26

DÍA 19. EL SILENCIO

Harry tocó el timbre de Arve Støp otra vez.

Un cazador nocturno sin presa cruzaba el puente del canal y miraba el Amazon negro que estaba en medio de la plaza de Aker Brygge, donde estaba prohibido aparcar.

—Me imagino que no abrirá si tiene visita femenina —dijo Bjørn Holm y miró hacia arriba, a la puerta de tres metros de altura.

Harry llamó a los otros timbres.

—Ésos son todos de oficinas —dijo Bjørn Holm—. Støp vive solo en el último piso, lo he leído.

Harry miró a su alrededor.

—No —dijo Holm, que comprendió lo que estaba pensando—. Una palanqueta no sirve. Y ese cristal es irrompible. Tendremos que esperar a que el portero…

Harry volvió al coche. Y esta vez Holm no logró seguir los pensamientos del comisario. Hasta que lo vio sentarse al volante y recordó que las llaves todavía estaban puestas.

—¡No, Harry! ¡No! No…

El rugido del motor ahogó el resto de sus palabras. Las ruedas patinaron en las losas, resbaladizas por la lluvia, antes de conseguir agarrarse. Bjørn Holm se puso en medio de la calle agitando los brazos, pero alcanzó a captar la mirada del comisario detrás del volante y se echó a un lado. El parachoques del Amazon se estrelló contra la puerta produciendo un ruido sordo. El cristal se hizo añicos blancos que quedaron colgando silenciosamente en el aire para caer enseguida al suelo tintineando. Y antes de que Bjørn pudiera hacerse una idea de los daños, Harry había salido del coche y entraba por la puerta, ahora sin cristal.

Bjørn corrió detrás maldiciendo desesperado. Harry cogió una de las grandes macetas con palmeras tan altas como un hombre, la arrastró hasta el ascensor y lo llamó. Cuando las puertas de acero reluciente se separaron, puso la maceta entre ellas y señaló una puerta blanca con el letrero de «Salida».

—Si subes por esa escalera mientras yo voy por la principal, cubriremos todas las posibilidades de retirada. Nos vemos en el séptimo piso, Holm.

Bjørn Holm no había llegado al tercer piso de la estrecha escalera de hierro cuando ya iba empapado de sudor. No tenía ni el cuerpo ni la cabeza preparados para aquello. ¡Joder, él era técnico criminalista! Le gustaba reconstruir el drama, no constituirlo.

Se detuvo un momento. Pero el eco moribundo de sus pasos y su propio jadeo era cuanto se oía. ¿Qué debía hacer si se encontraba con alguien? Cuando se vieron en la calle Seilduksgata, Harry le dijo que cogiera el arma, pero ¿debía usarla? ¿Era eso lo que quería decir? Bjørn se agarró a la barandilla y empezó a correr otra vez. ¿Qué habría hecho Hank Williams? Enterrar la cabeza en una copa. ¿Y Sid Vicious? Hacerle un corte de mangas y salir corriendo. ¿Y Elvis? Elvis. Elvis Presley. Eso es. Bjørn Holm buscó el revólver.

La escalera se acabó. Abrió la puerta y allí, al final del pasillo, estaba Harry con la espalda apoyada en la pared, junto a una puerta marrón. Tenía el revólver en una mano y la otra en alto. Se llevó el dedo índice a los labios mirando a Bjørn, y señaló la puerta. Estaba entreabierta.

—Iremos habitación por habitación —susurró Harry cuando Bjørn llegó hasta donde él estaba—. Tú las de la izquierda. Yo las de la derecha. A la misma velocidad, espalda contra espalda. Acuérdate de respirar.

—¡Espera! —susurró Bjørn—. ¿Y si está Katrine?

Harry lo miró y esperó.

—Quiero decir… —prosiguió Bjørn, intentando averiguar lo que pensaba—. En el peor de los casos, ¿le pego un tiro a… una colega?

—En el peor de los casos… —dijo Harry—… una colega te pegará un tiro a ti. ¿Listo?

El joven técnico criminalista de Skreia asintió y se prometió que aquello saldría bien, y que también probaría la gomina para el pelo, qué coño. Harry abrió la puerta silenciosamente con el pie y entró. Enseguida notó la corriente de aire. La primera puerta de la derecha estaba en un extremo del pasillo. Sujetó el picaporte con la mano izquierda mientras apuntaba con el revólver. Abrió la puerta y entró. Era un despacho. Vacío. Encima del escritorio colgaba un mapa grande de Noruega claveteado con chinchetas.

