—Rampart a Raven. Cambio.
Rawlins expuso su plan.
—¿Tenéis botes salvavidas?
—Lanchas inflables de mierda. Botes Switlik para cuatro personas. Sin casco rígido ni motor.
—No podemos pasar a recogeros, pero podemos quedar a medio camino. Subid a los botes. Amarradlos juntos. Dejad que la corriente os arrastre. Os llevará hacia el oeste, hacia nosotros. Pasaréis varios días navegando.
—¡Dios! El océano es enorme. ¿Cómo nos vais a encontrar?
—Las lanchas deben de tener señalizadores TACOM. Mostrarán vuestra posición tan pronto como las pongáis en el agua. En nuestra torre de radiofrecuencias hay un transmisor. Cuando estéis cerca os localizaremos y os remolcaremos hasta Rampart.
—Tendré que convencer a los muchachos. Va a ser difícil.
—Lo dudo. No tenéis demasiadas opciones. O eso u os quedáis ahí hasta que os heléis. Habladlo, pero no tardéis demasiado.
—Los muchachos querrán esperar hasta el último momento, hasta que nos quedemos sin electricidad, antes de subir a los botes. Hay muchas posibilidades de morir. Es natural que quieran posponerlo tanto como sea posible.
—Lo sé. Lo comprendo, pero sería mejor si montarais en los botes mientras quede un poco de luz del día.
—Lo hablaré con ellos.
—Rezaremos por vostros, compañero.
Nikki subió trotando ruidosamente por la escalera en espiral de la cúpula de observación.
—Punch y Jane han vuelto. Quieren verle ahora mismo.
Con la indumentaria térmica aún puesta, Punch y Jane se sentaron con Rawlins en el despacho. Nieve derretida les chorreaba en las botas.
Jane conectó su cámara al PC e hizo aparecer unas imágenes.
—¡Carajo! —exclamó Rawlins.
Primera imagen: una cápsula espacial redonda, como una bala de cañón calcinada, en el centro del amplio cráter provocado por el impacto.
Segunda imagen: un primer plano de la cápsula, con Punch al lado mostrando la escala. Dos veces más alta que Punch, con revestimiento térmico y portillas ennegrecidas. Ningún distintivo visible.
—Tiene aspecto ruso —dijo Rawlins—. Una especie de Soyuz. Algún tipo de vehículo de retorno.
—¿Humano?
—Por supuesto que sí.
Tercera imagen: largos pedazos de tela a rayas, hecha jirones sobre la nieve.
—Paracaídas de frenado —dijo Punch—. Parece que no se abrieron. Se rasgaron o se enredaron en la atmósfera superior, posiblemente.
—¿Creéis que hay alguna relación? —preguntó Jane—. Una plaga asola el continente. Chatarra espacial cae del cielo.
—Lo dudo. Esos pobres diablos debieron de quedarse tirados como los tipos de Raven. Metidos en una estación espacial, viendo por la tele cómo todo se venía abajo. Debían de cruzar la atmósfera sin telemetría adecuada. Trataban simplemente de volver a casa.
Cuarta imagen: primer plano de la cápsula. Una gruesa compuerta con una ventanilla oscura. Ninguna bisagra o manija a la vista.
—Tenemos que abrir esa compuerta —dijo Jane.
—Nadie sobreviviría a un impacto así —afirmó Rawlins—. Han pasado días. Si hubiera alguien vivo ya habría salido.
—Venga, Rawlins. Siente tanta curiosidad como yo. Además, nos está fastidiando la radio. Intercepta la onda larga. Su emisora amortigua nuestra señal de socorro. Nadie oirá nuestra llamada de ayuda mientras esa cosa esté ahí. Desde dentro podremos desconectarla.
—De acuerdo, pero vosotros dos os quedáis aquí.
—Y una mierda.
—Voy yo. Mi turno en tierra. Y me llevo a Ghost. Voy a necesitarlo para abrir la compuerta. Lo siento, pero así va a ser.
Sian llamó a Raven con una lista de preguntas. Rawlins quería conocer los preparativos en detalle.
—Sois siete, ¿verdad?
—Sí. Siete.
—Os subiréis a las lanchas.
—Juntaremos dos de ellas.
—¿De qué clase de equipo de supervivencia disponéis?
