Cuerda de salvamento

Desde la barandilla de la refinería, Punch miraba hacia el este. El hielo rodeaba la plataforma y se extendía hacia la isla. El sol ya no salía. El día era un breve crepúsculo rosado. El Ártico estaba entrando en la noche perpetua.

Sacó del bolsillo del abrigo una vieja radio Sony. La había encontrado entre un bote de pintura y un rodillo. Alguien había estado pintando un pasillo y había dejado la faena a medias. Las pilas aún tenían carga.

Extendió la antena y movió el dial. Pitidos de interferencias. Una voz espectral. De un hombre. Acento francés. Cansado, angustiado. Punch se echó atrás la capucha del abrigo y pegó la oreja a la radio:

… ejor consejo… lugar seguro y no os aventuréis… si podéis oírme… refugio… no hay esperanzas… que Dios os proteja

Punch regresó a la cúpula de observación.

—¿Algo de nuevo? —preguntó Sian.

—Nada. Parece que no funciona.

Punch zarandeó la radio, hizo caer las pilas y lo dejó todo a un lado.

Él y Sian habían convertido la cúpula de observación en su campamento base. Habían apartado las sillas de la consola de la emisora y habían instalado una tienda de bóveda. Cada noche cocinaban con una estufa. Contaban estrellas mientras comían. Habían cosido dos sacos de dormir en uno y dormían piel con piel.

—¿Qué crees que nos espera de vuelta al continente? —preguntó Sian.

Estaba sentada con las piernas cruzadas junto al hornillo y removía fideos en un cazo de cámping.

—Estoy seguro de que lo peor ya ha pasado. A estas alturas la gente ya se habrá organizado.

—¿Tú crees?

—Sí. En los momentos difíciles los vecinos se ayudan unos a otros.

Punch quería decir: «Prométeme que me matarás. Si me contagio, si me transformo como Rawlins, acaba conmigo. No permitas que me convierta en un monstruo».

En lugar de eso, preguntó:

—¿Cómo van los fideos?

—Pronto estarán hechos.

La central eléctrica. El generador Tres emitía un zumbido continuo. Una potencia descomunal, suficiente para abastecer a una ciudad pequeña. Ghost había conectado un solo alargador doméstico desde el panel de control. Pasaba por un respiradero al hangar de submarinos contiguo. Un solo enchufe. Un solo calentador de convección. La tripulación se sentaba por turnos junto al resplandor anaranjado.

La tripulación había acampado delante del sumergible. Las zarpas de acero del cargador se arqueaban encima de ellos como un abrazo protector. Dos jugaban al ajedrez envueltos en mantas. Otro afilaba un cuchillo. Había botellas de agua potable alineadas delante del calentador, para que no se congelaran.

Ghost yacía bajo tres anoraks. Su respiración entrecortada emitía un sonido de gorgoteo. Jane estaba a su lado y le acariciaba la cabeza. De vez en cuando, Ghost abría los ojos. Jane sonreía. Quería que él viera una cara tranquilizadora. No quería que se sintiera solo.

Ghost abrió los ojos y ya no los cerró.

—¿Cómo va, campeón?

Ghost levantó el pulgar.

—¿Tienes suficiente calor?

Ghost asintió con la cabeza y le acarició la cara. Jane tenía la piel pelada.

—Supongo que me acerqué excesivamente al fuego —dijo Jane—. Quemaduras de sol.

Ghost se relamió los labios resecos.

—Bebe un poco.

Jane le puso la cantimplora en los labios.

—Humedécete la boca.

Jane reajustó el abrigo que Ghost tenía bajo la cabeza, para que la almohada fuera más cómoda.

—Duerme tanto como puedas.

—Me siento como si me hubieran dado un puñetazo en la barriga —susurró Ghost—. Me cuesta respirar.

—¿Más que antes?

—Sí.

Jane fue a buscar a Rye.

—Está en el submarino —le dijo Ivan.

Jane descendió por la escotilla del techo. Su linterna iluminó recargados paneles de instrumental. Rye se había instalado en el asiento del copiloto y escuchaba música en un iPod.

—¿Rocanroleando? —preguntó Jane.

—Me queda cerca de una hora de batería. Serán mis últimas canciones.

