La carrera

Punch trepó por la escalerilla. Iba dejando atrás la luz y la calidez del Nivel Cero y ascendía hacia la gélida penumbra de los túneles principales. Se agarraba con apuros a los estribos de la pared. Las muñecas y los tobillos le sangraban.

—¿Va todo bien? —gritó Ghost desde el borde del pozo.

—La hostia de bien, ¿tú qué crees?

Ghost sacó a Punch del pozo y lo ayudó a ponerse de pie.

—¿Puedes andar?

—Sí.

—¿Puedes correr?

—Lo intentaré.

Ghost encendió una bengala.

—Si no alcanzamos Rampart antes de que llegue al mar abierto, estamos muertos.

Punch pasó el brazo por la cintura de Ghost y echaron a andar apresuradamente por el túnel, una cuesta continua hasta la superficie.

Vieron a un pasajero del Hyperion en un hueco. Iba disfrazado. Traje de etiqueta y una careta de toro. La demacrada figura volvió lentamente la cabeza mientras pasaban, como una cámara de vigilancia registrando los movimientos de Ghost y Punch.

—¿Nos sigue? —preguntó Punch, avanzando cojeante.

Ghost miró por encima del hombro.

—No. Está quieto allí.

—Rediós. Qué ganas tengo de salir de este lugar. Quiero respirar aire fresco.

—Justamente.

Siguieron trotando por la cuesta.

—¿Sabes qué? —dijo Punch—. Si no…

Antes de que pudiera terminar la frase, Nail apareció entre las sombras, se lanzó contra ellos y los derribó. Se sentó en el pecho de Ghost y lo asió del cuello.

Nail tenía los labios amoratados e hinchados. Parecían pintados con barra de labios negra. Le clavó los dientes a Ghost en la mejilla y arrancó un trozo de carne. Ghost chilló de dolor y hundió la bengala en el ojo de Nail. Este aulló, rodó hacia un lado y huyó.

—¿Estás herido? —preguntó Punch.

—Me ha cazado —dijo Ghost, tratando de contener el flujo de sangre—. Ese hijo de puta me ha cazado bien.

—Te curarás.

—Me ha mordido. La he cagado.

—No lo sabes.

—No me toques. No te manches con mi sangre.

—Te llevaremos a Rampart y te curaremos.

Punch tiró del brazo de Ghost y este se levantó.

—Pásame el brazo por detrás del cuello.

Punch ayudó a Ghost a andar y siguieron avanzando a traspiés hacia la salida del búnker.

—Deberíamos esperar a Jane —dijo Ghost.

—Jane está ganando tiempo para nosotros. No lo desperdiciemos.

Llegaron a la boca del búnker. Ghost se derrumbó contra la pared. Punch apartó la lona de una de las motos de nieve. Montó en el asiento, encendió el motor y dio gas.

—¿Jane? —gritó Ghost hacia el interior del túnel—. Jane, ¿vienes?

—Jane cogerá la otra moto —dijo Punch—. Vamos, no le demos más problemas de los que ya tiene.

Ghost subió con apuros al asiento trasero del vehículo.

Fuera reinaba la oscuridad. No veían más allá del alcance de los faros de la moto, que aceleraba y zigzagueaba entre las rocas. Cruzaron la costa rocosa y buscaron el camino para llegar al hielo.

—Allí —dijo Ghost, señalando con el dedo.

Un sendero llevaba al mar helado. Punch hizo bajar la moto por la empinada rampa y la condujo hasta el hielo.

—Agárrate fuerte —gritó Punch.

Dio gas y la moto empezó a correr a toda velocidad hacia el sur.

Ghost dejó que el viento le helara la cara. La mordedura cesó de sangrar y poco después ya no le dolía.

—No veo la plataforma —gritó Punch por encima del hombro.

Ghost buscó a tientas la radio.

—Sian —gritó, tratando de hacerse oír entre el ruido del viento—. Enciende los reflectores.

Sian estaba en la oscura cabina. La noche había caído. Sabía que tenía que encender los reflectores de la refinería, pero demoró el momento de hacerlo. No quería ver el océano cada vez más cerca de ella. En menos de una hora, Rampart se separaría del campo de hielo y empezaría a flotar hacia el mar abierto. A partir de ese momento, Sian estaría irrevocablemente sola. Iría durante semanas, meses posiblemente, a la deriva, y si avistaba tierra, tendría que remar en un bote salvavidas hasta la costa y explorar las ruinas de Europa ella sola.

Su radio emitió un ruido. Una voz. Sian no distinguía las palabras. Oyó brevemente el ruido del viento. Jane, Ghost y Punch debían de estar intentando volver a la plataforma.

Salió corriendo hacia un cuarto de conmutadores en la cubierta. Movió interruptores y de repente los reflectores halógenos iluminaron con un blanco celestial la superestructura de Rampart.

Sian regresó a la cabina. Las lámparas de arco iluminaban el hielo que se extendía delante de la refinería. Más allá se veía el océano Ártico.

Una moto de nieve cruzó a toda velocidad la capa polar y se detuvo delante de la refinería. Sian limpió el vaho de la ventana y vio que dos figuras bajaban de la moto, las dos con abrigos azules de Rampart. Dos compañeros de Sian habían conseguido volver a la plataforma.

Le entró un sentimiento de culpa: si pudiera hacer un trato con el destino, no dudaría en canjear a Jane o a Ghost por tener a Punch de vuelta.

La refinería surcaba la corteza polar rugiendo como un trueno continuo. Las patas flotantes empujaban delante de ellas una montaña de cascotes de hielo.

Punch y Ghost aguardaban ante la avalancha que se les echaba encima a que Sian hiciera bajar el gancho de la grúa.

—Tendremos que agarrarnos a la cadena al mismo tiempo —dijo Punch, gritando para hacerse oír entre el estruendo del hielo despedazándose.

—No voy a subir contigo —dijo Ghost, reculando—. Ha sido un honor conocerte. Siempre me has gustado, Punch. Siempre pensé que eras uno de los mejores.

—¿Qué haces?

—Cuida de Sian. Disfrutad. Encontrad un buen sitio para vivir y empezad una nueva vida.

Ghost se giró y echó a correr.

Punch lo llamó a gritos.

—¡Ghost! ¡Vamos, Ghost! ¡Te necesitamos, tío!

Punch quiso correr tras Ghost, pero tenía la refinería casi encima. El gancho de la grúa descendió entre la cegadora luz de las lámparas de arco.

—¡Ghost! —gritó una vez más, pero sabía que no podía hacerse oír entre el rugido del hielo resquebrajándose.

La capa se desmenuzaba tan cerca de él, que tuvo que protegerse los ojos de la nieve y el agua que le azotaban la cara. Vio cómo la moto de nieve era aplastada por un bloque de hielo. Montó en el gigantesco gancho y se agarró a la cadena.

Punch hizo una señal con la mano. Fue ascendiendo lentamente, envuelto en la luz de los reflectores.

Ghost vio cómo Rampart pasaba y se iba alejando. Una ciudad de metal rumbo al sur.

Pensó en Punch y en Sian, a salvo en la plataforma.

Se dio cuenta de todo lo que iba a perder. No reiría, ni tomaría café nunca más, ni sentiría la lluvia en la cara.

Con un estremecimiento, tomó una gran bocanada de aire.

A todos nos llega la hora, se dijo.

Le dio la espalda al calor y la luz de la refinería y empezó a andar hacia el norte, por el mar helado. Se echó atrás la capucha, para poder ver las estrellas.