Capítulo Quince

15

Tres días más tarde, Barrent recibía la visita de un anciano alto, digno, que se mantenía tan erguido como la espada ceremonial que colgaba a su lado. El anciano vestía una chaqueta de color vivo, pantalones negros y calzaba botas relucientes también negras. Por su ropa, Barrent supo que se trataba de un alto oficial del gobierno.

—El gobierno de Omega le envía saludos —dijo el oficial—. Soy Norins Jay, subministro de los Juegos. He venido aquí, a petición de la ley, para informarle personalmente de su buena fortuna.

Barrent movió la cabeza cautamente, indicándole al anciano que pasara a su apartamento. Pero Jay, erguido y correcto, prefirió seguir en la tienda.

—La pasada noche tuvo lugar la Lotería anual —dijo Jay—. Usted, ciudadano Barrent, es uno de los afortunados vencedores. Le felicito.

—¿Cuál es el premio? —preguntó Barrent. Había oído hablar de la Lotería anual, pero sólo tenía una vaga idea de su significado.

—El premio —dijo Jay— es el honor y la fama. Su nombre inscrito en los archivos cívicos. Su relación de muertes para la posteridad. Más concretamente, recibirá una nueva arma facilitada por el gobierno y, después, se le otorgará póstumamente la condecoración de plata en forma de sol.

—¿Póstumamente?

—Claro —dijo Jay—. El sol de plata siempre es otorgado después de la muerte. No deja de ser un honor por ello.

—Ya me lo supongo —dijo Barrent—. ¿Hay algo más?

—Una cosa más —dijo Jay—. Como vencedor de la Lotería, tomará parte en la ceremonia Simbólica de la Cacería, que señala el comienzo de todos los Juegos anuales. La Cacería, como usted ya debe saber, personifica nuestro modo de vida en Omega. En la Cacería vemos todos los complejos factores del dramático ascenso de gracia, combinado con la emoción del duelo y excitación de la caza. Incluso los peones pueden tomar parte en la Cacería, pues es una fiesta abierta a todos, y es la fiesta que simboliza la habilidad del hombre para elevarse por encima de las restricciones propias de su rango.

—Si he comprendido bien —dijo Barrent—, soy una de las personas escogidas para ser cazadas.

—Sí —dijo Jay.

—Pero usted ha dicho que la ceremonia es simbólica. ¿Significa eso que nadie será matado?

—No, no. En Omega —dijo Jay— el símbolo y la cosa simbolizada son, por lo general, lo mismo. Cuando decimos cacería, queremos decir una verdadera cacería. De otra manera, la cosa sería simple pompa.

Barrent estuvo unos momentos silencioso, meditando la situación. No era una perspectiva demasiado agradable. En un duelo de hombre a hombre tendría muchas probabilidades de sobrevivir. Pero la Cacería anual, en la que tomaba parte toda la población de Tetrahyde, no le daba oportunidad alguna. Habría tenido que estar preparado para una posibilidad como esa.

—¿Cómo he sido elegido? —preguntó.

—Por puro azar —dijo Norins Jay—. Ningún otro método será adecuado para los Cazados, que dar sus vidas para mayor gloria de Omega.

—No puedo creer que haya sido elegido por simple azar —dijo Barrent.

—La selección era el azar —dijo Jay—. Se hace, por supuesto, de una lista de víctimas convenientes. No todos pueden ser una presa para la Caza. Un hombre debe de haber demostrado un considerable grado de tenacidad y destreza antes de que el Comité de Juegos piense en tenerle en cuenta para la selección. Ser Cazado es un honor; un honor que no otorgamos a la ligera.

—No lo creo —dijo Barrent—. Ustedes, los del Gobierno han decidido deshacerse de mí. Ahora, parece ser que lo van a conseguir. Así con facilidad.

—De ningún modo. Puedo asegurarle que ninguno de nosotros, en el Gobierno siente el más ligero mal deseo hacia usted. Usted debe haber oído historias estúpidas de oficiales vengativos, pero sencillamente no son ciertas. Usted ha infringido la Ley, pero eso no es de la incumbencia del Gobierno. Se trata por entero de una cuestión entre usted y la Ley.

Los fríos ojos azules de Jay brillaban cuando hablaba de la Ley. Con la espalda erguida, y la boca firme.

—La ley —decía—, está por encima del criminal y del juez, y les gobierna a todos. La Ley es ineludible, puesto que una acción está dentro de la ley o fuera de ella. La Ley, en efecto, puede decirse que posee vida propia, una existencia totalmente aparte de las vidas finitas de aquellos que la administran. La Ley gobierna cada aspecto de la conducta humana. Por consiguiente, de la misma manera que los humanos son seres legales, la Ley es humana. Y siendo humana, la ley tiene idiosincrasias, como un hombre las suyas. Para un ciudadano que vive de acuerdo con la Ley, la Ley está distante y difícil de encontrar. Para aquellos que la rehúsan y la violan, la Ley emerge de sus enmohecidos sepulcros y va en busca del trasgresor.