Harry salió al pasillo, donde lo esperaba Holm, y le indicó con gestos que mantuviese el revólver levantado todo el tiempo.

Siguieron avanzando hacia el interior del piso.

La cocina, la biblioteca, el cuarto de gimnasia, el comedor, el jardín interior, el cuarto de invitados. Todo vacío.

Harry notó cómo bajaba la temperatura. Y cuando llegaron al salón, vio por qué. La puerta corredera que daba a la terraza y la piscina estaba abierta, y las cortinas se movían inquietas al soplo del aire. A cada lado del salón había un pequeño pasillo que conducía a una serie de puertas. Le indicó a Holm que se hiciese cargo de la puerta de la derecha, mientras que él se colocaba delante de la otra.

Harry tomó aire, se encogió para convertirse en un blanco lo más pequeño posible, y abrió.

En la oscuridad vislumbró una cama, sábanas blancas y algo que podía ser un cuerpo. Con la mano izquierda buscó a tientas el interruptor de la luz en la pared.

—¡Harry!

Era Holm.

—¡Ven aquí, Harry!

La voz de Holm sonaba alteradísima, pero Harry no le hizo caso y se concentró en la oscuridad que tenía delante. Dio con el interruptor y la luz de los focos bañó el dormitorio al instante. Estaba vacío. Harry comprobó los armarios antes de salir. Holm estaba delante de la puerta con el revólver apuntando al interior de la habitación. Harry se le acercó.

—No se mueve —susurró Holm—. Está muerto. Está…

—Entonces no hacía falta que gritaras —dijo Harry, y fue hacia la bañera, se inclinó sobre el hombre desnudo y le quitó la máscara de cerdo. Una fina raya roja le rodeaba el cuello, tenía la cara pálida e hinchada y los ojos desorbitados. Arve Støp estaba irreconocible.

—Llamaré a la Científica —dijo Holm.

—Espera. —Harry puso la mano delante de la boca de Støp. Cogió al redactor por el hombro y lo zarandeó.

—¿Qué haces?

Harry lo zarandeó más fuerte.

Bjørn le puso a Harry la mano en el hombro.

—Pero, Harry, no ves…

Holm se sobresaltó. Støp había abierto los ojos. Y empezó a respirar profunda y dolorosamente, entre estertores, como un buzo cuando rompe la superficie del agua.

—¿Dónde está? —dijo Harry.

Støp meneó la cabeza mientras miraba fijamente a Harry con las pupilas negras y dilatadas por el pánico.

—¿Dónde está? —repitió Harry.

Støp era incapaz de enfocar la vista y de su boca entreabierta solo surgían jadeos entrecortados.

—Espera aquí, Holm.

Holm asintió con la cabeza mientras veía a su colega entrar en el baño.

Harry estaba junto a la baranda de la terraza de Arve Støp. Veinticinco metros por debajo de él brillaba el agua negra del canal. A la luz de la luna pudo ver la escultura de la mujer con los zancos en el agua y el puente vacío. Y allí… Algo reluciente que flotaba en la superficie, como el vientre de un pez muerto. La espalda de un abrigo de piel negro. Había saltado. Desde el séptimo piso.

Harry se subió al borde de la terraza, se quedó de pie entre dos jardineras vacías. Una imagen le pasó fugaz por la cabeza. Fue en Østmarka, y Øystein, que se tiró de cabeza al lago de Hauktjern desde la ladera de la montaña. Harry y Tresko, que lo arrastraron hasta tierra firme. Øystein en la cama del Rikshospitalet con algo parecido a un andamio alrededor del cuello. De aquello aprendió Harry que, desde una gran altura había que saltar, no tirarse de cabeza. Y acordarse de pegar los brazos al cuerpo para no fracturarse la clavícula. Pero más que nada, había que decidirse sin mirar abajo y saltar antes de que el miedo atendiese a los argumentos de la razón. Por eso, la chaqueta de Harry cayó al suelo de la terraza con un ruido suave mientras él ya se encontraba en el aire y notaba cómo le pitaban los oídos. La superficie negra del agua se acercaba vertiginosamente. Negra como el asfalto.

