VIAJE AL IMPERIO DE MARRUECOS REALIZADO EN EL AÑO 1791

2 de julio

Me desperté viendo Tetuán. Esta ciudad está situada a una legua del mar, en un paraje en el que la cadena del pequeño Atlas se abre y deja ver valles más risueños. Aquella lejanía estaba iluminada mientras que las montañas que bordean la costa, aún en sombras, ofrecían un aspecto más sombrío y salvaje. ¿Es todavía una relación lo que escribo? No, pero cedo al sentimiento expansivo que experimentan los viajeros; y como escribiera un clásico: «No se querría ver el más bello paisaje del mundo si no hubiera nadie a quien decirle, mira que bello paisaje». Si alguna vez publico este diario, será porque habré cedido a ese mismo sentimiento. Además, soy el primer extranjero que ha venido a este país bajo la simple condición de viajero. Y bajo este título al menos, mi viaje no estará por entero desprovisto de interés.

El mismo día

He desembarcado en la boca de un río bastante considerable, cuya barra no carecía de peligro. Las orillas son de arena y brezales. Grupos de pescadores están instalados en todas las puntas que forma el río. Un poco más lejos se encuentra un grupo de mujeres negras, que disfrutan del baño sin que parezcan temer la proximidad de los Acteones. Y en esto, me traen un pequeño asno en el que cargar mi bolsa de mano y mis piastras, dejando el resto de mi equipaje en manos de los Aduaneros, que son en todos los países los enemigos naturales de los viajeros. Debo añadir, sin embargo y en elogio de estos, que les confié todo el inmenso equipaje que llevaba conmigo, sin pedirles cuenta alguna y que no hubo que temer nada a ese respecto.

El mismo día

He seguido a mi pequeño asno y la orilla del río durante una media hora y hemos llegado a la aduana. Este edificio se parece considerablemente a los del mismo tipo que pueden verse en Andalucía, cerca de los embarcaderos; está bien cuidado y otro tanto puedo decir de un fuerte de seis cañones y de un pequeño puente de piedra que están cerca de aquí. Al otro lado hay un poblado cuyas cabañas construidas con cañas me han recordado mucho a los bajorrelieves egipcios que se conservan en el Capitolio. Así como los tejados de los bajorrelieves están ocupados por cigüeñas, en aquella aldehuela había un número superior a los que me había sido dado ver anteriormente en mi vida. La entrada de las cabañas era tan baja que casi había que entrar arrastrándose sobre el vientre y su interior tenía un aspecto completamente salvaje y otaitiano.

El mismo día

Informado el Caíd acerca de mi llegada, me ha enviado sus propias mulas a la aduana junto con dos guardias a caballo. Durante una legua de camino hemos atravesado tierra cultivada. Acababa de hacerse la siega y los campos estaban llenos de cuadrillas. Un buen número de trabajadores se dedicaban a recoger el trigo y entre ellos había muchas mujeres, pero me dijeron que éstas eran viejas y feas, ya que las jóvenes y bonitas eran reservadas para el misterio y para más dulces ocupaciones. Me aproximé a una de ellas y comprobé incuestionablemente que pertenecía a la primera de las dos clases.

Más cerca de la ciudad, se cruzan unos vergeles; hay que avanzar por un antiguo adoquinado mal conservado y a continuación se entra por una puerta de bello estilo árabe provista incluso de una fuente. Se atraviesan calles estrechas, cercadas por casas bien revocadas, pero que no tienen más vanos sobre la calle que unos diminutos ventanucos. Se pasa bajo los arcos de algunas mezquitas y se puede echar una ojeada furtiva al interior de esos edificios que me han dado la impresión de un arreglo a imitación de los de Córdoba. El extranjero no recibe a su paso más que muestras de amabilidad y ninguna apariencia de rechazo.

Iba a hospedarme en casa del Caíd. Vi a un hombre, vestido con mucha sencillez, que estaba sentado en cuclillas sobre una alfombra en un rincón de una especie de huerta. En pocas palabras me dijo que fuera bienvenido, que no me faltaría de nada y que si placía al Cielo podría ver el rostro del Sultán, que esperara un instante y me conduciría a la casa que me había sido destinada.

El mismo día

Aquél mismo día el Caíd me envió leche, dátiles, huevos y gallinas. Portando estos presentes vino un joven de rostro favorecido que me hizo los parabienes de un modo que granjeaba la simpatía.

A continuación tuve numerosas visitas, entre otras la del vicecónsul inglés, que es un viejo árabe de barba blanca que habla inglés como si fuera su lengua materna y sin sombra de acento. Tuve asimismo la visita de otro moro que procedía de Constantinopla, donde se había entrevistado con nuestro embajador.

El Caíd ha solicitado conocer mi nombre porque va a escribir inmediatamente al Emperador para informarle de mi llegada.

Así ha transcurrido la primera jomada de mi tercer viaje al África. He dado el relato de mi llegada con todo detalle porque no es poca cosa y la impresión más fuerte de lo que uno espera, más aún de lo que uno puede expresar. Remito sobre este asunto a las primeras páginas de Mr. Volney, cuyo viaje es una obra maestra de observación y comentarios.

3 de julio en Tetuán

He conseguido instalarme de modo bastante agradable, no en la casa que el Caíd me había asignado, sino en la de mi intérprete, el judío Samuel Sefarti. Este cambio no ha podido ser efectuado sin dificultad, porque era como decirle al Caíd que prefería mi gusto al suyo y ya había que recurrir a muchos conciliábulos, exquisiteces de lenguaje y tiras y aflojas, para conseguir solucionar este asunto peliagudo.

Ahora estoy instalado en un pequeño belvedere desde el que se divisa todo el llano, las montañas, el mar y los bancales que se comunican unos con otros hasta formar como una segunda ciudad encima de la primera. Las que se encuentran alrededor de la casa en que estoy instalado pertenecen todas a judíos, pero en las terrazas más alejadas puede observarse fácilmente a mujeres musulmanas, reconocibles por sus ropajes anchos y semitransparentes, cosas sobre las que sería demasiado peligroso fijar la vista, porque la muerte o la castración serían las consecuencias inevitables de esta temeraria empresa.

El mismo día

He recibido la visita del aduanero mayor Mohamed-al-Prove, personaje más importante que el Caíd y para quien traía cartas de recomendación. Me ha dicho que los aduaneros no harían más que abrir y cerrar mis cofres, pero que esta ceremonia era indispensable y que hasta los hijos del Sultán se sometían a ella.

Me disponía a corresponder a todas aquellas gentilezas, pero fui advertido de que haría mejor en esperar al día siguiente, porque un personaje como yo era natural que me fatigara fácilmente y necesitara varios días para descansar. Me adapté a aquella norma y no dejé de respetarla.

El mismo día

La curiosidad ha llevado a varias jóvenes a acercarse a mis terrazas, pero el temor las ha hecho alejarse con mucha precipitación.

El mismo día

El Caíd ha enviado a decirme que sería conveniente que el correo que iba a enviar llevara también la carta que yo tenía para el Emperador, circunstancia por la que averigüé que el correo que tenía que partir ayer, se encontraba aún en Tetuán. Pero hay que acostumbrarse a estas lentitudes o renunciar a viajar entre musulmanes, los cuales carecen de la idea de impaciencia, defecto totalmente indígena en Europa y casi desconocido en las demás partes del mundo.

La carta en cuestión me había sido facilitada por Sidi Mohamed-bin-Otman, embajador de Marruecos en España, uno de los hombres más sabios que haya dado el mahometanismo y el único del que no he oído a sus compatriotas otra cosa que hacer elogios. Compartí con él todas mis veladas en Madrid y su intérprete estaba tan atento a nuestra conversación que fue como si hubiéramos hablado ambos en la misma lengua, hasta el punto de que me contaba largos relatos según el gusto oriental y que, tal vez, dé a conocer yo algún día.

El señor Chenier dice que los moros son incapaces de sentir amistad pero, o bien el pesar que testimonió Bin-Otman al despedirse era sincero, o bien no existe sinceridad en el mundo; por lo demás, no hubo nada de singular en esta excepción. La conformidad de nuestros gustos nos aproximó aún más y creó una relación más estrecha en un país igualmente extranjero para mi sabio amigo.

Pues bien, para volver a la carta que Bin-Otman me dio para el Emperador, no me atreví entonces a pedirle traducción, pero se la hice hacer en Málaga a un tripolitano establecido en esa ciudad llamado Hamed-Hogia y voy a darla aquí, anticipando que el título de Ja-Sidi, como se verá, quiere decir Señor y es este el que los árabes daban al Cid, llamándole también Señor por Excelencia. En cuanto al título de Emir-al-Moumenin, o Príncipe de los fieles, es el que los historiadores de las Cruzadas llamaron miramamolin y que, después, Mr. Galland tradujo como Comendador de los creyentes. Lo que demuestra que los Emperadores de Marruecos manifiestan con bastante claridad sus pretensiones al Califato. Estos Monarcas usan además otros diferentes títulos espirituales, como servidores de Dios, etc. etc. Pero su único título temporal es Sultán y Garb, o Sultán de occidente, porque este país es el más occidental de todos los que pueblan los musulmanes. El marmolino Rey de Garbe, famoso por su prometida, no era otro que un Emir-al-Moumenin Sultán el Garb y como la prometida era hija de un soldán de Egipto y, por lo tanto, debía atravesar toda la Barbaria, no es sorprendente que tuviera por el camino algunas aventuras con los corsarios.

Observé además que el nombre de Boulounia que Bin-Otman daba a Polonia, procedía de que los árabes no sabían pronunciar este nombre de otro modo, primeramente porque carecen de la letra P y ponen en su lugar la letra B y en segundo lugar porque no pronuncian la vocal. O más que en algunos casos bastante raros y que vienen dados por la costumbre.

Ésta es la epístola en cuestión.

En nombre del muy misericordioso.

Gloria sea dada al profeta.

Ja-Sidi-Emir-al-Moumenin, me prosterno en el suelo que pisan vuestros pies. Quien entregará esta carta a vuestra Alteza es un habitante de Boulounia, país muy alejado de nosotros y cercano a Moscovia. Este hombre es uno de los principales de su país y no tiene otro objetivo en su viaje que el de prosternarse ante vuestra Alteza. Ningún hombre de esa región alejada había venido aún a Occidente y Dios ha reservado este acontecimiento para los comienzos gloriosos de vuestro reinado.

Quien escribe esta carta es Mohammed bin Otman, uno de los Talbes, encargado de dar a conocer vuestras voluntades Soberanas.

Hago notar aquí, que no se encontrará apenas en esta carta lo que corrientemente ha dado en llamarse estilo oriental, que de hecho no es propiamente el de los árabes, al menos en los primeros siglos de su era, donde afectaban por el contrario una rústica sencillez y una humildad monacal que servía para distinguirlos mejor de los fastuosos Monarcas de Persia y de la India.

Observo además, que el Imperio de Marruecos es interesante en lo que se refiere a su Corte, que se ha conservado auténticamente árabe y sin ninguna mezcla turquí y en este aspecto es más pura aún que las Cortes de los Imanes de Mascate y de Saana.

4 de julio

He hecho preguntar al Caíd la hora a la que quería verme y me ha designado la del mediodía. En seguida he preparado el presente que le tenía destinado y lo he en vuelto en cuatro pañuelos de seda, anudados por las cuatro esquinas, según la costumbre del país; costumbre muy antigua entre los árabes, tal como puede verse en la historia de la Lámpara Maravillosa, cuando la madre de Aladino va a llevar al Sultán los rubíes y las esmeraldas que había encontrado en la gruta; pero volviendo a mis pañuelos de seda:

El primero contiene cuatro varas de paño fino, de color café.

El segundo, cuatro varas de paño azul celeste.

El tercero, doce varas de tela de Bretaña.

El cuarto, cuatro panes de azúcar de dos libras cada uno y cuatro cajas de té, de una media libra cada una. Hay que tener en cuenta que el té y el azúcar deben acompañar siempre cada regalo, cualquiera que sea su valor.

El mismo día

El Caíd me recibe con más ceremonia que la primera vez y en su casa, cuya disposición me ha parecido tan agradable, el frescor y la limpieza tan grandes, que no desearía otra para mí mismo, si nuestro clima permitiera el uso de salones abiertos, surtidores y pavimentos de loza. Todas estas cosas estaban en esa casa, menos perfectas, pero absolutamente en el mismo carácter de la Alhambra de Granada.

El Caíd me hizo sentar a su lado y me dijo que aceptaba con placer mi presente aunque le correspondía más bien a él ofrecérmelo, puesto que venía desde tan lejos para ver su país. «Pero (añadió) nuestro país no se parece nada a los que ha visto en Oriente. Allí, los Pachás lo tienen todo y el pueblo nada tiene. Aquí, por el contrario, todos tienen alguna cosa. Tampoco verá usted aquí que se rindan tan grandes acatamientos a los gobernadores de Provincia. En esto, nosotros nos mostramos más exactos sectadores de la ley que dice que todos los musulmanes son iguales».

Este comienzo me placía. La conversación se animo. Hablamos de viajes, ya que el Caíd había realizado muchos por el interior del país. Yo demostré mucha curiosidad ya que instruir, enseñar, es uno de los placeres del amor propio. El Caíd se entregó con calor y llevó su amabilidad hasta el punto de dictarme todo su itinerario, desde Marruecos hasta Soukassa, que es un gran mercado al que todas las naciones de África occidental se dirigen una vez al año, en la época del Mevloul o pequeño Bairán.

A continuación trajeron té, café y una pipa para mí, porque el Caíd había oído decir que yo la utilizaba y, por otra parte, se fuma poco aquí. Un isleño de Yerba, que había estado en Bender habló de Polonia y de mi familia y lo hizo en términos favorables. Se habló mucho también de la guerra de Turquía y de la paz futura, de la que, en general, se ocupan aquí con interés.

Se me mostró también y con aire de complacencia a un joven portugués que acababa de renegar; esto fue menos delicado que el resto de la recepción que se me había hecho, pero era necesario que el musulmán asomara por algún sitio. El Caíd terminó por recomendarme a su Califa o Lugarteniente, que es un joven de rostro magnífico y muy pericompuesto a su modo. Al fin se despidió de mí, rogándome que no hiciera ningún tipo de cumplidos con él y que le viera como a un amigo.

De casa del Caíd fui a la del gran Aduanero Mohammed-el-Prove, no a su casa, sino a la aduana. Encontré el sofá ocupado por dos jerifes de la familia Imperial que acababan de llegar de Tafilete con un numeroso séquito de habitantes de aquella región. Sin duda alguna, no creo haber visto jamás personas tan feas; sus rasgos eran excesivamente toscos y su tez no respondía a un matiz general, sino que cada uno tenía la suya, sin poderse afirmar que fueran negros, ni morenos, ni mulatos. Quedaron muy sorprendidos de que yo conociera los ríos y las poblaciones de su tierra. Pero aún fue mayor su admiración cuando desplegué mi mapa, si bien, de acuerdo con lo que me dijeron, debía ser éste muy defectuoso. Al fin se marcharon, no sin antes darme mil muestras de su benevolencia.

Cinco horas han transcurrido con estas dos visitas y no me han parecido más que unos instantes, mientras que en Europa me ha sucedido a menudo realizar visitas en las que los instantes me parecían horas.

El mismo día

El Caíd manda decirme que va a ser un ejercicio de caballería y que me invita a presenciarlo. Fui conducido al Meschouar o sala de audiencias, que está situada en una plaza de considerable tamaño. Se me hizo subir a una terraza y el Caíd me envió una silla recubierta con una tela de damasco carmesí. Pero no tardé en apercibirme de que en todos aquellos honores había algo irrisorio y que se tenía un placer irónico en hacerme testigo del triunfo que la ley musulmana había obtenido hasta aquel momento. Porque en seguida vi aparecer al joven renegado portugués montado en un soberbio caballo y acompañado por una numerosa banda de músicos. Le situaron de manera que el pueblo pudiera verle cómodamente y a continuación comenzaron los ejercicios.

Cincuenta jinetes se alinearon en formación ligeramente curvada en las alas y lanzaron un gran grito. Acto seguido partieron en dos grupos que corrieron el uno hacia el otro, atacándose alternativamente. Veamos en que consiste este ataque. Parten a una distancia de cien pasos y desde el principio se ponen al galope. Entonces sostienen sus largas escopetas con la mano derecha, poco más o menos como nuestros caballeros sostienen las picas y dan un grito de ha, ha, ha, ha, cada vez más rápido. Cuando están a diez pasos del enemigo afinan la puntería, disparan, vuelven a coger la brida, se detienen de golpe y se retiran al paso. Este ejercicio fue repetido durante cerca de una hora; después se paseó al joven renegado por toda la ciudad al son de la música. Éste parecía contento con la fiesta y nada molesto por su papel. Supe que se trataba de un pobre pescador de Vila Real que había perdido a su padre y a su madre y que había venido expresamente para renegar. Parecía tener catorce o quince años. Mientras se le paseaba, los muchachos del pueblo jugaban con el balón absolutamente del mismo modo a como los españoles juegan con la pelota y me han dicho que este juego estaba muy extendido en todas las regiones de los alrededores.

La procesión del renegado regresó a la plaza al cabo de una media hora. Los jinetes hicieron aún otra carga general contra la casa del Caíd. Se alinearon seguidamente en semicírculo, gritaron tres veces Dios proteja al Sultán Muley Jeid y una vez Dios proteja a nuestro Caíd Omar. Por último extendieron las manos ante sí, recitaron la oración Fatiha y se retiraron cada uno por su lado.

Yo me fui también después de haberme despedido del Caíd. La gente, sobre todo los niños, se apretaron mucho a mi paso, pero mis guardias se pusieron a utilizar el bastón y como yo avanzaba inmediatamente después de los golpes conseguí llegar a mi casa sin ser incomodado lo más mínimo por el gentío, que era efectivamente muy numeroso. Me fijé en que mis guardias cuidaban mucho dónde daban los golpes, los cuales iban a caer generalmente en las capas rayadas de los montañeses y sobre los blancos jaiques de los jóvenes de la ciudad.

Se ha visto en qué consisten los ejercicios de los moros. Lo que tienen de especial en su equipo de caballistas son unas espuelas tan anchas y tan fuertes como las que se conservan en nuestros arsenales. No podrían andar con ellas y no las ajustan más que cuando están ya en el caballo. Las personas importantes se las hacen colocar por caballerizos. Ésta costumbre no es árabe ciertamente y los moros han debido tomar de los visigodos de España el uso de una ayuda, más hecha para los flancos anchos de los caballos de Jutlandia, que para los costados sensibles de los árabes, ya de por sí demasiado fogosos. Aparte de esto, los moros montan completamente igual que nosotros los polacos y desde luego creemos montar bastante bien. Sin embargo, tengo en las manos el relato de un viajero inglés que dice: «Cuando los moros montan a caballo parecen volverse locos; parten al galope, se detienen, se vuelven a derecha e izquierda y se mueven como insensatos». Pero un viajero moro podría decir asimismo: «Cuando los ingleses montan a caballo, parecen volverse locos; impulsan a sus caballos con tanta velocidad que no pueden detenerlos y se rompen infaliblemente el cuello en cuanto topan con el menor obstáculo. Además no saben dar a sus caballos ninguna ligereza; les hace falta mucho tiempo para ponerlos en disposición. No pueden salir a rienda suelta, ni detenerse sobre los talones, ni volverse para atacar ventajosamente o evitar un ataque de sable». He aquí lo que podría decir un viajero moro, y lo diría infaliblemente, mientras que un francés partidario de la equitación a la antigua, trataría de ignorantes al inglés y al moro porque no conocen tanto uno como otro la vuelta interior, la cabeza junto a la pared del picadero y mil otros movimientos de doma igualmente gratos. ¡Desgraciadamente, los viajeros no disponen por lo general para observarlos más que de los anteojos que han traído de su país y descuidan por completo la precaución de hacer tallar los cristales en el país al que van! De ahí que se produzcan tan malas observaciones.

Y acerca de esto, antes de que sea mañana y de que otras novedades me hayan distraído la atención, quiero apresurarme a poner en limpio el itinerario del Caíd, el cual he escrito deprisa y corriendo a su dictado en cifras y que un retraso mayor podría hacerme perder lo esencial.

jornada. De Marruecos a Fraga. Este lugar tan sólo tiene tiendas y ninguna casa. La zona es abundante en agua y en olivos.

jornada. Emintanut. Los habitantes tienen casas. Hablan el schilloch.

jornada. Imin-tak-emuos. Ciudad habitada por los schillochs. Los árabes le llaman Omin-el-gemah, lo que quiere decir poblacho perdido o algo similar. Hay un río, que tal vez es el Sifel-melus de Homán.

jornada. Aitmusi donde hay otro río más pequeño. Se trata quizá del Ismiza de Homán, quien llama al río Assit-nuasus.

jomada. Saliendo de Aitmusi se asciende a una alta montaña; al descenderla se encuentra Mnisla, que abunda en alheña que se utiliza para teñir las manos.

jornada. De Mnisla se viaja por llano hasta Tarudant. Todo el país es schilloch, pero en la ciudad se habla algo el árabe.

jornada. Taadant, donde hay minas de cobre y de estaño. El país cercano se llama Euduzend.

jornada. Idaukunsus. Este lugar abunda en azafrán y en almendros. No se encuentra más agua que la de los pozos.

jornada. Se sube una alta montaña y al descender se encuentra Afra, junto al río Taguemus.

10ª jornada. Se entra en el país de Tauta. Aquí terminan los schillochs. No se ven más que árabes, tiendas, camellos y agua de pozo.

11ª jornada. Se detiene en medio del desierto y tiene que llevar el agua consigo.

12ª jornada. Algunos pozos y datileras. Este lugar se llama Ignedi.

13ª jornada. Pozos.

14ª jornada. Soukassa. Es un lugar, tal como ya se ha dicho, de reunión para todos los pueblos de África occidental. Los mercaderes de Tombuctú llegan en cuarenta y cinco días y los mensajeros, sobre dromedarios, en veinticuatro. A partir de Soukassa hay ocho días de camino hasta las Rocas de sal y otros tantos hasta el mar.

El Caíd me ha dicho que había conversado con los moros acerca de las particularidades de su país y estos le habían contado que la hembra del elefante se capturaba cortando los árboles en los que acostumbraba a apoyarse, con lo que una vez caída ésta no podía ya levantarse. Los negros le habían hablado también de un animal que remedaba el sonido de un elefante llorando. Creo haber leído estas dos historias en Plinio; de modo que, o los hechos son reales, o los negros siguen, después de mil setecientos años, con la costumbre de contar los mismos cuentos a los viajeros y a los curiosos.

El lugar donde se encuentra la sal mineral se llama Toudeni. Es el límite de los Estados de Marruecos. En Tombuctú se hace la plegaria por el Emperador. Sin embargo el país es completamente independiente. Muley Ismael hizo la conquista y lo dio a los brebiches, una tribu árabe. Éstos habían dejado poco a poco de pagar cualquier impuesto. Han establecido un gobierno mixto y bastante tempestuoso, en el que esta tribu forma mayoría. No se puede ir sin ser introducido por alguno de sus miembros, pero apenas hay familia un poco numerosa en Fez que no tenga algún individuo establecido en Tombuctú. La caravana parte cada año de Fez a finales del invierno y está de camino durante dos meses. La ruta de Tafilete es muy segura. La de Soukassa está sujeta a muchos inconvenientes. En ocasiones se ve uno obligado a abandonar los camellos y a matarlos. Entonces se entierran las mercancías y el Caíd Omar me ha dicho que ha oído decir que aquellas gentes sabían reconocer por el olor la tierra que ocultaba sus propiedades. Este hecho es singular pero puede leerse otro que no lo es menos en la relación de Pellow. Este hombre había seguido el cuerpo que relevó a las guarniciones de Guinea en tiempos de Muley Ismael y fueron conducidos por un viejo jeque ya ciego que reconocía también el camino por el olor de la tierra. Los brebiches de Tombuctú son una de esas tribus que se ocultan el rostro y tienen escrúpulo en enseñar los dientes.

