30

Howard Asher disponía de dos laboratorios en el Complejo Deep Storm: un cuchitril en la octava planta y un espacio algo más grande en la cuarta. Eran muy distintos. Mientras que el laboratorio de la octava planta era hogareño, ecléctico y acogedor, el del área restringida era frío y desnudo, puramente profesional. En este último estaba (con la cabeza entre las manos, estudiando una compleja serie de esquemas y ecuaciones) cuando se abrió la puerta y entró el almirante Spartan.

Al principio se miraron como dos boxeadores. Después, la expresión tensa y crispada de Asher se relajó un poco.

—¿Quiere sentarse? —dijo en voz baja, con tristeza.

Spartan sacudió la cabeza.

—La Unidad Magnética de Descenso, el Gusanito, ha quedado muy mal parado. Hemos pensado en usar la de repuesto mientras dure la reparación.

—O sea, ¿que piensan seguir con las inmersiones?

—Pues claro. ¿Por qué no?

Asher lo miró con incredulidad.

—Almirante, acaban de morir tres hombres.

—Sí, ya lo sé. ¿Sus ingenieros han llegado a alguna conclusión?

—¿Sobre la causa del fallo del Gusanito? Nada definitivo.

—¿Y sobre el modo de evitar que vuelva a pasar?

Asher miró a Spartan como si lo enjuiciase, y al cabo de un momento suspiró.

—Duplicar, o mejor triplicar, la fuerza del campo electromagnético debería garantizar la estabilidad del vínculo en futuras inmersiones.

Spartan asintió.

—¿Algo más?

—Sí: desactivar todos los procesos robóticos o automáticos que no sean absolutamente necesarios para la construcción del pozo. Lo que digo vale para las dos Canicas, y para el Gusanito. Hay que funcionar con el mínimo de instrumentación, y en la que sea estrictamente necesaria, usar paquetes redundantes, con sumas de control.

—¿Ese es su consejo?

Asher frunció el entrecejo.

—Mi «consejo» es que aplacemos todas las operaciones hasta conocer a fondo las causas del desastre.

—Eso queda fuera de nuestras posibilidades, doctor Asher. No podemos saber cuánto se tardaría en llegar a una conclusión.

—Pero las muertes…

—Un trágico percance. Cuando aceptaron el trabajo, Grove, Adkinson y Horst eran conscientes del riesgo que comportaba; al igual que usted, dicho sea de paso.

Asher volvió a intentarlo.

—Escúcheme, almirante…

—No, doctor Asher, escúcheme usted. ¿No ha habido siempre personas dispuestas a morir por los descubrimientos y el conocimiento? ¿No es la razón de que estemos aquí? Piense en Robert Falcon Scott, Amelia Earhart y la tripulación del Challenger. Todos los que estamos aquí nos jugamos la vida para forzar los límites y trabajar por una humanidad mejor.

Asher suspiró y se frotó los ojos con gesto de cansancio.

—Habría que tener en cuenta los datos empíricos.

—¿A qué datos se refiere?

—La Canica Uno acababa de penetrar en el tercer nivel de la corteza, el más bajo de todos: la capa oceánica. ¿Es coincidencia que esta anomalía se haya producido a la mayor profundidad alcanzada hasta el momento?

—Un error así no puede ser debido a la presión.

—No me refiero a la presión, sino a acercarnos a lo que hay abajo. La capa oceánica es la más delgada. Olvidemos por un momento a los muertos. ¿No le preocupa que hayan aparecido tantas enfermedades extrañas? ¿No le inquieta que hayan empezado a circular rumores y a plantearse graves cuestiones morales?

En vista de que Spartan no contestaba, Asher se levantó y empezó a pasear nervioso por la sala.

—Gracias al doctor Crane hemos dado un paso enorme.

—El doctor Crane debería ceñirse a su misión —dijo Spartan.