—¿Cuál es el diagnóstico?

—¿El de Ghost? No muy bueno. Le estoy dando antibióticos, pero la causa de la pulmonía no es una infección sino más bien daño químico en los pulmones. Si la garganta se le cierra más, quizá tenga que entubarlo.

—¿Qué posibilidades tiene?

—Cincuenta por ciento. Los pulmones pueden recuperarse, con tiempo. Con un poco de suerte podrá levantarse en un par de semanas, si no hace esfuerzos como el de ayer. Un chute de adrenalina más lo mataría en el acto.

—Entonces, ¿solo queda esperar?

—Como dije, le he estado administrando antibióticos como medida preventiva. Puede que sirvan, puede que no. Le he dado también un montón de calmantes, para que no le duela.

—Muy bien.

—La cuestión es, ¿cuándo cerramos el grifo? Ghost ha agotado ya su cupo de medicamentos.

—Dele todo lo que necesite.

—Celebro que os llevéis así de bien.

—Ghost era técnico de sistemas críticos. Consiguió que tuviéramos luz y agua. Vale más que la mayor parte de la tripulación, más que yo.

Jane escaló el lado del tanque de destilado A. El tanque era una torre cilíndrica de ciento cincuenta metros de altura. La escalera de mano estaba cubierta de hielo y las botas resbalaban en los travesaños. Jane llevaba un rollo de soga de alpinismo colgada en el hombro.

Alcanzó la azotea cubierta de escarcha y descolgó la soga. Punch aguardaba en la base de la torre. Amarró la caja de la radio a la cuerda, y Jane la hizo subir.

Instaló la antena parabólica y conectó el transmisor.

—Rampart a Raven, ¿me copiáis? Cambio. Rampart a Raven, ¿me copiáis?

—Cielos, Rampart. Pensábamos que os habían rescatado y nos habíais abandonado. Llevamos días llamando.

—Hubo un incendio. Nos quedamos sin energía eléctrica. Hemos conseguido calentar una estancia, pero seguimos en mala situación. Tenéis un electricista, un tal Thursby, ¿verdad?

—Tommy, sí.

—Necesitamos desesperadamente su ayuda. Y necesitamos veinte metros de cable de alto voltaje.

—¿De qué potencia?

—La salida de nuestros generadores es de unos tres mil megavatios.

—Entendido.

—¿Tenéis algún médico?

—Ellington.

—Perdimos la enfermería en el incendio. La mayor parte de los medicamentos y material se quemó. Necesitamos desesperadamente cualquier cosa que podáis traer.

—Muy bien.

—¿Cuándo podréis subir en los botes?

—Estamos preparados desde hace días. Estábamos esperando noticias vuestras.

—Entonces poneos en marcha lo antes posible. Aún tenemos GPS. Estaremos atentos las veinticuatro horas del día. Buena suerte, compañeros. Que Dios os bendiga.

Jane fue a explorar la central eléctrica.

Entró a gatas en un conducto, con la boca y la nariz cubiertas con una bufanda para protegerse de las partículas de hollín que volaban en remolinos alrededor de ella. Se tumbó de lado para examinar el cable de alto voltaje extendido por el techo del tubo. Estaba calcinado y retorcido. El aislante colgaba fundido en pedazos deshilachados.

—¿Reverenda Blanc?

Era la voz de Ivan.

Jane salió del conducto.

—Se trata de Ghost. Más vale que venga rápido.

Ghost resollaba tratando de respirar. Se agarraba la garganta y el pecho le palpitaba.

Rye le cortó el abrigo y el forro polar. Lo obligó a estirarse y le puso la oreja en el pecho.

—¿No puede ponerle un tubo en la garganta? —pidió Jane.

Rye le apretó el pecho y el diafragma.

—Tiene fluido en la cavidad pleural.

—¿Puede drenarlo?

—Puedo intentarlo. Una intervención quirúrgica con luz de linterna. ¡Fantástico!

Jane cogió una bombona de submarinismo del perchero de una pared. Abrió la válvula y metió la boquilla del regulador entre los dientes de Ghost.

—Respira. Engúllelo.

Ghost aspiraba jadeando la mezcla enriquecida de Heliox.