Todos estos hechos me han sido confirmados por Sidi Taudi Bouhalal, con quien hice el trayecto de Gibraltar a Tetuán. Su padre es uno de los principales comerciantes de Fez, pero como tiene treinta hijos vivos, dieciocho de ellos se han visto obligados a desperdigarse por diferentes países, donde se dedican al comercio y efectúan la corresponsalía de la casa paterna. En Tombuctú viven dos que están casados y otro en Assouda, que es una ciudad del Imperio de Caschna. Este hizo el viaje de Tombuctú a El Cairo, pero desde allí quiso ir a la Meca pero fue saqueado por los beduinos y perdió toda su fortuna. Una de sus hermanas acaba de desposarse con el Emperador y es este suceso el que ha obligado a Sidi Tandi a regresar.

5 de julio

Los naturales del país se quejan mucho del calor y tuve la curiosidad de saber los grados. A la una y media colgué en mi terraza un termómetro Fahrenheit al aire libre y al abrigo del viento; pronto lo vi elevarse hasta 101 grados que es la temperatura que se asigna a la sangre. Y ciertamente, tras haber encerrado la bola del termómetro en mi mano vi que no se elevaba ni una sola raya. La temperatura de mi belvedere se mantiene entre 81 y 82. Sin embargo, experimentó la influencia del clima de un modo bastante singular; padezco una comezón en todo el cuerpo, semejante a la que se tiene cuando empieza uno a irritarse, o bien como cuando la circulación se restablece en una pierna dormida. No me parece en absoluto dudoso que dicho efecto proceda de la sangre, la cual al dilatarse a causa del calor actúa sobre los vasos que la contienen.

El mismo día

Hacia las seis de la tarde, el Caíd ha mandado decirme que suponiendo que estaría dispuesto a realizar un paseo por los jardines me enviaba guardias y monturas. Encontré efectivamente dos mulas a mi puerta, una para mí y otra para mi intérprete; pero como un judío no es digno de montar una mula en una ciudad poblada por musulmanes, se vio obligado a ir a pie hasta cruzar las puertas. Seguidamente tomamos los cuatro el camino de las montañas que se encuentran al sur de Tetuán, pero al cabo de una media hora, mis guardias se detuvieron y celebraron consejo con el intérprete y el resultado fue que éste se tuvo que quedar atrás. La causa era que los musulmanes estaban celebrando la Anfra o fiesta de la cosecha y dado que nos encontraríamos infaliblemente con buena cantidad de ellos, sería un considerable escándalo al ver a un judío en una mula, mientras que tantos verdaderos creyentes marchaban a pie.

Proseguí, pues, el camino con mis dos guardias. Llegamos al río que es necesario vadear, después del cual se entra en los jardines, es decir que se avanza todo el rato entre ellos, por senderos orillados por bardas hechas de caña de monte entremezcladas con diversas clases de plantas espinosas y sujetas con tiras de una especie de bambú. Todo este conjunto era muy agradable a la vista e impenetrable a las miradas.

Uno de mis guardias entró a caballo en un jardín y yo entré a la vez con él, pero se nos dijo que había mujeres y aunque yo me encontrara en el jardín no podría verlas porque otro seto en forma de pantalla me impedía todo visión del interior. Continué, pues, mi paseo oyendo muchas voces de mujeres, a derecha y a izquierda, pero como ya he dicho, aquellas bardas de caña no dejaban pasar más luz que la que dejaría pasar una muralla. Mis guardias tenían las llaves de varios jardines que pertenecían al Caíd. Éstos no eran sino vergeles plantados con naranjos, limoneros, higueras y algunos perales. Algunos disponen de pequeñas casas y emparrados en todo semejantes a los que se ve por todas partes en Granada y, entre ellos, en el Generalife, que sería uno de los lugares más pintorescos del mundo si un maldito portero no hubiera tenido el detalle detestable de hacer pintar unos frescos de un mal gusto considerable. Estas similitudes de costumbres entre los españoles y los moros son tan numerosas que se podría hacer un libro entero, de modo que no las destacaré más en otras ocasiones. Sin embargo, el odio que los moros tienen hacia los españoles es muy fuerte. Cuando un hombre del pueblo encuentra a un extranjero no deja nunca de decirle Ingliz bono, Spaniol malo. Hace ya algún tiempo que dos ingleses que estaban cazando en los alrededores de Tetuán encontraron a un grupo de moros que les preguntaron si eran ingleses o españoles. Los dos ingleses tuvieron la curiosidad de conocer el grado de este odio y dijeron que eran españoles. La respuesta a esta mentira fue una lluvia de golpes que estuvieron a punto de matar a los dos curiosos, pero que sin embargo no hirieron para nada su orgullo nacional, puesto que los golpes iban dirigidos a una nación diferente de la suya. El odio que los moros de Tetuán tienen a los españoles viene de que todos los habitantes de esta ciudad son descendientes de los moros de España. Conozco a uno que conserva todavía los datos de la casa que sus antepasados habitaban en Córdoba.

Vuelvo a mi paseo. Lo dirigí más allá de los jardines a una zona muy pintoresca, hasta el pie de unas rocas donde se encuentra una capilla dedicada a Sidi Omar Rifi. Después volví a tomar el camino de la ciudad. Cuando llegamos a la parte en que había que vadear el río y que he citado antes, vi a una cantidad prodigiosa de personas que surgían de todas partes. Muchas mujeres iban sobre mulas y muchas otras igualmente bien vestidas, al menos las vestiduras exteriores, iban a pie y cruzaban el vado sosteniendo las pantuflas en la mano. Vi en esta ocasión que eran infinitamente menos cuidadosas en ocultar sus piernas que su rostro y que no tenían ningún reparo en mostrarlas mucho más arriba de las rodillas. Debo decir sin embargo que las mujeres moras tienen un exterior mucho más decente que las turcas y, en general, Constantinopla es vista aquí como un lugar de corrupción.

La multitud ininterrumpida que vi desde el vado hasta la ciudad me demostró la enorme población de Tetuán, que está generalmente considerada como la segunda ciudad del Imperio. Fez está considerada como la primera y a continuación vienen Marruecos, Mequinez, Salé, etc.

Durante todo mi recorrido no observé ningún asomo de insulto, aunque es cierto que llevaba a los guardias. Pero vi a los patrones de un barco de Portugal que habían hecho aproximadamente el mismo paseo en asnos y a los que nadie pensó en insultar.

6 de julio

Vengo de asistir al espectáculo de los Jessavis o comedores de serpientes. Forman aquí una sociedad religiosa y tienen un patrón enterrado en Mequinez. Son unos charlatanes considerables. Pretenden que cuando están irritados pueden cortar a un hombre en dos, con dos dedos. Y como yo parecía dudarlo, uno de ellos empezó a enfurecerse, sacó el brazo desnudo de debajo de su haik y golpeándose encima con dos dedos de la otra mano hizo chorrear sangre. Pero un ligero movimiento que había hecho bajo su haik antes de sacar el brazo, me hizo suponer que se había hecho antes una incisión preparatoria. Me preguntaron si quería que se enfurecieran aún más, pero les rogué que, por el contrario, se calmaran porque había tenido ocasión de ver en Oriente a gentes enfurecidas de todo tipo y despedí a mis Jessavis dándoles algún dinero.

Las observaciones que el señor Le Gentil hizo en La India han descubierto los procedimientos necesarios para expulsar el veneno de los reptiles, de modo que juzgué que era inútil hacer preguntas a los Jessavis, quienes por otra parte tampoco hubiesen contestado, incluso ofreciéndoles dinero, porque creen ellos mismos en buena parte de las cosas que quieren hacer creer a los otros.

El mismo día

He visitado a un humilde rabino de Mequinez, el cual al saber que estaba buscando el libro de Rabi-Jehoudach-Levi-el-Khozari me consiguió aquel tesoro que los dos estimábamos por razones muy diferentes. Él por la sutileza de sus explicaciones del Talmud y yo por su dedicatoria, dirigida a un antiguo Rey de los Khozars, Soberano de nuestras Provincias del sur. El pequeño hebreo a pesar de su erudición rabínica tenía aún una profunda familiaridad con la filosofía de Aristóteles, de la que se mostraba entusiasta. Me preguntó si nuestros doctores la estudiaban también. Le contesté que en Europa hacía mucho tiempo que se había abandonado las sutilezas para dedicarse a los experimentos, que se había dejado de lado los razonamientos y perfeccionado los instrumentos. Le expliqué algunos experimentos sobre la electricidad, sobre las sustancias acriformes, la utilización de conductores, etc. Me escuchó admirado y lamentándose y no pude por menos que deplorar la suerte de aquel anciano que había consumido en cuestiones inútiles las fuerzas de su inteligencia, que tal vez en Europa hubieran bastado para convertirle en un sabio reconocido.

No quiero dejar de añadir que me dijo que poseía en su biblioteca muchos libros impresos en Polonia y me aseguró que ningún rabino del mundo podía ser comparado a los nuestros en lo que se refería a la ciencia, pero sobre todo por la agudeza de sus explicaciones. Solamente se lamentaba de nuestro papel, que él consideraba muy malo. Estaba también descontento de nuestros rabinos porque cuando encontraba en la Michna o en la Gemara algún término oscuro, daban la explicación en alemán, lo que desde luego es peor que el hebreo para los judíos de Mequinez.

El mismo día

Cuando estuve en casa del Caíd me hizo el ofrecimiento de que utilizara sus tiendas para mi viaje, pero yo repuse que prefería comprarla y hoy me ha enviado una tienda nueva haciendo que me dijeran que me la cedía al mismo precio que a él le había costado. Acepté este favor con agradecimiento.

7 de julio

He pasado la sobremesa en casa del Caíd, en el mismo huerto donde me recibió el día de mi llegada. Su conversación me ha interesado mucho siempre porque trataba sobre el interior del país que él conoce perfectamente, habiendo hecho numerosos viajes primero como mercader y después muchos otros en calidad de comandante de muleros del Emperador. Y tampoco me ocultó que antes de ser mercader había sido conductor y palafrenero de camellos.

Mientras hablábamos, mi Caíd despachaba los asuntos a medida que se iban presentando. Una mujer que había perdido desde hacía días a su hijo de doce años vino a comparecer ante su tribunal junto con un hombre sobre el que había encontrado el haik de su hijo. El acusado repuso que el niño le había dado el haik por haberle conducido a Tánger y que él le había llevado efectivamente. El Caíd le dijo que había hecho mal en conducir a Tánger a un niño sin el consentimiento de los padres y que permanecería en prisión hasta en tanto no fuera encontrado éste. A continuación se presentó un anciano junto con un hombre al que acusaba de haberle robado por valor de cuatro o cinco sueldos y como tenía testigos de este hecho, el culpable fue condenado a una penosa paliza que le fue aplicada en la parte posterior, porque la costumbre de dar golpes en las plantas de los pies no es conocida aquí y es propia de los pueblos de origen Tártaro, que estando siempre a caballo tenían necesidad de conservar ilesa la parte de su cuerpo sobre la que reposaban con más frecuencia. El ladrón sufrió su castigo casi sin quejarse y se levantó con bastantes fuerzas y pudo caminar bastante bien.

A continuación hablamos de caza y el Caíd quiso ofrecerme la diversión de ver acosar a un jabalí con sus galgos, que eran pequeños, pero de excelente raza. Los moros cazan el jabalí sólo por diversión ya que nunca comen carne. Sin embargo he visto con sorpresa que, en cambio, no tenían ningún escrúpulo en tocar la carne e incluso en mancharse con su sangre.

A propósito de caza, el Caíd me dijo que con frecuencia aparecían tigres y a veces leones en las inmediaciones de Tetuán. Contó que cuando uno de esos animales se comía una vaca de algún montañés, este no paraba hasta haberlo matado y poder comerse su carne. Esta costumbre estaba generalizada y se debía tanto a la superstición como a la venganza. Es muy posible por lo tanto que haya en las fronteras de Argelia una tribu que haya impulsado esa superstición hasta hacer voto de comer el león. Es erróneo por lo tanto negar a Shaw y a Bruce el que hubieran visto lo que realmente vieron. En realidad, a la gente le gusta el que los viajeros escriban sus viajes porque estos no merecen apenas que trabajen para él y no pagan sus esfuerzos más que acusándole de imponérselos a ellos. Esta odiosa imputación ha sido hecha con frecuencia a quien el primero de este siglo se atrevió a penetrar en Abisinia. Se me ha dicho que fue herido lo suficientemente hondo como para que este mal haya podido influir en su carácter y en la felicidad de su vida y no estoy nada sorprendido. Hace aproximadamente diez años que hice una parte del viaje que describe M. Bruce en su primer volumen y puedo certificar que, en lo que se refiere a esta parte, no contiene nada que no sea verdadero. He visto ese bello anfiteatro. El-Jem, situado en un desierto donde sin duda debe haber habido una gran ciudad, pero cuyo nombre se ha borrado de los fastos de la historia y ha escapado incluso a las pesquisas de los geógrafos. He conocido también a los terribles árabes Noilez, cuyo nombre debe escribirse Noalis según los editores franceses y yo mismo he estado a punto de caer en sus manos cerca de Zoura. Si esto hubiera sucedido es muy probable que todavía me encontrara allí.

El Caíd terminó la velada dictándome el itinerario de un viaje que había hecho desde Fez a Trípoli, atravesando todo el Beled-algérid. Su memoria no era tan firme como la que había tenido con respecto al viaje a Soukassa, sin embargo he creído necesario conservar este fragmento.

jornada. Pernoctan en pleno campo.

jornada. Taaza, gran ciudad árabe. Es la que Homán denomina Tezar.

jornada. Pasan la noche cerca del río Buljaraf.

jornada. Cerca del río Mulluvia.

jornada. Bnadar, ciudad árabe edificada, abundante en agua y en productos de todo tipo.

jornada. Sidi Ali ben Samah. Es la tumba de un Santo. Junto a ella tan solo hay algunas tiendas árabes.

Desde ese lugar se marcha durante diez días por un desierto, encontrando raramente pozos o palmeras, a veces familias árabes y muchas gacelas.

El Beled-algérid empieza en Mescheria, que depende del gobierno de Mascara.

A partir de Mescheria ya no se encuentra ningún lugar habitado hasta Alghouaf, donde existen casas dispersas y palmeras. Este lugar depende del gobierno de Titeri.

A continuación viene Ain-almadi, localidad mejor que la precedente.

Después se cruza el río Sid Holit que se pierde entre la arena y el riego que los árabes hacen de sus tierras.

Bascara, donde los argelinos tienen una guarnición de cincuenta hombres.

Sidi Ayba, tumba de un santo. Este lugar está bastante poblado.

Zyhaïb, es el Zab de Delille, donde se encuentran por primera vez corderos de cola gruesa.

Touzart la Touzera de Delille, pertenece al Reino de Túnez.

Desde allí hay siete días hasta Gabés en la pequeña Syrte y cuando se llega se dan gracias al Cielo y se embarca uno para la isla de Yerba que, según el Caíd, es el lugar más delicioso de la tierra. Yo he estado anteriormente en esa isla y hablaré de ella más adelante.

Los árabes del Beled-algérid no tienen, según creo, más ciudades que las que menciona el Caíd en su itinerario, pero existen muchas viviendas aisladas rodeadas por una plantación de palmeras. Pasan por ser más civilizados que los árabes del desierto.

El Beled-algérid limita al sur con el Touets, zona muy extensa, cuyos habitantes son casi negros. Hablan un dilecto del schilloch. Esta región estaba sometida a Muley Ismael y aún hoy se reza por los Emperadores de Marruecos, quienes se contentan con este resto de sumisión. Todas las poblaciones del Imperio están llenas de naturales de Touets y son los que realizan los trabajos más duros, motivo por el cual suelen tratar bien a los blancos que visitan su país. En general, estos pueblos tienen fama de poseer buen carácter y llevan una vida dedicada al pastoreo. Las mejores caravanas para ir parten de Tremesen, pero también salen muchas de Tafilete y, además, el viaje es tan seguro que en rigor podría prescindirse de las caravanas. El viajero Pellow, a quien hemos ya citado, había estado también en Touets de guarnición y habla mucho de una tribu árabe, los Sourbea, que entonces dominaba la zona.

Los cuatro dialectos principales son el Touets, el de los Schilloch del Rif, el de los de Sus y el de los montañeses de Guervan, más arriba de Mequinez. Un moro presente en mi conversación con el Caíd, dijo que estos cuatro dilectos se parecen entre sí, como sucede entre el holandés y el inglés.

Advierto de una vez para siempre que por schilloch entiendo lo que hasta el presente ha venido designándose con el nombre beréber. Daré cuenta más adelante de los motivos que me han llevado a este cambio.

He prometido hablar de la isla de Yerba. Ningún viajero escritor ha estado, que yo sepa, después de Paul Lucas. Pero de todos los viajeros que le han abordado por motivos comerciales no conozco a ninguno que no la exalte con total entusiasmo e incluso yo mismo conservo el más agradable de los recuerdos.

Yerba es la antigua Meminx, situada a la entrada del golfo de la pequeña Syrte; en el interior de este golfo está la ciudad de Gabés, donde tienen lugar grandes ferias, muy frecuentadas por los mercaderes del interior de África, hasta el punto de que he visto en el mercado de Yerba realizar pagos mediante conchas de cauri, dándose diez de ellas a cambio de una pequeña moneda de cobre denominada hourbe.

La isla pertenece al Dey de Túnez, quien tiene guarnición nombrada por el Caíd, pero las rentas públicas son para una mezquita de Constantinopla cuyo nombre ignoro. Los habitantes son schillochs, pero en el mercado hablan árabe casi siempre. Se dedican al comercio y desde hace poco los principales comerciantes han fundado una especie de sociedad para ayudarse los unos a los otros. Han constituido asimismo una caja para realizar el pago de aquellos de entre ellos que sean hechos esclavos en Malta. Llegué a esta isla a bordo de una barca de esclavos venecianos y pasé cerca de tres semanas retenidos en ella a causa del viento contrario. Durante ese tiempo, nuestro capitán, que era un borracho y un individuo de mal carácter, sostuvo frecuentes disputas con los naturales y tuve ocasión de conocer su dulzura y la de los magistrados.

No hay ciudad propiamente dicha en la isla de Yerba y el mercado conocido bajo ese nombre no tiene lugar más que dos veces por semana. Las viviendas están repartidas por la isla y constituyen otros tantos jardines. Una parte considerable pertenecen a judíos que viven con toda libertad; he visto a algunos que llevaban ropas francesas con calzones morunos y albornoz lo que les daba una apariencia muy grotesca.

Como esta isla es el lugar de cita de los corsarios de toda esta costa, abundan las mujeres públicas. He visto algunas muy bellas y utilizan por lo común los vestidos de gasa propios de las mujeres de Trípoli, lo que quiere decir que sus ropas tienen más partes transparentes que opacas. Recuerdo haber cenado bajo unas higueras en compañía de un corsario llamado Reis Mahmoud. Al día siguiente se hizo a la mar y fue capturado por una fragata maltesa, siendo colgado ocho horas después a causa de ser un renegado. Hubiera debido ser perdonado, sin duda, ya que había renegado de niño, pero en aquella época los renegados asolaban las costas de Sicilia, las cuales conocían a la perfección, y se quiso hacer un escarmiento.

El suelo de la isla es de una arena muy fértil, pero sin embargo muy blanda; los habitantes de la isla van casi todos ellos con los pies desnudos y hay personas que convierten en su ocupación favorita la de examinar las huellas que los pies desnudos dejan en la arena y tratar de reconocer así a las personas que han pasado. Si se utilizan pantuflas los reconocen igualmente, puesto que este calzado toma la forma del pie y además conceden gran atención a la forma en que se apoya éste, de tal modo que cuando se comete un robo, si el ladrón no toma la precaución de arrastrar algo tras él para borrar su rastro, es reconocido en seguida por estas gentes. Se cuenta que un Caíd quiso poner a prueba su habilidad haciendo caminar a un individuo con sus pantuflas, pero su superchería fue descubierta en el acto y estos dijeron con rapidez: se trata de alguien con las pantuflas del Caíd.

No hay más monumento en la isla que una especie de pirámide en forma de campana, hecha con las cabezas de los españoles que intentaron un desembarco en el año 1510. El dibujo de dicho monumento que figura en Paul Lucas es por completo falso y hecho seguramente para divertirse.

He dicho ya que pasé tres semanas en la isla de Yerba. Conocí a los principales habitantes, quienes me testimoniaron su amabilidad. Pedí noticias acerca de ellos a un insular que el otro día se encontraba en casa del Caíd y ¡hay!, la mayoría había sido arrebatada por la peste que, en 1785, asoló toda esa costa y mató a miles de personas.

8 de julio

Una joven mora ha venido hacia mi terraza y es la primera vez que he podido hacerme una idea de sus vestidos, que las mujeres llevan bajo la almalafa. Son apropiados para el clima, pero nada favorecedores. La mayoría son de color blanco y rojo.

A propósito de celos quiero poner aquí uno de los cuentos que debo a mi amigo Bin-Otman, una muestra de su modo de narrar y que trataré de dar con la mayor fidelidad posible y que no será inútil para el conocimiento de las costumbres morunas.

«Hace algún tiempo (dice Bin-Otman), que un habitante de Fez, tras haber salido de su casa, se acordó de que había olvidado algo y al girarse para ir a buscarlo creyó ver a un joven que entraba en ella. En seguida apretó el paso y cuando llegó se puso a golpear la puerta con mucha fuerza, pero como nadie respondía y los vecinos empezaban a concentrarse ante el ruido que hacía, les dijo que su mujer no quería abrirle pero que tenía motivos para querer entrar y les rogó que le ayudaran a tirar la puerta abajo. Su mujer, al oírle hablar así y queriendo al menos ganar tiempo, apareció por fin muy afligida en una ventana y dijo que era realmente culpable, pero que no abriría la puerta hasta en tanto no fueran a buscar a su madre. El marido, habiendo oído que ella se confesaba culpable, dijo a los vecinos que era inútil esperar más, que había que echar la puerta abajo y matar a aquella miserable. Pero los vecinos, por el contrario, trataron de calmarle y uno de ellos se fue a buscar a la madre y cuando ésta llegó, interpusieron su autoridad para que pudiera entrar sola y sin el marido».

La joven mujer al verse sola con su madre le confesó la verdad y ésta le contestó: «hija mía, eres doblemente culpable, primero porque hay otros medios para verse con un amante y en segundo lugar, porque no hay que confesarse nunca culpable, pero en fin, ambas tonterías están hechas y solo hay que pensar en arreglarlo». Seguidamente, aquella mujer artificiosa escondió al amante detrás de una cortina, después tomó una almalafa de fina lana de Tafilete que utilizaba el marido para salir en invierno. La puso en el suelo y arrojó sobre ella una lámpara de modo que el aceite se extendió libremente sobre aquella tela preciosa llenándola de manchas. Después bajó con aire de desesperación y fue a arrojarse a los pies de su yerno, implorando clemencia y asegurando que aquella mancha podía lavarse. «¿Cómo, desgraciada?» (preguntó el esposo ofendido) «es una mancha que solamente puede lavarse con la sangre de tu hija». «Santo Profeta de los Musulmanes (dijo a su vez la madre) ¿es posible que exista un marido tan cruel que quiera lavar con la sangre de su mujer una mancha que se puede sacar con alcana de Ghazul?». El marido, que no comprendía nada de este discurso, subió con los vecinos y puede suponerse su sorpresa cuando vio en medio de la habitación su almalafa manchada de aceite. La madre, sin dejarle tiempo a recobrarse, se dirigió a los vecinos y les dijo: «Señores, confieso que mi hija es culpable, ella es quien ha volcado esta lámpara y manchado esta hermosa almalafa, pero como ya he dicho, la mancha puede aún quitarse». Y diciendo esto, la astuta criatura colocó al marido y a los vecinos en el estrado donde se encontraban los sofás y haciendo que la joven sostuviera uno de los extremos de la almalafa manchada extendió la prenda ante los espectadores y siguió diciendo: «Confieso que será difícil quitar esta enorme mancha del centro, pero supongo que puedo sustituir los hilos de manera que la mancha desaparezca del todo. En cuanto a estas manchas pequeñas, donde el aceite no ha hecho más que deslizarse, serán fáciles de quitar con un poco de jabón. Lo peor es el sitio donde ha caído la mancha, pero por suerte está muy cerca de las franjas y sólo habrá que agrandar un poco el bordado».

