CAPÍTULO I — La Caravana

EL sabio Abou Hanifah se dirigía a Bagdad para publicar el volumen setenta de su Bahral nour, o El Océano de las luces y se ocupaba con tristeza de los defectos que observaba todavía en su obra.

El Derviche Bektasch, que iba en la misma Caravana, cantaba mientras se dejaba llevar por los movimientos del camello y pensando tan solo en si encontraría en el camino a musulmanes tan caritativos que le permitieran continuarla.

Cuando llegó a la caravanera, Bektasch se acostó y se durmió, pero Abou Hanifah, que no quería perder las ideas de la jornada, pasó parte de la noche escribiéndolas.

Los primeros rayos del sol despertaron a Bektasch, quien en seguida volvió a empezar su canción. Abou Hanifah se despertó también, se quejó de un considerable dolor de cabeza y dijo que le costaba mucha fatiga dejar un nombre tras de sí.

Amigo, le dijo entonces Bektasch, mira todos esos nombres, cuántos viajeros han trazado su nombre en las paredes de esta caravanera. El tiempo los ha borrado casi todos y otros viajeros han escrito los suyos encima de los que ya no se podían leer. Algunos se han mantenido mucho tiempo con honor, pero llegó un momento en que bromas de mal gusto les acompañaron con epítetos injuriosos. Sin embargo, la costumbre de escribir el nombre se mantiene todavía y yo mismo he escrito con lápiz el nombre de Bektasch justo encima del lugar donde tan bien he dormido, pero qué pensarías, muy sabio Abou Hanifah, de un viajero insensato que no tuviera que detenerse aquí más que una noche y la pasara entera en grabar su nombre en el mármol y el granito.