HAFEZ escogió guías de las diferentes tribus cuyas zonas debía atravesar y se puso en camino con Bektasch. Por la tarde divisaron unas tiendas y reconocieron que pertenecían a la tribu de los Beni-Khedar, que está maldita por las demás tribus porque no reconocen otros profetas que a Ibrahim y a su hijo Ismael. Hafez que no había tomado guías de esta tribu y por ello ordenó a sus gentes que se detuvieran y avanzó solo hasta las primeras tiendas, bajó del caballo y dijo en voz alta: «Fiarouc (lo que quiere decir, me pongo bajo vuestra protección)». «Somos nosotros los que pedimos la vuestra (contestó el jeque de Beni-Khedar) porque tan solo veis aquí los restos de un aduar antes floreciente; sin embargo, quedaros aquí y os recibiremos lo mejor que nos sea posible».
Mientras se procedía a matar al joven camello para regalar a los viajeros, Hafez preguntó al Jeque cuales eran las causas del desastre de la tribu. «Joven extranjero (contestó el anciano), sabéis que la sequía del año pasado asoló toda esta zona, pero en nuestras tierras sobrepasó todo cuanto habían oído contar nuestros padres a los suyos. Bebíamos la sangre de nuestros camellos y las tribus vecinas nos negaban todo socorro. Sin embargo, Hatem Tai nos envió mil odres llenos de agua y si no fuera por él no habríais encontrado a nadie vivo bajo estas tiendas. Pero el bienhechor Hatem se ha hecho muchos enemigos en las tribus vecinas, que siempre en guerra entre ellas, están siempre de acuerdo cuando se trata de hacernos un mal a nosotros».
Bektasch se acercó a Hafez y le dijo: «Señor, ya lo habéis oído. No hemos hecho mucho camino por Arabia y sabemos ya que las buenas acciones de Hatem le han procurado muchos enemigos». «Esto es cierto (contestó Hafez), pero debe estar recompensado por el amor de su tribu y, sobre todo, por el amor de su familia que debe encontrarse feliz de tenerle con él». «Es lo que comprobaremos (dijo aún Bektasch).»