Mientras hablaba en estos términos, la madre hizo seña al amante y éste se escapó deslizándose por detrás de la prenda que ella y su hija sostenían ante los ojos del marido y los vecinos. Al fin, cuando vio que ya no había nada que temer, se arrojó a sus pies pidiendo gracia para su hija. Los vecinos trataron de conmover al marido, pero no tuvieron que insistir porque éste se había convencido ya, o al menos intentaba convencerse, de que no había visto a ningún joven entrando en su casa.

Ahora bien (añade Bin-Otman), vuelvo a deciros que si nuestras mujeres, a las cuales encerramos, nos juegan semejantes tretas, me pregunto qué deben hacer las vuestras… Y es verdad que me dijo también: Todos los pueblos del mundo convienen en que las mujeres tienen poco juicio y después se sorprenden de que nosotros las encerremos…

El mismo día

He recorrido la Caisseria que es lo que en Levante se llamaría un bazar y que me ha parecido una población comercial de tercer orden. Pero hay que tener en cuenta que los mercaderes tienen aquí la costumbre de extender solamente las muestras de las mercancías, las cuales guardan en almacenes en mayor cantidad. He admirado largamente las telas de Fez y aun cuando no hubiera ningún otro monumento de las antiguas Dinastías que han reinado en esta parte de África que las artes que les han sobrevivido, no podría dudarse de que estas eran muy florecientes. También he visto las famosas curtidurías que han motivado el nombre de marroquinería para los cueros teñidos. Los bordados, igualan a los de Constantinopla.

He visto en este mercado a los pregoneros que proponen las mercancías que quieren vender por el sistema de puja. Es una costumbre árabe que hay que conocer para comprender una infinidad de pasajes de Las Mil y Una Noches.

El mismo día

He enviado cuatro pañuelos de seda a una nieta pequeña del Caíd, a la que educa en su casa. Señalo estas bagatelas porque permiten ver la conducta que hay que observar con los moros. En ninguna otra parte es tan cierto que los pequeños regalos sostienen la amistad. Los regalos importantes lo consiguen ciertamente mejor, pero habría que repetirlos siempre lo cual sería ruinoso. Se ve, pues, que el interés con cargo se muestra aquí al descubierto y bajo formas que chocan excesivamente a la mayoría de los extranjeros; pero si quisieran éstos reflexionar un poco, verían que no existe diferencia más que en las formas.

En primer lugar, las fortunas están en todo el Imperio muy subdivididas. No hay nadie que puede vivir con desahogo y que pueda prescindir de la más estricta economía, lo que hace que los más humildes regalos de cosas útiles sean recibidos con agrado.

En segundo lugar, los cargos no están asalariados más que ocasionalmente.

En tercer lugar, los regalos de inferior a superior se remontan a muy antiguo entre los árabes y significan respeto y vasallaje. Así, un hombre con un cargo que reciba presentes puede decirse, ¡he conseguido provecho y honor, eh, buen Dios! ¿Existe algún país en el mundo en el que el hombre poderoso, experimentando la necesidad de estar contento de sí mismo, no haya encontrado el medio de ennoblecer sus depredaciones? Del mismo modo en Francia, las dilapidaciones del tesoro público bajo el nombre de pensiones del tesoro particular del Rey eran vistas como perfectamente honorables. Lo mismo que en Inglaterra la venta de la propia opinión está ilustrada con los nombres de realismo y de oposición. También, en nuestro propio país, existen personas atacadas de una falta de patriotismo bastante estúpido, para persuadirles de que sea honorable el recibir pensiones de potencias extranjeras.

Por último, la prueba de que los moros contemplan como honorable el hecho de recibir regalos, está en el hecho de que exigen que se los hagan de modo público y con magnificencia.

11 de julio

Sidi Taudi Bouhalal, al que su alianza con el Emperador le ha permitido contarse entre los personajes principales de la ciudad, ha venido a recogerme para pasar la velada en casa de Hady-Ab-Al-Crime Aragon, moro andaluz, descendiente de una conocida familia de Andalucía. Su casa era de las más hermosas que yo había podido ver hasta entonces y pasaría en todo el país por muy agradable. Sin embargo, quiero reseñar un adorno en el que ningún jardinero de Europa había pensado antes, me refiero a unos arriates rodeados de huesos, el fémur y la tibia de cuadrúpedos hundidos en el suelo uno junto al otro dejando fuera la coyuntura. Esta osteología en parterre no me parece una invención demasiado feliz, pero como no carece de regularidad, no me extrañaría que cualquier holandés se sintiera tentado a imitarla.

Mi intérprete no se encontraba conmigo, pero diversas personas de la reunión hablaban español, otra el turco y pasé la velada de modo muy agradable.

Al regresar a mi casa, vi la entrada del palacio del Emperador, quien dispone de edificios similares en todas las ciudades importantes, con esclavos blancos y negros, eunucos para vigilarlos y todo cuanto hace falta para acogerle. Estos palacios se distinguen por sus altos pabellones cubiertos por tejas barnizadas, semejantes a las que pueden verse en la Alhambra de Granada.

12 de julio

Un joven de Talbe que se había encargado de buscarme un ejemplar de Las Mil y Una Noches ha venido a verme esta mañana. Me ha dicho que la obra que yo deseaba tener llevaba en su país el título de las Trescientas Cincuenta y Cuatro Noches, lo que hace un año lunar. También que no sabía de ningún ejemplar en la ciudad, pero que me facilitaría otra obra del mismo género, titulada Giafar y Marmeki, en el que se encuentran multitud de historias contenidas unas en otras. He hecho que me tradujesen el principio de su Giafar y me he enterado ya de que un Sultán, cazando una gacela blanca, penetró en un castillo encantado y estaba yo repasando la descripción de las piedras preciosas que componían el pavimento, cuando me anunciaron a Sidi Taudi Bouhalal. Rápidamente el joven de Talbe escondió su infolio bajo la almalafa y escapó saltando las terrazas, lo que vino a demostrarme que este país no había cambiado apenas desde el viaje que el profesor Clenard realizó en el siglo dieciséis y en el que fue obligado a regresar sin poder llevar consigo ninguno de los libros que había comprado en Fez.

En relación a las ciencias, debo decir que existen aquí escuelas donde se enseñan los elementos de Euclides, un poco de álgebra y de la astronomía de Ptolomeo, al que ellos denominan Batalmios. Los moros son por lo general bastante curiosos y entran con gusto en discusión acerca de temas de este género. Pero hay que tener cuidado ya que, por ejemplo, después de que uno ha explicado la gravitación o la formación de algún meteoro, nos preguntan por qué los habitantes de Ougela matan mirando con el ojo izquierdo y cómo los de Afnou consiguen beber la sangre de una persona a una distancia de cien pasos. Negar estos hechos, después de que han admitido todo lo dicho por uno, sería de una ineducación inadmisible según las costumbres moras. Sin embargo, me ha sucedido ya el hacer que me escucharan hablando de diferentes grados de certeza e incluso he expuesto la conocida historia del diente de oro, que ha tenido bastante éxito.

La facilidad que encuentro, sin saber la lengua, para comprender las ideas de los demás y hacer comprender las mías, me ha convencido enteramente de que el conocimiento del conjunto de las nociones de un pueblo es mucho más esencial para conversar con él, que el de su lengua. Y es así, por ejemplo, que un hombre que esté al corriente de las costumbres de la antigüedad leerá con verdadero placer una traducción de las Epístolas de Horacio, mientras que un latinista desprovisto de tales conocimientos, no comprenderá el original, lo cual les sucede todos los días a buena cantidad de pedantes. Ahora bien, el hablar mediante intérprete no es otra cosa que una traducción continua en la que la precisión depende en gran parte del hábito que se tenga. La fisonomía de un hombre, su respuesta, os permiten juzgar si ha comprendido enteramente o si es necesario presentar la idea bajo un nuevo aspecto; y para encontrar estas formas es necesario el conocimiento de toda la masa de nociones que ese hombre puede tener. El abate Toderini, que sin saber la lengua de los turcos, escribió sobre su literatura, es, de todos los viajeros a los que he conocido, el que me ha parecido haber perfeccionado en mayor medida este método de enseñanza, y su libro es buena prueba de ello.

De lo cual concluyo que un viajero que tuviera que escoger entre el conocimiento de la lengua y la de la masa de nociones, debería preferir la última, siendo la perfección el poder reunir ambos conocimientos. Pero esta cualidad es tan rara que lo público no cuenta apenas y los hombres consagrados al estado de Droyneman viven demasiado alejados de Europa para que su mente pueda conservar ese barniz filosófico que sólo pueden proporcionar el interés y la utilidad de las observaciones.

13 de julio

Han venido dos bereberes a traerme la piel de una pantera muerta hace muy poco. Venían de las montañas que están a tres jomadas de distancia. Habían sido veinte para realizar la cacería y habían rodeado la guarida del animal, quien se arrojaba de uno a otro y parecía más bien volar que correr. Consiguió matar a un joven bereber y herir a varios otros.

Con este motivo he sabido que existen en los alrededores de Tetuán muchas hienas, con las que se han hecho muchos relatos. Entre otros, que su cerebro tiene la propiedad de privar de la razón a los que lo comen y por ello suele decirse de quien está atontado que «ha comido hiena».

Cuando digo bereberes o bareberes me refiero a los montañeses, que viven en cabañas y no en tiendas y hablan un dialecto árabe que es diferente del de los nómadas. Probablemente es a este pueblo al que hay que atribuir lo que los historiadores árabes dicen de la llegada de los bereberes, y no a los schilloch tal y como yo creía hasta la fecha.

El mismo día

Decía en una de mis últimas cartas, que las costumbres eran aquí muy rígidas y esto es cierto. Hoy he tenido ocasión de saber que existe bastante galantería y ello también es cierto. Ignoro cómo podrán mis lectores admitir esta incoherencia en mi relación, pero los pueblos son un conjunto de hombres y estos, un conjunto de contradicciones y si no las hay en la relación de un viajero, con toda certeza, es que no lo parecerán. Sé perfectamente que existen autores que proceden del siguiente modo: colocan en una hilera todas las virtudes de una nación y en otra, todos los vicios. Algo así como actúan algunos pintores, que creen haber hecho una maravilla cuando han puesto toda la luz en uno de los lados y todas las sombras en el otro, ¡pero buen Dios!, ¿dónde tienen esas personas los ojos?, ¿qué hacen con esa multitud de reflejos, sombras proyectadas, claroscuros y matices? Sería verdaderamente un buen trabajo el colocar todo eso en el mismo cuadro y después, como dicen los pintores, pasar la cola de Blairau que es un pincel del que se sirven para acabar de fundir los colores. Pero confieso con toda sinceridad que ese trabajo está por encima de mis fuerzas. No sé si en la continuación de este viaje veré cosas que merezcan ser dichas al público, pero si las digo no será de otro modo que el que puede verse aquí. Las nociones tales como he podido recogerlas y ningún resultado elaborado. Iré recogiendo los fósiles a medida que vayan apareciendo en mi camino y el lector los ordenará a su gusto, según el sistema de Cronstedt o el de Wallerius.

Recuerdo haber leído a un viajero que decía de los habitantes de determinada isla que estos eran afables, dulces, generosos, dóciles, pero que por otra parte eran orgullosos, crueles, avaros, inclinados a la rebelión y este ingenuo escritor podría no ser tan absurdo como puede parecerlo a primera vista.

Así pues, para volver a la galantería que reina en Tetuán, está presidida por el más profundo misterio y el amor feliz que tanto cuesta esconder en otras partes, se oculta aquí en todos sitios. Porque sabe que no será abandonado por esa férula de rosas que los pintores de la escuela francesa ponen en la mano de su madre. Sin embargo, dos personajes importantes, a los que no quiero nombrar, hacen profesión pública de galantería y el Caíd no se atreve a actuar contra ellos; pero no hubo la misma indulgencia para el hermano de su Califa Hamdoun. Este muchacho fue sorprendido con una mujer y le hizo dar tantos golpes que tuvo que guardar cama durante tres meses.

Pero mientras unas leyes absurdas pretenden poner diques a las pasiones, el aliento cálido del clima los desborda y les obliga a cambiar de lecho. Las mujeres se han consagrado en secreto al culto de Lesbos y los hombres hacen de modo bastante público de coperos de los Dioses.

14 de julio

El gran Aduanero Mohammed-El-Prove ha venido esta mañana a invitarme a pasar el día en su casa del campo, presentándome excusas por no poder recibirme él mismo, ya que sus ocupaciones se lo impiden antes de la hora de comer, pero que su hijo me hará los honores.

Hacia las diez, Sidi Taudi Bouhalal vino a buscarme con mulas y emprendimos juntos el camino hacia las montañas del oeste. Pasamos el río algo más arriba que la vez anterior. Encontramos a numerosas lavanderas, negras y blancas, bastante desnudas y con el rostro descubierto y a hombres que se bañaban muy cerca de ellas. Demostré mi sorpresa y se me dijo que eran esclavos y sirvientes por los que nadie se preocupaba. Así son los celos, que hacen que aquí las mujeres sean robadas y en el levante es antes la devoción. Asimismo las viejas, como más devotas, son las más escrupulosamente cubiertas, mientras que aquí van con el rostro al descubierto. Pero hay que decir también que las gentes del pueblo se preocupan muy poco de la religión. Los campesinos del interior no saben decir las oraciones; su único sentimiento religioso es un odio feroz contra los cristianos, de los que se forman ideas extraordinarias, creyéndolos incluso antropófagos.

Después de haber pasado el río, entramos en los jardines y nos dirigimos al de Sidi Mohammed, que es por completo diferente del de Hadge Ab-Al-Crim, donde estuve el otro día. El hijo de mi anfitrión estaba con dos de sus primos, de los cuales uno era un muchacho de unos quince o dieciséis años, tan petulante como podría serlo un joven francés de esa edad. La peluca de mi intérprete sefardí se convirtió en objeto de su rechifla; me dirigió también algunas bromas acerca de las lecciones de geografía que me daba el Caíd, añadiendo diferentes temas que vinieron a demostrarme que me encontraba en medio de un partido opuesto a este primer magistrado. El joven atolondrado no carecía de una especie de gracia.

Acudió mucha gente y la conversación se hizo general. Yo pude tomar parte escasamente y mis anfitriones no se molestaron en absoluto. Ello no era por falta de atenciones porque se mantenían conmigo los más nimios detalles de la educación. Se estaba muy atento a llenarme la pipa, a limpiarla, a ofrecerme té, café, frutas, en proporcionarme aire o en preguntarme si tenía calor o frío. Pero no se les ocurrió que yo pudiera aburrirme y ellos mismos no se hubieran aburrido en mi lugar, o mejor, lo que nosotros llamamos aburrimiento que no se conoce aquí lo mismo que en el resto de África, en Asia y entre los indígenas de América. Este mal europeo me parece que tiene su origen en buena parte en esa sucesión de lecciones que llenan todas las horas de nuestra infancia y nos ocupan nuestro tiempo, un hábito que acaba por convertirse en auténtica necesidad. Pero el hombre de Oriente no experimenta esta necesidad: los resortes de su mente no han recibido esta tensión habitual, que les hace reaccionar enseguida hacia ellos mismos. La falta de ocupación suspende sencillamente sus funciones, del mismo modo que el sueño suspende las del alma y si el aire que este hombre respira se ha refrescado por la brisa del mar, si se ha perfumado por las flores de un parterre, si el verde descansa su vista, se sorprende agradablemente de su presencia y no lo hace antes. Sin embargo Helvecio consideró el aburrimiento como uno de los principales móviles de las acciones de los hombres, pero si esto fuera cierto, teniendo en cuenta que tres cuartas partes del mundo no lo conocen, habría que admitir necesariamente que Helvecio generalizó demasiado su teoría. Los filósofos de la antigüedad viajaron mucho y yo no puedo evitar el creer que hacían bien. No parece, por ejemplo, que los filósofos franceses se hayan mostrado muy franceses cuando han asignado al amor propio el papel de causa única y universal de todo cuanto se hace en el mundo, sin sospechar que ese sentimiento no está exaltado más que en su propio país.

Sidi Mohammed llegó a la hora de comer, tal y como había prometido y nos sentamos a la mesa, es decir, que nos sentamos con las piernas cruzadas alrededor de dos manteles circulares de marroquino rojo. Todos los invitados estaban en torno a uno y yo en el otro con el dueño de la casa y Sidi Taudi. Se sirvieron cuatro o cinco platos confeccionados a la turca y se bebió leche agria.

Después de comer jugamos una partida de tresillo que está muy extendido en todas las poblaciones del Imperio; los términos del juego eran en español. Como yo no sabía jugar, me fui con los jóvenes hasta un pequeño valle muy angosto tapizado por la más rica vegetación. Terminaba en una cascada cuyo murmullo no llenaba los ecos de aquel lugar salvaje, mientras que en Suiza o en Italia hubiera hecho un ruido infernal y se la hubiera podido dibujar o gravar mil veces. Es muy cierto que no se es otra cosa que el lugar donde el azar te ha colocado.

Los Príncipes de la juventud moruna se comportaron muy educadamente en ausencia de sus padres. Corrieron hasta los negros para hacerles la zancadilla y agarraban a los gatos por la cola para arrojarlos en medio de matorrales llenos de espinos. Quise apartarlos de esos juegos tiránicos y les enseñé a manejar el sable al modo polaco, pero no consiguieron nunca hacerlo silbar en el aire y su admiración me demostró su ignorancia. Esta admiración no era excesiva entre los de ciudad, pero se encontraba entre ellos un joven negro, cuñado del Bajá de Ceuta, que pasaba la vida entre soldados, y me admiró más que los demás. Sin embargo disponen aquí de excelentes sables, curvados como los nuestros y no como los de los turcos, de modo que deberían utilizarlos igual que nosotros. Pero tengo razones para creer que esta arma ha caído en desuso y si ello es cierto, que la caballería de Schilloch a discurrido ya el colocar bayonetas en el extremo de los largos fusiles de los que se sirven.

Una joven y bonita campesina observaba nuestros juegos por el hueco de un tragaluz y el mayor de los jóvenes le lanzaba miradas furtivas y prolongadas. Entramos más tarde en aquella granja, pero entonces la joven había sido previamente sustraída a las miradas y encerrada en una habitación sin tragaluces. Las ocupaciones campestres llenaron nuestra jomada hasta la hora de la oración, en la que los moros no dejan nunca de decir a un cristiano que ha llegado el momento de despedirse.

Al regresar pasé junto a una capilla donde se encontraban muchas mujeres y niños. Uno de éstos, de diez o doce años, se dirigió hacia mí y me llamó Fede Di Merda. Señalo este insulto porque es la primera vez que se me hace, aunque fue vivamente sentido por los musulmanes que me acompañaban. (De hecho, nunca más me sucedió el ser insultado).

Dejé a Sidi Taudi a las puertas de la ciudad y me dirigí a un campamento de seiscientos hombres de caballería que procedían del campamento de Ceuta. Las tiendas estaban plantadas en círculo y la del Comandante en el centro. Los caballos y los camellos se encontraban también en el interior del círculo.

Regresé por los cementerios y observé que la forma de las tumbas es completamente diferente de las que pueden verse en Levante. Se encuentran igual mezquitas con minaretes y total observancia de la ley; porque el occidente ha seguido siempre la secta ortodoxa de Maleki, mientras que el Levante se inclinó ante las decisiones igualmente ortodoxas de los Hanefi, Hanbali y Schafei.

15 de julio

Vayan aquí algunas observaciones acerca de la sociedad de ayer que escribo ahora simplemente porque acabo de acordarme. Sidi M… no tuvo la misma compostura que de costumbre. Su padre llegó de Mequinez trayendo palabras lisonjeras de parte del Emperador y la gente de este país son personas que, como dicen ellos mismos, se hinchan con el aliento del Sultán.

Se encontraba entre los invitados un secretario del Pachá de Ceuta; le hice algunas preguntas acerca de la disciplina del campamento y no tardé en darme cuenta que no me estaba contestando más que mentiras. No le oculté la mala opinión que me producía su veracidad y él se limitó a reír.

En general, los moros mienten mucho. Mienten casi todos, en primer lugar, cuando se trata de presentar las cosas de un modo favorable a su país. En segundo lugar, cuando intentan convencer a un viajero con el fin de obrar en su sentido y conseguir un provecho. Por ello hay que tener mucho cuidado en la forma en que se les hace las preguntas; es preferible hacerlas en público que cuando se está en conversación privada, pero esta precaución no sirve siempre, porque a los moros no les sonroja mentir en público y los presentes hacen causa común con los mentirosos para mejor burlarse del extranjero. Los moros consideran de buena educación estar de acuerdo con todo. Algunas veces, con motivo de mis preguntas de geografía, les decía nombres de ciudades que no habían existido nunca y ellos me aseguraban conocerlas perfectamente. Tan sólo he visto dos excepciones a esta regla. Una es mi amigo Bin-Otman y la otra el Caíd de Tetuán, del que he puesto varias veces su veracidad a prueba sin que él se diera cuenta.

(Ahora que he concluido mi viaje, no tengo nuevas excepciones que añadir a éstas).

Se encontraba también entre los invitados un hombre que llevaba a su hijo de dos años y se ocupaba de él durante todo el tiempo, igual que hubiera podido hacerlo una mujer. La pequeña criatura permanecía siempre sentada con las piernas cruzadas, muy tranquilo y sin llorar ni una sola vez. Aprendí en esta ocasión que la inoculación era conocida aquí desde hacía mucho tiempo, pero que muchas madres no tenían suficiente valor para decidirse. Se compra la causa de la viruela y entonces, un niño que la tenga se convierte en objeto de experimentación para sus padres.

No existen médicos aquí, pero muchas familias poseen un ejemplar de Avicena, el cual consultan cuando hay motivo.

16 de julio

Ha llegado la respuesta del Emperador. En ella dice que si soy de esa nación de poloneses que tiene tratados con la Puerta, debo ser conducido a Salé con una escolta de cincuenta caballos, pero que si soy de alguna nación aliada con los moscovitas debo ser embarcado y devuelto al lugar de donde he venido.

Esto me viene de perlas si se exceptúa lo de los cincuenta caballos de escolta que harán que me arruine y contra los que he querido protestar, pero no hay remedio. Cuando aquí se recibe una carta del Emperador se atiene uno a ella. El portador de las órdenes de Su Majestad es un genovés llamado Francesco Ciapi que es como su Ministro de Asuntos Extranjeros. Está encargado de conducirme en etapas cortas para que no me fatigue y siguiendo la orilla del mar para gozar del beneficio de las brisas refrescantes, pues no hay comparación alguna entre el clima de la costa y el del interior.

El mismo día

Disponía yo de una letra de cambio considerable sobre un mercader moro llamado Sidi-Mohammed-El-Birouni. Éste me ofreció letras para Fez o Mequinez, pero contesté que prefería el dinero contante y me envió al punto a su cambista judío, quien me pagó el importe. La suma ascendía aproximadamente a dos mil piastras corrientes.

17 de julio

He recibido la visita de un Talbe llamado Boufares. Había pertenecido a la Embajada de Viena y me traía su diario, del cual había oído hablar, y que yo le había pedido. Boufares había quedado sorprendido de los anchos caminos, del orden, que reinaba en el país. Juzgaba que María Teresa había sido muy querida en su país porque veía su retrato en todas las postas.

