Después de la cámara estanca había una habitación estrecha y oscura. Crane se paró un minuto a recuperar el aliento. Al otro lado se oía el ulular de una alarma.
Abrió la puerta y salió a un pasillo vacío, donde la alarma era mucho más fuerte.
—Nivel once —dijo Hui tras echar un vistazo—. Camarotes.
—Tenemos que ir al centro de conferencias del doce —dijo Crane—. Es donde me espera el doctor Vanderbilt.
Entró en un camarote al azar, cogió una toalla del cuarto de baño y se la puso a Hui sobre los hombros. Después salieron en busca de la escalera más cercana. El nivel parecía vacío. Solo se cruzaron con una persona, un hombre con mono de mantenimiento que se quedó atónito al verles chorreando.
Encontraron la escalera y se lanzaron hacia el siguiente nivel del Complejo. A diferencia del once, el doce estaba lleno. Había gente en los pasillos y las puertas estaban abiertas; todos tenían la cara tensa y cansada.
El centro se componía de un espacio principal parecido a una sala de conferencias, rodeado por algunas salas más pequeñas. En la grande había una docena de personas que hablaban en voz baja, muy juntas, y que se callaron al ver entrar a Crane. Un hombre se separó del grupo. Era alto, delgado y pelirrojo, con la barba muy corta. En el bolsillo de su bata de laboratorio asomaban unas gafas negras.
Se acercó a Crane y a Hui.
—¿El doctor Crane? —preguntó.
Crane asintió con la cabeza.
—Soy Gene Vanderbilt. —Tras echar un rápido vistazo a la pareja, el oceanógrafo abrió un poco los ojos al observar su estado, pero no dijo nada—. Vamos, les presentaré a los demás.
Se acercaron al grupo. Crane no veía el momento de que se acabaran las presentaciones. Estrechó brevemente todas las manos.
—Me sorprende verle, la verdad —dijo Vanderbilt—. No creía que lo consiguiera.
—¿Por qué? —preguntó Crane.
¿Sería porque Vanderbilt ya estaba al corriente de que lo buscaban, y de que era imposible que le dejasen cruzar la Barrera?
—Porque el nivel ocho está totalmente inundado. Han cerrado herméticamente todas las puertas y las cajas de ascensor.
—¿Totalmente inundado?
Para Crane fue una conmoción. De modo que el Complejo estaba agujereado… Adiós a cualquier posibilidad de que los ocupantes del área restringida subieran a los niveles superiores.
—Y algunos compartimientos del nivel siete me temo que también. ¿Verdad?
Vanderbilt se volvió hacia un bombero bajo y moreno a quien había presentado como Gordon Stamper.
Éste asintió con vehemencia.
—Ahora mismo el agua cubre cerca de un sesenta por ciento del nivel siete. Durante los últimos cinco minutos se han inundado los compartimientos siete-doce a siete-catorce.
—Por lo visto usted ha encontrado otro camino —dijo Vanderbilt a Crane con una mirada significativa.
—Sí, pero ahora también es inaccesible —contestó Crane—. Se ha roto uno de los radios de presión y está entrando el agua entre el Complejo y la cúpula. La salida de emergencia del nivel dos ya ha quedado por debajo del agua.
—Sí, lo del radio ya lo sabemos —dijo Vanderbilt—. Ya han salido las brigadas de contención.
—Es un boquete de bastante consideración —dijo Crane, dubitativo.
—No hace falta que me lo diga —contestó Stamper—. Bueno, si me permiten tengo que volver con mis hombres.
—Llámeme en un cuarto de hora con el nuevo parte —dijo Vanderbilt.
—¿Le informa a usted? —preguntó Crane.
Vanderbilt asintió con la cabeza.
—¿Y el ejército?
—Fragmentado. Ahora mismo está intentando contener la brecha y garantizar la integridad del casco.
Crane volvió a mirar a Stamper, que ya se iba.
—Dice que lo saben todo del boquete. ¿Incluida la causa?
—Sabotaje —dijo Vanderbilt.
Crane lo miró fijamente.
—¿Está seguro?
—Parece que Roger Corbett se ha encontrado por casualidad a la saboteadora justo cuando estaba poniendo el explosivo.
—¿Saboteadora? Pero ¿es una mujer?
—Michele Bishop.
Hui Ping reprimió un grito.
—No —dijo Crane—. No puede ser.
