Severamente erguido, el almirante Richard Ulysses Spartan lo observaba todo en silencio desde un rincón de la plataforma metálica. Diez minutos antes, al llegar, se había encontrado la sala de espera fijada a la pared de la cúpula convertida en un pequeño manicomio: brigadas de rescate, médicos, técnicos y marineros y oficiales de uniforme, así como un científico histérico que, presa del pánico, se negaba a moverse. Ahora estaba todo mucho más tranquilo. Al borde de la pasarela había dos marines armados que impedían el acceso a la plataforma. Alrededor del sello de metal y titanio que acababa de ser aplicado a la minúscula filtración se agolpaban algunos técnicos y empleados de mantenimiento, mientras una sola mujer de la limpieza, arrodillada y con un cubo, limpiaba las manchas de sangre de la rejilla metálica.
Frunció el entrecejo. No solo aborrecía los fallos y errores, sino que se negaba a tolerarlos. En las operaciones militares no había espacio para fallos, y menos para fallos de detalle; con más motivo aún en una instalación de esas características, donde tanto se jugaban, y donde tan peligroso era el entorno. Era un sistema de gran complejidad, una red de interdependencias fabulosa, similar al cuerpo humano; el mero hecho de que funcionase ya era un prodigio de la ingeniería, pero bastaba con eliminar un solo componente clave para provocar una reacción en cadena que desactivaría todo el resto. El cuerpo moriría. El Complejo fallaría.
Contrajo aún más los párpados. Era justo lo que había estado a punto de ocurrir. Esto era lo inquietante del caso, agravado por el hecho de que al parecer se debía a un elemento aún más reprobable que el error: el factor humano.
Algo se movió en su visión periférica. Al volverse, Spartan vio que el comandante Korolis llegaba del Complejo. En cuanto la esbelta silueta del comandante cruzó la pasarela y llegó a la plataforma, los dos guardias se apartaron.
Korolis se acercó al almirante y le hizo un saludo militar perfectamente ejecutado. Spartan asintió con la cabeza. Korolis tenía un problema llamado estrabismo: uno de sus ojos miraba hacia delante con normalidad, pero el otro lo hacía hacia fuera. De todos modos, como no era un caso agudo, la persona que le tenía delante no conseguía saber qué ojo empleaba, ni si la miraba a ella o a otra parte, inquietante sensación que había resultado bastante útil en los interrogatorios y otras situaciones parecidas. En su fuero interno, Spartan reprobaba la obsesión cerril de Korolis por el secreto militar (como cualquier obsesión entre sus subordinados), pero debía reconocer que el comandante era un hombre de una acendrada lealtad.
Llevaba una carpeta fina y blanca bajo el brazo. La entregó a Spartan, que la abrió. Dentro había una sola hoja impresa.
—¿Está confirmado? —preguntó el almirante.
Korolis asintió con la cabeza.
—¿La intencionalidad también?
—Sí —respondió—. Ha sido pura suerte que se haya perforado justo en este sitio.
—Muy bien. ¿Y sus nuevos hombres?
—Deberían llegar dentro de unos minutos.
—De acuerdo.
Spartan despidió a Korolis con un gesto de la cabeza.
Pensativo, vio cómo se iba por la pasarela. Solo volvió a mirar la carpeta cuando Korolis quedó reducido a una pequeña sombra en la entrada del Complejo. Abrió la carpeta y leyó la hoja. El efecto de su contenido solo se podría haber apreciado en la tensión de los músculos de la mandíbula del almirante.
Unos gritos lo sobresaltaron. Al mirar hacia arriba vio a Asher discutiendo con los guardias, que no le daban permiso para subir a la plataforma. El director científico se volvió hacia Spartan, que dio su autorización con la cabeza. Los guardias se apartaron. Asher llegó jadeando.
—¿Qué hace aquí, doctor? —preguntó Spartan con afabilidad.
—Vengo a verle.
—Me lo imaginaba.
—No ha respondido a mis llamadas ni a mis e-mails.
—Es que tenía trabajo —dijo Spartan—. Han surgido algunas cuestiones importantes.
—También era importante lo que le envié, el informe de nuestro investigador sobre lo que ha encontrado en la biblioteca del castillo de Grimwold. ¿Lo ha leído?
La mirada de Spartan se desvió un momento hacia los técnicos que trabajaban en el sello, antes de volver al director científico.
—Por encima.
—Entonces ya sabe a qué me refiero.
—Francamente, doctor, estoy un poco sorprendido. Me parece muy crédulo para ser científico. Podrían ser puras imaginaciones. Ya sabe lo supersticiosa que era la gente de esa época. Eran incontables los testimonios sobre diablos, brujas, monstruos marinos y otras chorradas por el estilo. Aunque parezca un relato fidedigno, no existe ninguna razón para pensar que está relacionado con lo que tenemos entre manos.