Llegado a Viena (dice el diario), un joven vestido de uniforme vino para invitar al Embajador a un baile y éste no supo muy bien si correspondía a su dignidad aceptar, pero habiéndose decidido, quedaron tan sorprendidos de la magnificencia que encontraron, que el lenguaje (dice el diario) no tiene palabras para expresarlo. No me ha costado mucho reconocer que se trataba éste de un baile dado por el Príncipe Louis Lichtenstein, en el que los marroquíes habían aparecido en público por primera vez y en la cual yo me encontraba también. Añadía el diario que ese joven príncipe vestido de uniforme pertenecía a una familia tan antigua que estaba ya revestida de grandes dignidades en tiempos de Solimán, hijo de David, es decir, en tiempos de Salomón. Porque los más cultos de entre los musulmanes no tienen ningún conocimiento de la cronología en lo que se refiere a los siglos anteriores a la Hégira. Después hacía mención el diario de otro Príncipe muy entregado a los placeres que poseía una casa admirable en las afueras y que hacía representar comedias. El diario añadía que las damas jóvenes de Viena eran muy bonitas, pero que tenían el talle tan fino que parecía imposible que pudieran comer.

19 de julio

El Caíd de Tetuán había sido encargado por el Emperador de que levantara en la costa, a medio camino de Ceuta, un fuerte de tres cañones. En seguida fue a instalarse en aquel lugar, no dio descanso a los obreros y al cabo de ocho días, el fuerte alzaba ya la bandera. Le causaba mucha satisfacción el que yo pudiera ver aquel milagro de su actividad y aquella mañana me envió unas mulas junto a una invitación muy apremiante para que me reuniera con él.

Encontré efectivamente un pequeño fuerte hecho con buena albañilería levantado en una paraje en el que ocho días antes no había nada en absoluto. El Caíd, siempre muy llano en sus maneras, iba vestido como uno de los albañiles. Me hizo entrar en su tienda y me colocó en lugar preferente al tiempo que me decía que tenía derecho a caminar sobre su cabeza y a poner el pie sobre su rostro puesto que iba a ver el del Sultán. El lector avisado del despotismo de Marruecos reconocerá, quizás, en estas expresiones, el lenguaje de los esclavos de Asia, pero estarán equivocados; estos términos son de afecto o de demostración de afecto. La popularidad es una moneda falsa que tiene mucho curso aquí. A los Cortesanos no se les conoce aquí por otro nombre que el de los amigos del Sultán. Sa Heb-Sultán. Los clientes de un Caíd, usan también el título de sus amigos. El despotismo afecta aquí a la libertad en una infinidad de puntos como ocurre en todas las situaciones extremas. Cien mil jerifes tienen idéntico derecho. La opinión del ejército pesa mucho, pero la voz popular aún más. Desde su infancia, designaba aquella a Muley Jessid. Un Morabito predijo que un Jessid debería reinar. Éste poseía un hermoso rostro, ejecutaba los ejercicios a la perfección y no poseía nada suyo ya que lo daba todo a sus amigos, lo que, de todas las formas de popularidad, es la más acertada con la avidez mauritana. Y fue así como Muley Jessid subió al trono sin ninguna oposición. Y es cierto que su hermano Muley Selama, al que conocí en otro tiempo en El Cairo, es bastante mal sujeto, pero hay otro hermano, retirado en el sur, de quien se dice que tiene méritos y que hubiera dispuesto de partidarios de no ser porque la opinión pública designó a Muley Jessid con tanta precisión, que todo el pueblo y todo el Imperio le miraban como Sucesor y esto a pesar de que había sido desheredado por su padre y a que le había hecho excomulgar en todas las mezquitas.

Sin embargo, toda esta popularidad y la opinión pública, no impiden que el Emperador haga venir a alguno de sus pretendidos amigos para matarlo de su propia mano, de un lanzazo y sin ningún proceso previo. E incluso personas que conocen bien el país, me han asegurado que debe hacerlo así por razones locales que no pasaré a explicar porque no estoy plenamente convencido de su fuerza y de su justificación.

Regreso a la tienda de mi Caíd. Comimos a las mil maravillas y después subimos al fuerte. El Caíd hizo ondear el pabellón y lo saludó con dos cañonazos; a continuación se gritó el Cielo proteja a nuestro Sultán y después se hizo la oración Fatiha.

En esto llegó un viejo sacerdote de las montañas para quejarse de un hombre que le había robado dos vacas. Se le hizo justicia, lo que proporcionó tanto placer a aquel hombre que parecía querer ahogar al Caíd a fuerza de abrazarle. Yo le hice el cumplido de decirle que todo aquello me parecía bien y que había dicho la verdad en nuestra primera entrevista con respecto a la igualdad entre los hombres que reina aquí tanto como en cualquier otro país.

Llegaron después unos cazadores trayendo un número inmenso de conejos. Colocan redes en la salida de sus madrigueras y los cazan a continuación introduciendo un animal parecido al turón.

El Caíd quería que pasase la noche con él, pero me excusé y emprendí el camino hacia la ciudad. Este recorrido es el primero que he hecho por el país y he tenido ocasión de observar cuánto se parece a Andalucía. La fisonomía es la misma y los tres reinos son homogéneos. Es decir, si el África empieza en el estrecho según la geografía, para el naturalista lo hace al otro lado del Atlas. Lo que da mucho en qué pensar acerca de la antigüedad del estrecho. Y si el estrecho es moderno, proporciona un buen argumento a los que aseguran que la Atlántida se hundió con él.

20 de julio en Tetuán

Ha llegado un Caíd con órdenes del Emperador según las cuales debo unirme con mi escolta al Embajador de Suecia y pienso que podré partir hacia Tánger hoy mismo.

El mismo día

La partida ha sido larga y tumultuosa y no hemos estado listos hasta muy tarde, aunque a pesar de ello hemos decidido hacer una legua para estar ya en camino.

Nos dirigimos a la casa del Caíd, que se encuentra en Meschouar. Esta plaza se encuentra ocupada por un cuerpo de ejército de tres mil hombres. Las tiendas se encontraban en tal desorden que al principio tomé el campamento por una feria. Encontré a su Comandante en casa del Caíd. Es un negro viejo que tiene entre el ejército y la población una enorme consideración. En este lugar es donde se esperaba la escolta. El Caíd se despidió de mí con muestras de auténtica amabilidad, en las cuales creo enteramente en la medida en que yo mismo tengo por él la misma inclinación. También me consta que con frecuencia se ha manifestado a mi favor de modo generoso.

Dejamos la ciudad e hicimos una legua por un valle muy fértil, viendo a derecha e izquierda varias poblaciones con las casas bien revocadas y numerosas viviendas aisladas. Al fin llegamos a orillas del torrente Bousfiah, que aparentemente es el mismo que Homán llama Bousherah. Algunas veces se encuentra impracticable, pero en verano no hay más que un poco de agua estancada en el que viven infinidad de tortugas.

Las tiendas del señor Ciapi estaban ya instaladas en la orilla opuesta y admiré el orden de su séquito de campo. Vivir en tiendas es aquí tan corriente que desaparecen casi por completo los inconvenientes; del mismo modo que en Italia todo está calculado para resguardarse del calor, en Rusia del frío y en Egipto de los mosquitos.

Mis tiendas estuvieron instaladas en seguida junto a las del señor Ciapi. Los soldados ataron los caballos formando círculo alrededor nuestro y así quedó formado el campamento donde sólo quedaba por hacer que dormirse bajo el canto monótono de las ranas de Bousfiah.

21 de julio a la sombra de un darder

Recoger el equipaje fue cosa de menos de diez minutos. Avanzamos una legua por un valle bastante cultivado en el que se veían a lo lejos dos pueblos y diversas casas. Noté junto al camino montones de piedras que son obra de los devotos musulmanes. Indican que en ese lugar se encuentra la tumba de un Santo y cada uno que dirige una oración añade una piedra al montón.

El pequeño valle se estrechó hasta casi unirse en el lecho pedregoso de un torrente cuyas orillas estaban sombreadas por una soberbia especie de belladona en flor de color de rosa.

Entramos en una región más salvaje, plantada de palmitas, de encinas y avellanos. A continuación, se asciende una montaña para entrar en una región llana y cultivada. Si no se vieran continuamente caravanas de camellos creería encontrarse uno en Andalucía. Y el darder bajo cuya sombra hemos tendido nuestra alfombra, a pesar de que tenga un nombre exótico no lo es tanto por su aspecto, ya que se parece mucho a un olivo.

Hemos hecho ya cuatro leguas. Nos hemos detenido para dar de beber a los caballos y dejar que el grupo que lleva nuestro equipaje pueda alcanzamos.

El mismo día a la sombra de una higuera

Cuando fecho mis notas al pie de tal o cual árbol, indico el lugar en el que me encuentro con tanta precisión como si, en Europa, diera la dirección de mi hospedaje, porque los árboles son tan raros aquí que cada uno de ellos supone un albergue conocido.

La región es llana, pedregosa y bastante cultivada. Los hombres y las mujeres están instalados en campamentos, ocupados en recoger trigo y en triturarlo con las pezuñas de los caballos. Sus viviendas son tiendas de lana negra, colocadas a una cierta distancia del camino para evitar las demasiado frecuentes visitas de los viajeros que, siendo en su mayoría gente del Rey, se convierten en huéspedes enojosos. El calor es asfixiante y produce una sed tan inextinguible como la de Tántalo.

El mismo día en Tánger

Antes de llegar a esta ciudad, se encuentra, a cosa de hora y media de camino, la población de Zgoa que está edificada con cañas y dispone de jardines allí donde uno no creería encontrar más que chumberas. Existen también algunos jardines en los alrededores de Tánger, pero los accesos de la ciudad son muy arenosos.

El Caíd ha enviado que salgan a mi encuentro y he sido conducido a la casa de España desde donde tengo una vista del estrecho desde lo alto y que es de un efecto admirable. El Caíd me ha pedido también una lista de las provisiones que necesitaré para alimentarme yo y mis hombres, ya que se me concede el rango de huésped del Sultán.

22 de julio en Tánger

He ido a hacer mi visita al Caíd. Su casa pasaría en cualquier país por un palacio. Es una mezcla de órdenes compuestos y arquitectura morisca, de una ejecución casi tan bella como pueda serlo la Alhambra de Granada, aunque menos rica de ornamentación y ofreciendo más descanso a la mirada. Una sola cosa afea este edificio, lo mismo que todas las casas de los moros, se trata de un nuevo revoque que añaden cada año y que aplican sin ningún cuidado, invadiendo los mosaicos y las carpinterías, restándole así toda regularidad.

El Caíd, Sidi Taher Finnisch, es un hombre de maneras agradables, con una hermosa barba blanca y rostro muy noble que conoce bastante bien Europa, donde ha estado en calidad de Embajador. Este país es singular por sus contrastes; en determinadas cosas ofrece una civilización muy avanzada y en otras, una ferocidad digna de los siglos de Boco y Escipión.

De casa del Caíd fui a casa de Mohammed Zuin, a quien el Emperador había enviado al encuentro del Embajador de Suecia. Las órdenes de este introductor son asimismo las de conducirme a la Corte, si es que soy de una nación aliada a la Puerta. Mohammed Zuin es también un hombre agradable, pero su rostro es muy africano. Sin embargo el nombre Zuin quiere decir bonito y le fue dado por el fallecido Emperador, quien daba parecidos motes a todos los que se llamaban Mohammed, por que aquí es costumbre añadir siempre el título de Sidi al nombre del profeta y como este título era el único que tomó, no le gustaba darlo a uno de sus súbditos.

23 de julio en Tánger

El balcón en donde estoy escribiendo, estaba adornado no hace mucho con tres cabezas pertenecientes a los principales personajes de la ciudad, así como con la mano de Ben-El-Arby-Effendy, el primer Ministro del fallecido Emperador. He tratado de averiguar las circunstancias de esas desavenencias con España, pero aquí cuando se intentan recoger noticias no se alcanza a recoger más que las llamas de la crítica y hay que disponer de mucho tiempo para poder ver un poco claro y aún así se corre el peligro de escribir muchos errores.

El mismo día

He pasado junto a las capillas de los Jessavis, o comedores de serpientes; estaban cantando letanías cuya música se parecía bastante a la de nuestras iglesias.

El mismo día

He vuelto a pasar cerca de los Jessavis; su música se había hecho muy danzante. Les estuve observando a través de un orificio de la muralla. Eran cinco y estaban abrazados y saltaban al compás, con una elasticidad extraordinaria.

24 de julio en Tánger

He recibido una carta M. Mure que, en ausencia de Monsieur Rocher, se encarga del Consulado de Francia en Salé. Había conocido a este amable joven en casa de su hermano en Alejandría. Éste me había recibido encontrándome muy enfermo y llevando conmigo a otros cuatro enfermos de las fiebres, que habíamos contraído en Anatolia. Un número tan elevado de personas que cuidar no asustó a mis anfitriones y en mi casa paterna no me hubieran tenido cuidados más continuados y afectuosos. Me congratulo en publicar estas virtudes hospitalarias, único tributo de agradecimiento que puedo ofrecer a esta familia. El recuerdo de las molestias que les causé no aparece en absoluto en la carta que acabo de recibir; lejos de eso, respira una cordialidad conmovedora que la incluiría seguramente aquí si los términos que utiliza no fueran demasiado elogiosos para conmigo. Filántropos europeos que ponéis tanta humanidad en vuestros libros, ¿existen muchos entre vosotros que recibirían en su casa a cinco extranjeros enfermos y que lo pudieran recordar con placer? ¡A cinco extranjeros enfermos!, y pensad en la multitud de ideas espantosas que estas pocas palabras despiertan en la imaginación de un egoísta.

24 de julio en Soini

He salido de Tánger hacia las seis de la tarde y junto con mi escolta hemos ido a reunimos con el Embajador de Suecia, que tenía su campamento ya instalado junto a una pequeña aldea llamada Soini. Tan solo faltaba nuestro Introductor de Embajadores, Sidi Mohammed Zuin y su segundo, Francesco Ciapi.

Las telas de mi mosquitero me proporcionaron un curso completo de entomología, porque la luz, que se encontraba en el interior, atrajo una multitud de insectos diferentes, especialmente falenas de especies muy variadas, hormigas voladoras y cerambicinos, sin contar los coleópteros que reptaban por la alfombra y los saltamontes que se lanzaban por el aire de un extremo al otro de mi tienda.

25 de julio

Hemos hecho seis leguas por una región muy cultivada llena de poblados y aduares, teniendo a nuestra izquierda las montañas en la lejanía y a la derecha, vistas sobre el océano. Pasamos las horas de calor del día en un aduar cuyas tiendas irregularmente situadas entre roquedales, higueras y nopales ofrecían un aspecto especialmente pintoresco. Pero es imposible ponerse a dibujar a causa del calor que hace, además de que no está permitido usar parasoles, que aquí son uno de los atributos de la soberanía.

Hacia el atardecer hemos escalado una montaña cubierta de matorrales y de pequeños árboles torcidos. Al descender hemos divisado nuestro campamento instalado junto a un aduar de más de treinta tiendas. Es el más considerable de los que hemos visto hasta el presente.

La península, desde Tánger y Tetuán hasta Alcazar está singularmente poblada y cultivada, pero de ello no debe inferirse nada con respecto al interior, a pesar de que sin embargo no está sin cultivar y se recoge mucho trigo en los buenos años.

El Imperio puede ser considerado geográficamente como un tejido con diferentes ramificaciones del Atlas y estas asperezas del terreno constituyen el mayor obstáculo para la civilización, ofreciendo sus refugios un asilo para la indisciplina con una impunidad segura. La única llanura importante se encuentra entre Salé, Marrakech y Mogador.

26 de julio

Estamos acampados en la vertiente de una ladera. Las tiendas de los árabes se extienden a nuestros pies, en el pequeño valle que ocupan sus rebaños. Las tareas del campo ocupan a los pueblos nómadas y el sol, al iluminar el paisaje, nos ofrece el espectáculo de un amanecer de los albores del mundo.

Mientras se procedía a cargar las mulas, fuimos a visitar al aduar. Encontré a estos árabes occidentales mucho menos acomodados que a los beduinos de oriente y a sus mujeres infinitamente menos atractivas; además, estas se embadurnan con alheña, que tiñe su ropa de amarillo y les da un aspecto repulsivo.

La región a la que hemos viajado hoy está menos cultivada que la que recorrimos ayer. Hemos hecho cinco leguas hasta llegar a Dgmouah-Sahel. Es una meseta circular de unas seiscientas toesas de diámetro, rodeada de un anfiteatro de colinas cubiertas de matorrales. En el centro se encuentran algunos refugios de juncos en los que los habitantes de la zona se reúnen todas las semanas para organizar un mercado.

Las mujeres de Mohammed Zuin acampan a dos pasos de mi tienda. Salen siempre una hora antes que nosotros y no se detienen más que en el lugar de la acampada y tampoco tienen ninguna luz en sus tiendas.

El calor ha sido de ciento nueve grados y medio.

27 de julio en Larache

Hemos entrado en una región montañosa, arbolada y también bastante poblada. Los naturales viven en cabañas de piedra cubiertas de cañas y sus poblaciones tienen un aspecto muy europeo. Las mujeres parecen cuidarse infinitamente de no dejarse ver por extranjeros y en esto no se parecen en nada a las mujeres de los aduares. Tampoco tienen las mismas costumbres. El dialecto de estos montañeses no es el de las ciudades ni tampoco el de los nómadas y todas estas consideraciones me llevan a creer que deben ser situados entre los pueblos que he denominado bereber o bareber.

Al dejar los bosques se tiene el océano ante los pies. A la izquierda un hermoso valle por el que corre el río de Larache y justo enfrente, la ciudad, que desde lejos tiene muy buen aspecto, lo que es común a todas las ciudades de la Barbaria. Ésta es la sede principal de la marina Imperial. Las fuerzas que son estancionarias consisten en cinco corbetas, dos jabeques y dos galeotas. Los almacenes parecen muy protegidos y otro tanto puede decirse de una parte de las fortificaciones.

El Embajador fue saludado por la artillería de los fuertes y de los bajeles y el Caíd le esperaba en la orilla, a la cabeza de cuatrocientos soldados blancos y seiscientos negros. Este Caíd es un negro viejo, de estatura gigantesca, con la barba blanca y los ojos enrojecidos, muy achacoso y que se hacía sostener por dos negros tan feos como él mismo. Iba revestido con un ganze o albornoz blanco bordado de carmesí. Su aspecto traía a mi imaginación esos genios rebeldes de Salomón que aparecen en Las Mil y Una Noches actuando de forma tiránica y que se sirven tan mal de su poder. Éste, sin embargo, ha recibido al Embajador muy bien y a mí particularmente me ha demostrado mucha delicadeza.

Toda la jomada se ha empleado en que nuestro equipo cruzara el agua. Nuestro campamento se encuentra tan solo a un disparo de fusil de la ciudad, en la orilla a cuyos pies viene a romper el océano sus olas rugientes y al otro lado, hay jardines, de modo que la situación es tal que uno pasaría muy gustoso más de un día.

Larache es la antigua Ellerais, donde algunos clásicos han situado el jardín de las Hespérides. Pero me parece haber leído en Diodoro de Sicilia que este jardín se encontraba en Libia y estoy inclinado a ser de su opinión porque recuerdo haber comido en Trípoli unas naranjas que me parecieron aún mejores que las de Malta.

No quiero dejar de contar una anécdota interesante. El Embajador, entre otras visitas, recibió la de las Jarifes, que son magistrados hembras, encargados de la conducta de las mujeres. Esta Corte de la Reina Berta estaba compuesta por tres viejas mulatas que tenían el rostro tatuado con rayas y flores. Parecían tener un humor alegre y sencillo.

28 de julio en Maschrah-Al-Hadar 6 leguas

Hoy hemos viajado por unas llanuras sin cultivar, cubierto por unas gramíneas raras y ya secas y por altos tallos de hinojo igualmente reseco. Sin embargo, la parte del desierto privada del frescor vegetativo no ha recibido menos huella por parte de la naturaleza del alma y de la vida: cada paso de caballo levanta a cientos de un insecto acridomorfo que vive junto a los saltamontes pero que se desplaza colgado de las alas de mariposa y prolonga así el alcance del salto que debe a sus corvejones elásticos. Los tallos de los hinojos están situados a siete u ocho pies entre sí, lo que les da el aspecto de ser una plantación. Están habitados por una cigarra icneumona que tiene más de tres pulgadas de longitud. En ocasiones se ve también a uno o dos caracoles que han reptado hasta el extremo, pero estos testáceos parecen disfrutar sobre todo con una especie de acebo que aparece totalmente cubierto pareciendo entonces esta planta una de esas figuritas de conchas que pueden verse en los gabinetes de los curiosos.

Así organizada la materia, privada de moldes vegetativos, parece lanzarse con mayor abundancia en moldes animales. Aún no he nombrado aquí más que las especies de insectos que sorprenden por su inmenso número, pero existen una infinidad de otras especies y he tenido ocasión de conocerlas casi todas, porque el mérito del Embajador, aficionado naturalista, las caza con una pinza protegida con red y seguidamente les atraviesa el abdomen con un alfiler y los prende de su sombrero, donde los veo debatirse durante largo tiempo. Desgraciadamente para estos animales, cualquier otro género de muerte perjudicaría a sus delicados miembros y su destino es expiar con el suplicio del empalamiento, el honor de honrar un día con sus despojos los gabinetes de Upsal o de Dronnhinholm.

Los insectos de este desierto son infinitamente más grandes que sus similares europeos, pero no tengo noticia de que sean venenosos a excepción de los escorpiones que se ocultan bajo las piedras, y la caza de un naturalista es muy mala si al levantar una docena no encuentra a algún individuo de esta especie, muy temido por los naturales del país. Este peligroso crustáceo parece encontrarse aquí en su clima natural. No tiene en absoluto el aspecto adormilado de los escorpiones negros que pude ver en Italia, sino que por el contrario todos sus movimientos son de una vivacidad sorprendente.

Estamos acampados a poca distancia de un lago de agua salada que comunica o no comunica con el mar según le place a un morabito enterrado en las proximidades. Ésta es toda la luz que he podido procurarme acerca de este fenómeno jerofísico.

Alrededor nuestro hay muchas tiendas árabes, pero su aspecto no es el mismo que el de los aduares que habíamos visto hasta ahora, porque los vientos a los que nada puede parar en estas llanuras, obligan a los habitantes a rodear cada tienda de un alto armazón de juncos. Cultivan poco la tierra y llevan una vida puramente de pastoreo.

El Caíd Gilali, que gobierna toda esta provincia con el título de Bajá, ha enviado parabienes al Embajador y un regalo considerable, consistente en caballos, bueyes, camellos, gallinas, frutos, etc. Mohammed Zuin me ha asignado una parte importante, tal y como acostumbra a hacer siempre y según la costumbre establecida yo también le he dado parte al jefe de mi escolta.

29 de julio en Rasdora

Entramos en una región aún más árida que la que recorrimos la víspera. Después de haber avanzado durante un par de horas, percibimos en la llanura un grupo de caballería. Se trataba del Bajá Gilali en persona. Comunicó al Embajador que, encontrándose alejado del mar, no había sido informado de su llegada hasta muy tarde y que si lo hubiera sabido antes habría acudido con más ejército, lo cual le hubiera sido fácil porque gobierna una región muy extensa.

Después de este cumplido, el Bajá se puso a nuestro lado para marchar con nosotros y su ejército se colocó a nuestra izquierda y nos costearon corriendo la pólvora, es decir haciendo el ejercicio que ya he descrito anteriormente, pero haciéndolo mucho mejor porque este grupo está formado por verdaderos soldados, mientras que los de Tetuán tan solo eran milicias provinciales.

Tras media hora de estos combates simulados, el Bajá se puso él mismo al frente de su tropa y dirigió una carga bastante bien llevada. Nuestro conductor Zuin hizo seguidamente otro tanto y después de haberse despedido, se fue cada uno por su lado.

El Bajá llevaba consigo a tres de sus hijos. Los dos más jóvenes no tenían más de siete u ocho años. Dos negros los sostenían encima del arzón de su silla y galopaban de ese modo entre los soldados. He observado también que los negros tienen un especial gusto en exponer la cabeza desnuda y rasurada al sol. Seguramente no existen cabezas en Europa capaces de resistir una prueba semejante.

