40

—¿Lista? —dijo Crane, tirando los instrumentos médicos—. Coja lo que necesite y vámonos.

Después de un momento de vacilación, Hui fue a su mesa, abrió un cajón y sacó un gran estuche de herramientas. A continuación desconectó su ordenador portátil de la red, lo desenchufó y se lo puso debajo del brazo.

—¿Para qué es? —preguntó Crane, señalando el portátil con la cabeza.

—Para las piezas de recambio. —Hui se irguió—. Lista.

—Usted primero. Evite a los marines y las cámaras de seguridad.

Salieron del laboratorio de radiología y se internaron por los estrechos pasillos de la tercera planta. Al llegar a la primera bifurcación, Hui se detuvo y eligió el pasillo de la derecha para esquivar una cámara de seguridad. Lo siguieron hasta el fondo, donde giraba a la izquierda.

Crane se quedó al otro lado de la esquina. Delante, a un lado del pasillo, había dos marines vigilando una puerta roja.

Pensó deprisa. Los marines llevaban radios en el cinturón, pero había bastantes probabilidades de que no se hubiera emitido ninguna orden general de búsqueda sobre Hui. Parecería mucho más sospechoso que se fueran por donde habían venido.

Cogió la mano de Hui y tiró de ella discretamente. Después empezó a caminar balanceando el maletín del portátil de Asher con la debida indiferencia (o al menos así lo esperó). Al cabo de un momento vio por el rabillo del ojo que Hui lo seguía.

Pasó al lado de los marines, que lo miraron sin decir nada.

Después de media docena de puertas cerradas, llegaron a otro cruce de pasillos. A la izquierda había más marines apostados.

—No puedo —susurró Hui a Crane.

—Tiene que hacerlo.

Hui hizo una pausa, y un claro esfuerzo por pensar.

—Detrás del Bajo hay una escalera de mantenimiento por donde podríamos subir a la sexta planta. Sígame.

Se volvió para tomar el pasillo de la derecha.

La cafetería estaba relativamente tranquila; solo una docena de personas formaban grupitos en las mesas de tablero blanco. Hui, todavía en cabeza, siguió una de las paredes hasta llegar a las puertas basculantes que daban a la cocina, aprovechada al milímetro, y tan llena como vacío estaba el comedor. Crane vio a Renault, el jefe de cocina, en un rincón, pero estaba ocupado emplatando algo y no levantó la cabeza.

Hui llegó al fondo de la cocina, más allá de la nevera, y abrió la escotilla metálica de la pared. Al otro lado había una escalera estrecha de metal. Después de atravesarla, y cerrarla tras de sí, subieron deprisa tres tramos, hasta la sexta planta. Era donde terminaba la escalera. Crane supuso que era porque justo encima estaba la Barrera, la tierra de nadie entre el área restringida y la de libre acceso.

Hui descansó un poco en el rellano. Después cogió el tirador, respiró hondo y abrió la escotilla.

Detrás había un pasillo vacío.

Suspiró de alivio.

—El laboratorio queda justo al fondo.

Llevó a Crane por una sala de mantenimiento y un despacho desocupado, hasta una puerta donde ponía: FÍSICA MARINA APLICADA. La abrió de golpe. Crane echó un último vistazo al pasillo para cerciorarse una vez más de que no hubiera testigos ni cámaras de seguridad. Después cerró la puerta sin hacer ruido y siguió a Hui por el laboratorio a oscuras.

Cuando Hui encendió la luz, apareció una sala grande y bien equipada. En el centro había una mesa con un microscopio estéreozoom y un autoclave. A un lado había un par de taburetes de laboratorio, y en la pared del fondo una puerta abierta que daba a un almacén, entre dos hileras de osciloscopios, galvanómetros y otros aparatos que Crane no supo identificar. Al lado de una de las hileras había un gancho con una lona de un tejido inhabitual, al que la luz fluorescente daba reflejos plateados.

Crane se acercó para palparlo.

—¿Qué es? —preguntó.

—Tela ignífuga, por si sale mal algún experimento.

Asintió con la cabeza.

—¿Y este laboratorio por qué no se usa?

—El doctor Asher pensaba aprovechar esta oportunidad (me refiero a la de estar en el Complejo) para hacer diversas pruebas en aguas profundas; análisis de ondas de gravedad capilar, sedimentología de corrientes… cosas así. Piense que disponer de unas instalaciones como estas es una oportunidad única en la vida.

—¿Y qué pasó?

—Que prevaleció la autoridad de Spartan. Parece que necesitaba más operarios para la excavación, y ya no quedó espacio para alojar a media docena de los científicos con los que contaba Asher. —Hui se acercó a la mesa y dejó sobre ella su ordenador portátil y la caja de herramientas—. Puede poner aquí el portátil de Asher —dijo—. Suavemente, por favor. La verdad es que este tipo de trabajo tendría que hacerse en una sala totalmente limpia. Si levantamos polvo, aunque sea muy poco, o si se ensucian los aparatos, las posibilidades de recuperar datos se reducirán.

