Fuego

Sian estaba en el escritorio de Rawlins. Las luces parpadearon. Hubo un ligero temblor. Un bote de lápices cayó del escritorio y desparramó por el suelo su contenido.

Sian cogió la radio.

—Eh, tíos. ¿Ghost? ¿Me copiáis? Cambio.

Las luces parpadearon de nuevo.

—Tíos, ¿qué está pasando ahí?

Alarma súbita. En el techo, una luz estroboscópica empezó a emitir destellos rojos. Una voz de mujer, completamente tranquila, decía:

—Llamada de emergencia. Alerta de incendio. Llamada de emergencia. Alerta de incendio

Sian miró el plano de la planta en la pantalla del escritorio. El depósito de combustible y el pasillo adyacente parpadeaban en rojo.

—Colegas, tengo múltiples alarmas en el módulo D. ¿Qué está pasando?

Punch corría por el pasillo, hacia el módulo D, mientras buscaba a tientas su radio.

—Llamada de emergencia. Alerta de incendio. Llamada de emergencia. Alerta de incendio

—¿De qué va todo esto? —preguntó gritando con todas sus fuerzas para hacerse oír por encima del aviso de emergencia.

—Alertas de incendio y de monóxido en la cubierta C —dijo Sian—. Muchas a la vez.

—¿Es un fallo del sistema o un incendio de verdad?

—Voy a subir a la azotea —dijo Sian—. Voy a comprobarlo.

—Cierra las compuertas de seguridad. Ciérralas todas.

—¿Y Ghost y Jane?

Ghost y Jane subían corriendo por las escaleras. Justo al llegar a la última planta, una compuerta de seguridad se cerró y los dejó encerrados en el hueco de la escalera del módulo D. Ghost pulsó ABRIR pero la compuerta no se movió.

—Tiene que haber un control manual —dijo Jane.

—Lo hay. Una llave. La tiene Punch.

Cogió la radio.

—¿Sian? ¿Sian? ¿Me copias? Cambio.

Sin respuesta.

—Puta recámara. Es un lugar de refugio. Paredes gruesas.

—Mejor así, ¿no?

Una espiral de humo ascendía. Jane y Ghost se asomaron a la barandilla. El fondo del hueco de la escalera estaba infestado de humo. Ghost rompió una vitrina de incendios y bajó corriendo por la escalera, con un extintor Ansul en las manos. Jane lo siguió.

—Se supone que estas puertas resisten mil grados de temperatura durante doce horas seguidas —informó Jane, tosiendo.

—No son las puertas, sino los conductos. La causa del fuego es el sistema eléctrico que hay detrás de las mamparas.

Un humo negro se filtraba por una rejilla de ventilación. Ghost descargó el extintor hacia el respiradero. El chorro de dióxido de carbono rugió, chisporroteó y se extinguió.

—¿Sian? ¿Sian? ¿Me oyes? Cambio. ¡Joder!

Subieron corriendo por la escalera. Ghost sacó de la vitrina de incendios un respirador. Una bombona de aire y una sola máscara. Respiraron por turnos, pasándose la máscara el uno al otro para inhalar bocanadas de oxígeno.

—¿Cuánto aire contiene la bombona? —preguntó Jane jadeando.

—Para treinta minutos como mucho.

Sian subió a saltos las escaleras hasta el helipuerto. Se olvidó el abrigo y salió corriendo al exterior con nada más que una camiseta.

El humo emergía del bloque de alojamientos adyacente.

—Tenemos un incendio, uno grande. En el nivel C. ¿Me oyes, Punch? ¿Estás ahí?

Sian se asomó al borde del helipuerto, para ver mejor. Temblaba de frío. Debajo del bloque de alojamientos incendiado el agua manaba a raudales y caía en cascada al mar. Una tubería había reventado.

—Punch, lo estoy viendo desde arriba. Hay grandes daños. Estamos perdiendo agua. Hay llamas por todas partes.

—Llamada de emergencia. Alerta de incendio. Llamada de emergencia. Alerta de incendio

Punch bajó corriendo por el pasillo al módulo D. La compuerta del final del pasadizo tenía una escotilla. Al otro lado había fuego, un pasadizo infestado de humo y llamas.

Piensa como Ghost. ¿Qué haría él?

Punch corrió a la vitrina de incendios. Un respirador. Sacó un cilindro de oxígeno y forcejeó para abrir la válvula. Se ató la bombona a la espalda y se abrochó el arnés. Pesaba tanto que mientras se colocaba la máscara estuvo a punto de caer hacia atrás.

