12

En Deep Storm había dos pistas de squash, y una lista de espera de tres días para usarlas. Crane pensó que el hecho de que Asher hubiera podido reservar media hora en cuestión de minutos era una demostración de su influencia.

—No me lo imaginaba leyendo poesía —dijo Asher al llegar a la pista—. En cambio se ve venir de lejos que juega al squash.

—Será mi cuerpo de gacela —contestó Crane—, a menos que haya vuelto a leer mi dossier.

Asher se rio, mientras jugaba distraídamente con la pelotita gris.

A Crane no le extrañaba que Asher quisiera hablar con él. A fin de cuentas ya llevaba treinta y seis horas en la estación, y seguro que el director científico quería un informe. Lo único sorprendente era el lugar de la cita. De todos modos, ya se estaba acostumbrando al modus operandi de Asher: dar una imagen afable y crear un ambiente relajado, pero dejar bien claro al mismo tiempo que esperaba resultados, y no a largo plazo.

Por él perfecto. En el fondo se alegraba de la reunión, porque también tenía cosas que decir.

—Vamos a calentar unos minutos —dijo Asher. Levantó la pelota—. ¿Servicio?

Crane sacudió la cabeza.

—No, saque usted.

Vio que Asher arrojaba la pelota a la pared de un golpe fuerte y limpio. Después el director científico retrocedió, balanceándose sobre los pies en espera del rebote. Cuando vio acercarse la pelota, empalmó una volea apuntando hacia el rincón más alejado.

Jugaron varios minutos sin hablar, evaluando mutuamente su destreza, su experiencia y las estrategias que preferían el uno y el otro. Crane calculó que Asher le llevaba como mínimo veinticinco años, pero se le veía más en forma; en todo caso Crane estaba jugando fatal, fallaba la mitad de las voleas.

—¿Esta pista tiene algo inusual? —acabó preguntando, mientras recogía la pelota y se la lanzaba a Asher.

El científico la cogió hábilmente con la raqueta.

—Pues la verdad es que sí. Tuvimos que ajustamos a la distribución del Complejo. El techo es unos treinta centímetros más bajo de lo normal. Tendría que haberle avisado. Cuando se acostumbre le parecerá más fácil, ya verá. ¿Practicamos un poco más?

—No, vamos a empezar un partido.

Se jugaron a suertes quién empezaba y le tocó a Crane, que eligió el lado y sirvió. Asher replicó con una rápida volea al rincón más alejado. La partida empezaba en serio.

El intercambio de voleas despertó la admiración de Crane por el juego del científico. El squash tenía tanto de deporte como de ajedrez; era una mezcla de inteligencia, estrategia y resistencia. Asher sobresalía en el control de la T, pero lo más impresionante era su puntería al lanzar la pelota hacia la pared lateral, por lo que Crane siempre debía estar a la defensiva. Crane había supuesto que el científico tendría dificultades para jugar a causa del dolor y rigidez de su mano izquierda, pero Asher parecía haber aprendido a usar la derecha tanto para el equilibrio como para el swing, y Crane se quedó rezagado casi sin darse cuenta.

—Se acabó el partido —dijo Asher.

—Nueve a cuatro. Creo que no me he lucido.

Asher se rio con naturalidad.

—Ya jugará mejor en el siguiente. Repito que hay que acostumbrarse a la diferencia de tamaño de la pista. Adelante, saque.

Durante la segunda partida, Crane comprobó que Asher tenía razón. A medida que se acostumbraba a una pista más baja y profunda, le resultó más fácil controlar la pelota; echaba la pelota fuera menos veces, y conseguía hacer que rebotase detrás del cuadro de servicio, con lo que obligaba a Asher a jugar desde el fondo. Como ya no tenía que concentrarse solo en devolver la pelota, podía volver a la T después de cada jugada, mejorando su posición. La partida se alargó. Esta vez ganó Crane por nueve a ocho.

