Crane se encogió en la oscuridad. Tras él, Hui aguantó la respiración. Crane le cogió la mano y se la apretó.
La proximidad del marine oscureció los finos rayos de luz que se filtraban por la reja. Crane oyó que los pasos se detenían justo al lado de la puerta. De repente se encendió una radio. Al breve ruido de buscar un botón siguió el de pulsarlo.
—Barbosa —dijo una voz, tan cerca que casi parecía estar dentro del armario. Otro chisporroteo—. Señor, sí, señor.
Tras un instante añadió:
—Vamos.
—¿Qué pasa? —preguntó el otro marine.
—Korolis. Han visto algo.
—¿Dónde?
—En Recogida de Residuos. Venga, vamonos.
Pasos alejándose, una puerta… y de nuevo el silencio.
Crane se dio cuenta de que no respiraba. Vació los pulmones con un suspiro largo, entrecortado. Después soltó la mano de Hui y se volvió para mirarla.
Los ojos de la científica brillaban en la penumbra.
Pasaron cinco minutos sin que dijeran una sola palabra. Crane sintió que sus latidos recuperaban poco a poco el ritmo normal. Al final puso una mano en la puerta del armario y la abrió con sigilo. Salió como si tuviera las piernas de gelatina, y encendió otra vez la luz.
Hui retiró la lona impermeable de los instrumentos y los ordenadores con movimientos lentos y mecánicos.
—¿Ahora qué? —preguntó.
Crane trató de encarrilar sus pensamientos.
—Ahora a seguir.
—Pero ¿por dónde? Ya hemos visto todo lo desencriptado y solo hay fórmulas matemáticas imposibles.
—¿Y el otro archivo, «inicio.txt»? La señal larga, transmitida desde debajo del Moho. ¿Seguro que no hay ninguna traducción en el portátil?
Hui negó con la cabeza.
—Segurísimo. Es lo que has dicho tú, que el doctor Asher debió de centrarse en los mensajes más cortos que emitían los centinelas.
Crane hizo una pausa y se volvió hacia el portátil.
—¿Qué pudo haber descubierto? —se dijo—. Cuando me llamó desde la cámara de oxígeno estaba entusiasmado. Algo tiene que haber…
Miró otra vez a Hui.
—¿Podrías seguir sus últimos pasos?
Ella frunció el entrecejo.
—¿Cómo?
—Consulta la fecha y hora de los archivos del ordenador y averigua qué hizo durante los minutos previos a llamarme.
—Vale, sacaré un listado de todos los archivos ordenados por fecha y hora.
Hui se puso delante del ordenador, abrió una ventana de búsqueda y tecleó una orden; recuperó poco a poco su velocidad de movimientos.
—La mayoría de los archivos en los que trabajó estaban en la carpeta «desencriptado». —Señaló la pantalla—. Pero parece que durante el último cuarto de hora el doctor Asher navegó por internet.
—¿Ah, sí?
Hui asintió.
—Voy a abrir el navegador para ver el historial.
Una ráfaga de pulsaciones. Crane, perplejo, se acarició la barbilla. «Podremos acceder inalámbricamente a la WAN desde dentro», le había dicho Asher a Marris justo antes de entrar en la cámara hiperbárica. Estaba claro que podían haber entrado en internet… pero ¿por qué?
—Mira, una lista de las webs que visitaron —dijo Hui.
Se apartó para hacerle sitio.
Crane se inclinó hacia la pantalla. La lista contenía una docena de webs, casi todas con nombres de una aridez gubernamental.
—Un par de webs de la Agencia de Protección del Medio Ambiente —murmuró—. La Comisión Reguladora Nuclear… El Proyecto Ocotillo Mountain…
—La lista es cronológica —dijo Hui—. Las últimas webs que visitó son las del final.
Crane leyó el resto de la lista.
—Departamento de Energía. Plan Piloto de Aislamiento de Residuos. Ya está.
Se quedó mirando la pantalla, hasta que de repente lo entendió.
—Dios mío… —musitó.
Era una revelación terrible, físicamente dolorosa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hui.
Se volvió hacia ella.
—¿Dónde está el puerto de red de este laboratorio? Tengo que conectarme a internet.
Sin decir nada, ella sacó un cable de categoría 5 de su caja de herramientas y conectó el portátil a la WAN del Complejo. Crane puso el puntero sobre la última entrada del historial y clicó el ratón. Se abrió una nueva ventana del navegador con una web oficial casi sin imágenes, encabezada por el membrete del Departamento de Energía y un título en letras grandes:
WlPP-Waste Isolation Pilot Plant
Carlsbad, Nuevo México
—WIPP —dijo Hui en voz muy baja.
—Es lo que decía Asher.
—Pero ¿qué es?
—Un conjunto de enormes cuevas en una formación salina muy grande situada a gran profundidad del desierto de Chihuahua, en Nuevo México. Queda muy lejos de todo. Será el principal cementerio de residuos transuránicos del país.
—¿Residuos transuránicos?
—Basura nuclear. Restos de la guerra fría y de la carrera armamentística. Hay de todo, desde herramientas y trajes protectores hasta baterías viejas de vehículos espaciales. De momento lo tienen guardado un poco por todas partes, pero el plan es almacenarlo todo junto en un único lugar, debajo del desierto. —Crane miró a Hui—. Ocotillo Mountain es un vertedero muy vigilado del sudeste de California, un depósito geológico para combustibles nucleares agotados y armas de destrucción masiva confiscadas.