—Corbett consiguió marcar el móvil mientras hablaba con ella y llamar a su residente, Bryce, que oyó cómo la propia Bishop lo reconocía.
Habían pasado demasiadas cosas y de forma demasiado precipitada para que Crane pudiera digerir una impresión tan fuerte. Sintió un profundo frío que no tenía nada que ver con la ropa mojada. ¿Michele Bishop? Imposible.
—¿Dónde están? —preguntó maquinalmente.
—Ninguno de los dos ha salido del nivel ocho. Creemos que han muerto en la explosión.
Crane se dio cuenta de que no podía pensar en todo aquello. Todavía no. Lo apartó de su cabeza con un enorme esfuerzo y respiró hondo.
—El agujero no es nuestro único problema —dijo—. Es posible que ni siquiera sea el más grave.
—Deduzco que es lo que ha venido a explicarnos.
Crane miró a los científicos.
—¿Cuántos de los aquí presentes tienen acceso restringido?
Se levantaron dos manos, incluida la de Vanderbilt.
A pesar de la conmoción y el agotamiento, Crane se dio cuenta de que estaba a punto de infringir todos los protocolos de seguridad que había firmado. También se dio cuenta de que no le importaba lo más mínimo.
Resumió la situación con rapidez: la auténtica naturaleza de la excavación, las sospechas de Asher, el problema médico y su solución, y los mensajes descifrados. Hui intervino unas cuantas veces para aclarar algún punto o añadir alguna observación de su cosecha. Mientras hablaba, Crane miraba las caras de los científicos. Algunos (incluidos los que tenían acceso restringido) asentían de vez en cuando, como si vieran confirmadas sus más íntimas sospechas. A los demás se les veía sorprendidos y hasta incrédulos, por no decir un poco escépticos, al menos un par de ellos.
—Korolis ha tomado el mando militar del Complejo —concluyó—. No sé qué ha hecho con el almirante Spartan, pero ahora mismo Korolis está en la Canica Tres empeñado en penetrar en el Moho. Por lo que sé, podría suceder durante esta misma inmersión, o mejor dicho en cualquier momento.
—¿Entonces? ¿Qué propone que hagamos? —preguntó Vanderbilt.
—Tenemos que establecer contacto con la superficie, con AmShale o mejor con el Pentágono; tenemos que avisar a los que mandan, a los que podrían parar esta locura.
—Será difícil.
Crane miró al oceanógrafo.
—¿Porqué?
—No podemos ponernos en contacto con la superficie. Ahora mismo es imposible. Ya lo he intentado.
—¿Qué ocurre?
—Los aparatos de comunicaciones Complejo-superficie están en el nivel siete, debajo del agua.
—Maldita sea… —murmuró Crane.
Hubo un momento de silencio general.
—La cápsula de salvamento —dijo Ping.
Todas las miradas convergieron en ella.
—¿A qué se refiere? —preguntó uno de los científicos.
—Si no podemos ponernos en contacto con la superficie, tendremos que entregar el mensaje personalmente.
—Tiene razón —dijo otro científico—. Aquí no podemos quedarnos, al menos si es verdad lo que dice el doctor Crane.
—También hay otra cuestión —añadió Hui—. Si no consiguen tapar el agujero, seguirá subiendo el nivel del agua.
—El Complejo no está hecho para resistir la presión a esta profundidad —añadió alguien—. Sufriría una implosión.
—La cápsula tiene capacidad para unas cien personas —dijo Vanderbilt—. Debería caber todo el personal de los niveles superiores.
—¿Y el de las áreas restringidas? —preguntó Crane.
—Otra razón para subir lo antes posible a la superficie —contestó Vanderbilt—. Se han cortado las comunicaciones. Cuanto antes subamos, antes podrán bajar para el rescate y la reparación.
Crane miró al grupo. Varias cabezas asentían.
—Entonces, decidido —dijo Vanderbilt—. Empezaremos a mandar a la gente a la cápsula de salvamento. Necesitaré voluntarios para registrar los niveles del nueve al once y enviar hacia aquí a los rezagados.
—Yo me ocupo del nueve —dijo Crane—. Es el que mejor conozco.
Vanderbilt asintió.
—Vuelva lo antes que pueda.
Crane se volvió hacia Ping.
—¿Tú ayudarás con el embarque?
Hui asintió.
—Ahora vuelvo.
Crane le apretó un poco la mano para tranquilizarla. Después se giró y salió rápidamente al pasillo, donde se perdió de vista.