—¿Lo ve? —dijo Asher, jadeando—. Aprende deprisa. Dentro de unos cuantos partidos tendrá que buscarse un contrincante a su altura.

Crane se rio.

—Servicio para usted —dijo, tirándole la pelota.

Asher la cogió, pero no hizo el gesto de servir.

—¿Qué, cómo está Waite?

—Sigue sedado. Le hemos administrado un cóctel de Haldol y Ativan. Un antipsicótico y un ansiolítico.

—Tengo entendido que lo calmó de una manera bastante peculiar. Bishop me dijo algo de un striptease.

Crane sonrió un poco.

—Con estos casos tan graves hay que usar métodos de choque para romper el bucle psicótico. Hice algo que no se esperaba, y así ganamos tiempo.

—¿Tiene alguna idea de qué pasó?

—Corbett está preparando un perfil psicológico completo, al menos todo lo completo que permite ahora mismo la medicación. De momento no podemos decantarnos por ningún diagnóstico. Es extraño. Ahora mismo el paciente está completamente lúcido; sedado pero lúcido. En cambio hace poco sufría un desorden muy grave como respuesta a estímulos internos.

—¿Perdón?

—Descontrol y alucinaciones. En este momento no recuerda el incidente. Ni siquiera se acuerda de los ruidos angustiosos que parece que lo provocaron. Según los testigos y amigos, el único indicio de que podía pasar algo era que Waite estaba muy callado. Por otra parte, no tiene antecedentes de problemas psicológicos. Claro que eso ya debe de saberlo… —Crane vaciló—. Mi opinión es que deberían sacarlo del Complejo.

Asher sacudió la cabeza.

—Lo siento.

—Hágalo por mí, si no es por Waite. Empiezo a estar francamente cansado de tener al comandante Korolis o alguno de sus secuaces día y noche en el centro médico, haciendo de canguro por si Waite dice algo que no debería.

—Me temo que no está en mis manos. En cuanto den el alta a Waite, lo encerraré en su habitación. Espero que con eso Korolis ya no le moleste.

Crane tuvo la impresión de que el tono de Asher contenía cierta amargura. No se le había ocurrido que el director científico también pudiera estar exasperado por el ambiente de secretismo de Deep Storm.

Comprendió que era la oportunidad que buscaba para decir lo que tenía que decir, y que probablemente no se repetiría. «Ahora o nunca», pensó, y respiró hondo.

—Creo que empiezo a entenderlo —dijo.

Asher, que se había quedado mirando la pelota que tenía en la mano, levantó la cabeza.

—¿Entender qué?

—Por qué estoy aquí.

—Siempre ha estado muy claro. Está aquí para ocuparse de nuestro problema médico.

—No, me refiero a la razón de que me eligieran a mí para el trabajo.

La mirada de Asher era fija, inexpresiva.

—Al principio no sabía qué pensar. Como no soy especialista en pulmones, ni hematólogo… Si lo que tenían los trabajadores era algún tipo de síndrome de descompresión, ¿a qué venía encargarme la visita a domicilio a mí? Pero resulta que no es lo que tienen.

—¿Está seguro?

—Es de lo único de lo que estoy seguro. —Crane hizo una pausa—. Resulta que la atmósfera de Deep Storm, mire usted por dónde, no tiene nada de raro ni de inhabitual.

Asher no apartó la vista, pero tampoco dijo nada. Al ver su expresión, Crane empezó a temer que no hubiera sido buena idea sincerarse, pero ya no podía echarse atrás.

—Mandé poner en una cámara hiperbárica a uno de los enfermos de AIT —añadió—, y adivine qué hemos descubierto.

Asher seguía sin responder.

—Hemos descubierto que no mejora; no solo eso, sino que los resultados demuestran que la atmósfera era normal tanto dentro como fuera. —Crane vaciló un poco antes de seguir—. O sea, que todo ese rollo de la presurización y de los componentes especiales en el aire… es mentira, ¿verdad?

