La segunda vez fue mucho menos traumático cruzar la Barrera y penetrar en el área restringida del Complejo. Con la tarjeta recién impresa prendida con su clip al bolsillo de la camisa, y el almirante Spartan (prácticamente en silencio) a su lado, el proceso solo duró unos minutos. Los policías militares que vigilaban la compuerta se apartaron sin rechistar, y Crane y Spartan emprendieron el breve descenso hasta la sexta planta, donde la compuerta daba a un pasillo estrecho. Spartan fue el primero en salir.
La última vez, Crane no había tenido tiempo de fijarse en nada, porque corría hacia Randall Waite en plena crisis psicótica. Lanzó miradas curiosas a su alrededor, pero la única señal visible de que estaban en el área restringida (al menos desde los pasillos) era la abundancia de señales de advertencia en las paredes color perla, los marines que parecían estar apostados en todas partes, y el sello de goma en los marcos de las puertas.
Spartan lo llevó a un ascensor abierto y lo hizo entrar. A diferencia de los ascensores de las plantas de arriba, aquel tenía un panel de control donde solo había botones para las plantas del uno al seis. Spartan pulsó el de la segunda. Empezaron a bajar.
—Aún no me lo ha explicado —dijo Crane, rompiendo el silencio.
—Hay muchas cosas que no le he explicado —dijo Spartan sin mirarle—. ¿A cuál se refiere, exactamente?
—A que haya cambiado de opinión.
Tras un momento de reflexión, Spartan volvió la cabeza y miró impasiblemente a Crane.
—Sabe que leí su dossier, ¿verdad?
—Me lo dijo Asher.
—El capitán del Spectre quedó profundamente impresionado por su conducta. Según él, usted solo salvó el submarino.
—Al capitán Naseby le gusta exagerar.
—Confieso que no tengo muy claro lo que hizo, doctor Crane.
—Era una misión secreta, de la que no puedo hablar.
Spartan se rio sin alegría.
—Lo sé todo sobre la misión. Tenían que conseguir información de primera mano sobre la construcción de una planta de enriquecimiento de uranio en la costa del mar Amarillo, y en caso de necesidad destruirla con un torpedo haciendo que pareciese una explosión accidental.
Crane miró a Spartan con cara de sorpresa, hasta que comprendió que probablemente el gobierno tenía pocos misterios para el jefe militar de algo tan secreto como el Complejo.
—No me refería a la misión —añadió Spartan—. Quería decir que no tengo muy claro su papel en el salvamento del barco.
Crane recordó en silencio.
—Empezaron a morir marineros de un modo especialmente truculento —comenzó a explicar—. Se les consumían los senos, y su cerebro se convertía en una especie de mermelada peluda, todo en cuestión de horas. El primer día murieron dos docenas. Teníamos suspendidas las comunicaciones y no podíamos movernos de donde estábamos. Empezó a cundir el pánico, corrieron rumores de sabotaje, de gases tóxicos… De la noche a la mañana murió otra docena y empezó a reinar el caos. Se rompió la cadena de mando y hubo un motín incipiente. Empezaron a circular por el submarino grupos de linchadores que buscaban al traidor.
—¿Cuál fue su papel?
—Me di cuenta de que lo que todos atribuían a algún gas tóxico podía ser mucormicosis.
—¿Perdón?
—Una enfermedad causada por un hongo, poco frecuente pero mortal. Conseguí reunir el material necesario para el análisis de tejidos entre los miembros muertos de la tripulación y descubrí que sus cuerpos estaban infestados de Rhizopus oryzae, el hongo que lo provoca.
—Y que estaba matando a la tripulación del Spectre.
—Sí. Una variante particularmente nociva del hongo había incubado en la sentina del submarino.
—¿Cómo detuvo su propagación?
—Medicando al resto de la tripulación. Induje un estado de alcalosis controlada que las esporas no podían tolerar.
—Y salvó el barco.
Crane sonrió.
—Ya le digo que al capitán Naseby le gusta exagerar.
—No parece ninguna exageración. Conservó la sangre fría, descubrió la causa y trabajó con el material que tenía a mano para encontrar la solución.
Las puertas del ascensor se abrieron susurrando. Crane y Spartan salieron.
—¿Qué tiene eso que ver con el actual problema? —preguntó Crane.
—Dejémonos de hipocresías, doctor Crane. Hay muchos paralelismos, que usted ve tan bien como yo. —Spartan caminó deprisa hacia una bifurcación y se internó por otro pasadizo—. He estado siguiendo sus avances, doctor, y he decidido que sería prudente promoverlo a otro nivel de confianza.
—Es la razón de que me haya autorizado a entrar en las áreas restringidas —dijo Crane—: porque así podré solucionarlo más deprisa.
—La razón, como usted dice, está al otro lado de aquella escotilla.
Spartan señaló el final del pasillo, donde dos de los omnipresentes marines custodiaban un acceso.
A un gesto del almirante, uno de los marines accionó el mecanismo y abrió la escotilla de par en par. Al otro lado todo estaba negro.
Spartan cruzó la escotilla y miró hacia atrás.
—¿Viene?
Crane agachó la cabeza para seguirlo, y miró a su alrededor con estupefacción.
Estaban en una sala de observación larga y estrecha, que dominaba un gran hangar. A cada lado de Crane había una larga hilera de pantallas vigiladas por otros tantos técnicos. Se oían pitidos de aparatos electrónicos, ruido de teclas y un murmullo de voces. Al otro lado de la pared acristalada de observación, en el suelo del hangar, iban y venían más técnicos con batas blancas, empujando máquinas o tomando notas en ordenadores portátiles; pero no fue nada de eso lo que atrajo la mirada de Crane, sino algo que colgaba justo encima del suelo del hangar, al final de un cable extraordinariamente grueso.