—Cubriremos las lanchas con anoraks NB3. Las lanchas son impermeables, pero no tienen aislante térmico. Llevaremos ropa de buceo para mantener el calor. Nos envolveremos en bolsas de basura. Dormiremos por turnos. Nos llevaremos un cargamento de tabletas de cafeína Pro-Plus para mantenernos despiertos. Tenemos comida enlatada y tenemos bengalas. Esperamos que todo eso baste.
—Rawlins cree que lo conseguiréis.
—Estupendo.
—Pero si algo va mal, si a nosotros nos recogen y a vosotros no, ¿queréis hacer llegar un mensaje a alguien?
—No había pensado en esto.
—Podríais hacer lo siguiente: podríais usar la radio, uno a uno, en privado. Me dictaríais el mensaje y yo tomaría nota.
—Se lo comentaré. Es posible que quieran hacerlo.
Rawlins examinó las notas de Sian.
—Ojalá se pudieran llevar una radio con ellos.
—No podríamos hacer gran cosa, si algo fuera mal —dijo Sian.
—Es posible que en pocas semanas estemos en la misma situación que ellos, que tengamos que subir a los botes salvavidas y esperar un milagro. Si esos tipos no lo consiguen, me gustaría saber por qué; en qué se equivocaron; qué falló. No es que quiera usarlos de cobaya, pero eso es exactamente lo que son. La corriente debería llevarlos directamente hacia nosotros. Si no es así, si los arrastra al oeste hacia el Atlántico norte, morirán, y entonces sabremos que nuestras cartas de navegación son erróneas.
Jane encontró a Ghost examinando el indicador de una bombona de oxiacetileno en la sala de bombeo.
—¿Estás ocupada? —preguntó él.
—No.
—Si dispones de un par de minutos podrías echarme una mano.
Se quitó el turbante y se desnudó de cintura para arriba. Jane trató de no mirar. Ghost se sentó a horcajadas en una silla metálica plegable frente a un convector de calefacción.
—¿Cuánto tiempo te has dejado crecer el pelo? —preguntó Jane.
—Más o menos toda la vida.
—¿Y tu religión?
—Parece que Dios no atiende al teléfono, últimamente. Además, me apetece un cambio radical.
Jane cogió las tijeras y empezó a cortar matas de pelo. Le hizo un pelado al rape, completamente desigual. Con agua caliente de un termo, Ghost llenó un cuenco, se puso espuma en la cabeza y se la afeitó.
Se miró con un espejo de mano, se cortó la barba con unas tijeras y luego se afeitó.
—Por Dios —dijo observando su reflejo en el espejo de mano—. Parezco un puto huevo duro. No me reconozco.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Jane.
En el suelo había dos petates. En uno había un compresor de aire y en el otro, una gran cizalla de acero.
—Un pistón hidráulico. Los equipos de rescate los usan en los accidentes de tráfico, para sacar a la gente de los coches.
—¿Lo usarás para abrir esa cápsula espacial?
—Sí.
—Después de sacar del mar a esos tipos de Raven.
—Supongo que sí.
—Esta plataforma funciona gracias a ti; lo sabes, ¿verdad? Sin ti estaríamos perdidos.
—¿Eso dicen?
—La tripulación necesita un héroe.
—Déjame enseñarte algo.
Ghost llevó a Jane por un pasillo a un gran almacén. Había un cabrestante atornillado a las vigas metálicas de un techo abovedado. Y una enorme trampilla en el suelo.
—Esta sala servía para subir equipamiento a bordo. El barco de suministros entra y sale por entre las patas de la refinería. El suelo se abre y puedes subir cosas a bordo. Contenedores llenos de comida, combustibles y cosas así.
Había tres hileras de bidones de gasolina soldados a postes de andamio. Ghost sacó un rollo de papel de detrás de un armario y lo desplegó sobre una mesa. Eran los planos de una embarcación.
—Un balandro, como los yates que dan la vuelta al mundo. El diseño es fiable.
—¿Por qué bidones de gasolina?
—Es una quilla lastrada. Muy estable. Es muy difícil que vuelque.
—Será enorme.
—Incluso si fuera para dos personas, la embarcación tiene que ser grande. Hay que llevar provisiones para varias semanas. El agua potable sola puede pesar media tonelada.
—¿Dos personas?
—Me gusta tu compañía. ¿Tienes algún problema con eso?