Juntó los talones y al momento siguiente sintió como si le sacasen el aire y una mano grande intentara arrancarle la ropa, y desaparecieron todos los sonidos. Luego llegó el frío paralizador. Pataleó y subió a la superficie. Se orientó, puso rumbo al abrigo y empezó a nadar. Ya había empezado a perder la sensibilidad en los pies y sabía que solo tenía un par de minutos antes de que el cuerpo dejara de responderle a esa temperatura. Pero también sabía que si el acto reflejo de la laringe de Katrine funcionaba y se cerraba al entrar en contacto con el agua, ese enfriamiento repentino sería lo que la salvaría, lo que pararía de golpe el metabolismo y pondría células y órganos en modo de hibernación, consiguiendo que las funciones vitales continuaran haciendo su trabajo con un mínimo de oxígeno.

Harry dio una patada y se deslizó a través del agua gruesa y pesada hacia el cuero brillante.

La alcanzó y la agarró.

Lo primero que pensó inconscientemente fue que Katrine ya se había ido al otro mundo, devorada por los demonios. Porque solo quedaba el abrigo.

Harry soltó una maldición y dio la vuelta en el agua, miró hacia la terraza. Siguió el borde hacia el alero, las chimeneas de metal y los techos inclinados que llevaban hacia el otro lado del edificio, hacia otros edificios, otras terrazas y multitud de escaleras de incendios y salidas de emergencia a lo largo del laberinto de fachadas de Aker Brygge. Iba hendiendo el agua con las pantorrillas ya insensibles, mientras constataba que Katrine ni siquiera lo había subestimado, que él se había dejado engañar por uno de los trucos más baratos del manual. Y durante un momento de locura valoró la muerte por ahogamiento, que, según decían, es agradable.

Eran las cuatro de la madrugada y sobre la cama, delante de Harry, tiritaba Arve Støp en albornoz. Se diría que le hubieran absorbido el bronceado de la cara, y se lo veía tan encogido que parecía un anciano. Sin embargo, las pupilas habían recuperado el tamaño normal.

Harry se había dado una ducha caliente y estaba sentado en una silla vestido con un jersey de Holm y un pantalón de chándal que le había prestado Støp. En el salón oían a Bjørn Holm, que trataba de organizar por el móvil la búsqueda de Katrine Bratt. Harry le dijo que se pusiera en contacto con la central de operaciones para que cursaran la orden de búsqueda protocolaria a la policía del aeropuerto de Gardermoen, por si intentaba coger uno de los vuelos de la mañana, y al grupo de operaciones especiales Delta para que se ocupase de ir a su apartamento, aunque Harry estaba bastante seguro de que no la encontrarían allí.

—Así que no crees que esto haya sido un juego sexual, sino que Katrine Bratt intentó matarte, ¿no es eso? —dijo Harry.

—¿Que si lo creo? —dijo Støp castañeteando los dientes—. ¡Ha estado a punto de estrangularme!

—Humm. ¿Y te preguntó si tenías coartada para las horas en que se cometieron los homicidios?

—Por tercera vez, ¡sí!

—¿Así que ella cree que eres el Muñeco de Nieve?

—Quién coño sabe lo que ella cree, es obvio que esa tía está loca de remate.

—Puede ser —dijo Harry—. Pero eso no resta interés a la idea.

—¿Y qué idea es ésa, si puede saberse? —Støp miró el reloj.

Harry sabía que Krohn, el abogado, estaba en camino, y que le prohibiría que hablara con Støp en cuanto llegase. Harry tomó una decisión y se inclinó hacia delante:

—Sabemos que eres el padre de Jonas Becker y de las gemelas de Sylvia Ottersen.

Støp levantó la cabeza. Harry sabía que tenía que arriesgarse.

—Idar Vetlesen era la única persona que estaba al corriente. Tú lo enviaste a Suiza para que asistiera a un curso sobre el síndrome de Fahr, ¿verdad? Una enfermedad que tú has heredado.

Harry comprendió que había dado en el blanco en cuanto vio que a Støp volvían a dilatársele las pupilas.

—Apuesto a que Vetlesen te habló de la presión a que lo sometimos —siguió Harry—. Tal vez temías que se fuera de la lengua. O quizá se aprovechó de la situación y te estaba pidiendo algún favor a cambio. Dinero, por ejemplo.

El editor de Liberal miró incrédulo a Harry y negó con la cabeza.

