El largo juego

Jane llevó a Ghost a la central eléctrica. Para andar, él se apoyaba en el hombro de ella. Jane lo ayudó a subir los peldaños al entresuelo.

—Bien: hemos llegado —dijo Jane.

Ghost examinó con una linterna los restos calcinados de los mandos del generador. Apenas se podía tener en pie. Se apoyó en una barandilla para no caerse.

Dos de los tableros de mando estaban quemados y doblados. Los diales y los monitores estaban hechos añicos. Un panel lateral se había desprendido de la consola y había dejado al descubierto una maraña de cables fundidos que colgaban como una enredadera.

Ghost tosió y se aclaró la garganta.

—Los generadores Uno y Dos están fritos. El Tres parece casi intacto. Yo trataría de poner en marcha el número Tres y quizá desmontaría los otros para piezas de recambio.

—Necesitas descansar. Has inhalado un montón de humo. Si no te cuidas será peor. Tienes los pulmones dañados y en un par de días los vas a tener llenos de líquido. Rye quiere tratarte con oxígeno lo antes posible. Solo así te podrás curar.

—Tú pareces estar bien —dijo Ghost.

—Respirábamos por turnos. Me diste la mayor parte de oxígeno.

—De verdad; estoy bien.

—No por mucho tiempo. Si te enredas a arreglar ese generador puedes acabar mal. Puedes pillar una pulmonía, y entonces no habrá forma de curarte.

—Si no ponemos los generadores en marcha moriremos de frío. No puedo esperar a que me ponga bien. Y si voy a pillar una pulmonía, razón de más para aprovechar mis conocimientos mientras pueda. Hay que ponerse a trabajar ahora mismo.

—Rediós.

—¿Tenemos algún tipo de anfetaminas, algo que me dé fuerzas?

—En los kits de supervivencia hay inyecciones de adrenalina. Te mantendrán activo un par de horas, pero después te quedarás hecho polvo.

—Ve por ellas.

Jane fue a buscarlas.

Al volver encontró a Ghost sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en uno de los paneles de control calcinados. Se sentó junto a él.

—¿Cómo va, colega?

—Bastante jodido —respondió con voz ronca.

Jane señaló el instrumental roto.

—¿Crees que vas a poder arreglarlo?

—No soy electricista.

—Nadie de aquí lo es. Tú eres lo más cercano a eso.

—Ojalá no tuviera esta tos que me hace escupir los pulmones todo el rato.

Jane sacó de una cajetilla de supervivencia una jeringa cargada de adrenalina.

—Dale.

Jane le clavó la aguja en el muslo y apretó el émbolo.

El resto de la tripulación regresó de la isla.

Limpiaron la cantina a la luz de las lámparas. Quitaron la fina capa de cenizas que cubría las mesas y las sillas y fregaron el suelo. Nail salió discretamente de la cantina. Nikki lo siguió por oscuros pasadizos, siguiendo la luz de la linterna del submarinista, hasta las tenebrosas profundidades de la sala de bombeo. Lo encontró en un almacén, examinando la barca de Ghost.

Nail daba vueltas alrededor de unos bidones de gasolina soldados al poste de un andamio.

—No avanzó demasiado —dijo él.

Examinó el esbozo de unos planos sobre una mesa de caballete. Un yate rudimentario. Vista de planta. Vista lateral.

—Parece un buen diseño. Un solo mástil, vela mayor, foque. Tiene aspecto de ser estable.

—¿Podrías acabarlo? —preguntó Nikki—. Ghost estará inactivo un tiempo. ¿Podrías acabar lo que él empezó?

—Soy soldador submarinista. Llevo ocho años trabajando en esto. Claro que podría acabarlo.

—Quizá tengamos suerte y alguien responda a nuestras llamadas de SOS.

—Estoy harto de esperar. No me gusta depender de otros, no es mi estilo. Ya has visto a esa gente. Todo el día pasmados, esperando a que Blanc les ate los zapatos. Me repugnan.

—La moral está por los suelos. Están ofuscados, se sienten indefensos.

—¡A la mierda sus sentimientos! ¿Quieren vivir o qué? Se les ha secado el cerebro, tienen parálisis mental. Eso es lo que mata a la mayoría en los momentos difíciles. Pero no a mí, nena, yo soy de los que sobreviven.

