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La recuperación del conocimiento en Barrent fue súbita y completa. Se sentó y vio que había caído dentro de la sala de control. La puerta de metal estaba cerrada tras él y estaba respirando sin dificultad. No pudo ver rastro alguno de la tripulación. Debían haber salido en busca de los guardias, suponiendo que estaría inconsciente más rato.
Se puso de pie, recogiendo instintivamente el arma. La examinó con detenimiento, luego arrugó la frente y la guardó. ¿Por qué, se preguntaba, la tripulación le habría dejado solo en la sala de control, la parte más importante de la nave? ¿Y por qué le habrían dejado armado?
Trató de recordar los rostros que había visto momentos antes de desmayarse. Eran recuerdos vagos; vagos e imprecisos de figuras sombrías con voces apagadas. ¿Habían habido en realidad personas en aquella sala cuando él entró?
Cuando más pensaba en ello, más convencido estaba de que aquellas imágenes no habían sido más que fruto de su conciencia.
Allí no había habido nadie. Estaba solo en el centro nervioso de la nave.
Se acercó al tablero principal de control. Estaba dividido en diez estaciones. Cada sección tenía sus propias filas y diales, cuyos indicadores señalaban unos datos incomprensibles. Cada uno tenía sus conmutadores, ruedas, reóstatos y niveles.
Barrent recorrió lentamente todas las estaciones, observando las formas de las luces encendidas que iluminaban el techo y que se alineaban a lo largo de las paredes. La última estación parecía ser una especie de control general sobre el resto. Había una pequeña pantalla en la que se leía Coordinación. Manual-Automática. La Automática estaba iluminada. Habían pantallas similares para la navegación, vigilancia, control de colisión, entrada y salida de subespacios, entrada y salida de espacio normal, y aterrizaje. Todos eran automáticos. Más allá encontró una pantalla de programa-itinerario, en el que constaba el progreso del vuelo, minutos y segundos. Tiempo que faltaba ahora para llegar al punto de comprobación, 9 horas 4 minutos y 51 segundos. Tiempo de parada, tres horas. Tiempo desde el punto de comprobación a la Tierra, 480 horas.
El tablero de control funcionaba y zumbaba por sí solo, sereno y capaz. Barrent no pudo evitar sentir que la presencia de un ser humano dentro de aquel templo de la máquina era algo así como un sacrilegio.
Comprobó los conductores de aire. Funcionaban automáticamente para procurar el aire suficiente a las personas que hubieran en la habitación, que en este caso era él solo.
¿Pero dónde estaba la tripulación? Barrent comprendía la necesidad de operar en una nave estelar ayudándose mayormente en un sistema de programación automática. Una estructura tan enorme y compleja como aquella tenía que ser suficiente. Pero los hombres la habían construido y los hombres habían preparado los programas. ¿Por qué no estarían presentes los hombres en la sala de control para modificar el programa si fuera necesario? ¿Y en el supuesto de que los guardias necesitaran más tiempo en Omega? ¿Y en el caso de que fuera preciso saltear el puesto de Comprobación dirigiéndose directamente a la Tierra? ¿Y si fuera preciso cambiar por completo el itinerario? ¿Quién procuraba los programas, quién daba las órdenes en la nave, quién poseía la inteligencia adecuada para dirigir aquella operación toda?
Barrent miró por la habitación. Encontró un estante lleno de mascarillas para respirar oxígeno. Se puso una, la probó y salió al corredor.
Después de un largo paseo, llegó ante una puerta en la que había el siguiente rótulo: ALOJAMIENTO DE LA TRIPULACIÓN. Dentro, la habitación estaba limpia y desierta. Las camas bien alineadas, sin sábanas ni mantas, en los armarios no había ropa, ni posesiones personales algunas. Barrent salió inspeccionando a continuación los alojamientos de los oficiales y del capitán. No alió señales de que hubieran sido habitadas recientemente.
Volvió a la sala de control. Aparentemente en la nave no había tripulación. Tal vez las autoridades de la Tierra se sentían suficientemente seguras de sus máquinas confiándolas su nave, creyendo por tanto que no era necesaria una tripulación superflua. Tal vez…
Pero Barrent creía que aquella era una forma indiferente de hacer las cosas. Era muy extraño que la Tierra permitiera que las naves estelares navegaran sin supervisión humana alguna.
Decidió suspender todo juicio hasta poseer más datos. De momento, tenía que pensar en los problemas de su propia subsistencia. En sus bolsillos llevaba comida concentrada, pero no había podido llevar consigo mucha agua. ¿Llevaría la nave sin tripulación víveres? Recordó el destacamento de guardias reunidos en la sala. Y tenía que ir pensando en lo que sucedería al llegar al puesto de comprobación y en lo que tendría que hacer.