Nikki buscaba a Nail.
—En el almacén de buceo —masculló Ivan—. El tipo debe de estar meditando.
Cubierta C. Pasadizos oscuros y helados. Nikki estaba inquieta. De vez en cuando se giraba y apuntaba la linterna al fondo el corredor. Se sentía acechada.
Entró en el almacén de buceo. Bombonas, reguladores, trajes de submarinismo y aletas colgaban de las paredes. Una lámpara Tilley de queroseno descansaba sobre una mesa. Un cuchillo le pasó volando cerca de la cara y se clavó en una taquilla. La hoja de titanio se hundió en la puerta hasta la empuñadura. La puerta estaba acribillada. Ejercicios de puntería.
—¿Qué coño quieres? —preguntó Nail.
Al retirar de la puerta de la taquilla la hoja serrada se oyó un chirrido metálico.
—Ghost está construyendo un barco.
—¿Qué clase de barco?
—Una especie de yate rudimentario. Con bidones de gasolina. Lo hace en secreto.
—¿Por qué me lo cuentas?
—Toda esa gente va a morir. Son unos apáticos, un rebaño de ovejas. Tú y yo somos diferentes. Somos ganadores.
—Unos cabrones, tal para cual.
—Sabes a qué me refiero. No voy a fingir que me gustas, pero juntos podemos llegar a casa.
—¿Quieres que cerremos el trato con un apretón de manos?
—Vete a la mierda.
—¿Cómo de avanzado está el barco?
—No lo he visto, pero creo que poco.
—No me lo imagino largándose a navegar él solo. No es de esa clase.
—Se está tomando un descanso de tanta virtud. Flirtea con la idea de dejar a todo el mundo tirado, pero cuando llegue el momento se echará atrás.
—Entérate de dónde está el barco y sigue su progreso. Cuando lo tenga hecho, nos lo llevaremos.
—¿Tú y yo?
—Trabajas en la cocina, ¿verdad?
—Cuando Punch no está. La última vez que Rawlins lo intentó fue un desastre.
—Barras nutritivas —dijo Nail—. Punch se las da a los equipos de tierra. Tiene varias cajas en el fondo de la despensa. Cuando te den las llaves, hazte con una caja y mueve las otras para que parezca que no falta ninguna.
—De acuerdo.
—Y ahora pírate. Tengo cosas que hacer.
Nikki se fue andando por un pasadizo sin luz, hacia las escaleras. Oyó cómo el cuchillo se clavaba en el metal.
Ghost y Rawlins se prepararon para zarpar. Se encontraron en el muelle y Ghost cargó el pistón hidráulico en la zódiac.
Jane y Punch fueron a despedirlos.
En la cubierta había unas cajas apiladas.
Rawlins retiró la lona.
—¿Es este el material?
—Sí —dijo Punch, abriendo las cajas—. Hay suficiente explosivo plástico para mandarnos a la Luna. Cápsulas fulminantes, cable detonador, cebos. Y las cositas estas.
Punch le tendió a Rawlins un bote rojo.
—Granadas de termita M14. Un par de docenas. Pensé que era un despilfarro dejarlas allí.
—Esa gente estaba bien pertrechada.
—Sismología de reflexión. Sueltas un petardazo y escuchas el eco terrestre con los geófonos.
—Quiero todo esto fuera de la plataforma, ¿entendido? Tan pronto como volvamos quiero que os lo llevéis al búnker y lo escondáis al fondo de todo.
—Entendido.
—Será nuestro secreto. Nadie más tiene que saberlo.
Sian preparó la cena. Hirvió dos kilos de pasta en una cacerola mientras Nikki rallaba queso.
—Espero que no te moleste la pregunta —dijo Sian—, pero ¿a tus colegas de la isla, Simon y Alan, los conocías bien?
—Hicimos juntos el posgrado en Brighton.
—¿Qué tal te encuentras? ¿Te sientes bien acogida aquí?
—Lo llevo por dentro.
Nikki no quería hablar de ello. No tenía ningún interés en relacionarse con nadie de la plataforma. No quería saber de sus vidas. No quería que le contaran las esperanzas y los sueños que tenían.
—Nos hace falta más salsa. Dame las llaves de la despensa.
Ghost conducía la zódiac. La lancha navegaba baja en el agua, sobrecargada de equipamiento. Rawlins iba en la proa.
