Capítulo Ocho

8

Barrent había tenido bastantes sustos y sorpresas en Omega. Permanecía en su establecimiento, trabajaba en su negocio, y siempre estaba alerta por cualquier problema que pudiera surgirle al paso. Estaba empezando a adquirir el aspecto propio de los de Omega: una mirada mezquina, sospechosa, la mano siempre cerca del arma, los pies preparados para correr. Los habitantes más antiguos iban adquiriendo una especie de sexto sentido que les avisaba cuando se avecinaba algún peligro.

Por la noche, cuando las puertas y ventanas estaban bien cerradas y tras haber colocado el triple sistema de alarma, Barrent se tumbaba en su cama y trataba de recordar cosas de la Tierra. Tanteaba entre los nebulosos residuos de su memoria, fue haciendo suposiciones y planos y fragmentos de imágenes. Ya una gran «autopista» curvándose hacia el sol; ya un fragmento de una ciudad enorme, de distintos niveles; o bien el caparazón curvado de una nave espacial… Pero aquellas imágenes no eran continuas. Existían tan sólo una pequeñísima fracción de segundo, desvaneciéndose en seguida.

El sábado, Barrent pasaba la velada en compañía de Joe, Danis Foeren, y su vecino Tem Rend. El negocio de Joe había ido prosperando, y con sus triquiñuelas había podido conseguir elevarse a la categoría de Ciudadano Libre. Foeren era demasiado obtuso y honrado para eso. Seguía perteneciendo al nivel de los residentes. Pero Tem Rend le prometió tomarle como ayudante si el Gremio de Asesinos aceptaba su solicitud.

La velada empezó bastante satisfactoriamente; pero hacia el final, como siempre, terminó con la discusión sobre la Tierra.

—Veréis —decía Joe— todos sabemos cuál es el aspecto de la Tierra. Es un complejo de gigantescas ciudades flotantes. Están construidas en islas artificiales en distintos océanos…

—No. Las ciudades se levantan sobre tierra firme —decía Barrent.

—Sobre el agua —dijo Joe—. La gente de la Tierra se ha vuelto hacia el mar. Todos poseen unos adaptadores especiales de oxígeno que les permite respirar en el ambiente salado. Las extensiones de tierra ya no son empleadas. El mar procura todo lo que…

—No es así —dijo Barrent—. Recuerdo enormes ciudades, pero todas ellas levantadas sobre tierra firme.

Intervino Foeren:

—Los dos estáis equivocados. ¿Qué haría la Tierra con esas ciudades? Las abandonó hace siglos. La Tierra es un extenso parque ahora. Cada cual tiene su propia casa y varios acres de terreno. Todos los bosques y junglas vuelven a crecer. La gente vive con la naturaleza en lugar de intentar conquistarla. ¿No es así, Tem?

—Más o menos, aunque no exactamente tal como tú dices —repuso Tem Rend—. Todavía hay ciudades, pero son subterráneas. Tremendas factorías y áreas de producción subterráneas. Lo demás es como Foeren ha dicho.

—Ya no quedan más factorías —insistía Foeren testarudamente—. No hay necesidad de ellas. Cualquier clase de mercancía que el hombre necesite puede ser producida por control de pensamiento.

—Te digo —decía Joe— que puedo recordar muy bien las ciudades flotantes. Yo vivía en el sector Nimul en la isla de Pasiphae.

—¿Crees que eso prueba alguna cosa? —preguntó Rend—. Yo recuerdo que trabajaba en el decimoctavo nivel subterráneo de Nueva Chicago. Mi cupo de trabajo eran veinte días al año. El resto del tiempo lo pasaba afuera, en los bosques.

Foeren intervino para decir:

—No es así, Tem. No eran niveles subterráneos. Puedo recordar perfectamente que mi padre era un interventor de Tercera Clase. Nuestra familia acostumbraba a viajar varios centenares de millas cada año. Cuando necesitábamos alguna cosa, mi padre pensaba en ello, y allí estaba. Me prometió enseñarme aquel procedimiento, pero creo que no lo hizo nunca.

—Bueno, dos de nosotros están recordando, desde luego, cosas falsas —dijo Barrent.

—Es verdad —dijo Joe—. Pero la cuestión es, ¿quién de nosotros tiene razón?

—Nunca lo sabremos —repuso Rend— a menos que podamos regresar a la Tierra.

Y de esta manera terminó la discusión.

Hacia fines de semana, Barrent recibió otra invitación del establecimiento de Sueños, más imperativa que la primera. Decidió librarse de aquella obligación aquella misma noche. Comprobó la temperatura y vio que había subido casi hasta los 32 grados. Más versado ya en las costumbres de Omega, se preparó una bolsa llena de ropa de abrigo por si acaso, y salió.

