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Gordon Stamper, operario de primera clase, bajaba del nivel nueve saltando de dos en dos los escalones. Su traje amarillo de bombero pesaba tanto que se le pegaba a la espalda y a los hombros. Los ganchos, la radio portátil y el resto del equipo que llevaba en el cinturón de nailon hacían ruido a cada paso. Detrás de Stamper iba el resto de la brigada de rescate, con bombonas de oxígeno, red tubular, picos y otras herramientas.

Según el aviso emitido por el canal de emergencia no era un simulacro, pero Stamper no sabía qué pensar. Era evidente que algo había ocurrido (la brutalidad de la explosión hablaba por sí misma, sin olvidar el breve corte eléctrico), pero las luces volvían a estar encendidas, y no parecía que le hubiera sucedido nada al Complejo. Stamper estaba convencido de que las autoridades eran perfectamente capaces de montar todo aquel cirio solo para ver si los de Operaciones de Rescate estaban alerta. Los jefazos siempre buscaban alguna manera de tocarle los huevos a la tropa.

Abrió de par en par la puerta del nivel ocho. Al otro lado había un pasillo vacío con dos hileras de puertas cerradas. No le extrañó, porque faltaba poco para que se acabara el turno y la mayoría de los administradores e investigadores que trabajaban en aquel nivel debían de estar en otro lugar, comiendo en Central, o más probablemente en las salas de reuniones del nivel siete, haciendo balance del día.

El micrófono de su radio portátil estaba sujeto con un clip en un galón del hombro. Pulsó el botón con el pulgar.

—Stamper llamando a Rescate Uno.

La radio emitió una serie de crujidos.

«Rescate Uno. Te recibo».

—Estamos en el nivel ocho.

«Recibido».

Stamper apagó la radio con una especie de satisfacción malhumorada. Seguro que esta vez no se quejaban de la rapidez, porque solo hacía cuatro minutos del aviso y ya habían llegado.

Su objetivo era Control Ambiental, en la otra punta de la planta. Echó un vistazo a sus hombres para comprobar que no faltara nadie y dio la señal de seguir.

Cuanto más lo pensaba, más seguro estaba de que era un simulacro, un ejercicio. La llamada (una sola, por lo que le constaba, frenética, bastante incoherente y con interrupciones) decía algo de una brecha de agua. Aquello demostraba que se trataba de un simulacro. Todo el mundo sabía que entre el Complejo y el Atlántico había una cúpula de protección, con un espacio presurizado y seco en medio. En todo caso, si no era un ejercicio probablemente se tratara de una simple cañería rota. Aquel nivel estaba lleno de científicos y chupatintas sin sangre en las venas; de esos que se desmayaban o gritaban socorro a la primera gota de condensación.

Avanzaron por el pasillo armando ruido con el equipo. No se pararon hasta un cruce en forma de T. Por la izquierda se iba al sector administrativo, un complicado laberinto de despachos y estrechos pasillos. A la derecha, cruzando los laboratorios de investigación, podrían llegar más deprisa a Control Ambiental y…

Se oyó un golpe metálico, seguido por un coro de voces agitadas. Procedía de la zona de laboratorios. Stamper se paró a escuchar. De momento era un simple murmullo, pero se acercaba.

Hizo bocina con una mano.

—¡Eh!

Se callaron.

—¡Somos operativos de rescate!

Otra vez las voces atropelladas. Stamper oyó un ruido de pasos. Gente corriendo. Se volvió hacia sus hombres, indicando hacia las voces con un gesto de la mano.

Los vio a la vuelta de la siguiente esquina, al penetrar en el sector de investigación. Eran cinco o seis científicos que corrían hacia él con los ojos muy abiertos y la ropa y las batas puestas de cualquier manera. Había una mujer madura que lloraba en voz baja. El jefe del grupo (alto, delgado y rubio, con el pelo rizado) estaba medio empapado de agua.

Al fondo del pasillo, como a unos quince metros, alguien había cerrado la escotilla estanca.

Stamper fue al encuentro del grupo, que llegó corriendo.

—Gordon Stamper, jefe de la brigada —dijo con toda la autoridad que pudo—. ¿Qué ha ocurrido?

—¡Tenemos que salir de aquí! ¡Todos! —dijo sin aliento el hombre alto.

El llanto de la mujer se hizo más fuerte.

—Pero ¿qué ha pas…?

—¡No hay tiempo de explicarlo! —interrumpió el hombre alto a Stamper, con voz aguda y entrecortada, al borde de la histeria—. Hemos cerrado todas las compuertas que podíamos, pero hay demasiada presión. No aguantarán. En cualquier momento se…

—Un momento, un momento —dijo Stamper—. Tranquilícese y cuéntenos qué ha pasado.

El líder se volvió hacia los demás científicos.

—Subid lo más deprisa que podáis al nivel nueve.

No hizo falta repetirlo. Impulsado por el pánico, el grupo dejó atrás a la brigada de rescate y corrió por el pasillo en dirección a la escalera.

