a todos mis hijos contra él y ya el pequeño Messaoud le dijo ayer que cuando fuera mayor se dedicaría a saquear caravanas y que en lugar de dar sus bienes tomaría los de los demás».

«Ya has escuchado bastante (dijo Hatem a Hafez), mis pesadumbres domésticas son ignoradas por mis mejores amigos, pero tu has venido de lejos para saber si yo era feliz y hubiera sido faltar a la hospitalidad el no satisfacerte».