El establecimiento de Sueños estaba emplazado en la sección de Death’s Row. «Línea de la Muerte». Barrent entró, encontrándose en un saloncito de espera, pequeño, suntuosamente amueblado. Un joven muy cortés le dedicó una sonrisa artificial desde detrás del mostrador.

—¿En qué puedo servirle? —preguntó el joven—. Mi nombre es Nomis J. Arkdragen, director ayudante encargado de los sueños del turno nocturno.

—Quisiera saber algo acerca de lo que sucede —dijo Barrent—. ¿Cómo se consiguen los sueños, qué clases de sueños, y todas esas cosas?

—Naturalmente —dijo Arkdragen—. Nuestro servicio es fácilmente explicado, ciudadano…

—Barrent. Will Barrent.

Arkdragen movió la cabeza afirmativamente comprobando el nombre en una lista que tenía frente a él. Levantó a continuación la vista y dijo:

—Nuestros sueños son producidos por la acción de drogas sobre el cerebro y sobre el sistema central nervioso. Hay muchas drogas que producen el efecto deseado. Entre las más útiles están la heroína, la morfina, el opio, la cocaína, el cáñamo y peyote. Todas estas son productos terrestres. Los que se encuentran en Omega son únicamente el Escarpín Negro, el «nace», el «manicee», la Trinarcotina y distintos productos del grupo carmoideo. Cualquiera de esas drogas son inductoras de sueños.

—Comprendo —dijo Barrent—. Entonces, ustedes venden drogas.

—¡En absoluto! —dijo Arkdragen—. No se trata de una cosa tan simple, ni tan cruda. En los antiguos tiempos en la Tierra, los hombres se administraban a sí mismos drogas. Los sueños que resultaban eran de naturaleza necesariamente fortuita. Uno no sabía nunca lo que quería soñar ni durante cuánto tiempo. Nunca podría saber si ha tenido un sueño o una pesadilla, un horror o un placer. Esta incertidumbre queda anulada gracias al moderno establecimiento de Sueños. En nuestros días, nuestras drogas son cuidadosamente medidas, mezcladas y adecuadas a cada individuo. Hay una precisión absoluta al hacer el sueño, que oscila desde la tranquilidad Nirvana del Escarpín Negro a través de alucinaciones multicolores de peyote y trinarcotina, a las fantasías sexuales inducidas por la «nace» y la morfina, y al final la resurrección de recuerdos en sueños con el grupo carmoideo.

—Yo estoy interesado en resurrección de recuerdos —dijo Barrent.

Arkdragen arrugó la frente.

—No se lo recomendaría para la primera visita.

—¿Por qué no?

—Los sueños de la Tierra son propensos a ser más perturbadores que cualquier producción imaginaria. Por lo general es aconsejable ir formando cierta tolerancia para aquellos. Yo le aconsejaría una pequeña fantasía sexual para su primera visita. Ofrecemos un precio especial para las fantasías sexuales esta semana.

Barrent movió la cabeza.

—Creo que prefiero las cosas reales.

—No lo crea —dijo el director ayudante, con una sonrisa convencida—. Créame, una vez uno se acostumbra a las experiencias sexuales substitutivas, lo real queda pálido al ser comparado.

—No me interesa —dijo Barrent—. Lo que deseo es un sueño sobre la Tierra.

—¡Pero es que usted no está preparado para su tolerancia! —dijo Arkdragen—. Ni siquiera es adicto.

—¿Es necesario serlo?

—Es importante —le dijo Arkdragen— tanto como ineludible. Todas nuestras drogas van formando un hábito, como requiere la ley. Verá, para apreciar realmente una droga, debe sentir necesidad de ella. Esto aumenta considerablemente el placer, sin mencionar la cuestión de aumento de tolerancia. Por esto le sugerí que empezara con…

—Deseo un sueño de la Tierra —dijo Barrent.

—Muy bien —repuso Arkdragen de mala gana—. Pero no nos hacemos responsables de cualquier cosa que pueda sucederle.

Acompañó a Barrent por un largo pasillo. Estaba lleno de puertas y detrás de algunas de ellas Barrent pudo oír suspiros y murmullos de placer.

—Experimentadores —dijo Arkdragen, sin dar más explicaciones.

Acompañó a Barrent a una habitación abierta cerca del extremo del pasillo. Allí había un hombre sentado de aspecto alegre y vestido con una bata blanca, leyendo un libro.

—Buenas noches, doctor Wayn —dijo Arkdragen—. Este es el ciudadano Barrent. Primera visita. Insiste en que desea un sueño sobre la Tierra.