Una vez al mes, Rawlins daba instrucciones a la tripulación. Un procedimiento de tres pasos, en caso de incendio:

Cerrar las compuertas.

Ponerse una máscara.

Buscar la vitrina de incendios más próxima. Romper el cristal. Accionar la palanca. Activar el sistema de inundación.

Punch corrió hacia una de las vitrinas. Rompió el cristal con el codo. Tiró de la palanca. Nada ocurrió. Lo intentó dos veces más. Nada. La palanca tenía que haber activado el sistema de gas Inergen. Las espitas del techo debían inundar los pasillos con una mezcla inerte de argón, nitrógeno y dióxido de carbono, y sofocar el fuego. Punch se arrancó la máscara.

—Sian. ¿Por qué no funcionan los putos supresores?

Punch desenrolló una manguera de incendios y giró la llave de paso. Cuando la manguera se hinchó, dirigió el chorro de baja presión a la compuerta de seguridad. El agua salía a chorritos y al salpicar la compuerta se consumía como un salivazo en una plancha caliente.

—Estamos jodidos —masculló.

Dejó caer la manguera y cogió la radio.

—Voy a subir. Aquí no puedo hacer nada.

Punch subió al helipuerto y le lanzó un abrigo a Sian.

—¿Sabemos algo de Ghost y Jane?

—Nada —contestó Sian.

—Ivan sabe manejar la grúa. Él puede bajarme a la azotea.

Punch se quedó solo en el helipuerto. Se cubrió la indumentaria de seguridad con un equipo ignífugo plateado, que le quedaba ridículamente grande. Tuvo que subirse las mangas.

Se sujetó una bombona SCBA a la espalda. El sol se había puesto. Punch alzó la mirada hacia una magnífica aglomeración de estrellas.

Hay peores maneras de morir, pensó. Iba a morir luchando, moriría para salvar a sus amigos.

En la cubierta, entre los bloques de alojamientos, había una grúa de carga. Sian e Ivan podían descolgarlo de una azotea a otra.

Alcanzaba a verlos en la cabina. Ivan manejaba los mandos. Sian estaba en cuclillas detrás de él.

Punch hizo señas. Hicieron girar el brazo de la grúa y bajaron el gancho. Un palé de carga, una plataforma de madera suspendida de una cadena, colgaba del gancho.

Punch se subió el pasamontañas, montó en la plataforma y les hizo una señal levantando el pulgar. El brazo de la grúa empezó a desplazarse hacia el bloque incendiado.

Jane y Ghost se pusieron en cuclillas en el hueco de las escaleras. El sulfuro de hidrógeno impregnaba el aire y Ghost pugnaba por no perder el conocimiento. Los párpados se le cerraban como si le entrara sueño. Jane se agachó junto a él y le apretó la máscara en la cara. Cada pocos segundos le arrebataba la máscara y aspiraba una bocanada de oxígeno.

La compuerta de seguridad se elevó. Una figura menuda con un atuendo plateado enorme, Punch, sonreía tras su visera de policarbonato.

—¿Qué os parece si nos largamos de aquí?

La máscara le amortiguaba la voz.

Corrieron por el pasillo, sosteniendo entre los dos a Ghost, que empezaba a reanimarse.

Ivan seguía en la cabina de la grúa, con Sian detrás de él.

—Punch, ¿me copias? Cambio. ¿Punch?

El viento cambió. El humo negro del bloque en llamas envolvió la cabina.

—Tenemos que irnos —dijo Ivan.

—Espera.

—No quiero quedarme atrapado aquí. ¿Te acuerdas del 11-S? O saltas o ardes. Paso de esto.

—Espera un momento.

Pasaron corriendo por delante de la enfermería.

—Un momento —dijo Jane.

Entró corriendo en la enfermería y con una sacudida en el aire abrió una bolsa para excreciones.

—Tenemos que salvar todo lo que podamos.

Barrió los estantes con el brazo y metió todo tipo de medicamentos en la bolsa, mientras Ghost abría un armario y llenaba de vendajes e hipodérmicas otra bolsa.

Punch esperaba en la puerta. El suelo estaba blando y pegajoso. Levantó una bota: la suela de goma se estaba fundiendo. Se agachó y puso la mano sobre la plancha de metal. Ardía. La planta inferior debía de estar en llamas.

—Amigos, tenemos que largarnos en este mismo instante.

—Ve —dijo Jane—. Yo iré ahora mismo.

Corrieron hacia la azotea. Ghost ayudó a Punch a montar en el palé de carga.