Barrent descubrió que no tenía necesidad de emplear su propia comida. En la sección de los oficiales, las máquinas seguían facilitando comida y bebida por la simple presión de un botón. Barrent no sabía si era comida natural o químicamente preparada. Pero tenía buen sabor y parecía alimentarle, por lo que en realidad no se preocupó y comió de aquello.
Exploró parte de los niveles superiores de la nave. Después de haberse perdido en varias ocasiones, decidió no volver a arriesgarse innecesariamente. El centro vital de la nave era la sala de control y Barrent pasaba la mayor parte del tiempo allí.
Encontró una pantalla por la que podía comprobar, tras accionar un mando que abría una especie de persiana, el vasto espectáculo de las estrellas brillando en medio de la oscuridad del espacio. Estrellas brillando en medio de la oscuridad del espacio. Estrellas sin fin que se extendían más allá de los límites de la imaginación. Al contemplarlo, Barrent sintió brotar dentro de sí cierto orgullo.
Allí pertenecía él, y aquellas estrellas desconocidas eran su herencia.
La distancia que les separaba del puesto de comprobación había disminuido a seis horas. Barrent contemplaba nuevas partes del tablero de control que empezaban a funcionar, comprobando y alterando las fuerzas que regían la nave, preparándose para un aterrizaje. Tres horas y media antes de aterrizar, Barrent hizo un descubrimiento interesante. Encontró un sistema de comunicación central en toda la nave. Mediante aquel, podía escuchar las conversaciones que tenían lugar en la sala de los guardias.
No aprendió gran cosa de utilidad. Ya fuera por precaución o por carencia de interés, los guardias no discutían de política. Sus vidas transcurrían en el puesto de comprobación, con excepción de los periodos de servicios en las naves prisión. Algunas de las cosas que Barrent escuchaba le eran totalmente incomprensibles. Pero siguió escuchando, fascinado por todo lo que aquellos hombres de la Tierra decían.
—¿No has ido a nadar nunca a Florida?
—Nunca me gustó el agua salada.
—El año antes de ser llamado para entrar a formar parte de los guardias, vencí el tercer premio en Dayton Orchid Fair.
—Yo estaba construyendo una casita en Antártica, donde pensaba retirarme.
—¿Cuánto hace?
—Dieciocho años.
—Bueno, alguien se aprovechará de ella.
—¿Pero por qué me escogieron a mí? ¿Y por qué no nos licencia la Tierra?
—Ya has visto las cintas, ya sabes por qué. El crimen es una especie de enfermedad. Infecciosa.
—¿Y qué?
—Si tú has estado trabajando alrededor de criminales, corres el peligro de contagiarte. Puedes contaminar a cualquiera de la Tierra.
—No es verdad…
—No hay remedio, esos científicos saben lo que dicen. Además, el puesto de comprobación no es tan malo.
—Sí, a ti te gustan todas las cosas artificiales… aire, flores, comida…
—Hombre, no puede tenerse todo. ¿Tienes familia aquí?
—Quieren regresar a la Tierra.
—Después de cinco años en el puesto de comprobación, dicen que no se puede volver a la Tierra. La gravedad hace presa en uno.
—Sí, comprendo. Alguna vez…
Por aquellas conversaciones, Barrent comprendió que los guardias eran también seres humanos, como los prisioneros de Omega. La mayoría de los guardias no parecían sentirse demasiado satisfechos con el trabajo que venían realizando. Como los de Omega, sólo deseaban regresar a la Tierra.
Cerró la comunicación. La nave había llegado al puesto de comprobación y el gigantesco tablero brillaba y zumbaba al realizar los últimos ajustes para el aterrizaje.
Una vez completada la última maniobra, los motores fueron parados. A través del sistema de comunicación, Barrent oyó a los guardias que salían de su sala. Les siguió a lo largo del corredor mientras se dirigían hacia la pasarela. Oyó al último de ellos, que al salir de la nave, decía:
—Ahí vienen los de la comprobación. ¿Qué hay chicos?
No hubo respuesta. Los guardias se habían ido, y en los corredores se oían nuevos sonidos. Unos fuertes pasos que los guardias habían llamado «los de comprobación».
Parecían ser muchos. Su inspección empezó en las salas de motores, avanzando metódicamente hacia arriba. A juzgar por los ruidos, parecían abrir cada una de las puertas de la nave registrando cada habitación y armario.
Barrent preparó el arma sosteniéndola en su mano sudorosa, preguntándose dónde podría ocultarse, entre todas las dependencias de la nave. Tenía que tener presente que estaban registrándolo todo. En tal caso, lo mejor que podía hacer sería esquivarlos y ocultarse en algún lugar que ya hubieran registrado.
Se colocó la mascarilla de oxígeno y salió al pasillo.