—Nos ha hecho dar el mayor paso hasta la fecha. Almirante, los centinelas ya no transmiten en una sola longitud de onda. Ahora transmiten varias señales en miles de longitudes de onda, probablemente millones. De hecho parece que transmiten en todas las longitudes del espectro electromagnético: ondas de radio, microondas, infrarrojos, ultravioletas… Todas las que pueda imaginar.

—Con lo cual interfieren en nuestros instrumentos y en nuestras redes inalámbricas —dijo Spartan—. Lo más probable, si es que es algo, es que se trate de una especie de bienvenida.

—Es posible, pero también podría tratarse de otra cosa.

—¿Como qué?

—No lo sé, pero el significado de lo que transmiten es tan importante que ocupan todas las amplitudes de banda para comunicarlo. —Asher titubeó—. Tengo la absoluta certeza de que deberíamos dejar de excavar hasta haber traducido el mensaje. Si de algo disponemos aquí es de expertos en inteligencia de la marina. Si me dejase recurrir a ellos, si pudiésemos poner nuestros esfuerzos en común, tardaríamos menos en descifrar el mensaje.

—Ahora mismo tienen otras cosas que hacer. Además, no hay pruebas de que exista algún mensaje.

Asher levantó las manos con un gesto de exasperación.

—Pero ¿qué cree, que transmiten los cuarenta principales de Alpha Centauri?

Siguió paseándose.

Spartan lo observó un momento.

—De acuerdo, doctor Asher, supongamos que hay mensajes. Repito que lo más probable es que nos den la bienvenida, a menos que estén transmitiendo los manuales de instrucciones de lo que nos espera abajo. ¿Que si tengo curiosidad? Mucha, pero ¿estoy dispuesto a paralizarlo todo e interrumpir el trabajo mientras usted descubre qué intentan decir? No. Para empezar, usted no puede darme ninguna previsión sobre cuándo descifrarían el código. ¿Verdad que no?

—Pues…

Asher enmudeció, sacudiendo airadamente la cabeza.

—Por otra parte, no importa cuál sea el mensaje. Usted mismo ha señalado que ahora estamos en la capa oceánica. Nos falta como máximo una semana para llegar al Moho. Extraeremos el contenido de lo que hay abajo, sea lo que sea, y lo estudiaremos antes de que puedan hacerlo otros.

Asher abrió la boca para contestar, pero no tuvo tiempo, porque de repente el suelo vibró. El temblor pasó de suave a brusco. Varios manuales y carpetas cayeron de las estanterías. Se oyó un ruido de cristales rotos. Era una bandeja de instrumentos de laboratorio, que había resbalado de una mesa. En el pasillo se oían voces confusas. Spartan saltó de la silla y corrió hacia el teléfono de Asher. Mientras marcaba un número, otro estremecimiento sacudió el Complejo.

—Aquí el almirante Spartan —dijo por el micrófono—. Determinen el origen. Si hay daños, quiero que me informen enseguida.

Se volvió para mirar a Asher. El director científico se había aferrado a la mesa de trabajo. Estaba inmóvil, con la cabeza ladeada, como si escuchase.

—Ahora solo son réplicas —murmuró.

—¿Se puede saber qué ha pasado, doctor Asher?

—Es el precio de trabajar en una dorsal oceánica. La ventaja es que en este punto la corteza terrestre es muy delgada, y el Moho queda a menos de ocho kilómetros de profundidad. La pega es que las dorsales oceánicas son propensas a los terremotos.

—¿Terremotos? —repitió Spartan.

—Sí. Normalmente son de poca magnitud. Por algo estamos en un límite divergente. —Miró a Spartan por encima de las gafas con una mezcla de tristeza y burla—. ¿No llegó a leer el libro blanco sobre tectónica de placas y oceanografía que le envié?

El almirante no contestó. Miraba hacia algún punto más allá del hombro derecho de Asher. Después de un rato sacudió la cabeza.

—Perfecto —dijo—. Sencillamente perfecto.