—Y ese —dijo Barrent—, ¿es el motivo por el cual he sido escogido para la Cacería?

—Naturalmente —dijo Jay—. Si no hubiera sido escogido de esta manera, la Ley celosa y siempre atenta hubiera escogido otros medios, empleando cualquier instrumento que estuviera a su alcance.

—Gracias por decírmelo —dijo Barrent—. ¿Cuánto tiempo me queda antes de que empiece la Cacería?

—Hasta el amanecer. La Cacería empieza entonces y termina al amanecer del día siguiente.

—¿Qué pasará si no me matan?

Norins Jay sonrió ligeramente.

—Eso no sucede con mucha frecuencia, ciudadano Barrent. Estoy seguro de que no debe preocuparse por ello.

—¿Pero sucede alguna vez, verdad?

—Sí. Los que sobreviven a la Cacería quedan enrolados automáticamente en los Juegos.

—¿Y si sobrevivo a los Juegos?

—Olvídelo —dijo Jay de una forma amistosa.

—¿Pero, qué pasaría en tal caso?

—Créame, ciudadano, no pasará.

—Sigo deseando saber qué sucedería en caso de que sobreviviera a los Juegos.

—Los que salen con vida de los Juegos están más allá de la Ley.

—Eso parece prometedor —dijo Barrent.

—No lo es. La Ley, incluso en su forma más amenazante, sigue siendo su guardián. Sus derechos pueden ser pocos, pero la ley garantiza su cumplimiento. Es a causa de la Ley que yo no le mato ahora mismo y aquí. —Jay abrió la mano mostrando a Barrent una pequeña diminuta arma de un solo disparo—. La Ley establece unos límites, y actúa como modificador en la conducta del que la infringe. Puede estar seguro que ahora la Ley ha decidido que usted debe morir. Pero todos los hombres deben morir. La Ley, por su naturaleza poderosa e introspectiva, le da tiempo antes de morir. Le queda por lo menos casi un día. Y sin la Ley no habría tenido tiempo alguno.

—¿Qué sucede —preguntó Barrent—, si sobrevivo a los Juegos y paso más allá de la Ley?

—Sólo hay una cosa detrás de la Ley —dijo Norins Jay reflexivamente—, y esa es el mismo Negro. Aquellos que pasan más allá de la Ley le pertenecen. Pero sería preferible morir mil veces que caer con vida en las manos del Negro.

Barrent hacía mucho tiempo que había desechado la religión del Negro como insensata superstición. Pero ahora, al escuchar la seria voz de Jay, empezó a preguntarse. Podía haber una diferencia entre la adoración común del mal y la verdadera presencia del Mal.

—Pero si tiene un poco de suerte —dijo Jay—, será muerto más pronto. Ahora terminaré la entrevista con las últimas instrucciones.

Sosteniendo todavía aquella diminuta arma, Jay hundió la mano libre en el bolsillo sacando un lápiz rojo. Con movimiento rápido y diestro, trazó una línea con el lápiz sobre las mejillas y frente de Barrent. Terminó antes de que Barrent tuviera tiempo de retroceder.

—Esto le marca como uno de los Cazados —dijo Jay—. Las marcas de cacería son indelebles. Aquí está el arma que le otorga el Gobierno. —Sacó un arma del bolsillo, dejándola encima de la mesa—. La Cacería, tal como le he dicho, empieza con los primeros resplandores del amanecer. Puede matarle cualquiera, excepto otro Cazado. Usted, por su parte, puede matar también. Pero le sugiero que lo haga con la mayor prudencia. El ruido y brillo de un arma ha costado la vida a muchos Cazados. Si trata de ser cuidadoso puede estar seguro de que será mejor. Recuerde que los demás conocen Tetrahyde mucho mejor que usted. Durante años y años cazadores muy diestros han explorado todos los escondrijos posibles; muchos Cazados son atrapados durante las primeras horas de la fiesta. Buena suerte, ciudadano Barrent.

Jay se dirigió hacia la puerta. La abrió y se giro hacia Barrent.

—Debo añadir, que existe una forma escasamente posible de conservar la vida y la libertad durante la Cacería, pero puesto que está prohibido no puedo decirle cuál es.

Barrent descubrió, después de innumerables lavados, que el color carmesí de las marcas que Jay le había hecho en el rostro eran en efecto, indelebles. Durante la noche, desmontó el arma que el Gobierno le había otorgado, inspeccionando todas sus partes. Como había supuesto, era defectuosa. La descartó, decidiendo emplear la suya.

Hizo los preparativos para el día de la Cacería, preparando comida, agua, y un trozo de cuerda en una pequeña bolsa. Luego, contra toda razón, esperó a que Moera y su organización le brindara alguna solución de última hora.

Pero no fue así. Una hora antes de amanecer, Barrent con la bolsa sobre el hombro salió del establecimiento de Antídotos. No tenía la menor idea de dónde debían dirigirse los demás Cazados; pero él había decidido ya un lugar donde podría estar a salvo de los Cazadores.