57

Dentro de la Canica Tres, donde todo eran estrecheces y olor a sudor, Rafferty movió sus greñas hacia un lado.

Señor…

Korolis miró al ingeniero.

—Los sensores registran una anomalía en la matriz sedimentaria.

—¿Dónde?

—Menos de dos metros por debajo del nivel excavado actual.

—¿Qué hace la tuneladora?

—Está un poco rebelde, señor. Ahora mismo solo estamos haciendo sumas de control en uno de cada dos paquetes de datos.

—Reduzca la velocidad a la mitad; no nos interesa que falle.

—A la mitad, señor.

—¿Tenemos datos concretos sobre las lecturas anómalas?

—De momento no, señor. El agua está demasiado sedimentada. Tenemos que acercarnos más.

—¿Y el ultrasonido?

—Hay una interferencia desconocida que viene de debajo, señor.

Korolis se masajeó las sienes mientras maldecía las limitaciones del instrumental. Cuanto más se acercaban a la anomalía, menos fiables se volvían los aparatos.

Dentro de la Canica hacía calor. Se secó el sudor de la frente antes de aplicar los ojos al marco de goma del visor externo. Activó el foco de debajo de la Canica. La pantalla mostró inmediatamente un perfecto huracán de limo y piedra. Entre la tuneladora, que excavaba el sedimento, y el tubo aspirador que lo chupaba para distribuirlo por el lecho marino, el agua que los rodeaba era completamente opaca. «¡Maldita sea! Demasiado sedimentada». Apagó el foco y se inclinó hacia atrás, dando golpecitos de impaciencia con los dedos en las asas del visor.

Fuera se oyó un golpe sordo, como si llegara de muy lejos. El doctor Flyte había instalado otra banda reforzadora.

Se encendió la radio.

«Canica Tres, aquí Control de Inmersión».

Korolis la separó de la base.

—Adelante, Control de Inmersión.

«Tenemos el parte sobre la explosión, señor».

—Le escucho.

«Parece que se ha producido un agujero en el radio de presión sur».

—¿Y el Complejo?

«El nivel ocho está inundado, y bajo el agua casi el cincuenta por ciento del nivel siete».

—¿El nivel siete? No puede ser. Todos los niveles están diseñados para ser totalmente herméticos.

«Sí, señor, pero la situación del orificio ha hecho que bajara agua por los conductos de ventilación. Según el último parte, la causa de la explosión…».

—¿Y las brigadas de reparación? ¿Ya está todo controlado?

«Ya están selladas todas las compuertas estancas situadas justo encima y debajo del agujero. Se ha detenido la entrada de agua».

—Muy bien hecho.

«El problema es que está subiendo el agua dentro del hueco de la cúpula, señor, y si sigue inundándose el nivel siete corremos el peligro de que se resienta la Barrera».

Korolis sintió una punzada en el cuero cabelludo.

—Pues entonces hay que reparar el agujero del radio de presión con la mayor celeridad.

«Señor…».

—No quiero excusas. Coja a todas las brigadas de reparación que necesite y manos a la obra.

—Comandante… —le murmuró Rafferty al oído.

—Un momento —dijo Korolis por la radio, secamente—. Dígame, doctor Rafferty.

—Los sensores detectan movimiento cada vez más cerca.

—¿De dónde viene?

—No estoy seguro. Hace un minuto no había nada. Ha aparecido de golpe.

Korolis parpadeó.

—¿Centinelas?

—No se sabe. En caso afirmativo son mucho mayores que los demás, señor, y se mueven muy deprisa.

Korolis volvió a pegar la cara al visor y encendió la luz externa.

—Apague la tuneladora. Está tan turbio que no se ve una mierda.

—Señor, sí, señor. Tuneladora apagada.

Korolis miró por la pantalla. El remolino de arena y sedimentos se asentó despacio. Aparecieron de golpe, como visiones saliendo de la niebla.

Había dos. Su exterior era tan indescriptible como el de sus hermanos pequeños del Complejo, un caleidoscopio deslumbrante y sobrenatural cuyos colores variaban continuamente: ámbar, escarlata, jacinto… Y otros miles que brillaban con tal fuerza en la negrura de las profundidades que amenazaban con saturar los sensores CCD de la cámara. La diferencia era de tamaño. Aquellos tenían más de un metro de largo y unas colas brillantes como de cristal, que se agitaban por detrás, así como decenas de pequeños tentáculos que flotaban a su alrededor. Se quedaron justo debajo y a los lados de la Canica, lánguidamente, como si esperasen bajo la atenta mirada de Korolis.

El comandante nunca había visto nada tan hermoso. Sintió que su dolor de cabeza, y la desagradable sensación de picor y calor en todo el cuerpo, empezaban a desvanecerse bajo el influjo de su belleza.

—Han salido a recibirnos —susurró.

Volvió a oírse una voz por la radio.

«¿Señor?».

En el momento en que se apartó del visor volvió a dolerle la cabeza tanto o más que antes, con una virulencia que le produjo un ataque de náuseas. Cogió la radio con una punzada de rabia.

—¿Qué pasa? —dijo de malos modos.

«Señor, hemos recibido un informe de los niveles superiores. Parece que se están movilizando algunos de los científicos».

—¿Movilizando?

—Sí, señor. Están reuniendo al personal y a los trabajadores para llevarlos a la plataforma de la cápsula de salvamento. Parece que planean una evacuación en masa.

Al oírlo, Flyte se puso tan contento que soltó una risita.

—«Envíales un viento favorable, Atenea de ojos glaucos» —recitó en voz baja.

Korolis, con el micro muy cerca de la boca, controló su tono de voz.

—Mientras mande yo, nadie se irá del Complejo. ¿El jefe Woburn no tiene hombres en los niveles superiores?

«Sí, señor. Están en la escalera de bajada al nivel ocho, colaborando en el control de daños».

—Pues ya sabe qué hacer. Cambio y corto.

«Sí, señor».

La radio enmudeció con un pitido.

Korolis se volvió hacia Rafferty.

—¿Distancia hasta la anomalía?

—Un metro justo debajo del nivel excavado.

—¿Recibe datos?

—Ahora lo compruebo. —El ingeniero se inclinó hacia sus instrumentos—. Parece compuesto de un material extremadamente denso.

—¿Tamaño?

—Desconocido. Se extiende en todas las direcciones.

—¿Otro estrato?

—No es probable, señor. La superficie parece totalmente regular.

Totalmente regular. Y a un metro en vertical. Al oírlo, el corazón de Korolis se disparó.

Volvió a secarse la frente con un gesto maquinal. Después se humedeció los labios.

—¿Situación del sistema de chorro de aire?

—Operativo al cien por cien.

—Muy bien. Que la tuneladora perfore el apartadero. Después introdúzcala por el túnel, con el Gusanito, y despliegue el brazo estabilizador.

—Sí, señor.

Korolis miró a Rafferty, después a Flyte y nuevamente al ingeniero. Acto seguido volvió a concentrarse en el visor, sin decir nada.