Crane depositó el portátil con cuidado. Hui se frotó un momento las manos, orientándose, y empezó a buscar en varios cajones; juntó un pequeño arsenal de instrumentos: guantes de látex, mascarillas quirúrgicas, escalpelos, una lámpara de alta intensidad, una lupa de mesa y varias latas de aire comprimido. Abrió la caja de herramientas y distribuyó su contenido por la mesa. Después se puso una pulsera antiestática y miró a Crane.

—¿Qué buscamos exactamente? —preguntó.

—No estoy seguro. Diría que tenemos que reconstruir el último itinerario del descubrimiento de Asher.

Hui asintió con la cabeza. Crane vio que abría la cremallera del maletín y sacaba el ordenador dañado. Tenía un lado muy quemado, con la carcasa de plástico parcialmente derretida, y marcas de fuego y humo por toda la superficie. Se le cayó el alma a los pies.

Hui se puso los guantes y se ajustó la mascarilla en la cara. Después tendió otra mascarilla a Crane, haciendo señas de que siguiera su ejemplo. Limpió la mesa (que ya estaba inmaculada) con un chorro de la lata de aire comprimido y usó el destornillador de su caja de herramientas para desmontar la placa trasera del portátil. Repitió la operación con la placa base y la de alimentación. Ya se veía el disco duro.

—Puede que tengamos suerte —dijo—. El disco duro se ha salvado de casi todos los daños.

Se acercó a su ordenador y también lo desmontó. Era como si el trabajo, el reto, la tranquilizasen. Crane se quedó impresionado por la rapidez y habilidad con las que separaba los componentes del ordenador.

Hui cogió con cuidado el disco duro de Asher, lo llevó a su ordenador y lo cambió por el disco original. Después, rápidamente, montó otra vez su ordenador, lo enchufó y lo encendió. Se oyó un fuerte clic, seguido de varios pitidos. Apareció un mensaje de error en la pantalla, y el ordenador no quiso encenderse.

—¿Qué es todo este ruido? —preguntó Crane.

—En el laboratorio de recuperación de datos donde estuve haciendo prácticas lo llamaban «el clic de la muerte». Suele indicar un fallo del servomecanismo o algo parecido.

—Eso es malo, ¿no?

—Aún no lo sé. Tenemos que abrir el disco.

Apagó su ordenador, lo desmontó otra vez y sacó el disco duro de Asher. Después lo dejó cuidadosamente sobre la mesa e indicó a Crane que se apartase. Usando diversos destornilladores y escalpelos diminutos, así como herramientas que a Crane le parecieron más indicadas para la consulta de un dentista, separó la parte superior de la caja. Acercó la lámpara y la enfocó en el disco duro. La fuerte luz mostró su mecanismo: cilindros finos y dorados, apilados los unos encima de los otros, con un minúsculo brazo de lectura/escritura en cada uno, y alrededor de todo ello un bosquecillo verde de circuitos integrados.

Hui se inclinó con la lupa para inspeccionar a fondo el disco.

—No parece que haya habido ningún choque fuerte —dijo—. Y las placas parecen en buen estado. —Una pausa—. Me parece que ya veo el problema. Hay chips quemados en la PCB.

—¿PCB?

—La placa controladora principal.

—¿Puede arreglarlo?

—Probablemente. Cambiaré la placa por la de mi ordenador.

Crane frunció el entrecejo.

—¿Se puede?

—Todos los portátiles del Complejo son exactamente del mismo modelo. Ya sabe cómo es el gobierno: siempre compra a lo grande.

Mirando por la lupa, Hui usó instrumentos de joyero para retirar una parte diminuta del mecanismo del disco.

—Está completamente fundida —dijo, acercándola a la lupa y haciéndola girar con unas pinzas—. Hemos tenido suerte de que no estén derretidas las placas.

La dejó sobre la mesa y abrió el disco duro de su ordenador para sacar con precaución la misma pieza, conectarla al disco de Asher y encajar en su sitio la parte superior de la carcasa.

—El momento de la verdad —dijo al introducir el disco dañado en su portátil.

Lo montó en un santiamén, lo enchufó, echó un chorro suave de aire enlatado por dentro y volvió a encenderlo.

Crane se acercó, mirando la pantalla con impaciencia. Apareció varias veces el mismo mensaje de error.

—Mierda —dijo.

—Pero ya no se oye el clic de la muerte —contestó Hui—. ¿Se ha fijado en que ya no han sonado pitidos de advertencia durante el POST?

—¿Eso qué quiere decir?