—En cualquier caso, Støp, es obvio que te diste cuenta de que tenías mucho que perder si salía a la luz quién era el verdadero padre de esos niños. Lo cual te da un móvil suficiente para matar a las únicas personas que podían desvelarlo todo: las madres de esos niños e Idar Vetlesen. Es correcto, ¿verdad?

—Yo… —Støp tenía la mirada perdida.

—¿Sí…?

—Yo… no tengo nada más que decir. —Støp se inclinó hacia delante y se cubrió la cara con las manos—. Habla con Krohn.

—De acuerdo —dijo Harry. No disponía de mucho tiempo. Pero tenía una última carta. Una muy buena—. Se lo contaré a ellos.

Harry esperó. Støp seguía inclinado e inmóvil. Al final, levantó la cabeza.

—¿A quiénes?

—A la prensa, por supuesto —dijo Harry sin darle importancia—. Tengo motivos para sospechar que nos harán muchas preguntas, ¿no crees? Esto es lo que vosotros llamáis una noticia bomba, ¿no?

A juzgar por su mirada, Støp iba comprendiendo la situación.

—¿Cómo? —preguntó, aunque por el tono de voz, cabía suponer que ya conocía la respuesta.

—Un famoso cree haber seducido a una mujer joven para que vaya a su casa, cuando en realidad es al revés —dijo Harry, estudiando el cuadro de la pared que había detrás de Støp. Parecía representar una mujer desnuda que hacía equilibrios en una cuerda—. Lo convence de que se ponga una máscara de cerdo creyendo que se trata de un juego sexual, y así lo encuentra la policía, desnudo y llorando en la bañera.

—¡No puedes contar eso! —exclamó Støp—. Eso… eso es quebrantar el secreto profesional.

—Bueno —dijo Harry—. Puede que rompa la imagen que tú has construido, Støp. Pero no va contra ninguna forma de secreto profesional. Más bien todo lo contrario.

—¿Todo lo contrario? —Støp preguntó casi a gritos. Ya no le castañeteaban los dientes y estaba recuperando el color de las mejillas.

Harry carraspeó.

—«El único capital de la revista y su medio de producción es mi integridad personal». —Harry guardó silencio hasta que comprobó que Støp reconocía sus propias palabras—. Y como policía eso significa, entre otras cosas, mantener al público informado en la medida en que dicha información no perjudique la investigación. Y en este caso, no la perjudica en absoluto.

—No puedes hacer eso —dijo Støp.

—Sí que puedo, y pienso hacerlo.

—Eso… eso me hundirá.

—¿Más o menos de la misma manera que Liberal hunde a una persona por semana en su página principal?

Støp abrió y cerró la boca como un pez de acuario.

—Pero, por supuesto —dijo Harry—, incluso para los hombres con integridad personal existen los términos medios.

Støp se quedó mirando a Harry un buen rato.

—Espero que comprendas —dijo Harry chasqueando los labios, como queriendo recordar las palabras exactas— que yo, como policía, tengo el deber de aprovechar la situación.

Støp asintió lentamente con la cabeza.

—Empezaremos por Birte Becker —dijo Harry—. ¿Cómo la conociste?

—Creo que esto se acaba aquí —dijo una voz.

Se volvieron hacia la puerta. Al parecer, a Johan Krohn le había dado tiempo de ducharse, afeitarse y plancharse la camisa.

—De acuerdo —dijo Harry encogiéndose de hombros—. ¡Holm!

La cara pecosa de Bjørn Holm apareció en el umbral de la puerta detrás de Krohn.

—Llama a Odin Nakken, del periódico VG —dijo Harry dirigiéndose a Støp—. ¿Te parece bien si te traigo la ropa más tarde?

—Espera —dijo Støp.

Todo quedó en silencio mientras Arve Støp levantaba ambas manos y se frotaba la frente, como para poner en funcionamiento la circulación sanguínea.

—Johan —dijo al final—. Será mejor que te vayas. Me encargo de esto yo solo.

—Arve —dijo el abogado—, no creo que debas…

—Vete a casa a dormir, Johan. Te llamo después.

—Como abogado tuyo, tengo que…

—Como abogado mío, lo que tienes que hacer es callarte e irte, Johan. ¿Entendido?

Johan Krohn se irguió, movilizó las reliquias de su dignidad profesional herida, pero cambió de idea al ver la expresión en la cara de Støp. Hizo un gesto de asentimiento rápido, se dio la vuelta y se fue.

—¿Dónde estábamos? —dijo Støp.

—Al principio —dijo Harry.