—¿Qué hacemos, entonces?

—Si Ghost se recupera, perfecto. Él nos terminará el bote. Si no, lo terminaremos nosotros. Nos llevamos la comida que haga falta y les decimos sayonara mientras nos alejamos hacia el sur.

Jane ayudó a Ghost a revisar los mandos de control de la central eléctrica. Siguiendo sus instrucciones, levantó un panel lateral. Ghost dirigió la linterna al interior.

—El generador número Tres parece en bastante buen estado —dijo, tosiendo—. La consola parece funcionar. ¿Por qué diablos no se encienden las luces, entonces?

—Quizá la avería esté más adelante.

Ghost dirigió la linterna hacia la pared. Cables gruesos como una tubería se juntaban en un conducto. Ghost se desabrochó el abrigo y se quitó el forro polar.

—No estarás pensando en meterte ahí dentro, ¿verdad?

—Me encantaría mandarte en mi lugar —dijo Ghost—, pero tengo que verlo con mis propios ojos.

Le dio un ataque de tos y escupió.

—Si te desmayas ahí dentro las pasaremos putas para sacarte.

—Esa inyección de adrenalina me tendrá despierto un par de horas. Saquémosle el máximo partido.

Ghost se agachó y entró a gatas en el conducto.

Punch abrió la despensa de la cantina. Hacía más frío que en un refrigerador de carne. La comida estaba cubierta de escarcha. Sian fue con él.

—¿Por qué no hemos distribuido estos víveres de supervivencia? —preguntó Sian—. Tenemos estas latas autocalentables.

—Son el último recurso. Quiero guardarlas por si nos hacen falta en el viaje. Sigo pensando que el mejor plan es esperar a mediados de invierno e irnos a Canadá con las motos de nieve.

—¿Nosotros solos?

—Tú y yo, y quizá Jane y Ghost, si quieren. Lo he discutido un montón de veces con Jane. Ella se opone a la idea, pero al final cederá.

—Yo no estoy tan segura.

—La verdad es que ya no me hablo con nadie. Se pasan el día en la cantina, con la mirada perdida en el vacío. No conseguirán volver a casa. Quizá suene mal, pero tal como yo lo veo, ya son cadáveres.

Punch sacó una caja de un estante.

—Dales copos de maíz. Tendrán que tomárselos sin nada. El hidrato de carbono es bueno para la salud. Es todo lo que podemos hacer.

—Todos estamos muriendo un poco, ¿no crees? —comentó Sian—. Todos nosotros.

Punch sonrió.

—Aún no estamos acabados —dijo.

Y la besó.

Ghost se arrastraba por el interior del conducto. Llevaba la linterna en una mano y la radio en la otra. Examinó el grueso cable que se extendía por encima de él.

—¿Cómo va?

Era la voz de Jane.

—Todo bien. Me he parado un momento a descansar.

—¿Has encontrado los daños del incendio?

—No, de momento. Pero debe de haber algún corte en la línea. Solo tengo que encontrar dónde.

—No me gusta. Te estamos tratando como a una servilleta. Te usamos por el bien común.

—Va todo junto. Fuiste tú quien decidió colgarse del cinturón el manojo de llaves de Rawlins. Tienes que apechugar con el paquete entero.

Ghost reprimió un ataque de tos.

—Venga. Voy a seguir.

Nail buscaba provisiones.

—Quiero estar preparado. Necesitaremos un montón de cosas cuando nos embarquemos hacia el sur.

—El bote no está ni siquiera acabado —dijo Nikki.

—Los preparativos nunca sobran. Además, me aburro. No quiero pasar el rato con esos putos muermos de la cantina. Quiero resultados.

Había puntos de encuentro con botes salvavidas en todos los rincones de la refinería. Los puestos de botes salvavidas llevaban el nombre de paradas del metro de Londres: Moorgate, Holborn, Blackfriars y Pimlico. En todos los puestos había un equipo de supervivencia. Nail iba sacando cosas de los equipos. Bengalas, mantas térmicas, barritas nutritivas, primeros auxilios. Metía los suministros en un petate vacío que llevaba al hombro como Papá Noel.

