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Involuntariamente, Crane dio un paso hacia atrás y se golpeó los hombros con el flanco metálico del Complejo. Siguió mirando sin creer lo que veía.

La plataforma que pisaban dominaba desde unos diez metros de altura el lecho marino, donde estaba incrustada la base del Complejo. Un paisaje extraño, casi lunar, rodeaba la cúpula: el fondo marino al desnudo, con subidas y bajadas extravagantes que formaban montañas, valles y ondulaciones como de otro mundo, parcialmente sumergidos. Era de color chocolate oscuro, y en la penumbra de la cúpula devolvía una luminiscencia fantasmal. Parecía estar hecho de un limo fino, viscoso y hediondo.

Pero la mirada de terror de Crane no era por el lecho, sino por lo que tenían encima.

La cúpula que envolvía y protegía el Complejo dibujaba una curva suave que se perdía de vista en lo más alto. A un lado de la exigua plataforma había una hilera vertical de gruesos escalones clavados con tornillos a la piel exterior del Complejo, que subían en línea recta e ininterrumpida por la superficie lisa de metal. Cerca de la parte superior del Complejo, Crane reconocía a duras penas la estrecha pasarela que llevaba a la plataforma de recepción de la Bañera, la misma pasarela que había cruzado la semana anterior. Entre aquel lugar y la pequeña plataforma que ocupaban ellos, vio uno de los grandes radios tubulares de presión que cruzaban el espacio entre el Complejo y la cúpula como un espetón hueco. Todo eso ya lo conocía.

Pero ni mucho menos con aquel aspecto. Justo donde se unían el radio y la pared del Complejo, enormes borbotones de agua caían dibujando arcos. Era el origen del ensordecedor rugido, una furiosa catarata que brotaba de una brecha en el radio de presión con la fuerza asesina de una ametralladora. En el preciso momento en que Crane la vio, dio la impresión de que el boquete se ensanchaba, y de que aumentaba la virulencia del chorro.

Por muy aturdido que se hubiera quedado con aquella dantesca visión, Crane comprendió enseguida varias cosas. Primero: que, ya fuera una avería o un sabotaje, aquello era el origen de la explosión que había oído. Y en segundo lugar, que a pesar del ambiente de normalidad que reinaba dentro del Complejo las cosas distaban mucho de estar controladas. Si las brigadas de control de daños aún no se habían dado cuenta, lo harían en cualquier momento.

Había bastado un simple vistazo para poner patas arriba los miedos, esperanzas y objetivos de Crane.

Su primera reacción, puramente maquinal, fue volverse hacia la escotilla como si pretendiera entrar y avisar del peligro a los operarios del Complejo de Perforación, pero se acordó inmediatamente de que era un acceso de una sola dirección, y de que el ingreso por aquel nivel era imposible. Por otro lado, casi todo el lecho marino que tenían a sus pies estaba cubierto de agua negra, como la que llovía continuamente desde la brecha de arriba, cada vez mayor. En cuestión de minutos, el agua inundaría la exigua plataforma y la escotilla de salida.

De repente sintió un dolor agudo en la mano. Al mirar hacia abajo vio que era porque se la estrujaba Hui Ping, hipnotizada por la caleidoscópica vorágine de agua que ya le había salpicado toda la cara y el pelo.

Se soltó suavemente.

—Vamos, aquí no podemos quedarnos —dijo.

—Yo no puedo —murmuró ella.

Era lo mismo que había dicho en la cámara estanca.

—No hay más remedio —contestó Crane.

Hui lo miró fijamente y apartó la vista.

—Me dan miedo las alturas.

Crane se quedó mirándola. Mierda. ¡Mierda!

Respiró hondo. Después, tratando de olvidar la tromba de agua que estallaba en las alturas, y la lluvia helada que caía por todas partes, puso una mano en el hombro de Hui y la miró a los ojos con dulzura.

—Ya no tenemos más remedio, Hui. Tienes que subir.

—Es que…

—Es el único camino. Permaneceré detrás de ti todo el rato. Te lo prometo.

Tras mirarlo un poco más, mientras las gotas de agua caían por sus mejillas, Hui tragó saliva y asintió sin fuerzas.

Crane la giró hacia la pared de metal gris del Complejo y le puso la mano derecha en el primer escalón.

—No pienses en nada, solo en cada paso.

Al sentirla tan quieta temió que la hubiera paralizado el miedo, pero entonces Hui, con gestos lentos y titubeantes, puso la mano izquierda en el siguiente escalón, comprobó que no se movía y empezó a subir, apoyando el pie izquierdo en el escalón más bajo.

—Así —la animó él, haciéndose oír sobre el rugido del agua—. Así.

Hui subió unos cuantos escalones más. Crane también empezó a trepar, quedándose lo más cerca que podía. Los escalones eran fríos y estaban traicioneramente resbaladizos. El olor del agua salada llenaba la nariz de Crane.

Subían muy despacio, en un silencio solo interrumpido por la respiración algo pesada de Hui, aunque cada vez se oía más el agua. Crane se atrevió a mirar hacia arriba. Ahora el agua caía a cántaros desde el boquete, formando grandes espirales donde jugaba la luz. Todo estaba envuelto por grandes remolinos de fina bruma, debida a la atomización brutal del agua; la débil luz de las lámparas de sodio le daba un aspecto etéreo y fantasmal, de una belleza traicionera.

