Sentada a la mesa de su ordenado despacho, Michele Bishop miraba atentamente una radiografía en la pantalla, con el pelo rubio oscuro cayendo sobre sus ojos y la barbilla apoyada en unas uñas cuidadosamente pintadas.
A pocos centímetros de su codo sonó el teléfono, haciendo trizas el silencio. Dio un respingo y lo cogió.
—Centro médico, Bishop.
—¿Michele? Soy Peter.
—¿Doctor Crane?
Frunció el entrecejo. Era su voz, en efecto, pero en vez de con su flema habitual, al borde de la pereza, hablaba deprisa, entrecortadamente. Apagó el monitor y se apoyó en el respaldo mientras la pantalla se volvía negra.
—Estoy en la enfermería provisional del nivel cuatro. Necesito urgentemente que me ayude.
—De acuerdo.
Una pausa.
—¿Está bien? Parece… distraída.
—Sí, muy bien —dijo Bishop.
—Tenemos una crisis entre manos. —Otra pausa más larga—. Ahora mismo no puedo explicárselo, pero lo de abajo… no es la Atlántida.
—Sí, ya lo suponía.
—He descubierto que el objetivo de la excavación es algo increíblemente peligroso.
—¿Qué es?
—No puedo decírselo, al menos de momento. No hay tiempo que perder. Tenemos que pararle los pies a Spartan como sea. Voy a explicarle lo que debería hacer. Reúna a los científicos y técnicos que mejor conozca. Racionales y no militares. Gente sensata y de confianza. ¿Se le ocurre algún nombre?
Bishop vaciló un poco.
—Sí, Gene Vanderbilt, el jefe de Investigación Oceanográfica. Y también…
—Perfecto. Cuando los haya reunido llámeme al móvil y subiré a explicarlo todo.
—¿Qué ocurre, Peter? —preguntó.
—Ya lo he resuelto. Ya sé por qué enferma la gente. Se lo he contado a Spartan pero no me ha hecho caso. Si no podemos convencer a Spartan, tendremos que mandar un mensaje a la superficie contándoles qué pasa aquí abajo para que ejerzan la máxima autoridad. ¿Podría hacerlo?
Bishop no contestó.
—Oiga, Michele, ya sé que no hemos sido precisamente uña y carne, pero ahora está en juego la seguridad de todo el Complejo, y puede que mucho más. Ahora que Asher ya no está, necesito ayuda de su equipo, de los que creían en él y en lo que representaba. Los hombres de Spartan se hallan solo a días u horas de alcanzar su objetivo. Debemos impedir que a las personas que tenemos a nuestro cuidado les ocurra nada malo. Como mínimo tenemos que intentarlo. ¿Me ayudará?
—Sí —murmuró ella.
—¿Cuánto tardará?
Se quedó callada, paseando la vista por la habitación.
—No mucho, entre un cuarto de hora y media hora.
—Sé que lo conseguirá.
Se mordió un poco los labios.
—¿O sea, que Spartan no piensa parar la excavación?
—Ya lo conoce. Yo he hecho todo lo que he podido.
—Si él no lo hace motu proprio, nadie podrá convencerlo.
—Hay que intentarlo. Me llamará en cuanto pueda, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Gracias, Michele.
La llamada se cortó en seco.
El despacho quedó otra vez en silencio. Bishop permaneció unos sesenta segundos sin moverse de la silla, mirando el teléfono, hasta que lentamente lo dejó en la base con una expresión pensativa, casi de resignación.