42

Hui Ping se irguió como un resorte sobre el taburete del laboratorio y soltó el destornillador, que hizo un leve ruido al caer sobre la mesa. Crane acababa de entrar sigilosamente.

—¡Dios mío! Casi me mata del susto.

—Perdón.

—Ha tardado mucho. ¿Qué ha ocurrido?

—Es que tenía que responder unos mensajes en mi camarote.

Crane se abstuvo de mencionar los diez minutos de interrogatorio a los que acababan de someterle al cruzar otra vez la Barrera. Eran dos marines muy interesados por el paradero de la doctora Ping. No tenía sentido ponerla aún más nerviosa.

—¿Qué, cómo va eso? —preguntó mientras se acercaba y dejaba el portátil sobre la mesa.

Hui estaba absorta en lo que a una mirada poco avezada como la de Crane le parecieron varios instrumentos de laboratorio unidos por una maraña de cables planos. En respuesta a la pregunta, la científica se apartó de la mesa.

—Acabo de terminar el último test.

—Para mí como si fuera física nuclear.

—Es que lo es, o casi. Un magnetómetro encadenado a un convertidor A/D, y los dos, a su vez, esclavos de un segmentador de códigos temporales. Con todo esto se puede hacer una copia bit por bit del disco duro borrado del doctor Asher.

Crane silbó.

—Hay que reconocer que Asher sabía equipar bien sus laboratorios. ¿Y si no hubiera tenido todos estos aparatos tan fabulosos?

—Lo imprescindible es el magnetómetro. Sin lo demás podría arreglármelas, pero tardaría más tiempo. —Hui hizo una pausa al coger el portátil de Crane—. Tendré que borrar su disco duro. ¿Seguro que le da igual?

Crane se encogió de hombros.

—Tranquila, de todos modos tengo todos mis ficheros en la red.

Hui encendió el portátil y tecleó una serie de órdenes.

—Puede que tarde unos minutos.

Se oía trabajar el disco duro en el silencio del laboratorio. Al final Crane dijo:

—Mientras iba a buscar el portátil he estado pensando. Quien desmagnetizó el ordenador de Asher quería asegurarse de que nadie se enterara de lo que había descubierto.

—Yo he pensado lo mismo. Pero tampoco quería que se supiera que había manipulado el ordenador.

—Por eso lo digo. Si no, podría simplemente haberlo destrozado con un mazo.

—Pero ¿quién? Y ¿por qué?

—¿El saboteador? —dijo Crane.

—Improbable, ¿no cree? No sé qué motivos puede tener, pero yo, si fuera el saboteador, querría los datos para mí.

Hui se levantó.

—Yo apuesto por Korolis —dijo Crane.

—¿Por qué?

—Que me conste, se inventó que usted estaba en la plataforma de Recepción de la Bañera y en la zona de terapia hiperbárica. —Crane titubeó—. ¿En su curriculum pone que estuvo haciendo prácticas en un laboratorio de recuperación de datos?

Hui asintió.

—Es decir, que también lo sabe. Me parece que no quiere que nadie se entere de qué hay en el portátil.

—Espero que no tenga razón, porque sería un enemigo muy peligroso. —Hui se levantó—. Ya está todo preparado.

Desmontó la caja del ordenador portátil de Crane y conectó un cable plano al disco duro, sin desenchufar el cable de corriente. Después enchufó el agregado de instrumentos, hizo algunos ajustes y encendió a la vez el magnetómetro y el segmentados Un zumbido grave resonó por todo el laboratorio.

—¿Cuánto tardará? —preguntó Crane.

—No mucho. Por lo visto el doctor Asher era como usted, lo hacía casi todo en la red principal del Complejo a través de un terminal. Dudo que en el portátil haya algo más que su correo personal, sus archivos de internet y el trabajo sobre los códigos.

Durante los siguientes diez minutos casi no se dijeron nada. Mientras Hui supervisaba el proceso de extracción, Crane se paseó por el laboratorio cogiendo instrumentos y dejándolos otra vez en su sitio en un esfuerzo por no impacientarse. Por fin el zumbido cesó.

—Ya está. —Hui apagó el equipo, desconectó el cable plano, montó otra vez la carcasa del portátil de Crane y se volvió a mirarlo—. Ahora su disco duro debería ser una copia del de Asher. ¿Preparado?

—Enciéndalo.

Pulsó el botón. Se colocaron frente a la pantalla, muy juntos, observándola. Al principio estaba negra. Después se oyó un pitido muy corto, y apareció la pantalla de presentación del sistema operativo.

—Bingo —dijo ella en voz baja.

Crane esperó a que Hui cargase una utilidad de gestión de archivos de un CD y empezara a explorar los documentos de Asher.

—Parece todo intacto —dijo ella—. No se han perdido datos.

—¿Qué hay?

—Lo que sospechaba: correo, algunos borradores de artículos científicos… Y una carpeta grande que se llama «desencriptado».

—A ver la carpeta.

Hui tecleó una serie de órdenes.

—Contiene varias utilidades que no conozco, probablemente traductores o rutinas de desencriptado. También hay tres subdirectorios, uno que se llama «inicio», otro «fuente» y el tercero «destino».

—A ver qué hay en «inicio».

Hui puso el puntero encima del icono.

—Solo contiene un archivo, «inicio.txt». Voy a abrirlo.

Clicó el ratón y se abrió una ventana de texto.