—Ve tú primero —dijo Punch—. Yo esperaré a Jane.

—Llamada de emergencia. Alerta de incendio. Llamada de emergencia. Alerta de incendio

La tripulación se congregó en la cantina. Se quitaron las pesadas botas y se pusieron indumentaria especial: trajes isotérmicos diseñados para resistir una inmersión accidental en un mar frío de infarto. Por parejas se ayudaron a comprobar los cierres de los trajes y los chalecos salvavidas.

Nail metió en su traje un juego de cartas, un suministro esencial y se retiró maquinalmente al rincón de la cantina donde estaba el equipo de gimnasia. Su territorio. Su reino. Mal, Gus y Yakov lo siguieron.

—¿Alguien sabe qué está pasando?

—Punch va de un lado a otro —dijo Nail—, pero el cabrón no me mira a los ojos.

Entonces olfateó el aire.

—¿Oléis eso? Plástico quemado. Si esperamos aquí, a que alguien baje del cielo y nos salve, nos vamos a asfixiar.

—¿No podemos desconectar ese puto aviso de alarma, por lo menos? —preguntó Gus—. Me está volviendo loco.

Nail salió corriendo hacia el despacho de Rawlins. Vacío. Se sentó en el escritorio y examinó la pantalla. El bloque de alojamientos contiguo parpadeaba en rojo. Señales de alarma en todas las plantas. Conectó el sistema de megafonía y agarró el micrófono:

—Alerta general. Alerta general. Evacuen la plataforma. Evacuen la plataforma.

La plataforma de carga osciló hacia el helipuerto. Punch puso los pies en el suelo y bajó corriendo por el hueco de las escaleras a la cantina. Humo espeso. Avisos y destellos de alarma.

—Alerta general. Alerta general. Evacuen la plataforma. Evacuen la plataforma

La puta refinería entera se va a perder, pensó. ¿Qué haría Ghost?

Punch se subió a una silla en la cantina y dio unas palmadas para pedir atención.

—Compañeros, hay que largarse de aquí.

Guió a la tripulación por las escaleras infestadas de humo. Todos tosían. Los ojos les lloraban. Punch los iba contando mientras los hacía entrar en una esclusa de aire. Faltaba uno.

Encontró a Nail tendido en las escaleras, inconsciente. Lo agarró por los tobillos y lo llevó a rastras hasta la esclusa.

Se encerraron en el interior. Se asfixiaban. Tres de ellos vomitaron.

Punch empujó con el hombro la puerta exterior. Todos se alegraron de respirar el aire helado.

—Tenemos que llegar al varadero. Los ascensores no funcionan. Habrá que usar las escaleras de mano.

La orden de evacuación fue transmitida a la cabina de la grúa.

—Vámonos —dijo Ivan.

—¿Y Jane y Ghost? —preguntó Sian.

—Lo siento por tus amigos.

Ivan bajó a la cubierta por la escalera de mano. Sian se quedó en la cabina. Se sentó en el puesto de mando y trató de descifrar cómo funcionaba aquello.

—¿Ghost? ¿Jane? ¿Me copiáis? Cambio.

Ghost corrió entre un humo acre a la enfermería.

Jane seguía llenando bolsas con medicamentos y material.

—¿Qué cojones haces, Jane?

—Échame una mano.

Bajaron a toda prisa, cargados de bolsas.

Alertas. Humo. Destellos de alarma.

—¿Quién ha dado la orden de evacuación?

—Parecía la voz de Nail —respondió Jane.

—He visto gente en el embarcadero montando en la zódiac.

—No podemos abandonar la plataforma. Sin ella estamos jodidos.

—No tenemos elección —dijo Ghost—. Queda un montón de fueloil destilado en las tuberías. Cuando el fuego alcance las bombas de inyección, esto va a detonar como una puta bomba H.

Llegaron a la azotea. El humo lo envolvía todo, no les dejaba ver la cabina de la grúa.

—¿Sian? ¿Ivan? ¿Me copiáis?

Ghost miró la radio. Aviso de poca batería.

Desde el borde de la azotea empezó a gritar.

—¡Sian! ¡Ivan!

Miró hacia abajo. Era un horno incandescente.

Ocho personas en la zódiac. La línea de flotación baja. Sobrecarga. El fuera borda iba forzado y zigzagueaba entre los bloques de hielo.

Llegaron a la isla. Cargaron con Nail a tierra y lo subieron por los peldaños del malecón, hasta la puerta del búnker.