—Sigue respirando.

Nail se sentó con las piernas cruzadas en el suelo del almacén. Se trataba de la embarcación de Ghost. De entender los planos. En el casco central había un puente de mando para el timonel, y debajo había un espacio de almacenaje. No quedaba claro cómo había que construirlo. En muchos de los paneles se leía «CCA».

Lo rumió detenidamente.

¡Eureka! CCA: contenedor de carga aérea.

Una maquinaria especial de bombeo para hidrocarburos había sido enviada a la refinería en cajas de aluminio. Había dos o tres cajas al fondo de todas las salas de maquinaria. Lufthansa. Emirates. Gulf Air. Las cajas se podían separar en láminas. Fáciles de cortar, de moldear y de soldar.

Nail puso manos a la obra. Transportó en carretilla una bombona de oxiacetileno a través de salas de maquinaria abandonadas. Una visera ahumada y unos guantes gruesos. La cámara abovedada se iluminó con la luz incandescente de una llama que chispeaba. Los paneles plateados se fueron apilando en el suelo del almacén.

A pesar del frío que hacía se desnudó de cintura para arriba y se puso a golpear postes de andamio hasta que el esqueleto de un armazón de barca empezó a coger forma.

A veces Nikki miraba cómo trabajaba. La piel de Nail humeaba de sudor. Ella estaba asqueada. Necesitaba a Nail, pero era una alianza estratégica. Él era un tipo duro, vigoroso y amoral, pero su solo olor le daba náuseas a Nikki, cuando él la hacía estremecer en breves y brutales polvos en el suelo del almacén. Sexo a cambio de un pasaje de vuelta.

Nikki estudió los planos.

—¿De qué está hecha la vela?

—Adivínalo.

—TGSx3. ¿Qué significa?

—Me ha tenido intrigado durante días.

—¿Y lo has descifrado?

—Tela de Globo Sonda, multiplicado por tres. Poliéster Mylar. Fino. Ligero. Irrompible.

—¿Y cómo vamos a sacar esa cosa al exterior?

Nail cogió una lámpara de la mesa y la sostuvo en alto.

—¿Ves eso? Un cabrestante en el techo y una compuerta en el suelo. Sirve para subir contenedores a bordo. El suelo se abre como la trampilla de un bombardero. Hidráulicamente. Es lo bastante grande para hacer bajar nuestra barca. El cabrestante aguanta cerca de noventa toneladas.

—Pero no hay electricidad.

—Es cierto. Necesitamos corriente. Dos o tres minutos, con eso bastaría para abrir la compuerta y largarnos.

Llevaban a Ghost en camilla.

—Tenemos que trasladarlo a un lugar limpio —dijo Rye—. Algún sitio que apenas hayamos usado.

Lo llevaron a la capilla.

—Ilumina esto de alguna manera —pidió Rye.

Jane encendió un par de linternas de pila.

—Ayúdame a quitarle la camisa.

—Se va a congelar.

—Mejor. Sangrará menos.

—¿Quiere que traiga el altar, para que se estire?

—No. Tiene que estar sentado, de espaldas a mí.

Llevaron a Ghost a la parte delantera de la capilla y lo hicieron sentar a horcajadas en una silla.

—¿De qué se trata, entonces?

—Creo que se le está formando líquido debajo de los pulmones.

—¿Una infección?

—Tal vez. Los antibióticos no suelen penetrar la cavidad pleural. Es una especie de punto ciego.

—¿Cuál es el plan?

—Punción pleural. Le extraeré el líquido con una hipodérmica de caballo. Este lugar es tan aséptico como una taza de váter, pero no tenemos nada mejor.

Rye se vació los bolsillos sobre el altar: hipodérmicas de 20 mililitros, guantes, tintura de yodo, vendajes.

Mientras preparaba una aguja, le dijo a Ghost.

—¿Ghost? ¿Puedes oírme?

A Ghost le costaba entender algo o hablar.

—El cable —susurró—. Escuchadme. Por si no lo cuento. Hace falta cable de catorce centímetros, de un solo núcleo. Es fácil de empalmar con enchufes atornillados cada treinta o cuarenta metros. En el aislante debería leerse «Con-Ex». Buscad debajo de los pasadizos de la cubierta C. Con un solo tramo de cable bastará, no hace falta más.