Asher volvió a contemplar la pelota.

—Sí —contestó después de un rato—. Y es muy importante que no lo diga.

—Tranquilo, pero ¿por qué?

Asher tiró la pelota a la pared, la recogió y la estrujó pensativamente.

—Queríamos una razón para que nadie pudiera irse con prisas del Complejo, una medida de seguridad contra las filtraciones de datos, el espionaje y todas esas cosas.

—Y lo de la atmósfera exclusiva y el largo proceso de aclimatación les da una tapadera perfecta.

Asher hizo botar otra vez la pelota y la tiró a un rincón. La excusa del partido ya era innecesaria.

—O sea, ¿que todas las salas donde tuve que esperar cuando entré en el Complejo eran un simple decorado?

—No, son cámaras de descompresión auténticas, pero con las funciones atmosféricas desconectadas. —Asher miró fugazmente a Crane—. Ha dicho que ya sabe por qué le eligieron para el trabajo.

—Sí. Lo deduje al ver los resultados de la cámara hiperbárica. Es por lo que hice en el Spectre, ¿verdad?

Asher asintió con la cabeza.

—Me sorprende que lo sepa.

—No, si yo no lo sabía; sigue siendo una misión secreta, pero el almirante Spartan estaba al corriente y lo sabía todo. Su habilidad para el diagnóstico y su experiencia con… digamos que las situaciones médicas extrañas en circunstancias muy tensas son bazas excepcionales. Como Spartan, por razones de seguridad, no quería dejar que entrase más de una persona en Deep Storm, la mejor elección parecía usted.

—¡Otra vez la dichosa palabra! Seguridad. Es lo único que aún no entiendo.

La mirada de Asher se volvió interrogante.

—¿A qué viene tanto hermetismo? ¿Se puede saber qué tiene la Atlántida de tan crucial para que necesiten medidas tan drásticas? Hablando de ello, ¿por qué el gobierno está dispuesto a aportar tanto dinero y maquinaria para una excavación arqueológica? —Crane hizo un gesto con el brazo—. No hay más que verlo; seguro que el Complejo cuesta un millón de dólares diarios al contribuyente solo en mantenimiento.

—Bueno, en realidad bastante más —dijo Asher en voz baja.

—Por lo que sé de mi último contacto con la burocracia del Pentágono, no le enloquecen las antiguas civilizaciones. Normalmente los organismos como la NOD siempre tienen el cepillo y las gracias a punto para las migajas que les quiera echar el gobierno, mientras que aquí disponen del entorno laboral más sofisticado y secreto del mundo. —Crane hizo una pausa—. Y por cierto, el Complejo funciona con energía nuclear, ¿verdad? He estado en bastantes submarinos para saberlo, y parece que mi identificación lleva un indicador radiactivo.

Asher sonrió sin contestar. Tenía gracia, pensó Crane, que de unos días a esa parte el director científico se hubiera vuelto tan reservado.

Durante un minuto en la pista de squash se hizo un silencio tenso e incómodo. A Crane le quedaba una bomba, la mayor de todas. Comprendió que no tenía sentido retrasarlo.

—El caso es que últimamente he reflexionado mucho sobre todo ello, y la única respuesta que se me ocurre es que lo de abajo no es la Atlántida, sino otra cosa. —Miró a Asher—. ¿Tengo razón?

Al principio Asher lo miró inquisitivamente. Al cabo de un rato hizo una señal de asentimiento casi imperceptible.

—Ya. ¿Entonces qué es? —insistió Crane.

—Lo siento, Peter, pero no puedo decírselo.

—¿No? ¿Por qué no?

—Porque me temo que Spartan tendría que matarlo.

Crane se empezó a reír, pero se le pasó de golpe al mirar a Asher. El director científico era de risa fácil, pero en aquel momento ni siquiera sonreía.