Arrastraron la barca a tierra firme, clavaron estacas en el suelo y la amarraron. Se cargaron el material al hombro y empezaron a andar. Un crepúsculo asalmonado teñía de rosa la nieve.
Tardaron veinte minutos en llegar al cráter. Subidos en el borde del lugar del impacto observaron la cápsula.
—¿Qué crees que es? —preguntó Rawlins.
—Leí en alguna parte que las instalaciones de órbita baja están equipadas con módulos de emergencia. Si algo va mal, los astronautas pueden evacuar. Quizá fue eso lo que pasó. El aparato tenía que aterrizar en la estepa rusa y mandar una señal de socorro, pero los paracaídas se jodieron.
Bajaron hasta el fondo del cráter. Rawlins armó una tienda bóveda. Ghost colocó trípodes con reflectores alrededor de la cápsula.
El sol se puso. Trabajaron a la luz de la intensa iluminación blanca de los halógenos. Un círculo de resplandor blanco rodeado de una noche sin fin.
Ghost probó la radio.
—Equipo de tierra a Rampart.
Chasquidos y pitidos extraterrestres anegaban todas las frecuencias.
—Tenemos que desconectar esa cosa. Está anulando todos los canales.
Ghost empezó a golpear con un hacha de incendios las planchas térmicas de sílice. Eran planchas hexagonales. Desportilló unas cuantas y examinó la base de acero que había detrás.
—Venga a ver esto.
Rawlins se acercó a la cápsula. Ghost había hecho asomar una manija roja en forma de «T». Había una inscripción en caracteres cirílicos:
Debajo había una traducción:
PELIGRO
PERNOS EXPLOSIVOS
—¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó Rawlins.
—Póngase a cubierto. Yo giraré la manija.
Rawlins se refugió detrás de la cápsula.
Ghost se puso en un lado de la compuerta. Se protegió la cara, giró la manija y apartó la mano tan rápido como pudo. La compuerta rectangular saltó como un tapón de champán. Salió volando cinco o seis metros y aterrizó en la nieve.
Ghost dirigió su linterna hacia el interior de la cápsula. Tres asientos, un ocupante; el cadáver de un astronauta sujeto en un asiento delante de un panel que parpadeaba.
—¿Crees que es eso, el transpondedor? —preguntó Rawlins, señalando un tablero de interruptores.
Ghost acercó la radio. Se oyó un acople estridente.
—No me la voy a jugar —dijo Ghost—. Arrojemos una granada de termita y friámoslo todo.
Rawlins se metió en la minúscula cabina y se aguantó de pie agarrándose al bastidor metálico de uno de los asientos.
El cosmonauta llevaba un voluminoso traje presurizado de lona gris. Los guantes, las botas y el casco iban sujetos al traje con unas gruesas abrazaderas. Llevaba insignias rusas en el pecho y en las mangas. Un tubo conectaba el traje a un suministro de oxígeno montado en la pared.
—Espera. Antes quiero examinarlo.
—¿Por qué?
—¿No sientes curiosidad? CCCP, la chapa de una antigua expedición soviética. Un puño rojo. Militar, supongo. ¿Cuánto tiempo debía de llevar este tipo flotando por el espacio? ¿Décadas? Ni siquiera habías nacido cuando este tipo salió al espacio. Quiero saber quién era. Quiero saber cómo murió.
Rawlins empezó a forcejear con aquel arnés de cinco anclajes. Se quitó los guantes, pero no había forma de desabrocharle la hebilla.
—Pásame tu cuchillo.
Rawlins serró las correas.
—Déjelo —dijo Ghost—. Esto no me gusta; me da mala espina.
Se sacó del bolsillo del abrigo una granada roja en forma de cilindro.
—Considérelo una incineración.
—Un momento. Alguien, en algún lugar, querrá saber qué le pasó a este tipo.
Rawlins trató de quitarle el casco. El anillo del cierre se resistía. Se dio por vencido. Oprimió las lengüetas de los lados de la visera y descorrió la lámina dorada.
Era el rostro de un hombre joven. Tenía la piel bruñida, como esculpida en cromo.
Los párpados se abrieron de golpe. Ojos negro azabache. Un gruñido sofocado. Labios y dientes de metal.
Rawlins chilló.