Nail guió a Nikki por la cubierta y contemplaron juntos la media hectárea de vigas metálicas retorcidas, donde antes estaba el módulo D.

Una parte del módulo se aguantaba de pie. La linterna de Nail iluminó una escalera alabeada y varias habitaciones calcinadas.

—Ven.

—No vas a querer entrar ahí, ¿verdad? —preguntó Nikki.

—¿Ves esa entrada en el segundo piso?

—Sí.

—Es mi antigua habitación.

Subieron entre los escombros. La escalera crujía bajo el peso de los dos.

La puerta de la antigua habitación de Nail estaba chamuscada y ondulada. Él la abrió de una patada.

La habitación estaba negra de hollín. Nail apartó con el pie el armazón calcinado de una silla y retiró de la cama un colchón derretido.

—Toma asiento.

Nikki se sentó en el bastidor metálico de la cama.

Nail cerró la puerta para retener el calor corporal y colocó la linterna en la pileta del lavabo.

Abrió una estufa de hexamina y con un Zippo encendió el paquete de combustible.

Luego se puso de puntillas y haciendo palanca abrió la rejilla de un respiradero. Hurgó en el interior y sacó una cajita de metal calcinada.

Se sentó en la cama junto a Nikki y, con una llave que llevaba colgada del cuello, abrió la caja. Dinero. Billetes enrollados con gomas elásticas. Nail se metió la pasta en el bolsillo interior del abrigo.

—Te podrás limpiar el culo con ellos, supongo —dijo Nikki—. ¿Ganancias de póquer?

—Fruto de la actividad empresarial.

Nail se puso la cajita en el regazo y la abrió. Una cuchara. Envases con hipodérmicas. Una bolsita de plástico con polvo marrón.

—No sabía que tuvieras una afición.

—La temporada dura seis meses. Hay que divertirse, de vez en cuando.

—Y así vuelves a casa con triple paga.

—Calderilla. Todos le pillan hierba a Ghost. Solo vienen a verme cuando quieren algo un poco más fuerte.

Nail se quitó un poco de escarcha del hombro del abrigo y la derritió en una cucharilla con una pizca de polvo. Sacó una jeringuilla de un envoltorio y succionó el líquido burbujeante.

—¿Quieres evadirte un rato? —preguntó Nail.

—¿Por qué no? Hay un montón de cosas que quiero quitarme de la cabeza ahora mismo.

Nikki se quitó el abrigo y se subió la manga del forro polar. Nail le frotó con el pulgar la parte interior del codo, para levantar la vena. Le insertó cuidadosamente la aguja bajo la piel y apretó el émbolo. Una agradable sensación de bienestar envolvió a Nikki. Sonrió y se echó hacia atrás, contra la pared.

Nail se quitó el abrigo y se arremangó la sudadera. Con un cordón de zapato se hizo un torniquete en los bíceps, apretó el brazo y se inyectó.

Acercó a Nikki hacia él, le cubrió los hombros con el abrigo y le acarició el pelo.

Se quedaron los dos sentados en la habitación calcinada, mirando hipnotizados la incorpórea llama azul de la estufa.

Ghost reptaba por el conducto. Al llegar a una junta se revolvió para sortear el codo. Una trabilla del cinturón se le enganchó en un perno. Trató de zafarse pero no se podía mover. Una súbita claustrofobia lo invadió y empezó a sudar. Empujó las paredes del conducto. Oyó sus propios sollozos.

Dejó de forcejear y con los ojos cerrados trató de serenarse.

—Háblame, Jane. Necesito oír tu voz.

—Estaba pensando que Rawlins no quería rendirse. Me lo dijo. No quería que la enfermedad lo venciera. Supongo que todo el mundo dice lo mismo; que saltarán por un acantilado cubiertos de gloria antes que consumirse en la habitación de un hospital.

—¿Qué piensas tú de esa enfermedad?

