Capítulo Diez

10

En Omega, según se decía, no podías disponer de un cuchillo entre el juicio y la ejecución de la sentencia. Barrent fue trasladado a una sala grande, circular, en la base del Departamento de Justicia. Luces blancas brillaban enfocándole desde lo alto del techo arqueado. Abajo, una sección de la pared había sido cortada para procurar una tribuna para los espectadores. Esta estaba llena casi, cuando Barrent llegó, y charlatanes iban voceando y vendiendo copias del calendario legal del día.

Durante unos momento Barrent estuvo solo sobre el pavimento de piedra. Entonces se abrió una puerta en la pared curvada dejando paso a una pequeña máquina que entró rodando.

Un altavoz colocado a la altura de los espectadores anunció:

«Damas y caballeros, un momento de atención, por favor. Están a punto de presenciar el Juicio 642-8G223 de Prueba, entre el ciudadano Will Barrent y GME 213. Tomen asiento, por favor. La contienda empezará dentro de breves minutos».

Barrent contempló a su oponente. Era una máquina resplandecientemente negra con la forma de media esfera, sostenida sobre cuatro pies altos. Rodaba impacientemente adelante y atrás sobre pequeñas ruedas. Una serie de luces rojas, verdes y ambarinas brillaban escondidas tras bolas de cristal en su caparazón de metal liso. Aquella máquina le hizo recordar a Barrent a una de las especies que habitaban en los océanos terrestres.

—En honor de aquellos que visitan nuestra galería por primera vez —decía el altavoz—, vamos a ofrecer una ligera explicación de lo que va a realizarse. El prisionero, Will Barrent, ha escogido libremente el Juicio de Prueba. El instrumento de la justicia es en este caso GME 213, es un ejemplo de la excelente creación ingeniera que Omega produce. La máquina, o Max, como sus muchos amigos y admiradores la llaman, es un arma mortífera de ejemplar eficiencia, capaz de emplear por lo menos, veintitrés modos distintos de ataque, la mayoría de ellos extremadamente dolorosos. Para el juicio, está preparada de modo que pueda actuar al azar. Esto significa que Max no puede escoger la forma de matar. Las distintas variantes son seleccionadas y cambiadas por un dispositivo casual de veintitrés números, unidos a una duración igualmente casual que oscila entre uno o seis segundos.

Max repentinamente se movió hacia el centro de la sala, y retrocedió.

—El prisionero tiene la posibilidad —proseguía el altavoz—, de incapacitar a la máquina; en cuyo caso, el prisionero vence la contienda y queda libre y en posesión de todos los derechos y privilegios de que gozaba. El método de incapacitar a la máquina varía según ellas. Prácticamente hablando, el promedio de incapacitación de máquinas hasta hoy es de 3,5 por ciento.

Barrent dirigió la mirada hacia la galería de espectadores. A juzgar por sus vestidos, eran todos hombres y mujeres pertenecientes a las clases elevadas; a las clases Privilegiadas.

Entonces vio, sentada en la primera hilera, a la muchacha que le había dejado el arma el primer día de su estancia en Tetrahyde. Era tan bonita como él la recordaba; pero ningún destello de emoción brillaba en su pálido rostro ovalado. Ella le miraba fijamente con el franco interés de cualquiera que está presenciando un bicho poco corriente bajo un tarro.

—¡Que empiece la contienda! —anunció el altavoz.

Barrent no tuvo más tiempo para seguir pensando en la muchacha, pues la máquina rodaba ya hacia él.

Se alejó cautamente en círculo. Max extendió un delgado tentáculo con una luz blanca en su extremo. La máquina rodaba hacia Barrent, acorralándole contra la pared.

Bruscamente se detuvo. Barrent oyó el ruido del engranaje. El tentáculo fue retirado y en su lugar apareció un brazo de metal que terminaba en forma de cuchillo. Moviendo ahora más de prisa la máquina le arrinconó contra la pared. El brazo revoloteaba pero Barrent pudo esquivarlo. Oyó la hoja del cuchillo raspar contra la pared. Cuando la máquina retiró el brazo, Barrent tuvo la oportunidad de moverse de nuevo hacia el centro de la sala.

Sabía que su única oportunidad consistía en incapacitar a la máquina durante la pausa que había cuando su selector cambiaba un procedimiento de matar por otro. ¿Pero cómo incapacitar a aquella máquina de superficie lisa?

Max venía de nuevo hacia él y ahora su pellejo de metal brillaba con una sustancia verde que Barrent reconoció inmediatamente como veneno de contacto. Dio una carrera, rodeando la sala, tratando de evitar el roce fatal.