Se volvió otra vez hacia la pantalla.
—Yo asistí a un congreso médico sobre el peligro de los residuos nucleares y las armas desactivadas, y no imaginas lo problemático que es encontrar un lugar para tirar un material tan peligroso. Por eso existen depósitos como Ocotillo Mountain, pero ¿qué tiene que ver con el proyecto Deep Storm? ¿Qué quiso decir Asher?
Un momento de silencio.
—¿Te comentó algo más? —preguntó Hui—. Durante la llamada telefónica.
Crane se quedó pensando.
—Sí, que era fundamental, absolutamente fundamental que no… Fue cuando se cortó.
—¿Que no qué? ¿Que no siguiéramos excavando?
—No estoy seguro. No me paré a pensarlo.
De golpe Crane lo entendió todo. Fue una mezcla de triunfo y miedo que lo avasalló casi físicamente.
—Oh, no… —murmuró.
—¿Qué pasa?
—El WIPP, el Plan Piloto de Aislamiento de Residuos… Ocotillo Mountain… Es lo que tenemos debajo.
Hui palideció.
—No te referirás…
—Pues sí, exactamente. Siempre hemos partido de la hipótesis de unos seres benévolos y paternales que dejaron una tecnología fabulosa en las entrañas de la Tierra para que la descubriese la humanidad cuando hubiéramos progresado lo suficiente para valorarla, pero no se trata de eso en absoluto. La verdad es que la Tierra ha sido usada como basurero de armas o residuos tóxicos, unos residuos de un peligro inimaginable, teniendo en cuenta lo avanzados que están tus amigos de Cygnus Major.
—¿Era lo que intentó decirte Asher?
—Seguro. No hay otra respuesta posible. Lo que hay debajo del Moho, el objetivo de las excavaciones de Spartan… es una bomba de relojería.
Crane pensó muy deprisa, en silencio.
—¿Sabes lo que te he dicho acerca de ese congreso médico? Pues encontrar un basurero para los residuos nucleares solo es una parte del problema. Lo peor es que la radiactividad del material durará más que el tiempo que lleva el ser humano escribiendo su historia. ¿Cómo avisas a alguien dentro de diez mil años de que no se acerque a Carlsbad o a Ocotillo Mountain? Para entonces la civilización ya no tendrá nada que ver con lo que conocemos. Por eso el Departamento de Energía está sembrando todas esas zonas con lo que llama «controles institucionales pasivos».
—Indicadores de advertencia.
—Exacto, y no de un solo tipo, sino de una amplia gama: imágenes, símbolos, texto… Todo para informar a nuestros descendientes de que teníamos buenas razones para aislar y sellar la zona. También ha habido rumores sobre controles activos.
—Pero ¿cómo puedes estar seguro de que lo que tenemos debajo es peligroso?
—¿No lo entiendes? Los centinelas que hemos ido encontrando durante las excavaciones… a su manera también son «controles institucionales», y las señales que envían son advertencias.
—Solo son fórmulas matemáticas.
—Sí, pero piensa un poco en qué tipo de fórmulas: imposibles. ¿Sabes qué dijo Asher cuando descifró el mensaje por primera vez y pensó que se había equivocado? «La división por cero está prohibida por todas las leyes del universo». Es la palabra clave, «prohibido». Cada una de las fórmulas que emiten los centinelas (cero elevado a cero y todas las demás) está prohibida.
—Porque quien lo hizo no podía usar una advertencia lingüística.
—-Ni más ni menos. Lo único universal son las fórmulas matemáticas. —Crane sacudió la cabeza—. Y pensar en todo lo que dijo Flyte sobre los números irracionales… No sabía cuánta razón tenía, me temo.
—¿Quién?
Se rio en voz baja.
—Nada, cosas mías.
Hui reflexionó.
—¿Por qué empezaron con una sola fórmula y luego empezaron a emitir miles?
Crane se encogió de hombros.
—Quizá pensaran que la división por cero era la más simple y básica, y por eso era tan omnipresente. Quizá el contacto conmigo provocó el cambio de funcionamiento del centinela, a menos que, al no interrumpir las excavaciones, los aparatos creyeran que no habíamos captado la indirecta y necesitábamos más datos.
Bruscamente se volvió y dio un paso hacia la puerta. De repente tenía una horrible sensación de apremio en todo el cuerpo. A cada minuto la excavación les acercaba más a un olvido inconcebible.
—¿Adónde vas? —preguntó Hui.
—Aquí donde me ves, yo sí he captado la indirecta.
—¿Y yo? ¿Adónde voy?
—Quédate aquí, es tan seguro como cualquier otro lugar; probablemente más, porque ya lo han registrado. —Le cogió la mano y le dio otro apretón para tranquilizarla—. Vendré a buscarte. No tardaré mucho.
Hui respiró hondo.
—De acuerdo. Quizá le eche otro vistazo a la transmisión inicial, la que no tradujo el doctor Asher.
—Muy buena idea.
Crane sonrió, se acercó a la puerta del laboratorio, se paró a escuchar y salió rápidamente al pasillo.