La tripulación acampó en la boca del túnel. Encendieron un par de lámparas de queroseno y se apiñaron alrededor de una estufa de hexamina, para calentarse. Nadie hablaba. Todos pensaban en lo mismo. No lo iban a contar. La refinería era lo único que los mantenía vivos. Sin los suministros de la plataforma, no durarían ni un día. Cuando las estufas se quedaran sin combustible morirían todos de frío.

Nail había vuelto en sí. Respiraba débilmente, tendido en el suelo. Punch se agachó junto a él.

—¿Cómo va, hombretón?

Nail tosió y mandó a Punch al carajo.

—Tómatelo con calma, ¿vale? Deja que tus pulmones se recuperen.

Punch salió del búnker. Desde el embarcadero contempló cómo ardía la refinería.

El módulo D estaba en llamas. El depósito de combustible estaba en el nivel inferior. El fuego se había ido extendiendo y subiendo, planta por planta, hasta convertir el bloque de alojamientos en una columna de fuego.

Las llamas iluminaban con destellos anaranjados el mar y el hielo a su alrededor.

—Me llevo la lancha —dijo Punch a la tripulación—. Me voy a Rampart a ayudar. ¿Algún voluntario?

Todos apartaron la mirada.

Punch llevó la zódiac de vuelta a Rampart.

Vio los bajos de la refinería. Olas de llamas líquidas bañaban las tuberías y las vigas. Era una visión alucinante. El núcleo del incendio era todo luz blanca, mil grados de temperatura. Era como mirar directamente al sol. Punch tuvo que apartar la mirada.

Los escombros caían al mar, escupiendo géiseres de vapor.

Un alarido. Una explosión de chispazos. Un rugido constante, como si la refinería padeciera un dolor insoportable. Parte de la estructura estaba a punto de hundirse.

Hubo una cascada de vigas de metal: pedazos de la mortalmente dañada superestructura se precipitaron al mar, con un rugido como el del Niágara.

Punch se agarró al borde de la lancha, zarandeada por las olas que llegaban de la refinería y rompían placas de hielo.

Jane y Ghost, agachados en la azotea del módulo D, se agarraron el uno al otro. La azotea empezó a oscilar y a torcerse. El chirrido del metal torturado sonaba tan fuerte que se convirtió en un extraño silencio, como el del ojo de un huracán.

Jane alzó la vista y vio el brazo de la grúa. El palé de carga descendía entre el humo.

Vio fugazmente la cabina de la grúa. Detrás de los mandos estaba Sian.

—¡Vamos! —gritó Jane.

Jane y Ghost montaron de un salto.

Punch fondeó la zódiac y vio cómo el módulo D se desplomaba en el mar. Las vigas que sostenían el bloque de alojamientos, mortalmente debilitadas por horas de calor intenso, se combaron y cedieron. La estructura incendiada empezó lentamente a derrumbarse. Al caer en el océano levantó una última nube de hongo, con llamas de cientos de metros de altura. De repente, se hizo la oscuridad y se oyó una avalancha de agua. Punch corrió hacia las escaleras y se puso a salvo antes de ser arrastrado por las olas.

Punch cruzó la cubierta. La luz de la luna iluminaba la devastación. Desde el borde de la humeante media hectárea donde había estado el módulo D, vio vigas rotas y retorcidas y tuberías fracturadas. Metal al rojo vivo y columnas semiderretidas por el calor. El acero colgaba como estalactitas. La destrozada estructura empezó a chirriar y a crujir por el rápido enfriamiento causado por el aire gélido.

Una gran humareda, pero sin llamas.

El palé de carga se paró a cuatro metros de la cubierta. La grúa no funcionaba. No había electricidad. Ghost se descolgó del palé y se dejó caer. Rodó por el suelo de la cubierta. Jane saltó y le ayudó a ponerse de pie. Ghost tosía y sentía náuseas.

—¿Estás bien? —le preguntó Punch.

—Saldré de esta.

Jane y Punch exploraron el bloque de alojamientos que quedaba.

En la cantina, la luz de la luna se colaba por las ventanas. Una neblina fantasmagórica flotaba en el aire. Una fina capa de hollín cubría las mesas y el suelo.

Punch intentó encender la luz.

—No funciona nada.

—Veamos la central eléctrica.

La central eléctrica. Comprobaron el daño con una vieja lámpara Aldis. Tres generadores John Brown, del tamaño de un autobús. Los generadores estaban parados y mudos.

Subieron por los peldaños que llevaban al entresuelo. Los mandos del generador estaban calcinados. El cableado había ardido.

—¿Sabéis qué? —dijo Jane—. Hace un rato pensaba que saldríamos de esta.