Rye midió con los dedos las costillas de Ghost y limpió con tintura de yodo el segundo espacio intercostal.

—Sujétale los hombros.

Ghost estaba semiconsciente hasta que la punta de la aguja de gran calibre le pinchó el lado y le atravesó la piel. Dio una sacudida. Jane le asió con fuerza los hombros.

—Mírame. Mírame, Ghost. Tienes que aguantar. No hay más solución.

Ghost se agarró al respaldo de la silla. Rye extrajo tres jeringas llenas de líquido, vendó la herida y le puso estetoscopio en el pecho.

—¿Mejor?

Ghost asintió levantando el pulgar y se desvaneció.

—Hay que sacarlo de aquí —dijo Rye—. Vamos a ponerlo cerca de la estufa.

Jane levantaba rejillas del suelo en la cubierta C. El fuego se había extendido por los conductos a través del aislante fundido. Los cables estaban calcinados. Entonces entrevió a Nail al final de un pasadizo. Llevaba una plancha de aluminio. Jane apagó rápidamente la linterna y lo siguió hasta la sala de bombeo.

Ghost yacía de espaldas sobre el casco amarillo del submarino. De vez en cuando aspiraba un poco de Heliox de una bombona de buceo.

—Tienes mejor aspecto —le dijo Jane.

—Estoy un poco menos muerto.

—¿Te sientes mejor?

—Gracias a la doctora Maravillas y sus pastillas mágicas.

—¡Cielos! ¡Menudo colocón llevas!

—Las mejores son las de color rosa. De verdad.

—Nail está construyendo algo al lado de la sala de bombeo. ¿Sabes algo de eso?

—Una barca. Ya lo sabías. Mi idea era llevarte a ver una puesta de sol lejos de aquí. Esbocé varios planos. Supongo que Nail y Nikki los encontraron y han decidido rematar la faena.

—No sé si me apetece interrumpirlos.

—Que se vayan. Nadie los echará de menos.

—¿Tú te quedas?

—No estoy en condiciones de embarcarme en un largo viaje —dijo Ghost—. Además, no puedo dejar tirada a esa gente.

—¿No?

—Tú y yo los llevaremos a casa.

—¿Trato hecho?

Ghost estiró la mano.

—¿Seremos los últimos en abandonar el barco?

—Seremos los últimos en abandonar el barco.

Jane fue a ver a Punch y a Sian a la cúpula de observación. La habían invitado a cenar. Arroz con champiñones. Comieron en cazos de cámping.

—Así que ahora solo cocinas para ti.

—Tienen hornillos —dijo Punch—. Tienen pasta y salsa y tienen higos secos. No están desamparados.

—Un cubil acogedor, el que os habéis montado.

—Con ese panorama tan negro, no viene mal algún momento de alivio, ¿verdad?

—Pero los otros os envidian. Y no se lo reprocho.

Sian miró al mar por encima del hombro de Jane.

—¿Ves eso? —le dijo, señalando el horizonte.

—¿El qué?

—Mira hacia el oeste. Las estrellas están desapareciendo.

—¡Dios! —dijo Jane.

Soltó el cazo y se levantó.

—Esas nubes van en serio.

—Y se acercan rápido.

—Parece que Dios sigue mandándonos mierda desde el cielo.

Se abrocharon los abrigos y salieron al exterior. Sian y Punch cargaban con la caja de la radio.

Jane se subió a la torre de destilado. Con una cuerda izó la radio tan rápido como pudo. Montó el trípode, se agachó en la azotea y gritó en el receptor.

—Rampart a Raven. Cambio. Rampart a Raven, ¿me copiáis? Cambio.

Ninguna respuesta.

—Rampart a Raven, contestad.

Ninguna respuesta.

—Raven. Venga, tíos. Decidme que aún no os habéis subido a las lanchas.

No hubo respuesta. Un banco de niebla se acercaba por el este, empujado por un viento glacial. La luz de la luna iluminaba un muro de niebla. Jane plegó el trípode y cerró de golpe la caja, impaciente por bajar de la torre antes de que la nube cubriera la luna y lo dejara todo en oscuridad absoluta.