—Si hubiera leído el documento habría visto los paralelismos. —Asher, siempre tan tranquilo y contenido, se había puesto nervioso—. Por supuesto que es posible que no tenga nada que ver lo uno con lo otro, pero como mínimo es otro argumento a favor de que no nos precipitemos e investiguemos un poco más lo que hay abajo.
—La única manera de hacerlo con un mínimo de seguridad es sacarlo. De momento ya hemos averiguado y encontrado bastantes cosas. ¡Qué voy a decirle a usted!
—Sí, pero mire el resultado: personas sanas enfermando en una proporción alarmante, gente sin historial de problemas emocionales sufriendo episodios psicóticos…
—Trajo a alguien para que lo analizara. ¿Qué ha estado haciendo esa persona?
Asher se acercó.
—Trabajar atado de manos. Porque usted no le ha permitido acceder a los niveles inferiores, que es donde sucede lo importante.
Spartan sonrió fríamente.
—De eso ya hemos hablado. La seguridad es capital, y Peter Crane es un riesgo para la seguridad.
—Mucho menos que…
Spartan le indicó que no siguiera. Asher se volvió, siguiendo la dirección de su mirada. Acababa de llegar alguien más, un hombre musculoso, y bronceado con uniforme militar oscuro y un petate negro de lona. Tenía el pelo muy corto y canoso. Al ver a Spartan se acercó e hizo un saludo militar.
—Jefe Woburn a sus órdenes, señor —dijo.
—¿Y sus hombres, jefe? —preguntó Spartan.
—Esperando fuera del Sistema de Compresión.
—Pues vaya con ellos. Le diré al comandante Korolis que les muestre dónde se alojarán.
—Señor, sí, señor.
Woburn dio media vuelta después de otro saludo militar.
Spartan miró a Asher.
—Tomaré en consideración su solicitud.
Asher había presenciado la conversación sin decir nada, observando la cara del desconocido y la insignia de su uniforme.
—¿Quién era? —preguntó.
—Ya ha oído el nombre, ¿no? Jefe suboficial Woburn.
—¿Más militares? Debe de ser un error.
Spartan sacudió la cabeza.
—En absoluto. Les han enviado a petición del comandante Korolis, y estarán bajo sus órdenes. Korolis considera que hacen falta más efectivos para reforzar la seguridad.
Asher puso mala cara.
—Las nuevas incorporaciones de personal son decisiones conjuntas, almirante. Las tomamos en equipo. Además, la insignia… Este hombre es un…
—Esto no es una democracia, doctor, al menos en lo que respecta a la seguridad del Complejo, que en este momento parece en peligro.
Spartan hizo un gesto sutil con la cabeza, señalando al grupo de técnicos de la otra punta de la plataforma.
Asher se volvió a mirarlos.
—¿Cómo está la brecha?
—Como ve, la contención ha sido un éxito. Nos han mandado un sumergible desde arriba, con más chapa para el exterior de la cúpula. Ahora hay un sello temporal hasta que se fabrique uno permanente, lo cual requiere su tiempo. La zona afectada tiene una longitud aproximada de un metro veinte.
Asher frunció el entrecejo.
—¿Un metro veinte? ¿Para un agujero tan pequeño?
—Sí; solo era un agujerito, pero la intención era otra.
Asher se quedó muy quieto, asimilándolo.
—No sé si le entiendo.
Spartan volvió a señalar a los técnicos con la cabeza.
—¿Ve el mamparo donde estaba el agujero? Pues se comunica directamente con la caja de la compuerta, donde están los controles eléctricos y magnéticos que la abren. Al sellar la brecha, nuestras brigadas de emergencia han encontrado un corte de casi un metro entre el agujerito y la caja.
—Un corte… —repitió despacio Asher.
—Aquí, en el interior de la cúpula. Creemos que estaba hecho con un cortador láser portátil. Lo están analizando en detalle. El corte ponía en peligro la integridad de todo el mamparo. Podría haber fallado en cualquier momento, aunque las probabilidades eran mayores en una situación de tensión, como el impacto de la Bañera. Por suerte el corte láser era imperfecto, más profundo en algunos lugares que en otros; de ahí el orificio. Si el corte se hubiera hecho como estaba planeado, el agujero se habría transmitido por el mamparo hasta la propia caja de la compuerta…
—… la cual se habría partido —murmuró Asher—, y habría provocado una brecha enorme en el casco.
—Una brecha irremediable.
—Y este corte que dice… ¿Insinúa que no ha sido un accidente? ¿Que era algo intencionado, un… sabotaje?
Al principio el almirante Spartan no contestó. Después levantó despacio un índice y, sin apartar la vista de Asher, lo acercó perpendicularmente a los labios.