La Unidad de Almacenamiento en Frío 1-C estaba en el nivel más bajo del Complejo. Era un lugar muy poco acogedor. Su temperatura estaba regulada exactamente en tres grados y medio. El suelo era de palés de madera sobre una lámina de agua fría y sucia de unos tres centímetros de profundidad, como una especie de sentina. La poca luz creaba una penumbra claustrofóbica. Olía a moho y a carne cruda. Solo se oía gotear ligeramente el agua.
El almirante Spartan estaba en el centro de la unidad, mirando fijamente el horrible amasijo que era lo único que quedaba de la Canica Uno. Parecía una bola de papel de aluminio envuelta en gruesas cadenas y colgada del techo con un gancho de aspecto peligroso. La pesada lona azul que acababa de retirar el almirante estaba al lado, en el suelo.
¿Qué fallo había provocado la catástrofe? Como oficial del ejército, Spartan había consagrado su vida a lograr la victoria previendo los fallos (suyos o del enemigo) y evitándolos o aprovechándolos, pero ¿cómo se podía prever un fallo cuando las normas con las que se trabajaba eran total y absolutamente incomprensibles?
Era cierto que, desde la destrucción de la Canica Uno, la Dos y la Tres habían continuado sin retrasos las operaciones, tras adoptar los cambios aconsejados por Asher y su equipo científico, y que no habían vuelto a surgir problemas. Al contrario, se trabajaba más deprisa de lo previsto, ya que la tercera y última capa de la corteza había resultado estar hecha de un material más blando y casi limoso, que se podía excavar con mayor rapidez. A consecuencia de todo ello, estaban bien encarrilados para llegar en pocos días a la discontinuidad de Mohorovicic.
Asher… La advertencia del director científico tras la destrucción de la Canica Uno y la muerte de sus tripulantes resonó otra vez en la cabeza de Spartan: «Mi consejo es que aplacemos todas las operaciones hasta conocer a fondo las causas del desastre».
Ahora Asher también estaba muerto.
Oyó un chirrido metálico a sus espaldas. Era la puerta de la unidad, que al abrirse proyectó una franja de luz amarilla en la oscuridad del interior. El comandante Korolis (que se caracterizaba por una aversión felina al frío y a la humedad) la empujó un poco más y entró.
Spartan lo miró.
—Su informe, comandante.
Korolis se acercó.
—El sistema de aspersores de la cámara hiperbárica estaba manipulado. La sobrecarga del compresor provocó una explosión y un incendio en el interior de la cámara. Está clarísimo que ha sido un sabotaje.
—Un asesinato —dijo Spartan.
—Así es, señor.
Spartan se volvió de nuevo hacia la Canica destrozada.
—Esta vez parece que el blanco era una sola persona, en vez de todo el Complejo. ¿Por qué?
—Esa respuesta todavía no la tengo, señor. Es posible que haya sido un simple golpe de suerte.
Spartan miró otra vez a Korolis.
—¿Suerte, comandante?
—En cuanto al objetivo. Hemos tenido suerte de que el saboteador no se centrase en un punto más estratégico.
—Ya. ¿Qué punto podía ser más estratégico que el doctor Asher?
—La utilidad del doctor Asher para el proyecto empezaba a ser cuestionable. Se había convertido en un pájaro de mal agüero, señor. Sus comentarios catastrofistas y su empeño en cambiar el calendario de las excavaciones no eran buenos para la moral.
—Claro, claro.
Spartan pensó que la falta de sinceridad no formaba parte de los defectos de Korolis.
—En todo caso es mi opinión, señor, y si le soy franco me sorprende que no sea la suya.
Haciendo caso omiso de la indirecta, Spartan señaló los restos de la Canica Uno con la mano.
—¿Y de esto qué me dice?
—Hemos analizado escrupulosamente las cintas de las transmisiones, así como la caja negra del Gusanito, y a diferencia de la cámara hiperbárica no hay el menor indicio de manipulación o mala intención. Fue un simple fallo de la maquinaria.
Tras contemplar unos instantes la obscena maraña de metal, Spartan salió de su mutismo.
—¿Algún avance en la identificación del responsable?