—Que ahora el ordenador reconoce el disco. Lo que ocurre es que no veo ningún dato.

Crane dijo entre dientes una palabrota.

—Aún no hemos acabado. —Hui sacó una caja de CD de su maletín de herramientas, la abrió y sacó un disco—. Esto es un disco de inicio con varias utilidades de diagnóstico. Observemos más atentamente el disco duro de Asher.

Cargó el disco en el ordenador y lo reinició. Esta vez se encendió la pantalla. Se oyó girar el lector, y al cabo de un momento se abrieron varias pantallas. Hui se sentó a la mesa de laboratorio y empezó a teclear. Crane miraba por encima de su hombro.

Hui se pasó varios minutos haciendo clic sobre diversas pantallas. Aparecieron largas listas de números binarios y hexadecimales que corrían por la pantalla hasta desaparecer. Al final se incorporó.

—El disco duro es operativo —dijo—. No detecto más daños físicos.

—¿Entonces por qué no podemos leerlo? —preguntó Crane.

Hui lo miró.

—Porque parece que alguien ha borrado todos los datos.

—¿Borrado?

Se quitó la mascarilla, se sacudió el pelo y asintió.

—Parece que han usado un desmagnetizador.

—¿Después del incendio?

—Seguro que sí. No lo habría hecho el propio Asher.

—Pero ¿por qué? —Crane estaba atónito—. No tiene sentido. Nadie sabía que el disco duro no estaba destrozado.

—Supongo que alguien quiso curarse en salud.

Crane acercó lentamente el otro taburete del laboratorio y se sentó. Se quitó la mascarilla y la tiró sobre la mesa. De repente se sentía muy cansado.

—Bueno, pues ya está —dijo—. Ahora ya no sabremos qué descubrió Asher.

Suspiró. Después miró a Hui, y se quedó sorprendido por lo que vio. Ella también lo miraba, con una sonrisita que en otras circunstancias Crane habría calificado de traviesa.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—Que aún me quedan un par de ases en la manga.

—¿Qué dice? ¡Si el disco duro está borrado!

—Ya, pero eso no quiere decir que ya no estén los datos.

Crane sacudió la cabeza.

—No lo entiendo.

—Ahora se lo explico. Cuando se borran datos en un disco duro, en realidad solo se escriben sobre ellos ceros y unos aleatorios, pero al escribir los nuevos datos el cabezal de lectura/escritura solo usa el mínimo de señal para fijar el bit. Es como funcionan los discos duros.

—¿Porqué?

—Para no afectar a los bits adyacentes. Como la señal no es bastante potente para saturar totalmente el disco, los datos que había antes afectan a la potencia total de la señal en ese punto, como un fantasma.

Crane la miró sin entender.

—Pongamos que en un disco duro hay dos posiciones contiguas. La primera contiene un cero y la segunda un uno. De repente viene alguien y escribe encima de las dos posiciones dos unos. Nos quedamos con un uno en las dos posiciones, pero ¿qué pasa? Que como el cabezal de lectura/escritura usa el mínimo de señal para escribirlos, la posición que tenía un cero se queda con menos fuerza de señal que la que tenía un uno.

—O sea, que los datos previos afectan a los nuevos que se escriben encima-dijo Crane.

—Exacto.

—¿Y usted sabe cómo recuperar los datos anteriores?

Hui asintió con la cabeza.

—Hay que leer el valor absoluto de la señal y restarle lo que corresponde al disco duro, con lo que se crea una imagen de lo que había antes.

—No tenía ni idea de que fuera posible. —Crane se quedó callado—. Un momento, un momento… Pero no hay datos escritos encima. Ha dicho que los desmagnetizaron. ¿Cómo puede recuperarlos?

—No sé qué desmagnetizador usaron, pero no debía de ser muy potente; supongo que uno de mano, o bien la persona que lo hizo no tuvo en cuenta que los platos del disco duro tienen cierta protección. En todo caso, una desmagnetización superficial equivale a escribir sobre el disco duro dos o tres veces, y mi equipo tiene capacidad para recuperar datos escritos el doble de veces.

Lo único que pudo hacer Crane fue sacudir la cabeza.

—Lo malo es que es un proceso destructivo. Solo podemos hacerlo una vez, es decir, que necesitaremos otro disco duro para almacenar los datos reconstruidos. Y el mío lo he estropeado al quitar la PCB. —Hui lo miró—. ¿Me prestaría el suyo?

Crane sonrió.

—¡Sí que nos cargamos deprisa los portátiles! Tranquila, ahora mismo se lo traigo.

—Voy a empezar la recuperación de datos.

Hui apartó la lupa de mesa y cogió la caja de herramientas.

—Que vaya bien —dijo Crane.

Se volvió y salió en silencio del laboratorio.