58

Crane tardó casi veinte minutos en recorrer todo el nivel nueve, el que no descansaba nunca, pero que ahora presentaba el aspecto de una ciudad fantasma. El teatro era un cementerio de butacas vacías. En la biblioteca no había ni un alma. El economato estaba cerrado, con las ventanas oscuras. Solitarias, las mesas de la terraza del café esperaban en vano a la clientela. Encontró a un operario dormido en un cubículo de la zona multimedia, y a un solo técnico en el centro médico, donde entró a buscar un equipo médico portátil. Les hizo subir al nivel doce.

Entró en la lavandería (ni un alma) y cogió una toalla. Después volvió a Times Square para echar un último vistazo a los escaparates. Tanto silencio era estremecedor. Olía a café tostado, y salía música de la cafetería. También había otro sonido, un ligero crujir en el nivel de abajo, el ocho. Inevitablemente, le recordó su época en los submarinos, y el peculiar crujido, casi siniestro, que hacían los tanques de lastre al llenarse de agua de mar.

Al subir por la escalera pensó otra vez en Michele Bishop. No quería creerlo. Sin embargo, en parte sabía que quizá fuera la única explicación de que no hubiera organizado ella a los científicos, ni hubiera cumplido su promesa de volver a llamarlo. Ya analizaría más adelante sus motivos. De momento no tenía tiempo para eso.

Se acordó de su última y breve conversación telefónica. «¿O sea, que Spartan no piensa parar la excavación?». Si algo le quedaba claro, por desgracia, era que Bishop no lo había preguntado por curiosidad.

Al llegar al nivel doce recorrió rápidamente los pasillos, donde no quedaba nadie. La zona de embarque de la cápsula de salvamento era una sala grande adyacente al Complejo de Compresión. Al entrar encontró a dos docenas de personas haciendo cola delante de una escalerilla de metal fijada a la pared. En el techo había una escotilla por donde penetraba la escalera, y de la que bajaba un resplandor azulado que daba un relieve fantasmal a los peldaños.

Vanderbilt estaba supervisando el embarque con Hui Ping al lado. Se acercaron a Crane al verlo entrar.

—¿Había alguien? —preguntó Vanderbilt.

—Solo dos personas.

El oceanógrafo asintió.

—Pues ya está todo el mundo. Ya han acabado de registrar los otros tres niveles.

—¿Cuál es el recuento? —preguntó Crane.

—Ciento doce. —Vanderbilt señaló con la cabeza la fila que serpenteaba en dirección a la escalera—. Cuando hayan subido los últimos empezaremos la secuencia de lanzamiento.

—¿Y Stamper?

—Arriba, en la cápsula, con el resto de la brigada. A este lado de la brecha ya no pueden hacer nada.

Vanderbilt volvió a la escalerilla. Crane se volvió hacia Hui Ping.

—¿Por qué no estás a bordo? —preguntó, quitándole de los hombros la toalla húmeda para cambiarla por la seca.

—Te esperaba.

Se colocaron en silencio al final de la cola. Durante la espera Crane se descubrió pensando nuevamente en Michele Bishop. Miró a Hui para distraerse.

—¿Qué querías explicarme? —preguntó.

Hui jugaba distraídamente con la toalla, sin mirar un punto fijo.

—¿Perdón?

—Antes has dicho que habías descifrado la transmisión; la más larga, la primera que se recibió de debajo del Moho.

Asintió con la cabeza.

—Sí. Bueno, es una teoría. No puedo demostrarla, pero cuadra.

Metió una mano en el bolsillo de la bata de laboratorio y sacó un microordenador mojado.

—Está empapado. Ni siquiera sé si funcionará.

Sin embargo, al pulsar el botón la pantalla parpadeó. Hui cogió el marcador y abrió una ventana de números binarios.

100000011100000000000000000001100000001000000000

000000000001100000000000000000000000000001100000

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000000000000000000000001100000110000000000000000

000001100000000000000000000000110001100000000000

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—Es esto —dijo—; la secuencia digital que guardó el doctor Asher como «inicio.txt», y que no llegó a intentar descifrar. Mientras te esperaba he probado varios enfoques criptográficos, pero no funcionaba ninguno. No se veía nada en común con todas las fórmulas matemáticas que descifró el doctor Asher.