—Sí, hemos identificado a una persona que estuvo en los dos lugares: la plataforma de recepción y la cámara de terapia hiperbárica justo antes de los sabotajes.
—¿De quién se trata?
Korolis sacó un sobre del bolsillo de su pecho sin decir nada y se lo dio a Spartan. El almirante lo abrió, miró un momento su contenido y se lo devolvió.
—¿La doctora Ping? —preguntó.
Korolis asintió.
—Siempre me había parecido un poco sospechoso su origen chino. ¿A usted no le parecía que el saboteador tenía que estar al servicio de un gobierno extranjero, señor?
—Sus antecedentes fueron investigados tan a fondo como los del resto del personal.
—A veces hay cosas que pasan desapercibidas, sobre todo si alguien pone todo su empeño en ello. Lo sabe tan bien como yo, señor.
—¿Qué aconseja?
—Que se la retenga en el calabozo hasta que podamos someterla a un interrogatorio a fondo.
Las palabras de Korolis hicieron que Spartan se volviera arqueando las cejas.
—¿No es un poco precipitado?
—Está en juego la seguridad de todo el Complejo.
Un amargo esbozo de sonrisa hizo temblar los labios de Spartan.
—¿Y su derecho al hábeas corpus?
Korolis lo miró con cara de sorpresa.
—Dadas las circunstancias, señor, ni se plantea.
En vista de que Spartan no contestaba, siguió hablando.
—Hay algo más. ¿Se acuerda de lo último que dijo Asher, de lo que le repetía a Crane?
Spartan asintió con la cabeza.
—«Wip».
—¿Y si intentaba decir «Hui Ping»?
Los ojos de Spartan se cerraron un poco al mirar a Korolis.
—Exacto, señor. «Hui P… Hui P…». Suena exactamente igual: «ui P».
Spartan rompió al fin su silencio.
—De acuerdo, pero lo del calabozo no hace falta. Enciérrela en su camarote hasta que resolvamos todo este asunto.
—Señor, con todos mis respetos, creo que el calabozo…
—Limítese a obedecer, comandante.
Algo se movió por encima del hombro de Korolis. Al levantar la vista, Spartan vio a Peter Crane en la puerta abierta.
—¡Doctor Crane! —dijo el almirante, un poco más fuerte que hasta entonces—. Entre, no sea ceremonioso.
Korolis se volvió rápidamente, mientras se le cortaba la respiración con un silbido de sorpresa.
Crane se acercó vestido con su bata blanca de médico, que contrastaba con el color oscuro de su pelo corto y de sus ojos. Spartan se preguntó cuánto tiempo llevaba ahí y cuánto había oído.
—¿Qué se le ofrece, doctor? —preguntó Spartan.
Los ojos grises de Crane se enfocaron en el almirante, después en Korolis y por último en lo que quedaba de la Canica, antes de volver a Spartan.
—De hecho estaba buscando al comandante Korolis.
—Pues parece que lo ha encontrado.
Crane se volvió hacia Korolis.
—Los hombres que ha dejado vigilando la cámara de terapia hiperbárica me han dicho que hable con usted. Quiero el ordenador portátil de Asher.
Korolis frunció el entrecejo.
—¿Porqué?
—Creo que descubrió algo justo antes del accidente. Tal vez era el significado de las señales que transmiten los centinelas.
—El portátil quedó muy dañado por el fuego —dijo Korolis.
—Vale la pena intentarlo —respondió Crane—, ¿no le parece?
Spartan asistía con curiosidad a la conversación. Estaba claro que aquellos dos hombres no se tenían mucho afecto.
Korolis miró a Spartan, que asintió de una manera imperceptible.
—De acuerdo —dijo el comandante—. Acompáñeme. Lo guardan en un contenedor de pruebas.
—Gracias.
Crane miró a Spartan, le hizo un gesto con la cabeza y se volvió para salir de la unidad detrás de Korolis.
—Doctor Crane… —dijo Spartan.
Crane volvió la cabeza.
—Si encuentra algo infórmeme enseguida, por favor.
—De acuerdo.
Korolis hizo un saludo militar, y los dos hombres salieron de la unidad. Spartan, sin embargo, se quedó un buen rato en medio del frío, pensativo, viendo cómo se iban.