Muy poco después llegamos a la orilla de un lago cenagoso formado con aluviones del río Sebou. Se veían diversas islas y algunas lo suficientemente elevadas como para poder ser habitadas, mientras que las demás estaban inundadas en la época de las fuentes. Los insulares, al ver que descendíamos la colina, se lanzaron a sus canoas para venir a nuestro encuentro y traemos pescado del que ellos obtienen en abundancia. Las canoas están hechas con haces de juncos, pero muy bien trabajados hasta darles la forma de barca. Estas embarcaciones tienen un aspecto muy rústico, lo mismo que quienes las utilizan.

Un poco más lejos vimos una capilla de cañas y una caverna de la que un hombre parecía guardar la entrada. Este hombre nos dijo, efectivamente, que la caverna era obra de un Santo y que no estaba permitido en modo alguno entrar en ella. Pero el naturalista y otro sueco, habiendo insistido en su deseo de ver el interior consiguieron que éste no se opusiera y hasta dijo riendo que en su religión estaba permitido a los locos hacer todo cuanto querían. Hay muchas capillas en los alrededores del lago, que están también muy pobladas y más que en ninguna otra parte de las regiones que he atravesado.

Encontramos a dos Capitanes de fragata del Emperador que se dirigen a Tánger, probablemente para apresurar los preparativos de la guerra con la que se amenaza a España. Nos dijeron que Su Majestad estaba en Darbeyda, en el centro de la provincia de Temsena y que había ido a castigar a sus habitantes a causa de cierta mala voluntad en el pago de los impuestos. Es muy posible que nos veamos obligados a ir hasta ese lugar.

He encontrado también a un Santo que viajaba sobre un asno y uno de mis guardias se precipitó de su caballo y fue a besarle devotamente las manos, mientras que los demás, lejos de imitarle, se burlaban abiertamente.

30 de julio en Mamora

Atravesamos un terreno tan recubierto de caracoles que parece como si hubiera nevado y los restos de sus caparazones formaran parte integrante del suelo. Estos animales se suben durante el día a las plantas e incluso al extremo de las ramas más flexibles. Los pequeños se suben hasta en las gramíneas y por la tarde se bajan y pasan la noche en el suelo y este instinto salva la vida de la mayoría de ellos que, de otro modo, perecerían bajo las patas de los cuadrúpedos. M. Brisson, que nos ha dado una historia de su naufragio en el cabo Poyador, dice que se alimentaba principalmente de caracoles, pero no dice en qué cantidad existen en el país que él atravesó y ningún viajero, que yo sepa, ha revelado la cantidad que existe en esta parte del África Occidental. Sin embargo, me parece que esta importante observación debería ser asumida por los naturalistas y dedicar más atención a las margas y otras tierras conchíferas. Y, por ejemplo, quién podría asegurarme que los cuernos de hanon, de los que no he encontrado individuos vivos, no han sido moluscos terrestres (Creo, sin embargo, un deber, advertir a los críticos de que no ejerzan su rigor sobre mis conclusiones de historia natural, ya que no las escribo más que a vuela pluma y sin concederles mayor importancia).

Más lejos vi una cantidad importante de lagartos. Algunos estaban ocupados en propagar la especie, lo que les absorbía todas sus facultades y les hacía indiferentes al peligro. Esta preocupación extrema es común a todos los cuadrúpedos ovíparos.

El desierto está asimismo surcado enteramente por ese coleóptero admirado por los naturalistas a causa de su habilidad en reducir a gruesas bolas el excremento de los cuadrúpedos y el afán con el que hacen rodar esas esferas, cinco o seis veces más grandes que ellos, para enterrarlas seguidamente en subterráneos construidos con arte infinito. Las huellas que este insecto deja en la arena son muy profundas y el viento no consigue borrarlas con facilidad y ello les sirve, indudablemente, para encontrar el camino de su tesoro al cual regresan una y otra vez hasta habérselo llevado todo. En cada ocasión toma un nuevo camino, de modo que cada excremento un poco considerable adquiere el aspecto de una encrucijada a la que van a dar diferentes carreteras.

Todo lo que se refiere al reino animal tiene en estos desiertos áridos la característica de una fecundidad exuberante y parece como si la naturaleza quisiera resarcirse así del estado de aridez en el que se encuentran los vegetales. Me ha sucedido el pasar por tierras empantanagadas y encostradas que estaban por completo recubiertas de tortugas de tal modo que parecía que la tierra se movía. La mula que yo montaba se asustó hasta tal punto de semejante espectáculo que pareció volverse completamente loca y querer arrojarse en un pantano próximo.

Estando detenidos cerca de un aduar, tuvimos la visita de varios árabes. Uno de ellos llevaba el rostro oculto como si fuera una mujer. Se nos dijo que ello se debía a que acababa de casarse.

En toda la zona que hemos recorrido estos últimos días, los habitantes de los aduares poseen muchos esclavos negros de ambos sexos. Un habitante de las montañas le decía a un judío conocido mío: «Ésta es una negra que me da más placer que dos mujeres, más provecho que cuatro vacas. Yo le hago un hijo cada nueve meses y cuando éste tiene cuatro o cinco años lo llevo a la ciudad y lo vendo a buen precio». Esta feroz especulación es contraria a las leyes del país, pero en todo el Imperio, los montañeses se creen por encima de las leyes. Creo asimismo que el uso de esclavos ha contribuido en buena medida a alterar el carácter de los árabes occidentales y los ha tomado tan diferentes de la probada simplicidad de los árabes de oriente.

Después de seis horas de camino hemos llegado al río Sebou y hemos divisado la ciudad de Mamore, que está situada en la orilla opuesta a una distancia escasa de la desembocadura. El aspecto de esta ciudad no recuerda en absoluto a las que habíamos visto hasta el momento. Se ven pocos muros revocados y pocas terrazas. Las casas tienen el color del suelo de los alrededores y los techos son de caña. Empleamos todo el día en cruzar el río. El Embajador fue recibido con tantos honores como comportaba la escasez de guarnición y de población.

31 de julio en Rabat

Nos hemos apartado poco de las costas del océano y debo decir que no se parecen éstas a ninguna orilla que yo haya visto hasta el presente. Hay que imaginarse una llanura elevada, interrumpida y escarpada como podrían serlo las llanuras de Castilla si se las cortara por su mitad. Entre el mar y la orilla están las dunas formando con el declive unos profundos valles. Todo ello parece hecho expresamente para quienes defienden la idea de que ha habido una tierra atlántica que se hundió y de la que las Islas Canarias serían los restos.

M. Brisson, a quien ya hemos citado, ha escrito su relación en un estilo poético que hace que en muchas ocasiones se vea uno obligado a hacer un esfuerzo para adivinar el significado exacto de sus frases. Sin embargo, tal como escribe en relación a su regreso, quedó de repente muy sorprendido al descubrir el océano a una gran profundidad por debajo de él. He sacado la conclusión de estas expresiones que la orilla debía tener el mismo aspecto hasta el cabo Bejador.

Pero ya que estoy con M. Brisson creo necesario prevenir al lector contra una imputación odiosa que este infortunado viajero hace contra M. Mure, el segundo de los tres hermanos empleados en el Consulado y el primogénito del que me acogió en su casa. Le acusa de haber descuidado las ocasiones de rescatarle de manos de los árabes Ouledbousseba. Pero M. Brisson ignoraba que el Emperador había prohibido a todo el mundo mezclarse en el asunto del rescate, considerándolo como un derecho de regalía del que quería obtener beneficio. Puede excusarse a M. Brisson el hecho de que después de haber padecido desgracias tan extrañas acuse a todo el mundo de los males de su destino. Pero los términos de los que se sirve en relación a M. Mure podían prestarse a equívocos y he creído mi deber rectificarlo en la medida de lo posible.

Después de tres horas de marcha hemos divisado la gran torre de Rabat que, según se dice, fue construida a imitación de la de Sevilla y por el mismo arquitecto. Rabat se encuentra al otro lado del río Buregreb y Salé en éste, pero cada una de las ciudades tiene su gobierno propio. Llamo Buregreb al río que las separa porque es el nombre que le dan los geógrafos, pero éste es poco conocido por los árabes; la costumbre es decir el agua de tal o cual ciudad y cada orilla toma nombres diferentes a lo largo de su curso.

Estoy alojado en casa de M. Mure, que vive a la francesa en medio de la Barabaria. Estos días de comodidad y descanso comprados con otros de incomodidades y fatigas constituyen en la vida de los viajeros un bien indecible e ignorado por los hombres caseros. Porque la fatiga que hemos experimentado en nuestro viaje es mayor de lo que podría explicar. Ciertamente que hacíamos etapas cortas y descansábamos desde el mediodía hasta las tres de la tarde, bien bajo un árbol o al cubierto de las tiendas, pero he comprobado a menudo que partíamos más cansados que al llegar a aquel lugar. El sueño tampoco es reparador cuando se está expuesto a la influencia de los vientos de arena que tienen no sé que capacidad de descomponer nuestra maquinaria. Creo incluso que no sería capaz de soportar su acción continuada, pero el sueño de la noche y el frescor benéfico parecen devolverte a la vida y se levanta uno en condiciones de enfrentar nuevas fatigas. No me refiero aquí a mi propia experiencia sino a las de la caravana entera.

1º de agosto en Rabat

Hago poco elogio de los moros y, sin embargo, me cuento entre los viajeros que los ha tratado con más indulgencia. Pero voy a consignar un nombre digno de hacer olvidar todo cuanto se ha dicho acerca del carácter de esta nación. Sidi Ben-Asser-Pen-El-Ameri fue uno de los cuarenta que gobernaron la República de Salé, antes de que el fallecido Emperador se hiciera con el poder, tuvo treinta años después unas diferencias con su cuñado y éste le citó al tribunal del Soberano. «Te he requerido (le dijo Sidi Mohammed) porque eres uno de los rebeldes que ignoran mi autoridad. Sabía perfectamente que regresarías más pronto o más tarde. Por esta vez me darás diez mil piastras. No te daré nada (le contestó Ben-Asser) porque mis bienes son para mis hijos. Tú estás aquí para juzgarme y no para despojarme. Mi vida está entre las manos de Dios y puede quitármela por medio de las suyas, pero entonces no podrías comparecer ante su tribunal manchado con la sangre de un inocente. Ben-Asser se consumió durante cuatro años entre grilletes y torturas sin querer cambiar de lenguaje. Por último, Sidi Mohammed dispuesto a marchar contra su hijo, le mando llamar y le dijo que se contentaba con mil piastras, pero Ben-Asser permaneció inquebrantable, a pesar de que diversos amigos se habían ofrecido, hacía ya tiempo, a pagar por él. El difunto Emperador no era de naturaleza cruel, pero su amor propio estaba herido e impulsado por este exceso de constancia le hizo cortar los brazos y las piernas. Ambos murieron unos días después; el hombre de bien a consecuencia del suplicio y el tirano, de muerte natural».

El mismo día

Está decidido que el Emperador regresará mañana, dejando la provincia de Temsena más sublevada de lo que estaba. Es muy probable que muchas otras provincias sigan este ejemplo y, en estas circunstancias, un extranjero no puede ni pensar en viajar por el interior del país.

He dicho anteriormente que las noches eran frescas y reconfortantes, pero hay excepciones. Como ahora, por ejemplo, tres horas después de haberse puesto el sol, el termómetro está a 88°, pero el viento del Este es por completo sofocante, independientemente de su calidez, y me he visto obligado a cerrar la ventana para no sentir sus efectos.

Olvidaba decir que he comprado dos medallas del Rey Juba, una que lleva en el reverso un elefante y la otra, instrumentos de sacrificio. El judío que me las ha vendido había encontrado el medio de ajustar el precio para engañarme porque yo no podía imaginar que el África tuviera ya naturales de Padua, sin embargo es bueno que los anticuarios sean sagaces.

2 de agosto en Salé

Han venido a decirme esta mañana que el Embajador de Suecia y yo debíamos ir a ver al Emperador, quien quería ofrecemos el espectáculo de su ejército y a éstos el espectáculo de la tribu de los infieles, porque es así como ellos denominan a los que tienen toda la razón de llamar así y a los presentes que las Potencias Cristianas envían por mediación de sus Embajadores.

Habiendo salido de la ciudad, nos detuvimos en una llanura que se perdía a lo lejos y pronto distinguimos un cuerpo de ejército de seis a ocho mil negros a caballo y a su frente los estandartes y el parasol bordado que anunciaba la presencia del Emperador. La caballería se desplazó y se organizó en forma de media luna. Varios cuerpos abandonaron sucesivamente la alineación y fueron a recibir órdenes del Emperador para reintegrarse nuevamente en sus lugares, según su costumbre de no hacer acampar a todo el ejército en el mismo lugar.

Quedaron tan solo unos dos mil negros y algunos jefes Schilloch a los que se quería mostrarnos especialmente. Entonces nos hicieron aproximar. Mientras el Emperador hablaba con el Embajador de Suecia, tuve oportunidad de observar su rostro. No era posible ver unas facciones más bellas, más nobles y más imponentes. Tan solo me pareció ver en sus ojos la huella de una profunda tristeza, digno precio tal vez de toda la sangre que había derramado. El Emperador lleva la barba larga como los turcos, de los que imita asimismo el vestido. No tenía de árabe más que el albornoz blanco en el que iba envuelto y un Alcorán que portaba en bandolera dentro de un estuche de terciopelo. Se sostenía con descuido sobre su montura y se apoyaba en una lanza guarnecida de diamantes, de los que el más bello le había sido entregado recientemente por la Reina de Portugal.

Tras haberse despedido del Embajador de Suecia, el Emperador se volvió hacia mí y preguntó quién era yo, a pesar de que ya lo sabía previamente. M. Ciapi le dijo que yo era polaco, que viajando por Europa había oído hablar del esplendor de su reino y que había querido que mis ojos fuesen testigos del mismo. «Decidle (dijo el Emperador) que sea bienvenido y que al dejar mis estados podrá decir en Europa que no ignoro las atenciones que hay que tener para con un extranjero». Emprendimos el camino de la ciudad y todos aquellos a quienes encontrábamos nos felicitaban por la acogida que nos habían dispensado.

3 de agosto en Salé

Varias caravanas han sido saqueadas y mientras aumenta el desorden en los campos, el descontento se manifiesta incluso en la propia Corte. La superstición interviene también. El mismo morabito que predijo que un Jessid reinaría, ha añadido que éste no pasaría por el río de Azmora y que si lo cruzaba sería fatal para él. Esta profecía contenida en dos versos árabes está en boca de todo el mundo. Y todavía ha adquirido mayor confianza cuando se ha visto al Emperador aproximarse en dos ocasiones a este río y volver siempre sobre sus pasos, lo que se debe tal vez a que la profecía ha hecho tanta impresión en su ánimo como en la de sus súbditos. O, tal vez, cedía a la indolencia que está en el fondo de su carácter. Pero en cualquier caso ha hecho mal, porque aquí es el rostro del Sultán quien gobierna, lo que constituye incluso una expresión en uso, y un tal árabe combatiría valientemente contra toda la guardia negra, que iría a caer con el rostro en el suelo, con sólo advertir la expresión del Sucesor y Lugarteniente del Profeta.

El mismo día

El Emperador ha dado diversas órdenes que parecen demostrar que quiere declarar la guerra a España. Estos proyectos hostiles, cuando no se tiene tranquilidad en el propio país, son una falta de dialéctica y de política, que han sorprendido a todo el mundo.

4 de agosto en Salé

Se ha propalado el rumor de que el Emperador parte hoy hacia Fez. El descontento aumenta. El Emperador tenía un trato entre los árabes de la tribu Chavoya, habitantes de la provincia de Temsena. Éstos decían de una manera manifiesta en el mercado, que si el Emperador no quería ocuparse de los asuntos de su provincia, por su parte dejarían también de pagarle los diezmos. Y después preguntaban con mucha ingenuidad si un Emperador era absolutamente necesario y si no habría medio de prescindir de él.

El mismo día

Hemos recibido súbitamente la orden de acudir ante el Emperador. Esta audiencia no era más que para damos cita en Larache.

El Emperador parecía determinado a emprender el sitio de Ceuta. Su afición dominante es la artillería y es esa afición la que le ha hecho decidirse. Ha enviado vía Ceuta su ultimátum a la corte de España. Este ultimátum consiste en la opción o de devolver la plaza, o de dar un millón de piastras de tributo, o hacer la guerra.

Como no está nunca permitido comparecer ante el Emperador sin presentes llevé un contenido en seis pañuelos. Pero en la primera audiencia mi presente era de dieciséis pañuelos y su valor de más de doscientos ducados. Consistía en trozos de brocados, damascos, muselinas, paños, lienzos, té y azúcar, sin contar un hermoso sable. Además, la propina para los servidores del Emperador que ascendieron a más de sesenta ducados. Voy a dar una lista que servirá al mismo tiempo para dar a conocer la organización de su casa. Esta cuenta está expresada en una moneda imaginaria, de la que harían falta veinte para hacer una piastra.

Al Caíd del Meschouar o Introductor de la audiencia…, 60

A los Meschouriah o guardianes del Meschouar, 60

A los portaparasoles………………………………………, 30

A los portafusiles…………………………………………., 30

A los guardias de las carrozas………………………….., 40

A los guardias de las literas………………………………, 30

A los portalanzas …………………………………………, 30

Al encargado del té………………………………………., 30

Al encargado de las velas ………………………………., 20

Al jefe de cuadras ……………………………………….., 30

Al portaespuelas …………………………………………, 20

Al portazapatillas …………………………………………, 20

Al portaorinal ………………………………………………, 20

A los camareros …………………………………………., 30

A los portasillas ………………………………………….., 30

A los portacojines ……………………………………….., 30

Al maestro de copas (que van en cámaras portátiles de carpintería) ……, 30

Al cafetero ……………………………………………….., 20

Al portapistolas ………………………………………….., 30

A los guardianes de las tiendas ……………………….., 60

Al portareloj ………………………………………………, 30

Al portaplatos ……………………………………………., 50

Al portapipa ………………………………………………, 10

Al portaaguamanil ……………………………………….., 30

Al portasable …………………………………………….., 50

A los que montan guardia alrededor de la tienda ……., 10

Al portaalfombra …………………………………………, 30

A los porteros interiores y exteriores ……………….…, 40

A los eunucos ……………………………………………, 20

A los portahachas (que cortan también las cabezas) .., 30

Al portainfiemillo …………………………………………, 20

Al portabandera …………………………………………., 30

Al portador de agua …………………………………….., 20

A los portadores del hacha llamada Schakria que sirve para cortar la cabeza sin bajar del caballo, 40

Al escribano del Meschouar ……………………………, 20

Al jefe de cocina …………………………………………, 40

A los que han recogido los presentes …………………, 40

Al Caíd que los ha conducido ………………………….., 20

A los que han trasportado los presentes ………………, 20

El mismo día

El Emperador ha cruzado las aguas en una hermosa embarcación pintada y dorada. Las banderolas están extendidas en la otra orilla justo delante de nuestras ventanas. Están rodeadas de paredes de tela y causan muy buen efecto.

El mismo día

Me han ofrecido como regalo una hermosa piel de león que tiene diez cuartas desde la punta del hocico hasta el principio de la cola. He sabido con este motivo que la opinión general del país es la de que el leopardo provenía del acoplamiento entre el león y la tigresa o pantera con pequeñas manchas oscuras. El nombre de leopardus parece demostrar también que esa era la opinión de los clásicos; verdaderamente, no es nada singular que este error se haya acreditado, porque recuerdo haber visto en una feria a una leona al lado de la hembra de un leopardo y de haber observado que era ciertamente difícil distinguir uno de otra, si hubieran sido del mismo color. Esta considerable conformidad no existe en absoluto con la pantera cuyas formas se asemejan mucho a las del gato y que posee a su vez mucha más ferocidad, mientras que el leopardo se amansa con mucha más facilidad que el león.

Pueden encontrarse leones en un bosque que no dista de aquí más que un par de leguas y que hemos evitado al regresar de Mamora. Apenas causan daños ni a las personas ni a los rebaños porque los jabalíes, protegidos por la sentencia de impureza de que los marca la ley musulmana, hace que se multipliquen considerablemente y ofrezcan al rey de los animales un alimento fácil y abundante.

5 de agosto en Salé

Llegan de todas partes noticias de un desorden total. No sólo las tropas no han sido pagadas, sino que incluso las mujeres de los diferentes serrallos, habiendo agotado ya el recurso de vender sus joyas y sus vestidos, han hecho saber que se verán reducidas a mendigar por las calles. Sin embargo el Emperador, siempre tan despreocupado, acaba de hacer distribuir entre sus amigos cierto dinero que había recibido de los europeos. Los pueblos empiezan a pensar que el uso excesivo que hace de los licores fuertes, le ha trastornado la mente y la idea de la locura junto al poder absoluto, inspira un secreto terror que sería difícil pintar. Cada uno hace proyectos para alejarse, para evitar la presencia del tirano, y el miedo hace parecer mayor el peligro de lo que lo es realmente, porque es cierto que el Emperador está todavía cuerdo, aunque es verdad que se abandona en todos sus movimientos con una presteza espantosa que, por lo demás, ha sido siempre el mayor vicio de los soberanos de Marruecos. Raramente se toman la molestia de escuchar a las dos partes; a la primera acusación, se deciden por cualquier atroz crueldad que contemplan como un acto memorable de justicia. A menudo se arrepienten cuando ya no están a tiempo y les sucede a algunos que, hacia el fin de su reinado, se corrigen un poco. Esta externa precipitación es una verdadera calamidad contra la cual se han buscado todo tipo de remedios. El país está lleno de santos asilos a los que se va a retirarse a la menor sospecha de desgracia, o bien se le presenta revestido de los ropajes de cualquier santo, o bien se le va a degollar un cordero a los pies del Emperador, y esta especie de sacrificio le obliga de algún modo a conceder la gracia de quien lo realiza. En general la presencia del Emperador inspira tal temor, que las felicitaciones que se reciben al salir de una audiencia son como si se hubiera escapado de algún peligro; y el peligro es real para la gente del país, porque todo el mundo puede acusar, es decir perder a su enemigo. Es curioso notar sin embargo que casi nadie se atreve a acusar a un hombre que goce de favor, a menos que se crea que éste pierde en las disposiciones del soberano. Se me preguntará tal vez por qué las personas en desgracia no abandonan el país; a esto respondo que los puertos están muy bien guardados para que puedan hacerlo y no hay ninguna seguridad en la costa.

El mismo día

Las noticias dicen que unas caravanas han sido saqueadas en el camino de Mogodor y en el de Fez y muertos todos los hombres.

6 de agosto en Salé

Se dice en seguida que un gobierno es despótico, aristocrático o democrático. Estas tres palabras han sido hasta el presente muy cómodas para la pereza de los autores y es lástima solamente que no digan absolutamente nada al lector. Porque, por ejemplo, no hay ninguna similitud entre el gobierno de Polonia y el del cantón de Berna, aunque los dos sean aristocráticos. Tampoco la hay entre la democracia de Atenas y la del cantón de Undervald. Me sería más fácil decir simplemente, como se ha hecho hasta ahora, que el gobierno de Marruecos es despótico; pero al expresarme así, creería no haber dado la menor idea acerca de ello. Por ello, he buscado diversos caminos para llevar a mis lectores al borde de ese caos político donde no se verá tal vez nunca a nadie sobrenadar el espíritu de orden y de la constitución, mientras que Túnez y Trípoli disfrutan ya de un despotismo endulzado por las costumbres y por la opinión y que la orgullosa república de Argel impone a los europeos mediante las armas y se hace erigir en África por la rigurosa justicia de su Divan. Pero el Imperio de Marruecos parece ser, por el contrario, un cuerpo político, compuesto de elementos incoherentes, sin afinidad entre ellos, y siempre dispuestos a disolverse. Solicito que se me siga con un poco de atención.