La cola de la escalerilla se acortaba lentamente. Delante quedaban unas diez personas.

—Sigue —dijo Crane.

—Justo cuando estaba a punto de darme por vencida me he acordado de lo que decías del WIPP, de que no empleaban un solo tipo de advertencia sino varias: «Imágenes, símbolos, texto…». Y he pensado que tal vez los que pusieron todo esto debajo del Moho también usaban varios tipos de advertencia. Quizá no todo fueran fórmulas matemáticas prohibidas. Así que he empezado a hacer experimentos. Primero he intentado reproducir el mensaje como un archivo de audio, pero no funcionaba. Luego he pensado que podía ser una imagen gráfica, o más de una, y lo he dividido de varias maneras. Me intrigaban las agrupaciones repetidas de unos de la primera mitad de la secuencia. Lo he dividido en dos partes iguales. Verás que la primera imagen está delimitada por unos. La proporción entre unos y ceros es idéntica en las dos imágenes, como si ya estuviera hecho para ser dividido en dos mitades.

Dio unos golpecitos con el marcador en la pantalla, y esta vez la secuencia binaria apareció dividida en dos:

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Miró a Crane.

—¿Ves algo distinto en la imagen de arriba?

Crane se fijó en la pantalla.

—Los grupos de unos.

—Exacto.

Hui los rodeó con el marcador.

—¿Qué, te dice algo? —preguntó.

Crane sacudió la cabeza.

—No, la verdad es que no.

—Pues a mí sí. Creo que es una imagen del sistema solar interno. —Dio unos golpes en el grupo más grande—. Aquí, justo en el centro, está el Sol, rodeado por los cinco planetas interiores. Te apuesto lo que quieras a que si consultaras los mapas estelares verías que aparecen en sus posiciones de hace seiscientos años.

—La época del sumergimiento.

—Ni más ni menos.

—¿Entonces qué es la segunda imagen? —preguntó Crane—. Parece aleatoria, como ruido.

—Exacto, es aleatoria. De hecho es de una aleatoriedad perfecta. Lo he comprobado.

Crane frunció el entrecejo al mirar el revoltijo de unos y ceros.

—¿Tú crees que significa… el apocalipsis?

Hui asintió.

—Creo que es otro tipo de aviso. Como toquemos lo de aquí debajo…

Dejó la frase a medias.

Crane alzó la vista de la pantalla.

—El sistema solar quedará reducido a cero.

—Literal y figuradamente.

Vanderbilt ya estaba ayudando a la científica de delante de Hui y Crane a subir a la cápsula de salvamento por la escalerilla. Hui dio un paso para agarrarse, pero Crane la detuvo.

—¿Sabes que me has impresionado?

Hui se volvió a mirarlo.

—¿Cómo?

—Que estando escondida en el laboratorio hayas tenido ánimos no solo para analizar el problema sino para solucionarlo…

En ese momento se abrió de par en par la puerta de la zona de embarque y entró un marine con uniforme negro y un fusil de asalto M-16 en las manos. Su mirada saltó de Crane a Hui, de Hui a Vanderbilt y de Vanderbilt a la científica que ya tenía medio cuerpo en la escotilla.

—¡Apártense de la escalera! —exclamó.

Crane se volvió hacia él.

—Estamos evacuando la estación para buscar ayuda.

—No habrá ninguna evacuación. Que desembarque todo el mundo y vuelva a sus puestos. La cápsula de salvamento será desconectada.

—¿Por orden de quién? —dijo Vanderbilt.

—Del comandante Korolis.

—Korolis no está bien —dijo Crane.

—Soy el científico de mayor graduación —dijo Vanderbilt—. Ahora que no se puede acceder a los niveles inferiores, estoy al mando. Vamos a seguir con la evacuación.

El marine los apuntó con el fusil.

—Tengo órdenes —dijo sin alterarse lo más mínimo—. Ahora mismo debe salir todo el mundo de la cápsula de salvamento. Sea como sea.

La mirada de Crane subió del cañón del fusil a los ojos duros e impasibles del soldado, y no le cupo la menor duda de que no hablaba por hablar.

La mujer de la escalera se había quedado quieta. Lentamente, sollozando en voz baja, empezó a bajar.