DÍA 22. PAPÁ
Jonas creyó oír el tintineo de los tubos metálicos del carillón, pero volvió a dormirse. No abrió los ojos hasta que no oyó unos sonidos medio ahogados. Había alguien en la habitación. Era su padre, sentado en el borde de la cama.
Y los sonidos medio ahogados eran sus sollozos.
Jonas se sentó en la cama. Le puso a su padre la mano en el hombro. Notó que se agitaba. Era extraño, nunca se había fijado en lo estrechos que tenía los hombros.
—Ellos… la han encontrado —sollozó—. Mamá está…
—Lo sé —dijo Jonas—. Lo he soñado.
El padre se volvió hacia él sorprendido. Y a la luz de la luna que se filtraba por las cortinas, Jonas pudo verle las mejillas llenas de lágrimas.
—Ahora estamos solos, papá —dijo Jonas.
El padre abrió la boca. Una vez. Dos veces. Pero no pudo decir nada. Alargó los brazos, rodeó a Jonas y lo atrajo hacia sí. Lo abrazó con fuerza. Jonas apoyó la cabeza en su pecho, notó el calor húmedo de las lágrimas al mojarle el cuero cabelludo.
—¿Sabes qué, Jonas? —susurró lloroso—. Te quiero mucho. Eres lo más precioso que tengo. Eres mi niño. ¿Me oyes? Mi niño. Y siempre lo serás. Vamos a salir adelante, ¿verdad?
—Sí, papá —le respondió Jonas en un susurro—. Vamos a salir adelante. Tú y yo.