Los árabes son tal vez el pueblo del mundo que tiene más amor por la igualdad y más odio hacia el despotismo. Éste no ha existido jamás entre los árabes nómadas. Y sólo se ha introducido entre los árabes de la ciudad mediante la teocracia, que estaba entonces atemperada por la ley. Los árabes de occidente se parecen en esta cuestión a los árabes orientales. Todas sus Dinastías han comenzado por teocracias. Pero por lo demás, su carácter difiere en todo lo restante y se aproxima al que los clásicos atribuían ya a los habitantes de Mauritania. Son pérfidos, inconstantes, coléricos, indisciplinables y de tal modo ávidos de botín que ninguna consideración puede detenerlos cuando entrevén una ocasión de lanzarse al saqueo. Un instante después de que el fallecido Emperador hubiera cerrado los ojos, su campamento fue atacado y saqueado por una tribu pequeña de los alrededores y que sin embargo debía tener en cuenta que sería castigada por su sucesor en su momento, como así fue efectivamente, siendo muertos a centenares.

Los habitantes del Atlas tienen poco más o menos el mismo carácter, pero son aún mucho más agresivos y más esclavos de sus primeras reacciones. Sin sus guerras intestinas y su carácter indisciplinado, no sólo serían independientes, sino incluso habrían llegado a conquistar todo el país.

Los habitantes del Atlas, igual que los árabes, tienden a una forma de gobierno patriarcal, es decir, en la que cada familia es gobernada por su jefe. Para ellos, obedecer a un soberano es una cosa violenta y forzada.

Los habitantes de Fez que han conservado las maneras y las artes de las antiguas Dinastías que allí residían, al igual que los habitantes de las ciudades marítimas que, en su mayoría, son descendientes de los moros civilizados de España, odian a los salvajes de la Corte. Tienen a un gobierno municipal y recuerdan haber visto cómo prosperaba Salé bajo un gobierno republicano. Tetuán ha disfrutado asimismo de las mismas ventajas bajo los reinos tempestuosos de Mohammed Deby y de Abdallah y aquellos tiempos aún no han desaparecido de la memoria.

Los negros, reducidos en la actualidad a unos doce mil, son una guardia pretoriana que pretende controlar el Imperio, pero que además es el verdadero soporte del despotismo. Se puede colocar todavía en la misma línea a los Ludaya y a algunas otras tribus asalariadas.

Llegó finalmente el déspota que reuniendo en su persona el título de Sultán, el de Califa y la ventaja de ser descendiente del profeta, gozó de extraordinaria capacidad de poder. Sin embargo no era en absoluto uno de aquellos déspotas invisibles de Asia, a semejanza de los que nos pintan los antiguos relatos referidos al Rey de Siam o al Zamorín de Calcuta. Si el Emperador de Marruecos se hiciera invisible durante seis días, probablemente dejaría de reinar al séptimo. Sus súbditos se limitan a exigirle que dedique una hora a las tareas de su Imperio y es preciso que ello se realice en público. Todos los días, el Emperador cumple su Meschouar o Audiencia y para ello se coloca a caballo en medio de una gran plaza.

A un lado se encuentra el estandarte de Sidi-Belabes-Ceutí, bajo el cual se reúnen todos los hombres del pueblo que tienen alguna queja que hacer contra las gentes del lugar. Del otro lado están los mensajeros que acaban de traer cartas de los Gobernadores de Provincias y también los Caíds menores que trabajan directamente con el Emperador. Éste responde inmediatamente a las cartas y después procede a quemarlas porque no le gusta archivar nada y éste es, desde luego, su menor defecto. De ahí viene asimismo la parte de inconsecuencia que se le reprocha, porque si se conduce así cada día ateniéndose a principios diferentes, con frecuencia se debe al hecho de que no recuerda lo que sucedió el día anterior.

El Emperador tiene derecho sobre la vida y la muerte de todas las personas que están a su servicio. Con frecuencia ejecuta por sí mismo las sentencias y mata a los acusados de un lanzazo, con el sable o con un disparo de fusil. Pero no existen casi ejemplos de que se haya conducido así con un simple ciudadano. Cuando el Emperador quiere deshacerse de alguien o sacar dinero le basta con entablar un proceso con otro ciudadano y hacerlo citar a su tribunal. Sucede lo mismo con los árabes, con la diferencia que se envía a negros contra ellos que saquean toda la tribu, pero siempre con la necesidad de un pretexto. Sin embargo, si el Emperador quiere prescindir del pretexto es muy seguro que lo consiga, porque están sus amigos, es decir, los satélites que secundan ciegamente sus órdenes. La vía de las representaciones es inusual. A todo cuanto él dice se responde siempre Nam a Sidi, perfectamente, Señor. Los europeos están asimismo obligados a respetar esta etiqueta y los que se han permitido llevar la contraria, han encontrado motivos para arrepentirse.

Tal es el sistema mal ponderado, pues, por el que todos los cuerpos dotados de mayor fuerza centrífuga tienden siempre a superar el de la gravitación. Sin embargo, los poderes del Emperador son tales que bastan para asegurar una especie de unidad y de armonía. Pero este Emperador es siempre en sí mismo un africano, es decir, que es, hasta el exceso, ávido, inconsecuente, cruel y violento. Sus súbditos, como pago de su sumisión, no tendrán nunca ese descanso que consuela a los pueblos esclavos: estarán siempre expuestos a injusticias y nuevos caprichos.

La Dinastía reinante de los Jerifes empezó en la época en que los portugueses amenazaban con invadir todo occidente y expulsar a los indolentes y voluptuosos Soberanos de Fez. Mohammed primer Dinasta reunía el valor, el talento y la ventaja de pertenecer a la familia del Profeta. Sin embargo, se vio obligado a tener una guardia turca, que terminó por asesinarle.

Muley Ismael reinó con sus esclavos negros que se elevaban a un número de cien mil. Desarmó a todos los árabes y se hizo construir una infinidad de castillos en el Atlas.

Los negros dispusieron del Imperio hasta el reinado del fallecido Emperador Sidi Mohammed quien intentó debilitarlos. Los dispersó, desarmó en buena parte y tuvo árabes a su servicio. Además abrió las puertas de Darbeyda, Feydala, Mazaguan, Mogodor, etc.

Los árabes vendieron el trigo acumulado en sus matamoros y compraron armas y caballos. La menor de sus tribus estuvo en condiciones de oponer sus fuerzas al Emperador, quien a causa del encarecimiento de los víveres no podía aprovisionarse como ellos y a partir de ahí toda unidad quedó rota.

Pero Sidi Mohammed tenía un talento prodigioso para gobernar a su pueblo. Se aprovechó de sus rivalidades, de sus divisiones, despojó a los ricos y les procuró el medio de enriquecerse de nuevo y se atuvo a la máxima de uno de sus antepasados, según el cual: «si tienes ratas en un canasto no dejes de moverlas o acabarán haciendo un agujero».

Sidi Mohammed se impuso asimismo por la severidad de sus costumbres, su amor por la religión, el conocimiento que poseía de la ley, de la historia, de la astronomía y de la navegación. En todo fue un hombre de genio y sobre todo en lo que se refiere a los detalles. Pero era africano, es decir, inconsecuente, ávido y violento, con la diferencia que no se quedaba el provecho de sus expoliaciones sino que lo enviaba a los Jerifes de la Meca y de Medina, a las mezquitas de El Cairo y de Constantinopla o lo empleaba en comprar esclavos en Malta, en Génova o en Lisboa. Su pasión dominante era hacerse un nombre en el Oriente y no era indiferente a la reputación que creía tener en Europa. A menudo hacía insertar artículos en los periódicos que siempre se hacía leer. Hablaba a todos los europeos de Dantzig, sorprendiéndose de que esta ciudad no quisiese pertenecer al Rey de Prusia, por el que demostraba mucha estima. Sin embargo, la extrema avidez de este Príncipe cansó a los súbditos. Su forma inquieta de gobernar que tantos éxitos le había proporcionado en su juventud, se convirtió en un desatino en la vejez y degeneró en puras machaconerías. Se había sobrevivido y hubiera sido con toda seguridad destronado si su muerte no hubiera prevenido la revolución. Pero ésta fue la señal de mil desórdenes producidos por esa instancia de indisciplina que, durante tanto tiempo reprimida, no podía dejar de surgir.

Muley Jessid encontró el trono socavado, pero subió a él sin contrincantes, lo que constituía una ventaja inmensa. Queda por saber si sabrá aprovecharlo o si su conducta no obligará a los súbditos a inclinarse finalmente hacia alguno de sus hermanos.

El mismo día

El Emperador ha partido esta mañana y ha ordenado que nosotros hiciésemos lo mismo tres días después que él.

7 de agosto en Rabat

Lo que escribí ayer es el resultado de un estudio detenido de la historia de los jerifes, combinado con el conocimiento que empiezo a tener de este país. No hay por qué sorprenderse de que haya podido estudiar esta historia. El reino de Muley Ismael, sus conquistas, su poderío, sus crueldades habían excitado la curiosidad de toda Europa. Todos los viajeros que visitaron su país se decidieron a publicar sus relatos y hay muy pocos reinos europeos sobre los que encontraría tantas memorias. Los hay igualmente acerca de los reinos de Mohammed Deby y de Abdallah. Este último se complacía especialmente en atormentar a sus esclavos. La suerte de esos desgraciados inflamó el celo de los religiosos de la Redención y sus relatos han enriquecido aún más la historia de África. Por último, la historia del fallecido Emperador Sidi Mohammed ha sido muy bien escrita por M. Chenier. Muley Yezid encontrará también posiblemente a su Suetonio; pero a la espera de que se presente, pienso que estará contento de encontrar aquí las principales anécdotas de los comienzos de su reinado, tal como las he oído contar cien veces y tal como me las ha descrito un hombre del país, a quien no quiero nombrar, y cuya colaboración me ha sido necesaria sobre todo para reducirlas a una especie de orden cronológico. Lo que voy a escribir, pues, será el relato que dicho hombre me ha proporcionado y que acompañaré tan sólo de algunos comentarios.

Muley Yezid es el tercer hijo del fallecido Emperador Sidi Mohammed. Se dice que su madre era hija de un renegado irlandés. Un día, su hermano Muley Abdalrachman le llamó hijo de cristiana. Éste no pudo soportar aquella injuria. Ambos hermanos se batieron a caballo y Abdalrachman fue herido.

Algún tiempo después, y no he podido saber la época precisa, el Emperador Sidi Mohammed mandó llamar a sus dos hijos y les dijo: «Veo que no podríais vivir juntos y he resuelto separaros. Muley Yazid llevará a la Meca la caravana de los peregrinos y tu Abdalrachman, irás a vivir a Tafilete». Los dos príncipes, tras haber escuchado esta decisión, juntaron todo cuanto poseían, lo hicieron cargar en camellos y fueron a acampar fuera de la ciudad, con la intención de ponerse pronto en camino. Pero cuando el Emperador su padre supo que todo cuanto poseían estaba en los campos les quitó su equipaje, despojándoles absolutamente de todo. La pérdida de Muley Abdalrachman fue muy considerable; la soportó con impaciencia, abandonó la Corte y fue a refugiarse en la de Guadnoun, con los árabes del desierto y después ha vivido siempre con ellos y como ellos.

Muley Yazid que siempre había sido pródigo perdió menos y tuvo más motivos para consolarse. Sin embargo, se le acusó de haber hecho sublevarse a los negros. Su padre le retuvo durante dos meses en prisión y le envió seguidamente a la Meca. Fue con aquellos diversos viajes a Argel, a Túnez, y a El Cairo como adquirió el gusto por las maneras del Levante. Su padre quiso enviarle por cuarta vez, pero se negó a ir y fue a refugiarse en un asilo Santo cerca de la tumba de Sidi Absalem en las montañas que están entre Tetuán y Ceuta. El Emperador Sidi Mohammed hizo cuanto pudo para sacar a su hijo de aquel asilo, pero no habiendo podido conseguirlo, lo hizo excomulgar en todas las mezquitas y acabó por dirigir el ejército contra él.

Sin embargo, Muley Yazid provocaba el interés en todo el imperio, cansado ya del reino de Mohammed. Muchas gentes iban en secreto a llevarle presentes y el pueblo, el ejército, los montañeses, todos estaban con él. Muley Yazid permaneció en aquel asilo desde el mes de julio de 1789 hasta el 16 de abril de 1790, cuando supo la muerte de su padre. Se asegura que durante toda su estancia en aquellas montañas, rogaba todos los días al Cielo que le concediera la gracia de tomar Ceuta a los infieles. Así el primer uso que hizo del poder soberano, fue acudir al campo que está frente a esta plaza y conminar al gobernador a rendirse. A continuación fue a Tetuán donde se le unieron los servidores de su padre, quienes le aportaron el parasol, el sable y los demás atributos de la soberanía.

Muley Selama, hermano de Muley Yazid, había sido puesto por su padre al frente del ejército que debía poner sitio a su asilo. Pero habiendo conocido la noticia de la muerte de Sidi Mohammed, huyó a un asilo cercano a Larache, con el Caíd Labefs Ofiani que era el generalísimo de los negros y que debía intervenir en aquella empresa conjuntamente con Muley Selama. El Príncipe y el general se envalentonaron dos días después; el primero fue a Mequinez a casa de su madre Lela Sarget, quien era hija de un renegado europeo. Labefs se puso al frente de los negros y fue a saludar al nuevo Emperador; pero los jefes que estaban bajo sus órdenes le calumniaron ante el Soberano, quien en aquella ocasión se contentó con degradarle y condenarle a limpiar la capilla de Sidi Absallem.

Al día siguiente, 22 de abril, llegaron los diputados de Salé, Rabat, Mequinez y Fez, y cumplieron la ceremonia de proclamarle Emperador.

Los acontecimientos subsiguientes sucedieron en el orden en que los presenta mi memoria, pero no doy la fecha exacta.

Los Caíds Ganan y Gilali se pretendieron Diputados por el ejército, para representar al Emperador que el Caíd Labefs no había sido lo suficientemente castigado por la audacia que había tenido de aceptar del fallecido Emperador, el mando del ejército destinado a combatirle. El Emperador mandó llamar a Labefs, le abrió la cabeza de un tajo de attagan y ordenó que su cuerpo fuera arrojado a los perros.

Fue en aquella época, cuando el Emperador concedió a su ejército el pillaje de todos los judíos de Tetuán. El relato no dice nada acerca de este artículo, sobre el cual yo podría extenderme más que su autor, porque como se ha visto anteriormente he frecuentado mucho a esos desgraciados durante la estancia que hice en aquella ciudad. Este suceso que los ha despojado de todo cuanto un judío valora más en el mundo, es decir, su dinero, se ha convertido para ellos en una época después de la cual cuentan los días y los meses. Sin embargo, no se puede decir que haya sido acompañada de crueldades a las que habrían podido verse sometidos. Las mujeres y las niñas, que son muy bellas, pretenden que su virtud ha salido intacta y pura y ello es posible. Los soldados marroquíes gustan de las joyas hasta la concupiscencia y su ardor por el pillaje es tal que prevalece con mucho sobre cualquier otro sentimiento. Por otra parte, las jóvenes más bellas se habían refugiado en casas de mujeres mahometanas conocidas suyas.

Por lo que se refiere a los motivos que han determinado al Emperador a conceder el pillaje, era éste en primer lugar el ánimo de contentar a los montañeses, quienes por precio de todas sus campañas exigían que se les hiciese comer ciudades, es decir, saquearlas. Y su intención era la de saquear asimismo las casas de los musulmanes, pero éstos estaban resueltos a defenderse, lo que les obligó a desistir de esta parte de sus pretensiones. En segundo lugar, los judíos disfrutaban bajo el fallecido Emperador de una protección especial. Se habían hecho opulentos, insolentes y odiosos a los ojos de los moros. Así el Emperador, al sacrificarlos, hacía una acción popular que complació a mucha gente. Debo añadir sin embargo que todas las personas como es debido de Tetuán, se negaron a comprar los enseres de los judíos puestos a la venta por los soldados, mirándolos como bienes mal adquiridos. Y sigo con mi relato.

Mohammed Ben Abdalmalck, Caíd en Tánger, al haberse malquistado con un judío muy rico llamado Jacob Ben Attal, le acusó de ser espía de los ingleses. El Emperador mandó llamar a Ben Attal a su presencia, lo hizo matar de un disparo de fusil, le cortaron la cabeza y esta fue suspendida a las puertas de Tánger. El judío que llevaba las comisiones de los españoles, padeció un fin parecido.

Los Cónsules europeos residentes en Tánger, fueron en comisión a Tetuán para presentarse ante el Emperador, quien los recibió muy mal. La memoria no refiere más datos, pero tras haberme informado por otros lados, reproduciré todo el diálogo de Su Majestad.

El Emperador. ¿Cuál de entre ellos es el Cónsul inglés?

El Caíd de la audiencia. Éste es.

El Emperador. Soy amigo de los ingleses. ¿Cuál es el Cónsul de los Ragusois?

El Caíd. No lo hay y nunca lo ha habido.

El Emperador. Es igual, soy amigo de los Ragusois ¿Dónde está el Cónsul de España?

El Caíd. Éste es.

El Emperador. Saldréis de mis Estados lo mismo que vuestros negociantes. Os doy seis meses para concluir las cuentas.

El Caíd. ¿Y los demás Cónsules?

El Emperador. ¡Que se vayan a cenar con el español!

Tal fue la primera transacción diplomática de Su Majestad con las potencias extranjeras. Sin embargo, algunos días después, el Emperador fue a Tánger donde recibió perfectamente a los mismos Cónsules, distinguiendo particularmente al de España, a quien hizo regalo de dos caballos, un tigre y un leopardo.

El Emperador pasó por Larache y fue a Mequinez, donde ordenó saquear a los judíos por los soldados de la tribu Ludaya. Hizo cortar en trozos al judío Bochá que había sido tesorero de su padre e hizo colgar por los pies al judío Ben Skiry y a su yerno. La memoria no aclara cuál era el crimen de estos dos últimos, pero lo supliré con mayor confianza aún, puesto que esta historia está en boca de todos. El Emperador era aún muy joven cuando vio a la hija de Ben Skiry, quien estaba ya casada con otro judío. Ella le agradó; la hizo secuestrar y la forzó a cambiar de religión. Los judíos, indiferentes a todos los ultrajes, van a la cabeza del martirio cuando se trata de salvar a uno de los suyos de la desgracia de renegar. Ben Skiry fue a quejarse al Emperador de la violencia que su hijo le había hecho y el Príncipe obligó a Muley Yazid a devolver a su hermosa judía. Éste al devolverla a Ben Skiry le preguntó cómo había sido tan audaz como para acusarle ante su padre. El judío le respondió: «He hecho lo que mi ley me ordenaba hacer. Cuando seáis Emperador, seréis dueño de hacerme prender». Hacía tal vez veinte años que aquella escena había sucedido, porque no he podido saber jamás la época exacta: solamente coincidía todo el mundo en decir que el Emperador era muy joven en aquel tiempo. Pero Muley Yazid no era en absoluto como aquel rey de Francia que olvidó las injurias hechas al Duque de Borgoña. En cuanto estuvo en Mequinez hizo buscar a Ben Skiry y le pregunto si se acordaba de cierta conversación que había tenido en otro tiempo. Ben Skiry respondió que se acordaba perfectamente y que esperaba ser colgado. Efectivamente, el Emperador le hizo colgar por los pies, a la puerta del barrio de los judíos, lo mismo que a su yerno. El primero vivió nueve días en aquel estado y el segundo siete. He oído decir que la mujer había sido quemada, pero no me atrevería a asegurarlo.

Durante su estancia en Mequinez, el Emperador dio orden de que fueran pagadas quince piastras fuertes a cada soldado. Las recibieron en las ciudades en las que el tesoro era un dinero; en las demás ciudades no tuvieron nada y, entre otras, en Marruecos, lo que les dejó muy descontentos.

El Emperador derrochó en tres meses, en Mequinez, seiscientas mil piastras fuertes que dio a los llegados en primer lugar, especialmente a los montañeses. Dio también joyas a las jóvenes, con quienes pasó el tiempo bebiendo.

El fallecido Emperador tenía un ministro favorito que mi memoria tan solo llama el Efendi, porque en efecto bajo aquel nombre fue conocido generalmente. Muley Jessid ordenó al Efendi que le trajera las mujeres de su padre que habían permanecido en Darbeyda. El Efendi ejecutó esta orden y después se refugió en el asilo llamado de Muley Edris; pero al haberle asegurado el Emperador que gozaría de protección, regresó y volvió a recuperar las funciones de su ministerio.

El Emperador fue a Fez donde colmó de bienes a su madre, a sus hermanas y a sus hermanos Selama. Testimonió el mismo favor a su hermano Muley Ischem, que sin embargo había atacado la soberanía en Marruecos y a quien tan sólo había faltado para tener éxito el favor popular, el cual era todo para Jessid. El Emperador dio a Muley Ischem el gobierno de Tedia, pero éste, en lugar de aceptar, huyó a un asilo en medio de las montañas de Emsfuah, al sur de Marruecos. Muley Abdalrachman que vivía en medio de los árabes más allá de Guadnoun, ni quiso tampoco regresar pese a las apremiantes solicitaciones de su hermano y se contentó con responderle en términos llenos de ternura y de sumisión.

La primera cosa que el Emperador hizo en Fez, fue enviar al Efendi a Mequinez, a fin de preparar cuanto era necesario para el casamiento de su hijo, Muley Cassem. Pero al mismo tiempo ordenó al Caíd de Mequinez que prendiera al Efendi y que le encerrara en una matamoros del interior del país, que son unos pozos secos en los que un hombre no puede sentarse ni girarse. La madre y las hermanas del Emperador solicitaron gracia para el Efendi; sus amigos ofrecieron hasta cien mil piastras, pero todo fue inútil. El Emperador lo hizo conducir a Fez y sin querer verle, ordenó que se le cortaran las manos ante la casa de Muley Abdalrachman. Este suplicio es muy corriente aquí; se corta igualmente los pies y más comúnmente la mano izquierda y el pie derecho. Cada miembro se corta de un hachazo, después de lo cual se sumerge la parte amputada en pez hirviendo y es muy raro que el paciente muera, lo que sería muy diferente en nuestros climas según dicen los expertos.

Cuando se hubo llevado ante el Emperador las dos manos del Efendi, ordenó aquel que le condujeran a una taberna de judíos. Por último, le hizo cortar la cabeza y la envió a Tánger, para que fuera suspendida ante la puerta de los monjes españoles y ordenó también que una de las manos fuera atada al balcón de la casa consular de España.

Seguidamente el Emperador envió a Marruecos la orden de cortar la cabeza al Caíd Alel Ben Amida, Bachá de Gerary y Cabanet y que fuera enviada esta cabeza a Muley Abdalrachman, haciendo decirle que él le había librado de dos de sus enemigos. Pero éste respondió que nunca había sido enemigo del Efendi ni del Bachá, los cuales, actuando contra él no habían hecho más que obedecer las órdenes del Emperador, su padre.

El 7 de agosto, el Emperador mató de su propia mano a algunos árabes que habían sido llevados ante él.

El 23, el Emperador regresó a Mequinez y el 28 se dirigió a Larache para recibir al Embajador de España, que estaba desde hacía bastante tiempo en la Baye de Tánger. Pero éste, viendo el insulto que se había hecho a la casa consular, embarcó en sus fragatas todo cuanto había de español en la ciudad y habiendo encontrado en el cabo Espartel dos corbetas de Salé que se dirigían a Levante, les dio caza y capturó ante los ojos del Emperador que se encontraba entonces en el castillo de Larache, lo que sumió al Monarca en una de las cóleras más grandes de las que nunca había tenido. Mató de su propia mano al Gobernador de Tánger, hizo perecer a otros dos personajes de los que sospechaba favorecían a los españoles, hizo suspender sus cabezas del balcón de la casa de España e hizo que ésta fuera habitada por judíos.

A continuación, habiendo regresado el Emperador al campo de Ceuta, la Corte de España le insinuó que el medio de restablecer la confianza sería enviar a Madrid el Talbe Bin Osman, que era ya persona honorablemente conocida, y el Emperador le envió efectivamente en calidad de Embajador.