Arkdragen dio media vuelta y se fue.

—Bien —dijo el doctor—. Creo que podremos arreglarlo. —Dejó el libro sobre una mesilla—. Tiéndase aquí, ciudadano Barrent.

En el centro de la habitación había una mesa larga, adecuada. Encima de ella colgaba un instrumento de aspecto complicado. En un extremo de la habitación habían unas vitrinas llenas de frascos cuadrados. Aquello le hizo recordar a Barrent sus antídotos.

Se tendió. El doctor Wayn efectuó un examen general, luego una comprobación específica en cuanto a sugestibilidad, índice hipnótico, reacciones a los grupos de drogas básicas, y susceptibilidad a la toma tetánica y epiléptica. Anotó los resultados en un papel, comprobó sus números, fue a una de las vitrinas y empezó a mezclar drogas.

—¿Es posible que sea peligroso? —preguntó Barrent.

—No creo —dijo el doctor Wayn—. Su salud parece bastante buena. Totalmente buena, en realidad, y con un promedio muy bajo de sugestibilidad. Naturalmente, los ataques epilépticos ocurren, probablemente debido a la acumulación de reacciones alérgicas. No pueden evitarse esas cosas. Y luego están los traumas, que a veces tienen por resultado la locura o la muerte. Forman un interesante estudio por sí mismas. Y algunas personas se introducen de tal manera en sus sueños que son incapaces de ser libradas. Supongo que esto podría ser calificado como una forma de demencia, aunque en realidad no lo sea.

El doctor había terminado de mezclar las drogas. Estaba cargando una jeringa hipodérmica con la mezcla.

Barrent empezaba a tener serias dudas acerca del consejo que le habían dado.

—Tal vez tuviera que retrasar esta visita —dijo—. No estoy seguro de que…

—No se preocupe por nada —le dijo el doctor—. Este es el mejor establecimiento de Sueños de Omega. Trate de relajarse. Los músculos tensos pueden dar un resultado convulsivo tetánico.

—Creo que Mr. Arkdragen tenía razón —dijo Barrent—. Tal vez no tendría que efectuar los sueños sobre la Tierra en mi primera visita. Él dice que es peligroso.

—Bueno, después de todo —dijo el doctor—, ¿qué sería la vida sin riesgos? Además, los daños más comunes son las lesiones del cerebro y el estallido de las venas sanguíneas. Y nosotros tenemos todo lo necesario para tratar esas cosas.

Se acercó a Barrent para inyectarle la mezcla en el brazo izquierdo.

—He cambiado de idea —dijo Barrent, empezando a levantarse de la cama.

El doctor Wayn introdujo la aguja distraídamente en el brazo de Barrent.

—Uno no debe cambiar de idea —le dijo a Barrent—, una vez se halla dentro de un establecimiento de Sueños. Trate de relajarse…

Barrent se relajó. Se tendió en la cama y oyó un canto estridente en sus oídos. Trató de enfocar el rostro del doctor. Pero el rostro había cambiado.

El rostro era el de un hombre mayor, redondo, y grueso. La barbilla y el cuello estaban rodeados por unas arrugas de grasa. Aquel rostro estaba sudando, era amistoso y parecía preocupado.

Era el quinto asesor jurídico de Barrent.

—Ahora, Will —decía el asesor—, debes tener cuidado. Debes aprender a dominarte esos nervios. Will, debes hacerlo.

—Ya lo sé, señor —dijo Barrent—. Sólo que me pongo malo al pensar…

—¡Will!

—De acuerdo —dijo Barrent—. Ya me vigilaré.

Salió de la oficina de la universidad y anduvo por la ciudad. Era una ciudad fantástica de rascacielos y calles de diversos niveles; una ciudad brillante de tonos plateados y diamantinos, una ciudad ambiciosa que administraba una extensa red de países y planetas. Barrent andaba por el tercer nivel para peatones, todavía enfadado, al pensar en Andrew Therkaler.

A causa de Therkaler y sus ridículos celos, la solicitud de Barrent para el Cuerpo de Exploración Espacial había sido denegada. Su asesor no podía hacer nada en aquel asunto; Therkaler tenía demasiada influencia en el Consejo de Selección. Pasarían tres largos años antes de que Barrent pudiera presentar otra solicitud. Mientras, estaba atado a la Tierra y sin poder trabajar. Todos sus estudios versaban sobre exploración extraterrestre. En la Tierra no había sitio para él. Y ahora se encontraba con el espacio cerrado.

¡Therkaler!