—Leí un libro sobre el Proyecto Manhattan. Cuando probaron la primera bomba atómica en el desierto, los científicos se preguntaban si la explosión incendiaría la atmósfera. Quizá sea la misma situación. Ellos, los omnipotentes y terroríficos Ellos, se pusieron a jugar con algún tipo de supertecnología. Nanoagentes. Armas biológicas. Algo tan avanzado, tan inestable, que instalaron el laboratorio en el espacio, para tenerlo controlado. Pero algo salió mal, algo súbito y catastrófico, y empezaron a caer restos a la Tierra, como nuestro amigo de la cápsula.

—Podría ser. ¿Por qué no?

Ghost se revolvió en su reducido espacio. Desenganchó la trabilla del cinturón y avanzó arrastrándose con los codos.

—Tengo la sensación de haber pasado horas reptando por aquí dentro.

—¿Nada?

—Nada. El cable parece en buen estado.

—Busca una salida y volvamos a la central eléctrica. Le daremos otro vistazo al generador.

Punch subió a la cúpula de observación, se arropó con un saco de dormir y se quedó mirando las estrellas.

Oyó pasos que subían. Una luz se acercaba piruetando por la escalera de caracol. Era Sian. Llevaba una caja de aluminio debajo de cada brazo y una Maglite sujeta con los dientes.

—Uno de los tipos de Raven es electricista —dijo Sian—. Si conseguimos hacerlo llegar hasta aquí, nos podrá ayudar.

—No tenemos corriente eléctrica —respondió Punch—. No tenemos radar. Si se suben a los botes salvavidas pasarán de largo.

Sian abrió los cierres de las dos cajas.

—Un kit GPS y una radio. Los encontré abajo. Funcionan con baterías de litio. Están cargados.

—No tendrán demasiada cobertura.

Sian contempló la silueta de las colosales torres de destilado, tres enormes sombras que eclipsaban las estrellas.

—¿Y si las ponemos bien altas?

Un súbito agotamiento invadió a Ghost. Se giró y se apoyó en un codo.

—Me siento como una puta rata de cloaca.

—En mi último año de escuela hablé con un asesor de estudios. Me preguntó qué haría si fuera la única persona viva en la Tierra, si no hubiera ninguna presión social y no quedara nadie a quien impresionar.

—¿Qué le dijiste?

—Que deambularía y haraganearía. Me sentaría en la orilla de un río y leería libros.

Ghost se metió la mano en el bolsillo y sacó una hipodérmica amarilla cargada de adrenalina. Le quitó el capuchón con los dientes y se la inyectó en los bíceps.

—Tú eres el que manda ahora. Lo sabes, ¿no? Lo digo en serio. De verdad. Ahora que Rawlins no está, la única autoridad que queda eres tú. La tripulación es responsabilidad tuya. Y están todos esperando que concibas el Gran Plan.

—¿Es esa tu declaración de relevo? ¿Me estás pasando el testigo?

»Noto una brisa. Ahí arriba hay algo.

Ghost siguió reptando. Una sección de la tubería se había roto cuando el módulo D se desprendió de la refinería. Se asomó por un borde de metal mellado. Un cable pelado se mecía en el viento helado. Mucho más abajo estaba el mar.

—Creo que ya he encontrado el problema.

Escupió flema. Le entraron arcadas y vomitó.

—Voy a dar media vuelta. Voy a volver.

Jane ayudó a Ghost a renquear de vuelta a su habitación. Lo hizo tender en la cama. Estaba pálido y sin aliento y temblaba. Jane lo cubrió con tres abrigos.

Se estiró a su lado, para que Ghost le apoyara la cabeza en el hombro.

—Ahora tómatelo con calma —dijo Jane—. Recupérate.

—Solo necesito un poco de descanso.

Tenía líquido en los pulmones. Cada espiración acababa con un estertor.

—Tómate tu tiempo.

—Puedo empalmar un cable alargador doméstico a la consola de la central eléctrica. Podremos hacer funcionar un par de calentadores. Podremos cocinar. Nos mantendrá vivos. Nos dará una prórroga.

—¿Y después?

—Buscaremos un trozo intacto de cable de tres mil megavatios. Unos cuantos metros, con eso bastará. Conectaremos el cable a la línea y todo funcionará. Solo hay que levantar placas del suelo hasta que encontremos cable.

Ghost se sacó del bolsillo otra jeringa de adrenalina.

—¿Seguro que quieres hacer esto?

—Sí. El tramo final.