El Emperador dejó tres mil negros en el campo de Ceuta y retomó a Mequinez, donde pasó el invierno en diversiones que influyeron en las costumbres de aquella ciudad y en la de Fez. Al mismo tiempo exilió a Tafilete a las mujeres de su padre, dando parte de ellas a los Caíds, pero esto no fue hasta después de haberles quitado sus joyas.

En el mes de marzo, el Emperador fue a Rabat donde se ocupó de su insignificante marina y de su artillería, por la cual había manifestado siempre una afición decidida y siendo él mismo bastante buen cañonero y bombardero. Sin embargo, los desórdenes en las provincias del sur se hacían cada día más alarmantes y se esperaba que el Emperador iría en persona para aplacarlos. Pero, inopinadamente, regresó a Mequinez, donde se encontraba aún cuando yo desembarqué en Tetuán.

Aquí termina también mi memoria y, ciertamente, estoy ya cansado de escribir esta sarta de crueldades sin finalidad y sin motivos, a pesar de que mi imaginación se hubiera acostumbrado ya con la historia de los predecesores de Sidi Mohammed. Estoy también muy fatigado por haber escrito tanto bajo un clima tan cálido. Sin embargo, como es incierto que esté todavía mañana en Rabat, voy a transcribir otra memoria del mismo autor que la precedente. Concierne ésta a la guardia de los serrallos y se la había pedido porque he comprobado a menudo que, de cien preguntas que se le hacen a un viajero, hay noventa que giran acerca de este interior donde él no ha estado y del que no puede ser informado.

Diré cosas aquí que parecerán inverosímiles a esa parte numerosa de lectores a quienes les gusta más negar que verificar, porque esto último es ciertamente mucho más cómodo y da con poco gasto un aire filosófico y superior a esos espíritus limitados que, después de investigaciones exactas, creen haber reunido las condiciones necesarias para la certeza. Yo no sabría qué hacer y todo cuanto puedo es nombrar los viajes de Pellon, Stuard, Russel, St. Ollond, M. Chenier y todos los misioneros; que los cojan y los lean.

Muley Ismael tenía en Mequinez cinco serrallos en los que había encerrado a cuatro mil mujeres servidas por más de veinte mil esclavas o sirvientas. Quinientos de sus hijos le acompañaban a caballo. Éstos son los términos de la memoria. Pero he oído decir a menudo que tenía setecientos a caballo y M. Chenier dice que tenía ochocientos hijos varones. El viajero Pellon, que había sido esclavo en el serrallo de Muley Ismael, dice que tenía en total trescientos hijos; en realidad St. Ollond dice que no tenía más de trescientos y pocos más, pero este Embajador había estado en Mequinez al principio del reinado de este Príncipe, antes de que hubiera tenido tiempo de ser tan prolífico. Esos Príncipes forman hoy día toda la población de una gran provincia llamada Tafilete.

Muley Abdallah no gustaba de las mujeres e incluso se ganó la gloria de reconocer gustos opuestos. Se conservan de él diversas composiciones en verso en las que el tema es el mismo que en la del elogio de Coridon a Alexis. Muley Ismael había ocupado a miles de esclavos en edificar y destruir lo que había construido, pero Muley Abdallah llevó este tipo de locura a un exceso difícil de concebir. Si los Soberanos de Marruecos hubieran dado continuidad a sus trabajos, es seguro que habrían sobrepasado a los de Egipto. Pero el carácter moro no admite ninguna continuidad en nada; así, de todas esas obras, no quedan más que cascotes. El Emperador Muley Abdallah vigilaba personalmente a los obreros y consumía en ellos todo tipo de crueldades. Sus aficiones intelectuales consistían en inventar suplicios análogos a las faltas; así cuando un obrero cocía mal los ladrillos, se los rompían en la cabeza; si mezclaba mal la cal le arrojaban al horno; si no acudía lo bastante rápido a la llamada, se le precipitaba desde lo alto del muro.

Sidi Mohammed, hijo de Abdallah, el fallecido Emperador fue un Tito o debió parecerlo después de los monstruos que le habían precedido; no dio tampoco en los mismos excesos de poligamia: el número de sus mujeres no ascendió nunca a más de ciento cincuenta y cuatrocientas esclavas. En su serrallo reinaba un gran orden y en él fueron admitidos varios europeos, entre ellos un pintor español que hizo el retrato de varias mujeres.

Muley Jessid tiene ya un considerable número de mujeres y durante su estancia en Fez casó con todas las jóvenes que tenían alguna reputación por su belleza. Pero su serrallo no estaba tan en orden como lo estuviera el de su padre. Las esposas legítimas tienen que compartir entre varias la misma habitación y no siempre tienen con qué vivir. Con frecuencia también, son regaladas como simples esclavas. En general, la que bebe mejor tiene preferencia y en este momento es una jerife descendiente del profeta la que disfruta de ese privilegio. El autor de la memoria se extiende aquí acerca de algunas orgías que tuvieron lugar últimamente en el serrallo de Mequinez. Creo obligado suprimirlas, observando solamente que dichos desórdenes han influido en las costumbres. Se asegura que Fez y Mequinez están llenas de mujeres públicas; que al no recibir su paga los militares, sus mujeres ejercen casi todas ellas esta profesión. Por último, las bebidas son vendidas públicamente.

Terminaré este artículo con algunas observaciones acerca de las costumbres de los árabes Chavoya, habitantes de la provincia Temsena. Los moros hablan de este país como de una especie de Enide o de Amathonte, cuyo clima conduce al culto a Venus con fuerza irresistible y da al mismo tiempo la fuerza para perseverar en el mismo. Aseguran que los viajeros tan sólo tienen la dificultad de la elección y no serían suficientes si no estuvieran ellas mismas influenciadas por este clima seductor. Por último, los maridos no están en absoluto celosos, disponen de varias mujeres, negras y buenas fortunas, añadiendo además el que conservan esas disposiciones a una edad bastante avanzada. Una tribu entera llamada Ouled Scharh (los niños de los viejos), descienden del último hijo de un anciano que fue padre a la edad de más de cien años y cuando ya no podía caminar. Se cuenta que una de sus hijastras, mientras le llevaba a hombros, se apercibió de sus facultades y le invitó a casarse. Los Chavoya, tan valientes como caballerosos, acaban de tomar la resolución de organizarse a su modo, es decir, que no quieren reconocer más al Emperador y que vivirán bajo un gobierno patriarcal y que se unirán contra aquel de entre ellos que quiera turbar la tranquilidad pública.

El mismo día

Un correo del Emperador acaba de traemos la orden de partir hacia el campo. Es ya la tercera mutación en las disposiciones que S. M. ha hecho con respecto a nosotros.

El mismo día

El viento del sudeste ha traído un calor devorador y, sin embargo, el termómetro no está más que a 950, mientras que yo he llegado a verlo a 1100sin haber notado entonces un calor tan incomparable.

El mismo día

El termómetro ha subido hasta 1010. Al abrir la ventana se experimenta la misma sensación que si uno se hubiera colocado ante la boca de un horno. A veces, el termómetro sube mucho más sin que se experimente la misma sensación. También hay días en que la arena es mucho más ardiente que otros. El día de nuestra primera audiencia, se encontraba en un punto tal que nos era difícil mantenemos en el lugar, lo que hacía que nuestra actitud fuera similar a la de los famosos pavos gansos de la feria a los que se hacía bailar calentando la chapa que constituía el suelo de su teatro.

El mismo día

No saldremos antes de mañana y esta nueva contraorden es obra de los ministros que, aparentemente, la han tomado bajo su responsabilidad.

8 de agosto en Rabat

Se encontrará en lo poco que he escrito estos días, nociones que habrán de buscarse en vano en obras más completas que la mía. He hablado también algunas veces de historia y de historia natural y no he dicho una sola palabra acerca de las antigüedades de Mauritania y sobre el origen de los pueblos que la habitan, lo que hubiera sido con más propiedad mi dedicación; pero si no he hablado de ello, es porque tenía demasiado que decir. He creído entrever muchos errores en las opiniones recogidas y algunos medios para corregirlas, pero me he resistido a la seducción que me ofrecían esas investigaciones porque habiendo consagrado mis ocios a un considerable trabajo sobre la historia de Sarmacia, no he creído conveniente cargar mi memoria con nociones tan extrañas a mi objetivo principal. Así, bien lejos de pretender ver mejor que los otros, he intentado cerrar los ojos. Sin embargo, no sabría evitar el referirme aquí a un pasaje de Procopio que no ha sido aún citado por ningún escritor de los que conozco, a no ser por Ebn-Al-Raqui-Apud-Marmol, el cual lo ha desfigurado por completo.

«Puesto que el transcurso de la historia me ha llevado a hablar de los moros, es lógico que me remonte a su origen y que explique cómo vinieron a establecerse en el África».

Es difícil no reconocer en estos habitantes autóctonos a los pueblos que viven hoy en el Atlas y en los moros, una raza oriental que, unida a algunas migraciones árabes, ha producido la población nómada actual. Pero hay que convenir que si por un lado está claro, por otro todo son oscuridades. Los pueblos del Atlas que se denominan a sí mismos Amarziks son denominados también Bereberes y Schellahs y el nombre de bereberes se da también a una raza de árabes montañeses que podrían pertenecer a la migración que los historiadores del África sitúan del siglo octavo. Por otro lado, los nubios de Dongola, se denominan también bereberes y los negros que actualmente son los jefes de Sennar se denomina asimismo Schilloch. Tales son los datos que he podido reunir acerca de los pueblos del África septentrional y que me parece evidente que a pesar de su confusión sería posible encontrar un sendero para remontarse hasta sus orígenes, aunque para seguirlo hace falta disponer de un ocio que las circunstancias presentes no nos permiten apenas.

9 de agosto en Rabat

No quiero dejar Rabat sin hablar de Lelétoto. Ésta es una Santa de unos diecisiete años, bien proporcionada, bastante bonita y de lo más alocado e imbécil, poseyendo estas dos últimas cualidades en la precisa medida en que sirve aquí para la beatificación. Vive a orillas de un río y los más devotos de su culto son un grupo de muchachos entre doce y catorce años que casi no la dejan nunca. Se esfuerzan continuamente en servirle y sobre todo es desnudarla cuando se pone desnuda para tomar el baño. Lelé-toto está perfectamente educada, dice muchas cosas ligeras y llama a todos por su nombre. Y los buenos musulmanes que ven y oyen estas indecencias no dejan sin embargo de hacerla objeto de una oración a la mayor gloria de Dios.

El mismo día

Hemos cruzado el río e instalado nuestro campamento en la otra orilla. Sidi Mohammed me ha hecho ir a su tienda y me ha entregado un caballo de parte del Emperador, añadiendo que Su Majestad le había encargado decirme que no tenía más que pedir una gracia para que ésta me fuera concedida. Pregunté por mi intérprete safardí y por toda su familia, interesándome acerca del permiso para que pudieran abandonar el país. Esta familia en cuya casa había permanecido en Tetuán me pareció extraordinariamente interesante por la pureza de sus costumbres y su arraigo a la antigua ley, cualidades a las cuales se unía la educación, la cultura y la elevación de alma para experimentar hasta la desesperación el oprobio al que esta nación está condenada en el Imperio de Marruecos. Si como un nuevo Daniel pudiera yo librarle de esa cautividad, contemplaría esta buena acción como el mejor fruto que yo habría podido obtener de este viaje.

Sin embargo, Mohammed Zuin me dijo que yo pedía muy poco y que había que poner más fuertes pruebas a la generosidad del Emperador, aunque seguí asegurándole que me era imposible encontrar otra gracia que solicitar a Su Majestad.

11 de agosto

Nos hemos detenido en el otro extremo del lago de Rasdora, en el lugar en el que habíamos encontrado al Bachá Gilali. Habíamos sabido que este Gobernador, habiendo acudido a presentar sus respetos al Emperador, no le había ofrecido como presente más que tres o cuatro caballos, lo que había disgustado de tal modo a éste que le había hecho encadenar y condenado a pagar cien mil piastras y otras tantas a su familia.

13 de agosto en Larache

El Embajador de Suecia ha tenido una audiencia privada. Cuando descendió del caballo cerca de palacio, un negro fue a golpear al moro que sujetaba al caballo. El Emperador observó esta acción, hizo prender al negro y le hizo dar tantos golpes que parecía imposible que pudiera sobrevivir. Asistió personalmente a la ejecución, diciendo continuamente «droup, droup», lo que quiere decir «golpea, golpea». Cuando se hubieron llevado a este desgraciado, que estaba muerto antes de que se cesara de golpearle, el Emperador se volvió hacia el Embajador con aspecto satisfecho y estuvo muy sosegado durante toda la audiencia.

En el curso de la conversación, el Embajador insistió en la amistad del Rey de Suecia con los turcos y en la ayuda que éste les había prestado durante aquella guerra, a lo cual el Emperador respondió que no se trataba más que de una devolución ya que los turcos también habían protegido a un Rey de Suecia que había ido a refugiarse a su país; rasgo de erudición que yo no hubiera esperado nunca de Su Majestad.

Observen que se trataba de una audiencia privada y para asuntos de negocios y, sin embargo, el Emperador no la concedió en su habitación sino que subió a su caballo y recibió de ese modo al Embajador en su Corte.

Hemos tenido a cenar a Muley Omar, hermano del Emperador. Se trata de un joven de buena planta aunque un tanto bobo. Su Corte, que no demostraba opulencia, estaba compuesta casi íntegramente por negros y algunos llevaban flores en las narices lo que aparentemente es un modo de perfumarse. Muley Omar, que no había tomado nunca mostaza, quedó muy sorprendido por su sabor y se divirtió infinitamente llevando cucharadas llenas a la boca de las personas de su séquito.

Teníamos también a cenar a una vieja genovesa antigua esclava cuya hija educada en el serrallo se había convertido seguidamente en mujer del fallecido Emperador bajo el nombre de Lelé Daouia. Muley Omar había sido educado con ella y habló largo tiempo con su madre, acabando por enternecerse de tal modo que abandonó la mesa, diciendo que el recuerdo de su padre le arrebataba todo valor. Su séquito le rodeó de inmediato para socorrerle en su desfallecimiento, al que nos pareció que el vino tenía más parte que no la sensibilidad, porque seguidamente, extendió las piernas sobre uno de sus cortesanos, apoyó la cabeza sobre otro, y se durmió profundamente.

La historia de la vieja genovesa merece ser contada. Esta mujer fue capturada antaño, por un corsario saletino. Mientras era esclava, le nació una hija que tenía dos años cuando el Emperador hizo la paz con los genoveses. Los padres fueron puestos entonces en libertad, pero la niña fue robada y llevada al serrallo. La pequeña Daouia, educada en la religión musulmana, embelleció, creció y acabó por gustar al Emperador quien la desposó formalmente y del que tuvo dos hijos. La vieja genovesa, al saber que su hija era Emperatriz, abandonó su patria para ir a su encuentro. El Emperador Sidi Mohammed tuvo curiosidad en saber si la fuerza de la sangre tenía algún fundamento. Hizo reunir a todas sus mujeres y ordenó a la genovesa que reconociera a su hija; ésta la reconoció en seguida según se dice y según lo que ella dice. Ella no encontraba nada singular en ello y se sorprendía de que pudiera creerse el que una madre no fuera capaz de reconocer a su hija.

14 de agosto en Larache

Hemos recibido la visita del jefe de los eunucos. Es un desagradable negro perteneciente a una de las más repelentes variedades que existan de la especie negra y que une a esta fealdad, la deformidad específica de los seres de su clase. La flauta de Mercurio hubiera estado de más para dormir a este Argos, porque se encontraba tan bebido que no podía sostenerse sobre las piernas. Alguien le preguntó cómo se las arreglaría si era llamado por el Emperador encontrándose en aquel estado. Respondió que la presencia de tal señor le despejaba inmediatamente. Al marcharse quiso demostrarnos que sabía manejar a su montura y largándole un sablazo a un perro que pasaba, fue a caer cuan largo era sobre el pavimento. Tal es en la actualidad el tono de esta Corte. Pero los buenos musulmanes se duelen y es imposible que esto dure.

15 de agosto en Arzila

Hemos seguido las orillas del Océano, avanzando por el límite justo de las olas y a pesar del ardiente sol, el clima de este viaje nos parece de una frescura destacable. Hemos llegado así a Arzila, donde hemos acampado en una hermosa playa que delimita el cabo Espartel. Hemos ido a ver la ciudad, que ha pertenecido antaño a los portugueses y conserva todavía un aire europeo. Al regresar al campamento hemos pasado junto a una capilla de Jessavis en la que algunos jóvenes de esta secta se ejercitaban en sus danzas sagradas. Tengo buenas razones para creer que el origen de esta sociedad no debe ser buscada entre los antiguos Psilos, sino más bien que lo debe a algunos misterios de Baco. Hablaré de ello tal vez en otra parte.

17 de agosto en Tánger

Hemos sabido al llegar aquí, que el Emperador había decidido poner sitio a Ceuta. Hubiera estado encantado de hacerle una visita en sus líneas, pero me lo ha impedido el temor de quedar retenido más tiempo del que yo hubiera deseado, porque empezaba a propalarse el rumor de que yo servía en el Cuerpo de ingenieros. (Después he sabido que en esta cualidad me había convertido en muy sospechoso para los españoles, quienes pretendían incluso haberme visto en las trincheras).

No me resta nada más, pues, que dejar los Estados de Marruecos y, en consecuencia, he escrito al Emperador para pedirle permiso para embarcarme, así como la libertad de mis judíos.

21 de agosto en Tánger

Una barca llegada de Gibraltar, afirma haber visto durante toda la noche como se arrojaban bombas sobre Ceuta, sin saber que pueden haber empezado las hostilidades ya que el Emperador mostraba anteayer, según se dice, sentimientos de lo más pacífico.

El mismo día

He despedido a los caballeros de mi escolta, dándole a cada uno cuatro piastras fuertes y media, lo cual no era excesivo vista la carestía de los víveres. Debo decir que había quedado singularmente contento del celo y de la buena voluntad con la que aquellas personas me habían servido. Por lo que se refiere a la fidelidad, no lo menciono porque en todo el Imperio el pueblo no es en absoluto fullero, aunque sea muy ávido de lucro en las ciudades y de pillaje en los combates. Añadiré aún que mis caballeros urbanos educados en Tetuán eran completamente ajenos a todas las hordas que siguen a la Corte y que ellos se identificaban más conmigo de lo que yo lo hacía con ellos.

22 de agosto

Se asegura que en la rada de Algeciras hay una flotilla dispuesta para ir a bombardear Tánger. Los habitantes se arman, se acarrean cañones y la ciudad se llena de montañeses del Rif, que son gente de aspecto muy salvaje.

23 de agosto

Las noticias del campamento dicen que hay ya bastante gente en el bando de los sitiadores y que el Emperador se expone como si fuera un simple cañonero. Lo cual no debe sorprender en absoluto después de lo que he contado anteriormente acerca de su pasión por la artillería.

Las noticias de Cádiz dicen que se prepara también una flotilla contra Tánger, lo que acrecienta el espanto.

24 de agosto

Un mensajero que venía del campamento me ha dicho que había visto entregar mi carta al Emperador; que Su Majestad estaba ocupado y que había ordenado al caballerizo mayor que se encargara de mi mensajero y que le recordara el motivo de su encargo.

Según el relato del mensajero, había en el campamento más de cincuenta mil montañeses que pedían a grandes gritos que se les condujese al asalto, felices según decían de morir por una causa que les aseguraba el Paraíso. Nótese que toda esa sangre debe derramarse por una plaza que no puede ser de ninguna utilidad a los que la atacan y que es una carga para los que la defienden. En verdad, cuando el oráculo de Delfos dijo a Sócrates que era el más sabio de los hombres, no le hizo en realidad más que un cumplido bastante mediocre.

Olvidaba decir que ese mensajero venía de Mogodor y aseguraba que los disturbios, en las provincias del sur, estaban lejos de apaciguarse. Muley Ibrahim, hijo del Emperador, había sido obligado a abandonar aquella capital. ¡Buen momento para ir a tirar bombas sobre Ceuta!

El mismo día

Eran aproximadamente las seis de la tarde y el tiempo estaba muy nebuloso, cuando se observó dos navíos de línea y una multitud de pequeñas embarcaciones que atravesaban la niebla y avanzaban majestuosamente a toda vela y con el viento trasero.

Era la tan temida flotilla. Se colocó en el cabo desde donde se le dispararon algunos cañonazos a los que ésta respondió tan poco como ciertos dogos grandes hacen con los ladridos de los gozques. Cuando la flotilla estuvo más cerca, dispararon los cañones del puerto sin que pareciera preocuparle mucho puesto que se dispuso en línea con una tranquilidad que tenía algo de imponente.

Las terrazas se llenaron de gente y pronto se escucharon los gritos de las mujeres, que no eran tales gritos, sino gemidos modulados, que respondían a una especie de metro. Es bien singular el que el sentimiento de un espanto real se exprese mediante sonidos tan afectados, pero los árabes no son el único pueblo en el que he observado esta peculiaridad.

Yo iba por las calles, que se encontraban repletas de gentes armadas cuyo comportamiento era tranquilo y su aspecto no anunciaba nada enojoso para con nosotros los europeos. Pero la canalla inerme demostraba una alegría que no me parecía augurar nada bueno para la seguridad de nuestros equipajes. En lo que se refiere a los granujillas de la calle no pueden caber ni encontrarse términos para expresar la alegría que éstos experimentaban. Entre los judíos, algunos se morían de miedo y otros se regocijaban ante el mal que iba a acaecerles a los moros, sin tener nada que perder en ello. Los Cónsules deliberaron instalar el campamento fuera de la ciudad, pero el Caíd puso término a su irresolución enviando a decirles que ellos no gozarían de seguridad por el momento.

El mismo día

La casa de España en la que vivo ha sido de tal modo degradada desde su abandono que había algo de peligro en habitarla en tiempo de paz y se había vuelto totalmente inhabitable durante un sitio. Esta circunstancia me ha llevado a instalarme con el Embajador de Suecia. Estoy alojado junto a una terraza desde donde podré ver cuanto haya que ver. En un caso así tal vez sería agradable poder ver sin ser visto, pero no conozco ningún lugar en la ciudad que reúna esas dos ventajas.

Pero los españoles no empiezan. Sin embargo, la noche está avanzada. En la ciudad reina un silencio perfecto, tan solo interrumpido por los centinelas colocados en las esquinas de las calles y que se responden entre sí cada cuarto de hora. La organización no podría ser mejor.

25 de agosto

Habiendo salido la luna hacia las cuatro de la madrugada, los españoles han arrojado cinco bombas que han pasado por encima de la ciudad. Ahora el sol se eleva y nos permite ver a la flotilla que está orientada hacia nosotros y parece alineada como para un festejo naval, esa es al menos la idea que se me ha ocurrido.

El mismo día

Los españoles han empezado a lanzar bombas a las seis y ni una sola a caído fuera de la ciudad. Se ha querido responderles, pero muy pocas balas han llegado hasta sus naves. Observo en esta ocasión, que la mayoría de los espectadores que se encuentran conmigo, aunque más inclinados hacia los españoles que hacia los moros, se encontraban sin embargo decepcionados por la imposibilidad de hacer daño a quienes nos lo estaban haciendo y el humor que se dirigía contra ellos se acrecentaba visiblemente a medida que éstos corregían el tiro, el silbido que las bombas producían en el aire se hacía más cercano y sus estallidos más próximos.

Sin embargo, al cabo de dos horas vi a mujeres, niños y judíos familiarizarse con las bombas, lo que me confirmó en la idea que ya había tenido antes de que el valor es, de todas las virtudes que dependen de la costumbre, la más fácil de adquirir. Mientras que por el contrario, la verdadera entereza es, tal vez, la piedra filosofal de las perfecciones del alma. Y por verdadera entereza entiendo la que no podría abandonamos ni en medio de los dolores más agudos de las operaciones quirúrgicas, ni en las dolencias de una enfermedad crónica, ni en los reveses de la fortuna, ni en las mayores penas lacerantes del alma.