Barrent se alejó del nivel de peatones y pasó a la rampa de velocidad para dirigirse al distrito Sante. Mientras la rampa se movía, recorrió con los dedos la pequeña arma que llevaba en el bolsillo. Las armas de mano eran ilegales en la Tierra. Él se había procurado aquella, mediante toda una serie de procedimientos inexplicables.

Estaba determinado a matar a Therkaler.

Hubo un aluvión de rostros grotescos. El sueño se enturbiaba. Al quedar claro, Barrent se encontró apuntando con su revólver a un tipo delgado, de pairada turbia cuyo grito suplicando piedad fue bruscamente interrumpido.

El acusador, de rostro pálido y austero, había dado cuenta del crimen informando a la policía.

La policía, uniformada de gris, le había prendido, llevándole delante del juez.

Este, con su rostro de vago pergamino, le sentenció a cadena perpetua en el planeta Omega, con el consiguiente lavado de cerebro obligatorio.

Entonces el sueño se convirtió en un verdadero calidoscopio de horror. Barrent trepaba por un poste resbaladizo, una escarpada montaña, un pozo de lados lisos. Tras él, alcanzándole, estaba el cadáver de Therkaler con el pecho abierto. Sosteniendo el cadáver por cada lado iban el fiscal de rostro descolorido y el juez de rostro arrugado.

Barrent estaba en una colina, una calle, por un tejado, sus perseguidores estaban muy cerca de él. Entró en una habitación amarilla oscura, cerrando con llave tras él. Al darse vuelta vio que se había encerrado junto con el cadáver de Therkaler. De la herida abierta del pecho nacían hongos y su cabeza llena de cicatrices estaba coronada por humos rojos y púrpuras. El cadáver avanzaba, acercándosele, y Barren se arrojó de cabeza por la ventana.

—Despierte, Barrent. Se está extralimitando. Despierte.

Barrent no tenía tiempo de escuchar. La ventana se convertía en un vertedero y él se deslizó por sus costados pulidos hasta un anfiteatro. Allí, a través de arena gris, el cadáver se arrastraba hacia él. La enorme tribuna estaba vacía con excepción del juez y del fiscal, que estaban sentados de lado, observando.

—¡Está listo!

—¡Bueno, yo ya le avisé…!

—¡Despierte, Barrent! Soy el doctor Wayn. Está usted en Omega, en el establecimiento de Sueños. Despierte. Todavía está a tiempo si lo hace inmediatamente.

¿Omega? ¿Sueño? No tenía tiempo de pensar en todo eso. Barrent estaba nadando a través de un lago sombrío, que olía muy mal. El juez y el fiscal iban nadando precisamente detrás suyo, a ambos lados del cadáver, cuya piel iba pelándose poco a poco.

—¡Barrent!

Y ahora el lago se había convertido en una espesa gelatina que se le enganchaba a los brazos y piernas y le llenaba la boca, mientras el juez y el fiscal…

—¡Barrent!

Barrent abrió los ojos y se encontró tendido en el cómodo lecho del establecimiento de Sueños. El doctor Wayn, con un aspecto en cierto modo excitado, estaba inclinado sobre él. Una enfermera a su lado con una bandeja de jeringas hipodérmicas y una máscara de oxígeno. Detrás de ella estaba Arkdragen, secándose el sudor de su frente.

—No creía que consiguiera despertar —dijo el doctor Wayn—. ¡De verdad que no!

—Ha despertado en el momento crítico… —indicó la enfermera.

—Yo ya le había avisado —dijo Arkdragen, y salió de la habitación.

Barrent se sentó.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó.

El doctor Wayn se encogió de hombros.

—Es difícil de decir. Tal vez es usted propenso a la reacción circular; y a veces las drogas no son absolutamente puras; pero esas cosas, por lo general, no suceden más que una vez. Créame, ciudadano Barrent, la experiencia de las drogas es muy agradable. Estoy seguro de que la segunda vez disfrutará de verdad.

Todavía agitado por su experiencia, Barrent estaba seguro de que no habría tal segunda vez para él. Fuera cual fuere el precio, no iba a arriesgarse a repetir una pesadilla como la que acababa de sufrir.

—¿Soy morfinómano? —preguntó.

—Oh, no —repuso el doctor Wayn—. La afición a las drogas adquiere caracteres de necesidad a la tercera o cuarta visita.

Barrent le dio las gracias y salió. Al pasar frente al mostrador de Askdragen le preguntó lo que le debía.

—Nada —dijo Arkdragen—. La primera visita es siempre obsequio de la casa.

Le dirigió una sonrisa elegante.

Barrent salió del establecimiento de Sueños y se dirigió apresuradamente hacia su apartamento. Tenía muchas cosas en qué pensar. Ahora, por primera vez, tenía la prueba de que era un asesino intencionado y premeditado.