59

Crane miró fijamente al marine. Estaba al lado de la puerta, a unos cinco metros.

Notó que se le cerraban los puños. En su cabeza se había formado inconscientemente un plan. Miró a Vanderbilt, que le devolvió la mirada. Se entendieron en silencio. El oceanógrafo asintió con un movimiento casi imperceptible.

La mirada de Crane regresó al fusil automático. Sabía que no podía cogerlo sin que le pegaran un tiro, pero si lograba entretener al marine al menos daría a Vanderbilt la oportunidad de intervenir.

Dio un paso.

El agente del destacamento negro se volvió hacia él y abrió ligeramente los ojos, como si adivinara sus intenciones. El arma subió rápidamente hasta apuntar al pecho de Crane.

En ese momento apareció algo en el pasillo, detrás de la zona de embarque.

—Baje el arma —tronó una voz familiar.

El agente se volvió. El almirante Spartan estaba en la puerta con un gran corte en la frente. Tenía sangre seca por toda la parte superior del uniforme, y una pistola grande en la mano derecha. Estaba pálido, pero se le veía decidido.

—He dicho que baje el arma, soldado —dijo con calma.

Al principio no se movió nadie. De pronto el agente del destacamento negro giró el M-16 en dirección a Spartan. El almirante levantó la pistola con un fluido movimiento y disparó. La detonación reverberó entre las cuatro paredes, ensordecedora. El impacto arrojó al marine hacia atrás, mientras su arma rebotaba en el suelo. La mujer de la escalera gritó.

Spartan se quedó donde estaba, apuntando al cuerpo inmóvil del agente. Después de un rato se acercó, cogió el fusil automático y se volvió hacia Crane. Sin decir nada, Vanderbilt ayudó a la mujer a subir de nuevo por la escalera e hizo señas a Hui Ping de que se adelantase.

Crane abrió la bolsa para sacar vendas, pero Spartan le indicó que no hacía falta.

—¿Dónde estaba? —preguntó Crane.

—Encerrado en mi camarote.

—¿Cómo ha salido?

El almirante enseñó la pistola con una sonrisa, pero serio.

—¿Sabe qué ha ocurrido?

—Lo suficiente. ¿Ya han subido todos a la cápsula de salvamento?

—Todos los de los niveles nueve al doce. En total ciento doce personas. El nivel ocho está completamente inundado. De más abajo no puede subir nadie.

Spartan hizo una mueca de dolor.

—Es de vital importancia que se lleven lo antes posible a toda esta gente.

—Estamos de acuerdo. Subamos.

El almirante sacudió la cabeza.

—Yo me quedo.

—Imposible. No hay garantías de que el rescate llegue a tiempo. Además Korolis está abajo, en la Canica Tres, y puede llegar al Moho de un momento a otro. En ese caso puede pasar cualquier cosa.

Spartan señaló al marine con la pistola.

—Están a punto de llegar más como éste. Pararán la secuencia de lanzamiento de la cápsula y les impedirán salir. No pienso permitirlo.

Crane frunció el entrecejo.

—Pero…

—Es una orden, doctor Crane. Debe salvar a toda la gente que pueda. Suba a bordo, por favor.

Después de otro momento de vacilación, Crane se cuadró e hizo un saludo militar al almirante. Spartan se lo devolvió mientras se le formaba una sonrisa gélida en el rostro. Crane se volvió para seguir a Vanderbilt por la escalera.

—¡Doctor! —lo llamó Spartan.

Crane miró hacia atrás.

Spartan sacó una tarjeta del bolsillo y se la tendió.

—Cuando llegue a Storm King, llame a esta persona y cuénteselo todo.

Crane miró la tarjeta. Llevaba el sello en relieve del Departamento de Defensa. Aparte de eso solo ponía: MCPHERSON, (203) 111-1011.

—Señor, sí, señor —dijo.

—Suerte.

Crane se despidió del almirante con un gesto de la cabeza y subió deprisa hasta cruzar la escotilla.