Stamper los vio huir sin inmutarse. Después se volvió hacia el rubio.

—Le escucho.

El hombre tragó saliva. Se notaba que hacía un esfuerzo para controlarse.

—Estaba en el pasillo, al lado del laboratorio del sonar sismoacústico; tenía una reunión de final de turno. Justo cuando consultaba el número de sala de reunión para bajar al nivel siete ha habido… —Le falló la voz. Se limpió la boca con una manga—. Ha habido una explosión enorme que me ha tirado al suelo. Al levantarme he visto… una pared de agua que inundaba toda la parte de Control Ambiental, al final del pasillo. En el agua había sangre y trozos de personas. Muchos trozos.

Volvió a tragar saliva.

—Un colega y yo hemos corrido a la compuerta exterior de Control Ambiental, y después de cerrarla hemos vuelto por el pasillo para avisar a toda la gente que encontrásemos en los laboratorios. Justo cuando nos íbamos se ha reventado la compuerta que habíamos cerrado; ha empezado a entrar agua y a inundar los laboratorios de investigación. Al irnos hemos dejado cerradas las compuertas internas del sector de investigación, pero la presión es demasiado fuerte. Fallarán en cualquier momento y…

De repente su voz se perdió tras un pavoroso impacto. Procedía de la zona que tenían delante.

El científico dio un respingo y gritó de miedo.

—¿Lo ve? ¡Se ha reventado la escotilla! ¡Tenemos que salir! ¡Ahora mismo!

Dio media vuelta y corrió hacia la escalera.

Tras observar su huida, Stamper encendió otra vez muy lentamente su micrófono.

—Stamper a Rescate Uno.

«Rescate Uno, la señal llega perfectamente».

—Informando que hemos encontrado a personal que huye del sector de investigación. Han subido por la escalera bravo dos. Según información obtenida en el nivel ocho, hay una gran rotura cerca de Control Ambiental.

Hubo una pausa.

«¿Puede repetir lo último, por favor? Cambio».

—Una gran rotura. Recomiendo sellar toda la zona y mandar brigadas de contención para arreglar la rotura y aislar el nivel.

Otra pausa.

«¿Lo ha comprobado personalmente?».

—No.

«Por favor, haga un reconocimiento visual e informe. Cambio y corto».

Mierda.

Stamper miró hacia la compuerta cerrada del fondo del pasillo. No estaba exactamente nervioso. Después de tantos simulacros, incluso ahora le costaba no vivirlo como una rutina. Sin embargo, en el miedo que exudaba el grupo de científicos y en la mirada de pavor del hombre rubio había visto algo que…

Se volvió hacia sus hombres.

—Vamos.

Justo después de que saliera la última palabra de su boca, percibió un sonido procedente de la zona de investigación, la que tenían delante. Era una especie de gorgoteo, un rumor de presión que no se parecía a ningún ruido conocido. De repente aumentó mucho de volumen, y el vello de la nuca de Stamper se erizó.

Dio un paso atrás sin querer, casi sin darse cuenta.

—¿Stamper? —dijo a sus espaldas uno de los miembros de la brigada.

De pronto, con un chirrido casi animal, las grapas que mantenían cerrada la escotilla saltaron, en una sucesión de lo que parecían disparos de pistola; la compuerta salió disparada del marco como un tapón de champán y apareció una masa de agua viva que se les echaba encima.

Al principio Stamper se quedó petrificado, mirando fijamente el agua.

Qué aterradora era su forma de ir hacia ellos con una obcecación hambrienta de depredador… Se lo comía todo a su paso, con un siseo, una succión, un chorro… Stamper nunca habría imaginado que el agua pudiera hacer un ruido así. Por si fuera poco tenía un color horrible: un negro rojizo y viscoso con una espuma color sangre que se deshacía en el aire. Era de una brutalidad espantosa. En el agua bailaba un vaivén de cosas, de sillas y mesas de laboratorio, de instrumentos, de ordenadores y de otras sustancias que prefirió no mirar. Su olor le invadía el olfato, un efluvio frío y salino, con toques de cobre, que de algún modo, insinuando grandes y negras profundidades, aún aterrorizaba más que la visión del agua.

Y de repente se rompió la hipnosis. Stamper retrocedió sin mirar, tropezando consigo mismo y con el resto de la brigada. Entre patinazos y palabrotas, corrió como un loco, a trompicones, hacia la escalera, para huir del espanto que se les echaba encima.

Le estaban diciendo algo por la radio, pero no lo escuchó. Se oyó un golpe seco de metal. Era uno de los miembros de la brigada de rescate, que acababa de cerrar y asegurar la escotilla de comunicación con el pasillo del fondo. Stamper no se molestó en volverse. Por él que cerrasen media docena de escotillas. Al final daría lo mismo. Ahora ya tenía claro que sería imposible sellar la brecha, o aislar el nivel ocho.