Crane encontró a Hui Ping en su laboratorio, estudiando unas líneas de absorción impresas y haciendo anotaciones en la hoja de datos verde con un marcador. Al oírlo entrar, Ping alzó la cabeza y sonrió.
—¡Qué bien! —dijo—. Ha conseguido el ordenador.
Su sonrisa se borró al ver la expresión de Crane.
—¿Ocurre algo malo?
Crane dio un paso, miró la cámara de seguridad del techo y se mantuvo cuidadosamente fuera de su alcance visual.
—Tengo que hacerle una pregunta. ¿Ha estado alguna vez en la plataforma de recepción?
—¿El lugar donde llega la Bañera con las nuevas provisiones? —Ping sacudió la cabeza—. Nunca.
—¿Dónde estaba más o menos a la hora de la muerte de Asher?
—Aquí, en mi laboratorio. Estaba estudiando las líneas de absorción. ¿Se acuerda de que se lo dije?
—O sea, que no se acercó en ningún momento a la cámara hiperbárica.
—No. —Ping frunció el entrecejo—. ¿Por qué? ¿Adónde quiere llegar?
Crane titubeó. Estaba a punto de correr un riesgo calculado, y muy probablemente de infringir todas las normas de los interminables compromisos que había firmado al llegar. Ciertamente no se le ocurría ningún motivo para que Korolis se inventase la implicación de Ping, y ayudar a un sospechoso de sabotaje era un delito de traición, pero tenía la corazonada de que Ping era de fiar.
Además, era la única persona que podía ayudarlo a saber qué había descubierto Asher.
Se humedeció los labios.
—Escúcheme bien. Korolis dice que la saboteadora es usted.
Ping abrió mucho los ojos.
—¿Yo? Pero si…
—Escúcheme un momento. Ha convencido a Spartan de que la sometan a arresto domiciliario. Dentro de un instante llegarán unos soldados para llevársela a su camarote.
—No puede ser. —La respiración de Hui se volvió rápida y superficial—. No está bien.
Crane le hizo señas de que se acercara, saliendo del campo de la cámara.
—Tranquila, no pasa nada. Voy a sacarla de aquí.
—Pero ¿adónde?
—Usted relájese. Necesito que piense. ¿Hay algún laboratorio o algún otro lugar donde pueda trabajar con el portátil? Un sitio aislado, donde no pase nadie y sin cámaras de seguridad.
Hui no contestó.
—No pienso dejar que se la lleven, pero tenemos que irnos. ¿Sabe o no sabe si hay algún lugar así?
Ella asintió, haciendo un esfuerzo por calmarse.
—En la sexta planta. El laboratorio de física marina aplicada.
—Muy bien, pero antes tengo que hacer una cosa. Colóquese aquí, donde no la vea la cámara.
Crane metió la mano en el bolsillo de su bata de laboratorio y sacó un envoltorio esterilizado. Cuando tuvo cerca a Hui, rasgó el envoltorio, dejando a la vista un escalpelo del número doce que reflejó la luz artificial.
Al ver el escalpelo, Hui se quedó muy quieta.
—¿Para qué es?
—Tengo que extraer los chips RFID que nos implantaron —dijo Crane, mientras sacaba más material médico y lo dejaba encima de la mesa—. Si no, nos encontrarían en cualquier parte.
Se arremangó la bata y limpió la zona hundida del antebrazo con desinfectante. Después apoyó un momento el escalpelo sobre la piel, mientras aguantaba la respiración.
La primera incisión seccionó la epidermis. La segunda penetró en la dermis y dejó a la vista el chip RFID, rodeado de una grasa subcutánea amarillenta. Hui apartó la vista, mientras Crane sacaba el chip con un fórceps de tejido, lo tiraba al suelo del laboratorio y lo aplastaba con el pie.
—Ya está —dijo—. Ahora no podrán seguirme el rastro como si fuera un ave migratoria.
Curó y esterilizó la herida. Después de aplicarle un cierre en mariposa, y de echar el escalpelo a la papelera, se sacó otro escalpelo del bolsillo y se volvió hacia Hui.
Ella retrocedió sin querer.
—No se preocupe. Tengo un parche anestésico para insensibilizarle la piel. La única razón de que yo no lo haya usado es que sin darme cuenta solo he cogido uno de la enfermería provisional.
La científica siguió titubeando.
—Hui —dijo Crane—, tiene que fiarse de mí.
Hui suspiró y asintió con la cabeza. Después avanzó, arremangándose.