Penetró en un tubo pequeño y vertical iluminado con LED azules empotrados. La escalerilla seguía, con tuberías a ambos lados. Abajo se oyó un ruido metálico. Era Spartan, que había cerrado la escotilla.

Después de veinte o veinticinco escalones, Crane cruzó una especie de anilla enormemente gruesa y salió a un espacio bajo, en forma de lágrima. La luz era tenue, del mismo color azul claro que la del tubo de entrada. Mientras estaba en el último peldaño, esperando a que su vista se acostumbrara, vio que lo rodeaban dos hileras de bancos circulares; la segunda estaba más elevada que la primera. Ocupaban todo el perímetro de la cápsula, con una baranda protectora frente a cada una. Todos los asientos estaban ocupados. Algunas personas se cogían de la mano. Había un silencio extraño; casi no hablaba nadie, y los pocos que hablaban lo hacían susurrando. La mirada de Crane topó con varias caras conocidas: Bryce, el residente de psiquiatría; Gordon Stamper, el bombero; técnicos de laboratorio, pizzeros, mecánicos, bibliotecarios, cajeros del economato, personal del servicio de comida… Era un muestrario de los trabajadores del Complejo a quienes conocía por haber hablado o trabajado con ellos (o de simple vista) durante los últimos diez días.

Destacaban dos ausencias, la de Roger Corbett y la de Michele Bishop.

A la derecha de Crane había un pequeño tablero de mandos del que se ocupaban Vanderbilt y un técnico a quien no reconoció. Vanderbilt se levantó para acercarse a Crane.

—¿Y el almirante Spartan? —preguntó.

—Se queda.

Asintió y se puso de rodillas para sellar escrupulosamente la compuerta. Después se volvió y le hizo una señal con la cabeza al técnico, que tocó algunos mandos del tablero.

Arriba sonó una nota grave.

—Empezamos a desacoplarnos —dijo el técnico.

Vanderbilt se levantó y se limpió las manos en la bata de laboratorio.

—Hay una cuenta atrás de cinco minutos, lo que dura la secuencia de compresión —dijo.

—¿Tiempo hasta la superficie?

—Desde que nos despeguemos de la cúpula, poco más de ocho minutos. Al menos sobre el papel.

Crane se echó el equipo médico al hombro mientras miraba a los pasajeros de las dos hileras de bancos por si había algún herido. Después se volvió otra vez hacia el panel de control. Hui Ping estaba sentada justo detrás de Vanderbilt. Sonrió levemente cuando Crane se sentó a su lado.

—¿Preparada?

—No.

En la escotilla de entrada había un ojo de buey muy pequeño, que parecía idéntico al que había visto durante el primer viaje en batiscafo. Se inclinó, y al mirar por el cristal vio cómo se replegaba la escalera hacia la escotilla cerrada, dibujada en una tenue luz azul.

—Dos minutos —dijo el técnico del tablero de mandos—. Ya hemos alcanzado la presión adecuada.

Junto a Crane, Hui se movió.

—Estaba pensando una cosa —dijo.

—Suéltalo.

—¿Te acuerdas de lo que me has contado sobre Ocotillo Mountain? ¿Que hay dos tipos de medidas para impedir que alguien entre, intencionadamente o no, en los almacenes de armas nucleares viejas? Medidas de seguridad activas y pasivas.

—Sí, es verdad.

—Las medidas pasivas puedo imaginarlas: señales de advertencia, imágenes grabadas en metal… Cosas así. Pero ¿qué serían las medidas activas?

—No lo sé. Lo único que dijeron en la conferencia es que existían. Supuse que toda la información al respecto era confidencial. —Crane se volvió a mirarla—. ¿Por qué lo preguntas?

—Los centinelas que hemos encontrado… A su manera, como has dicho tú, son medidas pasivas, que se limitan a irradiar advertencias. Supongo que me estaba preguntando si ellos también tienen medidas activas.

—No lo sé —contestó despacio Crane—. Muy buena pregunta.

—Un minuto —murmuró el técnico.

En medio del silencio, Crane oyó con claridad un tableteo constante de armas automáticas que se filtraba por la escotilla que tenía debajo de sus pies.