Ahora bien, debo decir que estos mismos moros, dotados de un tan pequeño número de virtudes morales, tienen sin embargo parte de esa entereza de la que acabo de hablar. Si están enfermos, esperan sin la menor queja la muerte o la curación. Si se arruinan, mantienen la misma actitud bajo sus groseros vestidos que si siguieran llevando los ricos almalafas de Tafilete. Durante el bombardeo no hubo la menor precipitación, la más mínima prisa y nadie trató de evitar o fue al encuentro del peligro. El Gobernador Taher Finniseh permanecía en su batería tan plantado, cumplimentador y ceremonioso como si permaneciera en la sala de audiencia. Incluso las mujeres no pagaron otro tributo a la debilidad de su sexo que ese gemido modulado del que hablaba ayer y que parecía más bien una expresión de condolencia. Pero cuando tomaron el camino del campo, lo hicieron con su paso habitual y sin ninguna precipitación. Se diría que en Tánger están acostumbrados a padecer bombardeos y que éste es su estado habitual.

Se me dirá, tal vez, que ello obedece a la apatía, pero no puede ser la causa porque los moros son vivaces en sus pasiones, en el hablar y en sus movimientos. ¿Puede ser entonces su creencia en la predestinación? Tampoco, porque a poco que se haya frecuentado a los musulmanes, se sabe que tienen siempre en los labios esa profesión de fe pero que no se abandonan a las manos de la Providencia en ninguna de las actuaciones de su vida. ¿Son, pues, las virtudes estoicas? Aún menos, porque los moros tienen muy pocas virtudes. Pero si tengo que dar mi opinión, diría que su educación y su vida son sencillas y creo que esta sumisión a la necesidad es muy corriente en el estado de simplicidad, mientras que por el contrario es muy rara en el estado de pretensión que Jean Jacques ha creído necesario proporcionar como educación expresa para acostumbrar a su alumno. Pero sucede que en el estado de pretensión, cada uno está siempre ocupado por el yo, se cree el objeto de atención universal, se imagina que ese yo tiene un destino único, que son cosas que no le suceden más que a yo y que soy yo el objeto de tantos cuidados y atenciones, haciéndome necesariamente delicado y no pudiendo soportar las verdaderas desgracias que pueden acaecer. ¿Además, qué es una enfermedad para un europeo?, ¿es un dolor de cabeza o en el costado? No, es el tiempo perdido por la ambición, por los placeres, el temor de no estar al corriente y la impaciencia que de ello resulta. Sería enojoso enumerar las pequeñas características de ese estado de pretensión cuyas influencias son aún menos funestas para las virtudes civiles que para las virtudes domésticas, que son las que también brillan en los moros. Pero esta discusión me llevaría demasiado lejos y bastará por ahora el haber pintado a este pueblo tal como él es ante el peligro.

El tiempo que no he empleado en hacer estas observaciones y en escribirlas, me he ocupado de dibujar la bahía con el frente español y en el instante en que poso mis ojos en mi dibujo encuentro que he hecho una cosa bastante lamentable. Mientras un techo de caña y la fronda hubieran bastado para proporcionar un paisaje agradable y a pesar de lo que dicen los héroes acerca del placer puro que se experimenta en los asedios y en las batallas, creo que éste se experimenta en mayor medida ante los menores afectos de la naturaleza y de los paisajes.

Mientras estaba dibujando, una bomba ha ido a enterrarse al pie de mi terraza. Me he retirado detrás de una especie de parapeto, tal como suelen practicarse aquí en los ángulos de todas las casas y como la bomba tardara en explosionar, el naturalista sueco ha venido a pedirme noticias. Le he gritado que se apartara y así lo ha hecho y el lugar que ha dejado libre quedó en ese mismo instante cubierto de cascotes. También cayó sobre mí uno bastante grueso, pero su golpe quedó amortiguado por un grande y grueso sombrero andaluz que me ocultaba casi por entero. Otra bomba estalló en el aire y nos envió algunos restos. Ésos son los únicos peligros que han corrido hasta este momento los habitantes de la casa de Suecia.

El mismo día

Hacia las diez, los españoles han reducido la intensidad de su fuego y una hora después han cesado del todo. Ahora han enviado cinco chalupas cañoneras para destruir una batería que está situada al Este de la plaza.

El mismo día

Las chalupas cañoneras se han retirado después de haber proseguido su fuego durante un par de horas y el resto del día no se ha disparado ni un solo cañonazo.

El mismo día

El mensajero que había enviado al Emperador está de regreso, después de haber sido retenido tres días en el campamento. Pero en este intervalo ha habido un cambio en el ministerio que ha ocasionado tal confusión en los diferentes despachos, que mi mensajero ha sido devuelto para solicitarme nuevas instrucciones.

El mismo día

Los Cónsules y todos los extranjeros han tomado la decisión de ir al campamento. Yo no he podido decidirme aunque he considerado mi deber alejarme de las casas y he hecho plantar una tienda junto a una torre destruida, cerca de un panteón que se parece bastante a una casamata. Podré retirarme a ella para evitar el estallido de las bombas que vendrán a enterrarse en mi torre, remitiéndome a la Providencia para las que estallarán en el aire o al tocar tierra. Pero el viento refresca y probablemente no sucederá nada está noche.

26 de agosto

Los españoles se han retirado detrás del cabo Espartel, desde donde aparentemente, reaparecerán en cuantas ocasiones el viento venga del oeste, hasta que hayan conseguido destruir la ciudad, pero se dice que el Emperador no se preocupa apenas y con tal de que él tenga la satisfacción de arrojar bombas en Ceuta, no le importa apenas el que las arrojen aquí. Y verdaderamente, los bombardeos son un medio malo para forzar a la gente a la paz.

El mismo día

El Caíd ha enviado a decirme a mi casa y muy tarde, que mi segundo mensajero ha regresado igualmente sin respuesta, lo que él atribuía a las grandes ocupaciones del Emperador, lo que ciertamente no tiene parangón.

30 de agosto

He ido muy temprano a casa del Caíd. He intentado persuadirle de que podía dejarme partir sin orden expresa y ya que S. M. parecía haberme olvidado, podía tratarme del mismo modo que a los ingleses que querían regresar a Gibraltar. Pero no se ha dejado llevar por este razonamiento y me ha alegado todo el tiempo que respondía con su cabeza. Hemos acabado, pues, por esperar la llegada de ciertos amigos del Emperador, provistos de algunas órdenes relativas a los suecos y que, tal vez, valgan también para mí. Este enorme rigor en lo referente a los embarques es esencial aquí porque creo que sin él, no quedaría nadie de los que viven con holgura.

Todo el mundo está sorprendido de que el Emperador no me responda y varias personas creen que hay algún motivo para ello. Lo cual no me parece probable en absoluto. Sin embargo, he meditado una serie de proyectos de huída para el caso en que vea claramente que se me impide la libertad. El que he estado considerando ha sido el de escoger una noche de luna y viento de la costa para marchar a caballo hacia el este y lanzar a mi montura en el mar tanto como sea posible para después poder ganar a nado una fragata portuguesa que está anclada.

El mismo día

He ido a pasear a orillas del mar para meditar acerca de mi proyecto y he decidido que es posible tener éxito si mis fuerzas nadando son las que habían sido en otro tiempo.

Al regresar por el puerto he visto a dos marineros genoveses que habían pescado un pez luna y se disponían a comérselo. Este animal, a lo que creo, no ha sido aún descrito por ningún naturalista a pesar de que merece una descripción detallada, porque no creo que exista uno solo en la cadena de seres organizados cuya conformación presente aspectos tan extraños y alejados de las ideas comunes sobre la organización animal.

La primera vez que vi a este singular pez fue durante mi travesía de Estepona a Gibraltar. Mis marineros, en cuanto lo descubrieron, dieron muestras de enorme alegría y se aprestaron a su captura, es decir, que botaron las chalupas aunque sin tomar ningún instrumento de los que sirven para la pesca y como yo mostrara mi extrañeza me contestaron que el pez luna, cuando había comido, perdía la facultad de irse al fondo del mar, lo cual parece bastante singular puesto que sería más bien al contrario lo que debería serle más difícil.

A causa de ello mis marineros, que seguían con la vista una aleta que el animal tiene en el lomo, lo alcanzaron con bastante facilidad y consiguieron hacerse con él tras algunos esfuerzos y lo subieron al bote. Vi entonces un pez de unos seis pies de largo por cuatro de ancho, de forma común en los peces y que sólo tenía de destacable dos ojos enormes, de un tamaño extraordinario y una piel totalmente semejante a la de una zapa. Pero cual no sería mi sorpresa cuando vi que los marineros empuñaban sus cuchillos, los hundían en el animal y cortaban rodajas de la cabeza con tanta facilidad como si se tratara de una calabaza. La primera rodaja se llevo el ojo, parte de la nariz y de la boca y estas diferentes partes continuaron aún moviéndose después de haber sido separadas de la cabeza, lo cual ofrecía un espectáculo repelente.

Reproché a los marineros una actuación tan cruel y les rogué que acabaran con el animal de un solo golpe, pero me contestaron que eso era imposible y que aún cortándolo en trozos no se conseguiría en seguida. Y entonces vi que tenían razón puesto que aún la carne salada seguía moviéndose todavía durante cerca de dos horas.

Para dar una idea más exacta del pez luna, voy a continuar comparándola con la calabaza porque a semejanza de este fruto, no tiene de sólido más que su cofre exterior, cuya sustancia no es fácil describir porque no creo que el reino animal ofrezca otro ejemplar semejante. Sin embargo, no estaremos muy lejos de la verdad al decir que es un cartílago aumentado hasta el grosor de cinco pulgadas. Los marineros hacen con él pelotas que tienen la propiedad de rebotar con una elasticidad singular.

El interior del cofre no ofrece más que un amasijo de intestinos, de carne gelatinosa y de un enorme hígado que se arroja al mar porque se le supone cualidades venenosas.

La carne se condensa con la cocción y se hace muy blanca, adquiriendo un gusto similar al del bogavante, pero más coriácea y hay que ser marinero para poder comerla. Por ese motivo es por lo que creo que los pescadores no buscan a este animal y que es casi desconocido en los puertos del estrecho.

Esta carne, lo mismo que todas las partes del interior, no dejan de moverse hasta mucho tiempo después de haber sido separadas del cuerpo. Habría querido poder describirlo como anatomista, pero no lo soy y tampoco me hubiera atrevido siquiera a hablar del animal si no fuera porque tengo razones muy sólidas para creer que es totalmente desconocido para los naturalistas. Confieso con vergüenza que no he observado la aleta que hubiera servido para clasificar al pez luna entre los torácicos, los ápodos o los abdominales y veo con pesar que no podrá ser acreditado hasta un nuevo examen.

El mismo día

Ninguna noticia de los amigos del Emperador. El viento ha girado hacia el oeste y nos promete a los españoles para mañana.

31 de agosto

Han llegado los amigos del Emperador y no traen nada que se refiera a mí. El Caíd se ha encargado de escribir sobre el asunto. He concluido del conjunto de su conversación que no tenía nada que temer en cuanto a mi libertad, pero otras personas que se encontraban presentes pensaban de diferente modo. Ya veremos.

Mientras espero, tengo en mi Edén, tranquilidad, soledad, un clima y una vista admirables y árboles que se comban bajo el peso de sus frutos. Unos higos que han caído al suelo a causa de estar muy maduros y que han sido dejados por el jardinero, han adquirido bajo este sol abrasador un grado de cocción que los ha convertido en mermelada y para gustar de esta literalmente no hay más que agacharse y recogerla.

El mismo día

Los españoles habían aparecido en el estrecho, pero el viento se ha cambiado hacia el este con una violencia extrema y se encuentran ahora frente Algeciras, puerto que les es mucho menos ventajoso que el que ellos trataban de ganar y que me lleva a conjeturar que no quieren regresar a Tánger.

1º de septiembre

He ido a ver los diversos campamentos que los habitantes han levantado fuera de la ciudad. Los de los europeos están en su mayoría en los jardines de los cónsules de Dinamarca y de Inglaterra, y esta mezcla de tiendas, de tapices colgados de los árboles, de glorietas habitadas y de paseos asilvestrados, forman un aspecto de lo más pintorescos que sea posible ver. Se puede establecer por lo que he dicho acerca de todas esas casas de campo que la seguridad aquí debe ser muy grande y, efectivamente, no podría serlo mayor. Tánger, en este aspecto así como por su proximidad a Europa, debe ser contemplada como la escala más agradable de todo el Mediterráneo. Yo la juzgo incluso preferible a Esmirna, que en el levante está considerada casi como una ciudad europea.

La seguridad de la que he disfrutado en todas las ciudades del Imperio de Marruecos viene principalmente del odio que los habitantes del campo tienen hacia los ciudadanos, así como de su extrema avidez. De suerte que no vacilarían un solo instante en matar a un fugitivo sospechoso de tener pacotilla, pero se guardarían muy mucho de hacer otro tanto con un viajero que sería reclamado, porque cada Aduar responde de las violencias cometidas en su territorio y de ello podría resultar la ruina de la tribu entera. No me refiero aquí más que a las regiones que están por entero sometidas al Emperador, porque existen muchas otras por donde no se puede viajar más que bajo la protección de sus habitantes de importancia.

2 de septiembre

Creo haber averiguado por fin por qué el Emperador no me responde. Se me ha dicho que se ha puesto a quemar todas las cartas que recibe sin leerlas. Lo cual es una forma marroquí de decir que no quiere ser interrumpido durante el asedio. Sin embargo, envió a Cádiz a un cirujano y a un intérprete español y les ha encargado que digan que no ha sido él quien había empezado las hostilidades. Creo que esto se llama en diplomacia llevar una política versátil y tampoco sería difícil encontrar ejemplos de la misma fuera de África.

3 de septiembre

Habiendo hecho una visita al Caíd, he encontrado con él al Caíd de Alcassar, que es un joven negro de rostro y carácter amable. Me ha hecho recordar que apenas sí he hablado todavía de los negros de Marruecos.

Las nociones acerca del interior del África que he recogido en los diversos viajes que he realizado hacia el norte de esta parte del mundo, se refieren casi totalmente a las que M. Lovyard ha remitido a la sociedad para la que trabajaba.

Los negros que en aquella obra son denominados Of negro casta no llegan más arriba de Senegal. Los países de Faisán, Bournon, Caschna y Tombuctú están poblados por una raza de hombres altos, de fuerte complexión, de un negro hermoso, que sin embargo determinados días parece marrón o dorado. Sus cabellos son lanosos, pero más largos que los de los guineanos. Tampoco tienen, como estos últimos, la boca prominente y la nariz aplastada, pero todos sus rasgos están bastamente achatados y la sonrisa no les embellece en absoluto, como sucede con los otros. Todos estos pueblos están apegados a la religión musulmana, son más capaces de reflexión que los negros del sur, más generosos y amigos del gasto que los árabes y carecen, a diferencia de estos, del gusto por el disimulo. Además, aman extraordinariamente la lengua de los árabes y la cultivan hasta el punto de que he visto en varias ocasiones a improvisadores que se ganaban la admiración de todos.

Además de los Imperios de Bournon y de Caschna, y de los reinos de Faisán y de Tombuctú, parece que hacia el nordeste de este último hay un estado considerable llamado Togurt, lo mismo que su capital. Muley Ismael hizo la conquista de Togurt e hizo esclavos a todos los habitantes, con los cuales formó a continuación una guardia bajo la advocación de un Santo llamado Sidi Bochari y los negros bocharis actuales son descendientes de estos, pero su número está muy disminuido por causas que se pueden buscar, si se quiere, en la historia reciente.

4 de septiembre

Me encontraba en el jardín del Cónsul de Dinamarca, uno de los puntos más elevados de la costa, cuando de improviso el estrecho se apareció ante mis ojos, bajo la forma de un gran río de nubes puesto en movimiento por los vientos del este y que hendían los mástiles de algunos navíos. Las personas que viven en este lugar desde hace varios veranos, me han asegurado que jamás habían visto cosa semejante. Yo mismo, tras haber viajado mucho por el Mediterráneo no he visto descender las nubes hasta la superficie de las aguas, más que una vez. He dado la descripción de este fenómeno en la relación de un viaje aerostático, pero como no se han distribuido de este escrito más que cinco o seis ejemplares, no creo repetirme incluyendo aquí esa misma descripción.

Y puesto que fui de viaje por las nubes, hablaré de un fenómeno bastante raro, que ha escapado a la nomenclatura de los meteorólogos aunque sea éste conocido por los marinos los cuales, sin embargo, no han considerado necesario darle un nombre. No he sido testigo del mismo más que una sola vez.

Estábamos en el mar en el mes de diciembre y señalamos las costas del reino de Valencia. Unas brisas suaves daban la vuelta al compás. El aire era puro, pero arrebolado hacia el nordeste; una masa de nubes oscuras se elevaba con bastante rapidez por encima del horizonte amenazando con llegar muy pronto hasta nosotros y traernos la tormenta. Todas las miradas estaban fijas en aquel lado y vimos a la masa de nubes, después de haberse elevado a una cierta altura, descender hasta estar sobre el mar y venir hacia nosotros deslizándose sobre la superficie. Un gran movimiento interior estaba producido por el frotamiento que éste avance ocasionaba. Las nubes de abajo se dirigían hacia lo alto y en seguida hacia adelante, pareciendo que querían adelantarse unas a otras, pero las que se encontraban detrás consiguieron delantera sobre las primeras y la masa nebulosa conservó siempre la forma plana y perpendicular de una inmensa pared, pareciendo conservarla incluso cuando envolvía ya la parte delantera de nuestra nave.

Habiendo visto en el curso de mis viajes la mayoría de los grandes espectáculos que puede ofrecer la naturaleza, puedo certificar que ninguno de ellos me ha dejado un recuerdo más duradero; una sola vez fui testigo de algo así y diez años han transcurrido desde entonces y la impresión que me queda es tan fuerte que podría dibujar aún si el fenómeno pudiera ser dibujable.

5 de septiembre

Recibimos un gran paquete de revistas, lo cual constituye en África un placer mucho mayor de lo que lo sería en Europa. Un primer paquete que recibí en Tetuán me había enterado de la huida y captura del rey de Francia. En otra ocasión, encontramos en el desierto cerca de Rasdora a un mensajero árabe que nos entregó otras revistas donde pude ver que el francés había tenido la sabiduría de contemplar este acontecimiento como sin valor y que el mismo día se había puesto a confeccionar el código criminal. Hoy observo aún con mayor placer que se va a acabar ese estado de suspensión hostil en que se mantenía el norte desde hacía ya demasiado tiempo. Porque nótese que, mientras se ocupaban en hacer alarde de mediaciones, hombres mujeres y niños eran masacrados en las orillas del Kuban o del Danubio. Nótese asimismo que era el pueblo bárbaro el que era tratado así por el pueblo civilizado. Nótese por último que aquél había sido incitado por el pueblo más civilizado de Europa. Pero hoy en día no son los conquistadores y los guerreros quienes abren las puertas de Jano y trastornan la paz. Los ministros sacrílegos de esa diosa bienhechora se acuerdan de pronto de que no se ocupan de ellos en las revistas y se ponen tranquilamente a calcular las masacres futuras y a esperar con más tranquilidad todavía que se recurra a ellos para concluirlas. Por último acaban por firmar una paz que les promete nuevas ocasiones para el futuro de desplegar su importancia. Porque ellos viven de importancia, igual que el pobre vive de pan, el artista de entusiasmo, el sabio del placer unido a los descubrimientos y el verdadero estadista vive del placer de ver prosperar la felicidad pública.

Cosas todas ellas en las que en Europa se cree desde hace dieciocho siglos y, sin embargo, los apóstoles de la paz pasarán siempre por soñadores y no conseguirán persuadir de verdades tan sencillas y establecer su culto, que debería ser el único católico, es decir, el único universal.

6 de septiembre

Recibo la autorización para partir, pero ninguna respuesta relativa a los judíos míos. Es un principio del que no se sale jamás en esta corte y que es el de hacer que todo el mundo salga contento de las audiencias. Uno cree solucionado su problema y tan solo lamenta no haber pedido bastante y después se acaba por no entender nada y se está muy contento de estar fuera. Sucedía ya lo mismo con Muley Ismael por lo que pude ver según las memorias de las embajadas.

Embarqué aquella misma tarde con el Embajador de Suecia, con quien había tenido el placer de no separarme durante la mayor parte de mi viaje. Este Embajador es el Señor Barón de Rosenstein honorablemente conocido por los franceses y los ingleses, con quienes había hecho alternativamente la guerra, y todavía más de los rusos. Una carta célebre en el norte a hecho justicia a su valor; que me sea permitido rendir aquí testimonio de las cualidades amables de su carácter e inteligencia.

Nos hicimos a la vela el 7 por la mañana y aquella misma noche llegamos a Cádiz. La víspera me encontraba entre los pueblos nómadas del Rif y al día siguiente expuesto a la atención, viendo a bellas españolas con redecillas, francesas con gorritos de París e inglesas con sombreros, grupos de baile, fandangos y castañuelas. No creo que exista ningún otro lugar del globo un tránsito tan corto entre dos formas tan diferentes de ser y el efecto de ello difícilmente se puede expresar.

Termino aquí la relación de un viaje que no he contemplado como a una empresa de la que debía derivarse muchos conocimientos, sino más bien como una gira de placer, un paseo por otra parte del mundo, un cambio de paisaje, de cielo y de naturaleza, un proyecto de escuchar el silencio de los desiertos, las orillas agitadas del mar y de llevar mi pensamiento hasta los monumentos de antiguas ensoñaciones. No hacer nada es una ocupación tan dulce que está permitido tratar de variarla y hacerla más agradable aún. Porque los desiertos y su silencio, el mar y sus olas bramantes, la calma y las tempestades, los temporales y sus silbidos agudos, los paisajes y la naturaleza, son los verdaderos dominios del soñador solitario.

Sé muy bien que todas estas cosas dan lástima al político, quien las contempla desde lo alto de sus elevados proyectos, y no es sensible más que al ruido que las cosas hacen en los periódicos. No verá en los pueblos de África más que hombres apropiados para producir confusión en la Asamblea Nacional, degollar a los comerciantes franceses o hacerlos esclavos. No verá el mar más que como el testigo poco ha de aquellas bellas tripulaciones que hicieron tan grande efecto en los papeles públicos, pero sin producir ningún efecto real más que el de abrumar a los pueblos, para mantener el pretendido equilibrio de Europa y creían haberlo conseguido cuando después de años de una guerra cruel, las cosas están en el estado en el que se encontraban anteriormente. Verdaderamente, tendría uno la tentación de compadecerles a su vez, si no hiciesen tanto daño y si su intrigante actividad no multiplicara en su caso los medios para hacerlo.

Desde luego, es una gran verdad que el mundo pertenece a las personas activas y que son los perezosos los que lo disfrutan. Cineas gozó por adelantado del descanso que debía coronar la ambición de Pirro. Hablad con cualquier hombre ávido de bienes o de gloria. Tiene previsto descansar cuando haya ejecutado tal o cual proyecto. Hablad con un cultivador de las ciencias y veréis que no desea otra cosa que la continuación de esos ocios estudiosos y lo mismo sucederá con el agricultor, lo cual parece indicar el disfrute de una felicidad más auténtica. Pero cada uno tiene una felicidad distinta de la de los demás; la felicidad de la ambición consiste en no estar nunca contento y como decía el derviche Saadi, los ojos de la ambición no pueden cerrarse más que con tierra.

Este derviche Saadi ha sido siempre el filósofo de mi preferencia y he tratado antaño de imitar su estilo en mis relatos orientales. Voy a añadir aquí otro relato del mismo carácter. La intención de esta obra de pura imaginación no es sin embargo la de que sirva de pura distracción. He intentado presentar una moral más apropiada a nuestro siglo nuevo y difícil y lo he hecho con el deseo de que mentes lúcidas lo hagan sujeto de meditación frecuente. Una obra, cualquiera que sea, no es más que una gota de agua en el torrente de opiniones que impulsan las acciones de los hombres y de los pueblos; pero cuando los escritores aúnan sus esfuerzos apenas fracasan en dirigir su curso.

Fin del Viaje a Marruecos.