CAPÍTULO IV — Las Pirámides

MIENTRAS los aduaneros de Hamadan examinaban los fardos que portaba la caravana, Hafez dijo a Bektasch: «Habéis escuchado las palabras del mendigo, ellas me han inspirado una fuerte ansia de ver al virtuoso Hatem. Si su nombre es tan reverenciado en Hamadan, qué veneración debe inspirar a los habitantes del desierto, a su tribu y a su familia. Señor (le contestó Bektasch) no participo de vuestra misma opinión. Es posible que el nombre de Hatem, tan reverenciado aquí, lo sea mucho menos en su tribu y aún menos en su familia. Cuando se ven desde lejos las pirámides del Faraón parece que estén tocando al cielo, pero cuando uno se aproxima se ve que no están habitadas más que por chacales y murciélagos. Sin embargo, si es cierto que Hatem es tan generoso, podrá darme limosnas considerables para mis hermanos los Derviches Bektaschi y estoy dispuesto a emprender el viaje con vos».