100000011100000000000000000001100000001000000000000000000

001100000000000000000000000000001100000000000000000000011

000001100000000000000000000000000001100000000000000000000

000000001100000000000001000000000000001100000000000011100

000000000001100000000000001000000000000001100000000000000

000000000000001100000000000000000010000000001100000000000

000000000000000001100000110000000000000000000001100000000

000000000000000110001100000000000000000000000000001000001

001000000000000001110001001000000000000000001000000000000

000000001001000010000000000001010000000000000000001000100

000000000000000000000000000000100000000100000000000100000

000100000000000010000100010000001000010000000000001000000

001000100000001000000000000000000100000000000000000001000

000000010000100000000000010000100000000010000000100001000

000000000000000001000000000001000010000000000001000000000

000000000000000000000010110000000000010000010

—A juzgar por su longitud, diría que es la primera transmisión que descubrieron los operarios de la plataforma, la señal sísmica de alta frecuencia. La causa de que estemos aquí abajo.

—Se refiere a la que llegaba de debajo del Moho —dijo Crane.

—Exacto. No parece que el doctor Asher intentara descifrarla.

—Se centró en las señales que emitían los centinelas. Eran más cortas y más fáciles de analizar. Sospecho que están en la subcarpeta «fuente».

—Vamos a ver… —Una breve pausa—. Parece que tiene razón. Contiene unos cuarenta archivos mucho más cortos.

—Es decir, que Asher y Marris solo analizaron cuarenta de las señales. ¿Qué se apuesta a que la otra subcarpeta es la de las traducciones?

Crane sintió cómo aumentaba su entusiasmo.

—Prefiero no apostar. Veamos qué hay dentro.

Hui movió el ratón por la pantalla. Apareció otra carpeta con una lista del contenido de «destino»:

1_trad.txt

2_trad.txt

3_trad.txt

4_trad.txt

5_trad.txt

6_trad.txt

7_trad.txt

8_trad.txt

—Aquí están —dijo Hui, susurrando.

—O sea, que cuando me llamaron Asher y Marris solo habían traducido ocho de los cuarenta mensajes. Deprisa, abra el primero.

Hui puso el puntero encima del icono y clicó. Se abrió otra ventana de texto que solo contenía una línea:

x=l/0

—Un momento —dijo Crane—. Aquí pasa algo raro. Esto es la traducción original de Asher, la antigua, la de cuando se equivocó.

—¡Desde luego que se equivocó! Para construir algo tan complicado como estos centinelas hay que saber que es imposible dividir por cero.

—Me dijo que al principio les había costado tan poco descifrar las señales que lo atribuyeron a un simple error de detalle, y desperdiciaron varios días intentando averiguar dónde se habían equivocado. Al entrar en la cámara hiperbárica ya habían desechado este planteamiento y seguían un nuevo rumbo. —Crane miró muy serio la pantalla—. Esto es viejo. Tiene que haber otra carpeta en alguna parte.

Guardaron silencio el tiempo necesario para que Hui consultase su utilidad de gestión de archivos.

—No, es la única carpeta viable.

—Pues entonces abra el segundo archivo. Quizá no se molestara en borrar la metedura de pata.

Hui abrió «2_trad.txt».

x=00

—¿Cero elevado a cero? —preguntó Crane—. Es tan indefinido como una división por cero.

Se le ocurrió otra idea.

—¿Podría consultar la fecha y hora de los archivos?

Un par de clics con el ratón.

—Ayer por la tarde.

—¿Todos?

—Todos.

—Sí, era cuando estaba dentro de la cámara. O sea, que sí son nuevos.

Crane no dijo nada más mientras Hui abría los otros seis archivos. Seguían siendo simples fórmulas matemáticas, todas ilógicas e imposibles.

a3 + b3 = c3

π = a/b

x=In(0)

—¿A al cubo más b al cubo igual a c al cubo? —Hui sacudió la cabeza—. No existen tres números que cumplan esta fórmula.

—¿Y qué me dice del logaritmo natural de cero? Imposible. Por otro lado, pi es un número trascendente. No se puede definir dividiendo un número por otro.

—De todos modos, parece que el doctor Asher acertó al primer intento. Me refiero a las traducciones.

—Está claro que a él se lo parecía, pero es absurdo. ¿Qué sentido tiene que los centinelas emitan una serie de fórmulas matemáticas imposibles? ¿Y que las consideren tan importantes como para emitirlas en todas las frecuencias conocidas? Yo creo que…

Crane enmudeció de golpe. Acababa de oír un rumor de voces y pasos en el pasillo.

Se volvió hacia Hui, que lo miró con los ojos muy abiertos.

Señaló el fondo de la habitación.

—Dentro de aquel armario. Deprisa.

Hui corrió hacia el armario del instrumental y se escondió. Crane apagó la luz de una palmada y siguió a Hui lo más deprisa y silenciosamente que pudo, pero retrocedió en el último momento; salió del armario, para descolgar la lona impermeable antiincendios.

Los pasos se acercaban.

Crane echó la lona sobre los portátiles y los instrumentos de la mesa, intentando que quedasen bien camuflados. Después corrió al armario y se encerró con Hui. Al cabo de un rato oyó que se abría la puerta del laboratorio.

Espió por la reja de la puerta del armario. En la entrada del laboratorio había dos marines recortados en la luz del pasillo.

Se oyeron más pasos, los de los marines entrando en la habitación. Después silencio.

Volvió a asomarse muy, muy despacio hasta distinguir algo a través de la reja. Los marines estaban al lado de la mesa, examinando detalladamente el laboratorio.

—Aquí no hay nadie —dijo uno de los dos—. Vayamos a ver el siguiente.

—Un minuto —contestó el otro—. Primero quiero comprobar algo.

Despacio, con cautela, se acercó al armario.