Hui resbaló y estuvo a punto de estampar un zapato en la cara de Crane. Gritó y se pegó a los escalones.

—No puedo —dijo—. No puedo.

—Tranquila —le dijo Crane con suavidad—. Poco a poco. No mires hacia abajo.

Hui asintió sin volver la cabeza, y se aferró a los escalones para seguir subiendo entre jadeos.

Continuaron con la misma lentitud de antes. Crane calculó que habían recorrido algo más de diez metros. Los chorros de agua se habían vuelto más fuertes. Ahora le castigaban con dureza las manos y la cara. Fue consciente de que cuanto más se acercaran al boquete, mayor sería la presión del agua.

Al cabo de uno o dos minutos Hui dejó de subir y dijo sin aliento:

—Tengo que descansar.

—No pasa nada. Asegúrate de que estás bien sujeta y apóyate en los escalones. Lo estás haciendo muy bien.

Secretamente, Crane también agradeció la pausa. Empezaba a costarle respirar, y le dolían los dedos de tanto tensarlos en el metal frío de los escalones.

Supuso que debían de estar a la altura de la Barrera. La piel del Complejo se extendía en todas las direcciones como un acantilado gris y monolítico de metal. Los escalones por donde ya habían trepado formaban una línea recta que quedaba engullida en el vapor de agua. Reconoció a duras penas la plataforma por la que habían salido, reducida a un punto muy por debajo de sus pies. Todavía más abajo, donde casi no alcanzaba la vista, el lecho marino había quedado totalmente recubierto por las incesantes y furiosas olas del mar.

—Quería preguntarte una cosa —bramó por encima del fragor del agua.

Hui no apartó la vista de los escalones metálicos.

—¿Qué?

—¿Por dónde volveremos a entrar en el Complejo?

—No estoy segura.

Crane se quedó de piedra.

—¿Cómo?

—Sé que hay una o dos escotillas de entrada en los niveles superiores, pero no sé exactamente en cuáles.

—Vale, vale.

Crane se secó los ojos y se sacudió el agua del pelo.

Calculó que podían quedar treinta metros de subida. Haciendo de tripas corazón, miró el radio de presión agujereado desde su precario observatorio. Solo lo tenían a unos dos niveles de distancia, como un gran mástil horizontal medio oculto por las cataratas que brotaban a chorro del agujero de su superficie. El aguacero era tan fuerte que Crane no pudo ver si también estaba perforado el Complejo. Aventuró la vista por la hilera de escalones. Por suerte estaban atornillados a cierta distancia del radio. Aun así, los que tenían justo encima sufrían los embates de incansables olas de agua negra.

Lo tenían difícil para subir por ahí.

Sintió que se le aceleraba el corazón, y que se le empezaban a contraer los músculos de las piernas. Desvió la mirada. Era una visión paralizante. O seguía subiendo o ya no sería capaz de hacerlo.

—¡Vamos! —exclamó, gritando más que el agua.

Reanudaron su lenta escalada. La fuerza del agua que se les echaba encima aumentaba a cada escalón. Si antes había sido como un chaparrón, ahora que empezaban a llegar a la altura del boquete les golpeaba de forma cada vez más horizontal.

Con tanta agua, Crane casi no veía las piernas de Hui.

—¡Cuidado! —vociferó—. ¡Antes de cada paso comprueba que estés bien apoyada!

Volvió a abrir la boca, pero se le llenó de agua salada, atragantándole. Giró la cabeza tosiendo.

«Arriba… Clava bien los pies… Busca el escalón… Arriba otra vez…». Intentó concentrarse en la subida, y mantener el ritmo. Recibía directamente el agua. Le llenaba los ojos y las orejas, le tiraba de los dedos para arrancarle de la pared del Complejo… Ya había perdido la cuenta de los escalones, y con agua por todas partes, los brazos y las piernas empapados, los ojos cegados de humedad y el frío del agua calándole hasta los huesos, era imposible una evaluación visual. El mundo parecía haberse convertido en agua. Incluso parecía que respiraba más agua que aire. Empezó a sentirse mareado y desorientado.

Se paró y sacudió la cabeza para despejársela. Después levantó un brazo y se aferró a otro escalón. Sus dedos empezaron a resbalar. Los cerró con más fuerza y, asegurando el equilibrio, apartó la cara del chorro para respirar hondo y subir. «Ya debemos de estar justo al nivel del radio —pensó—. No puede faltar mucho. Estamos cerca».

De repente oyó un grito justo encima, casi engullido por el estruendo del agua. Poco después, un duro golpe en la cabeza y los hombros estuvo a punto de hacerle soltar los escalones. Notó un peso en el cuello, algo que se agitaba y lo zarandeaba. Envuelto por el torbellino cegador del agua, que apenas le permitía respirar, luchó con todas sus fuerzas para no soltarse.

Otro grito, esta vez casi en su oreja. De repente lo entendió. Era Hui, que tras resbalar y caer había conseguido agarrarse a él en un intento desesperado de supervivencia.

—¡Hui! —gritó Crane.