Era una esfera metálica (de titanio, u otro metal aún más valioso), de unos tres metros de diámetro. Estaba tan pulida que parecía otro sol metido en el hangar; Crane tenía que entornar los ojos para mirarla. Parecía completamente redonda. La única mácula en su superficie era un pequeño laberinto de sensores, luces e instrumental robótico que colgaba en la parte inferior como el musgo marino en el casco de un barco. En la pared del fondo había dos esferas metálicas idénticas, en soportes acolchados y reforzados.
—¿Qué es? —susurró Crane.
—La Canica, doctor Crane; todo lo demás, y digo todo, le sirve de apoyo.
—¿Es lo que excava?
—No, eso lo hace una tuneladora de doble casco modificada para trabajar a gran profundidad. La función actual de la Canica es seguir a la tuneladora y cinchar las partes nuevas con bandas de acero. Más tarde, cuando esté acabado el pozo, la función de la Canica será de exploración y de… extracción.
—¿Es autónoma?
—No. Sería imposible automatizar todas sus funciones. La pilotan brigadas de tres hombres que se turnan.
—¿Brigadas? Pues no veo ninguna escotilla.
El almirante Spartan soltó algo que más que una risa parecía tos.
—En las profundidades a las que trabajamos, doctor Crane, no puede haber «escotillas». La presión obliga a que la Canica sea totalmente redonda. No se puede desviar de la esfericidad bajo ningún concepto.
—Entonces ¿cómo entran y salen los operarios?
—Una vez que está dentro la brigada, se suelda la Canica y se pule la soldadura hasta que quede como un espejo.
Crane silbó.
—Sí, por eso los turnos son de veinticuatro horas, por lo mucho que se tarda en las entradas y salidas. Por suerte, como ve, hay dos de refuerzo; así, mientras una funciona se puede ir preparando y repostando la siguiente. Es la única forma de poder trabajar las veinticuatro horas del día.
Se quedaron callados. A Crane le resultaba imposible apartar la vista de aquella bola brillante. Era una de las cosas más bonitas que había visto en toda su vida, aunque costaba imaginarse a tres personas en tan poco espacio. Le llamó la atención una pantalla con una imagen poco definida de los técnicos que trabajaban alrededor de la Canica. Parecía una señal de vídeo tomada desde el interior de la esfera.
—Tengo entendido que no le convence que busquemos la Atlántida —dijo Spartan, secamente—, pero lo que buscamos no es de su incumbencia. Lo que sí le atañe, y mucho, es la situación médica. Ahora ya no responde solo ante Asher, sino también ante mí. No es necesario que le diga que lo que vea aquí no puede comentárselo a nadie del área de libre acceso. Sus movimientos estarán vigilados, y solo podrá acceder a ciertos lugares de máxima seguridad debidamente acompañado, al menos al principio. Naturalmente, le facilitaremos todos los recursos e instrumentos que necesite. Como no es la primera vez que trabaja en una operación confidencial, ya sabe los privilegios y las responsabilidades que comporta. Si abusa de ellos, la próxima vez que lo arrastren ante unos focos no será para hacerle una foto.
Las últimas palabras de Spartan arrancaron a Crane de la contemplación de la Canica. El almirante no sonreía.
—¿Qué ha ocurrido exactamente? —preguntó Crane.
Spartan movió una mano hacia la pared de cristal, señalando el hangar de abajo.
—Hasta hace doce horas, el Complejo de Perforación se había librado de lo que mina la salud de los trabajadores, pero ahora hay tres operarios afectados.
—¿Cuáles son los síntomas?
—Puede preguntarlos usted mismo. En la cuarta planta hay un servicio de urgencias médicas que ya hemos activado, y que puede usar como enfermería provisional. Haré que le remitan ahí a los operarios.
—¿Por qué no me habían dicho nada de estos nuevos casos? —preguntó Crane.
—Se lo estoy diciendo yo. Son operarios del área restringida, y por tanto no se les permite circular por las zonas de libre acceso.
—No me iría mal que me ayudase la doctora Bishop.
—Solo tiene acceso limitado al otro lado de la Barrera en casos de emergencia y acompañada por marines. Ya lo hablaremos el día en que sea imprescindible. Ahora déjeme seguir, si es tan amable. Aparte de los casos que ya le he comentado, he observado que en el Complejo hay diversas personas que están… psicológicamente afectadas.
—¿Lo sabe el doctor Corbett?
—No, ni lo sabrá. Corbett es… digamos que poroso. Convendría que su asesoramiento siempre sea filtrado por usted. —Spartan echó un vistazo a su reloj—. Ahora pediré un destacamento para que lo acompañe a su habitación. Duerma un poco. Lo quiero aquí a las nueve de la mañana, bien descansado.
Crane asintió despacio.
—O sea, que es por eso. Me autoriza porque la podredumbre ha llegado hasta aquí.
La mirada de Spartan se volvió escrutadora.
—Ahora tiene un nuevo trabajo, doctor. No basta con averiguar por qué enferma la gente. Tiene que mantenerla sana. —Volvió a señalar la Canica, y a los técnicos de alrededor—. Porque en este Complejo se puede prescindir de todo y de todos menos de la perforación, que debe seguir a cualquier coste. Es un trabajo de importancia capital. No dejaré que nada ni nadie lo retrase. Si debo manejar yo mismo la Canica, lo haré. ¿Queda claro?
Se miraron un momento, hasta que Crane asintió ligeramente.
—Como el agua —respondió.