—Treinta segundos —dijo el técnico del tablero de mandos—. Estamos al máximo de flotabilidad.
Vanderbilt alzó la vista de los instrumentos.
—Agárrense todos, será un viaje accidentado.
Abajo ya no se oía el ruido de disparos.
Crane miró a su alrededor. Se había hecho un silencio absoluto dentro de la cápsula de salvamento. El resplandor azul iluminaba un mar de caras dominado por el cansancio, el nerviosismo y la preocupación.
—Diez segundos —dijo el técnico.
—Iniciando secuencia de lanzamiento —dijo Vanderbilt.
Crane oyó el impacto de un objeto metálico en la escotilla exterior; reverberó por el tubo de acceso. A sus espaldas alguien empezó a rezar en voz alta. Cerró una mano en torno de las de Hui Ping.
—Lanzamiento iniciado —dijo el técnico.
Tras una sacudida, y un chirrido de metal contra metal, la cápsula de salvamento salió disparada como un tapón de corcho. Crane sintió que la presión le pegaba al asiento. Mientras subían como un cohete hacia la superficie, miró por el ojo de buey, pero solo vio un remolino de burbujas iluminado por las luces de la cápsula.
En ese momento oyó un ruido raro, tan grave que a duras penas franqueaba el umbral de la audición. Parecía llegar de muy abajo, como si fuera un grito de dolor de la mismísima Tierra. La cápsula de salvamento sufrió una sacudida que no tenía nada que ver con la velocidad de ascenso.
De repente todo fueron gritos y gemidos. Hui se llevó una mano a la cara.
—Mis oídos… —dijo.
—Un cambio de presión —le explicó Crane—. Intenta tragar o bostezar. O la maniobra de Valsalva.
—¿Laque?
—Apriétate la nariz, cierra la boca e intenta sacar aire por la nariz. Ayuda a igualar la presión de los oídos.
Volvió a mirar por el ojo de buey, buscando el origen del extraño ruido. El torbellino de burbujas se había despejado. Divisó la curva de la cúpula, que ya estaba a cientos de metros, con su racimo de luces como estrellas poco menos que invisibles en un cielo negro. Vio cómo se borraban; la oscuridad fue total.
Justo cuando estaba a punto de volverse, llegó de abajo una explosión de luz.
Era como si de repente se hubiera iluminado todo el mar. Crane tuvo una breve visión del lecho desplegado a la redonda como una llanura lunar grisácea. Tenía debajo innumerables peces abisales, de aspecto insólito, extraterrestre. Después el resplandor se hizo demasiado intenso, y tuvo que apartar la vista.
—Pero ¿se puede saber qué pasa? —oyó decir a Vanderbilt.
El ojo de buey era como una bombilla que bañaba de amarillo el interior de la cápsula de salvamento. Crane, sin embargo, observó que la luz empezaba a disminuir. Ahora se oían más ruidos que llegaban del fondo, detonaciones bruscas y un petardeo como de unos enormes fuegos artificiales. Volvió a inclinarse y a mirar por el ojo de buey. Lo que vio lo dejó sin aliento.
—Dios mío… —musitó.
La luz que reflejaba el lecho hacia lo alto perfilaba vagamente la cúpula. Estaba reventada, pelada como un plátano. Dentro Crane vio fogonazos sobrenaturales de color rojo, marrón y amarillo, una furiosa catarata de explosiones que estaba haciendo pedazos el Complejo.
Pero había algo más, una brutal onda expansiva que respiraba y se agitaba como si tuviera vida propia, y que se les echaba encima a una velocidad desaforada.
Se irguió como un resorte, cogió a Hui Ping con una mano y se aferró con la otra a la baranda de seguridad.
—¡Prepárense para el impacto! —exclamó.
Un momento angustioso de expectación… y la onda barrió hacia un lado la cápsula, volcándola casi con su fuerza. Se oyeron gritos y alaridos. Las luces se apagaron, dejando como única iluminación el resplandor amarillo que moría en las profundidades. Crane se aferró con determinación a Hui, mientras sufrían varias sacudidas de una fuerza bárbara. Alguien dio tumbos por la cabina hasta chocar con la baranda de seguridad y caer al suelo. Más gritos, voces pidiendo auxilio. Después un reventón y un silbido de agua.
—¡Selle la fisura! —gritó Vanderbilt al técnico, haciéndose oír en el tumulto.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Hui, hundiendo la cara en el hombro de Crane.
—No lo sé, pero ¿sabes los controles activos que decías? Pues creo que Korolis puede haber encontrado uno.
—Y… ¿Y el Complejo?
—Ya no queda nada.
—Oh, no… ¡No! ¡No! Tanta gente…
Hui empezó a llorar en voz baja.
El zarandeo fue amainando. Crane miró a su alrededor en la penumbra. Muchos pasajeros lloraban o gemían. A otros, asustados y nerviosos, les tranquilizaban los de al lado. Al parecer había un solo herido, el hombre que había rodado por el suelo. Crane apartó con suavidad a Hui y fue a atenderlo.
—¿Cuánto falta? —preguntó en voz alta a Vanderbilt.
El oceanógrafo se había levantado para ayudar al técnico a reparar la fisura.
—¡No lo sé! —exclamó—. Se ha ido la corriente y no funcionan los sistemas. Ahora estamos subiendo por nuestra propia flotabilidad.
Crane se arrodilló junto al herido, que ya intentaba levantarse, aturdido pero consciente. Lo ayudó a sentarse y le vendó los cortes de la frente y el codo derecho. La luz del fondo marino se había apagado del todo. Dentro de la cápsula no se veía absolutamente nada. Fue a tientas hacia Hui, con el agua por los tobillos.
Al sentarse sintió que pasaba alguien en la oscuridad.
—No podemos sellar la fisura. —Era la voz de Vanderbilt—. Más vale que lleguemos pronto a la superficie.
—Ya han pasado los ocho minutos —dijo el técnico—. Tienen que haber pasado.
Justo entonces Crane vio (o le pareció) que la agobiante oscuridad de la cabina dejaba paso a un atisbo de luz. Notó que Hui le apretaba la mano. Ella también se había dado cuenta. La brusca ascensión pareció suavizarse, y su velocidad disminuyó. Una luz juguetona se empezó a difundir por la cabina, creando dibujos movedizos en verde y en intenso azul.
Lo siguiente fue una sensación inconfundible. Flotaban a merced de un suave oleaje.
Por toda la cápsula surgieron gritos entrecortados de alegría. Hui todavía lloraba, pero Crane se dio cuenta de que eran lágrimas de felicidad.
Caminando por el agua, Vanderbilt llegó a la escotilla de emergencia del techo de la cápsula, pero en ese momento se oyó un grito en sordina al otro lado. Sonaron pasos en el techo y alguien hizo girar la palanca de la escotilla, que se levantó con un chirrido metálico.
Entonces, por primera vez en casi dos semanas, Crane vio la luz del sol y un cielo muy azul.