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Por la mañana, Barrent preguntó las direcciones de las bibliotecas públicas más cercanas. Decidió que debía repasar todos los libros que pudiera. Con conocimiento de la historia y desarrollo de la civilización de la Tierra, tendría una idea mejor de lo que debía esperar y vigilar.
Su indumentaria de Investigador de la Opinión Pública le daba acceso a los estantes cerrados donde se guardaban los libros de historia. Pero los libros eran decepcionantes. La mayoría de ellos eran libros de la historia antigua de la Tierra, desde los primeros comienzos hasta el amanecer de la era atómica. Barrent los leyó. Mientras iba leyendo iba recordando algunos pasajes. Saltaba con facilidad de la historia de Grecia a la Imperial Roma, de Carlomagno a los siglos de la superstición y la ignorancia, de la conquista normanda a la Guerra de los Treinta Años, dando luego una rápida ojeada a la era napoleónica. Leyó con más atención lo de las guerras mundiales. El libro terminaba con la explosión de la primera bomba atómica. Los demás libros del estante era simple ampliación de varias épocas de la historia que había encontrado en el primer libro.
Después de mucho buscar, Barrent encontró un pequeño trabajo titulado «El dilema de la Postguerra. Volumen 1», por Arthur Whittler. Empezaba donde las demás historias terminaban; con la explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
Barrent se sentó y empezó a leer con atención.
Se enteró de la Guerra fría del año 1950, cuando varias naciones estaban en posesión de armas atómicas y de hidrógeno. El autor afirmaba que ya estaban presentes en las naciones del mundo las semillas de una masiva y embrutecedora conformidad. En América, había la frenética resistencia al comunismo. En Rusia y China, había la frenética resistencia al capitalismo. Una por una, todas las naciones del mundo iban siendo atraídas a uno u otro campo. Para fines de seguridad interna, todos los países confiaban en las más nuevas propagandas y técnicas de enseñanza. Todos los países comprendieron que necesitaban, para poder sobrevivir, una rígida adherencia a las doctrinas aprobadas por el Estado.
La presión ejercida sobre los individuos para obligarles a aceptar unas ideas conformistas, convirtieron a los dos bandos en más fuertes y más perspicaces.
Los peligros de la guerra habían pasado. La mayor parte de las sociedades de la Tierra empezaban a fundirse en un solo super-Estado. Pero la presión hacia el conformismo, en lugar de disminuir, se hacía más intensa. La necesidad vino impuesta por el continuado aumento explosivo de la población, y por los muchos problemas de unificación a través de las líneas nacionales y étnicas. Las diferencias de opinión podrían ser fatales; eran ya demasiados los grupos que tenían acceso a las supremamente mortíferas bombas de hidrógeno.
Bajo tales circunstancias, no podía permitirse una conducta desviada.
Al final quedó completada la unificación. La conquista del espacio seguía adelante, desde la nave a la Luna, a la nave planetaria y a la nave estelar. Pero la Tierra iba siendo cada vez más rígida en sus instituciones. Una civilización más inflexible que cualquiera producida por la Europa medieval, castigando cualquier oposición a las costumbres, hábitos y creencias existentes. Estas ramas del contracto social eran consideradas crímenes mayores tan serios como el asesinato o el incendio provocado. Eran castigados de forma similar. Las antiguas instituciones de policía secreta, policía política, informantes, todo, todos esos medios seguían siendo usados. Se adoptó todo proyecto posible a fin de poder llegar a la importantísima meta de la conformidad.
Para los noconformistas estaba Omega.
La pena capital había sido anulada desde mucho antes, pero no había ya ni lugar ni medios con que sufragar los gastos que representaba el número cada día mayor de criminales que llenaban las cárceles de todas partes. Los dirigentes del mundo decidieron al final transportar a esos criminales a un mundo prisión separado, copiando el sistema que Francia había empleado en Guayana y Nueva Caledonia, y el de Gran Bretaña en Australia y la primitiva América del Norte. Puesto que era imposible gobernar Omega desde la Tierra, las autoridades ni siquiera lo intentaron. Sencillamente, se aseguraron de que ninguno de los prisioneros pudiera escapar.
Aquí terminaba el primer volumen. Al final del mismo había una nota en la que se consignaba que el segundo volumen iba a ser un estudio de la Tierra contemporánea. Se llamaba «Mañana será así».
El segundo volumen no estaba en los estantes. Barrent preguntó al bibliotecario, quien le dijo que había sido destruido en interés de la seguridad pública.
Barrent salió de la biblioteca y se dirigió a un pequeño parque. Se sentó y, mirando al suelo, trató de meditar.
Había esperado encontrar una Tierra similar a la descrita en el libro de Whittler. Había sido preparado para encontrar policías, fuertes controles de seguridad, una población oprimida y un ambiente de creciente malestar. Pero eso, por lo visto, formaba parte del pasado. Hasta aquel momento, no había visto un solo policía. No había visto controles de seguridad y las personas que había tratado no parecían en absoluto oprimidas. Todo lo contrario. Parecía un mundo totalmente distinto…
Sólo que año tras año, las naves llegaban a Omega con sus cargamentos de prisioneros que habían sufrido previamente el lavado de cerebro. ¿Quién les arrestaba? ¿Quién les juzgaba? ¿Qué clase de sociedad los producía?
Tendría que averiguar las respuestas por sí mismo.