—¡Hui! —gritó otra vez.
Hui gimió, piel con piel, con la mejilla fría y húmeda.
—¡Agárrate bien! ¡Lo más fuerte que puedas! ¡Voy a intentar salir de aquí!
Crane se aferró a los escalones, mientras el peso añadido hacía protestar a viva voz los músculos de sus pantorrillas y sus brazos. Sacando fuerzas de flaqueza, soltó una mano y la levantó en busca del siguiente escalón. Los brazos de Hui alrededor de su cuello hacían que fuese una tortura. Tocó el escalón, pero las puntas de sus dedos resbalaron. Lo intentó otra vez con un gruñido de esfuerzo. Esta vez logró asirse. Subió casi a pulso y encontró el siguiente. Se le clavaban las rodillas de Hui en las caderas, y sus tobillos le agarrotaban la rodilla.
Otro escalón, otro impulso hacia arriba; de repente, se dio cuenta de que la fuerza del agua era un poco menor. Volvió a trepar con esperanzas renovadas. Ya tenía la cabeza y los hombros por encima de los chorros de agua. Se paró a descansar, con los pulmones al límite y los músculos de todo el cuerpo convulsos. Se levantó a sí mismo y a Hui por encima de otro par de escalones.
Ya estaban sobre el agua, que corría como un río crecido a pocos centímetros de sus pies. Haciendo todo lo posible por no perder el equilibrio, cogió la mano de Hui y la atrajo hasta el escalón más cercano. Después la ayudó despacio y suavemente a plantar los pies en el de abajo.
Ahí se quedaron, gimiendo, jadeando, justo encima del aullido de la catarata.
Fue como si hubieran pasado varias horas pegados al lado del Complejo, sin moverse ni hablar, aunque Crane era consciente de que no podían haber sido más de cinco minutos. Al final hizo el esfuerzo de salir de su parálisis.
—¡Vamos —exclamó—, casi hemos llegado! Seguro.
Hui no lo miró. Temblaba muchísimo, con la ropa y la bata blanca de laboratorio pegadas a su cuerpo menudo.
Crane no estuvo seguro de que le hubiera oído.
—¡Hui! ¡Tenemos que seguir!
Ella parpadeó y asintió con gesto ausente. En su mirada ya no había miedo. Lo habían barrido el esfuerzo y el agotamiento.
Reanudaron despacio la subida. Crane estaba embotado de frío y cansancio. Volvió a mirar hacia abajo, pero solo una vez. Los escalones se perdían en un caos de agua. No se veía nada más. Parecía imposible que hubieran logrado cruzar un infierno semejante.
Hui intentaba decir algo, pero no la entendió. Alzó lánguidamente la vista, como en sueños. Hui estaba señalando un punto tres metros más arriba, donde había otra plataforma pegada a la pared del Complejo.
Subieron hasta ella con sus últimas fuerzas. Había otra escotilla sin nada escrito. Crane levantó las manos para abrirla, pero se paró. ¿Y si estaba sellada? Si no podían volver a entrar, podían darse por muertos. Si no les mataba la subida del agua, lo haría el frío. Respiró hondo, cogió los pernos y apretó con todas sus fuerzas. Giraron sin resistencia. Después de accionar la rueda, se apoyó en la escotilla. El sello se abrió con un ruido de goma, y la puerta se hundió hacia dentro. Crane ayudó a Hui a entrar en la cámara estanca del otro lado, muy pequeña. Después la siguió y selló la escotilla.
Ya estaban dentro.