EL pan y la sal son entre los árabes un signo de alianza y de protección. Cuando un árabe os la ofrece o la toma con vosotros, podéis estar seguros de él y expondrá incluso su vida por defender la vuestra.
Hafez echó pie a tierra cerca de la tienda de Hatem y se prosternó ante él. «Joven extranjero (le dijo el anciano), deja esa postura humillante y que no está en uso en nuestros desiertos». «Es apropiada a mi infortunio (contestó Hafez), ya que los viajeros que componen mi caravana han disputado con viajeros de vuestra tribu y he matado al que la conducía y que montaba el jumento que está ahí». «Santo Profeta de Arabia (exclamó Hatem) has matado a mi hijo, pero tu estás bajo mi tienda y este es mi pan y mi sal, come y huye de estos lugares antes de que el resto de la tribu se entere de tu crimen».