La máquina se detuvo. Un neutralizador limpió su superficie, quitándole el veneno. Entonces la máquina volvió a acercarse a él, esta vez sin ninguna arma visible, intentando aparentemente pisotearle.

Barrent fue perseguido de mala manera. Trataba de escabullirse pero la máquina se escabullía con él. Estaba de pie contra la pared, desamparado, cuando la máquina tomó velocidad.

Se detuvo a pocas pulgadas de él. Oyó el ruido del engranaje al cambiar de método de ataque. Max estaba sacando una especie de porra.

Esto, pensó Barrent, era un ejercicio de sadismo aplicado. Si duraba mucho más rato, la máquina le arrollaría matándole a su placer. Fuera lo que fuere lo que quisiera hacer, sería mejor que lo hiciera en seguida, mientras todavía tuviera fuerzas.

Precisamente mientras estaba pensando esto, la máquina descargó su brazo en forma de porra de metal. Barrent no pudo evitar el golpe por completo. La porra le golpeó en el hombro izquierdo, y como consecuencia sintió que el brazo le quedaba como paralizado.

Max estaba cambiando de método de ataque otra vez. Barrent se lanzó sobre su dorso liso, redondo. En la parte superior vio dos pequeños agujeros. Rogando que fueran dos aperturas para entrar el aire, Barrent los tapó con sus dedos.

La máquina quedó paralizada. El auditorio aplaudió. Barrent se apretaba contra la superficie lisa con su brazo inerte, tratando de aguantar los dedos en los agujeros. El tipo de luces de la superficie de Max cambió del verde pasando por el ambarino al rojo. Su profundo zumbido se convirtió en un apagado susurro.

Y entonces la máquina sacó unos tubos que hacían las veces de agujeros respiraderos.

Barrent trató de cubrirlos con su cuerpo. Pero la máquina, recobrando la vida súbitamente, giró sobre sí misma empujándole con fuerza. Barrent cayó al suelo y rodando fue a dar al centro de la arena.

La contienda había durado tan sólo unos cinco minutos como máximo, pero Barrent estaba exhausto. Hizo un esfuerzo para esquivar a la máquina que estaba acercándosele otra vez, blandiendo un hacha reluciente.

Al mover hacia abajo el brazo-hacha, Barrent se lanzó hacia aquel, en lugar de apartarse. Se cogió al brazo con ambas manos y dobló el metal. Este crujió y Barrent pensó que la juntura cedía ya. Si podía romper el brazo de metal, podría incapacitar a la máquina; por lo menos, el brazo sería un arma…

Max, súbitamente, se giró al revés. Barrent intentó mantener sus manos en el brazo de metal pero la máquina había dado ya un tirón. Cayó de cara al suelo. El hacha se movió rozándole el hombro.

Barrent rodó sobre sí mismo mirando a la galería. Estaba listo. Lo mismo daba que esperara tranquilamente el siguiente ataque de la máquina y lo aguantara. Los espectadores se sentían alegres, observando a Max que estaba empezando su transformación en otro modo de ataque mortal.

Y entonces vio a la muchacha que le estaba haciendo unas señas.

Barrent la miró fijamente, tratando de comprender lo que pretendía decirle. Le hacía gestos indicando que debía dar la vuelta a algo. Que debía dar la vuelta a algo y destruirlo.

No tenía más tiempo para seguir mirándola, medio aturdido por la pérdida de sangre, vacilaba sobre sus pies y vio que la máquina se disponía a atacar. No se molestó en comprobar qué arma había preparado; toda su atención estaba concentrada en sus ruedas.

Al abalanzarse sobre él, Barrent se arrojó bajo las ruedas.

La máquina trató de esquivarle pero no pudo hacerlo a tiempo. Las ruedas pasaron por encima del cuerpo de Barrent, haciendo que la máquina perdiera el equilibrio cayendo bruscamente de patas arriba. Barrent no pudo reprimir un gemido al recibir el impacto. Debajo de la máquina, tuvo que hacer acopio de las pocas fuerzas que le quedaban para intentar ponerse de pie.

Por un momento la máquina se balanceó, moviendo vigorosamente las ruedas. Luego se desplomó. Barrent se desmayó a su lado.

Al recobrar el conocimiento, vio que la máquina seguía tumbada igual. Estaba haciendo funcionar una serie de brazos para conseguir dar la vuelta y ponerse de pie.

Barrent se arrojó contra la barriga lisa de la máquina y empezó a golpearla con sus puños. No sucedió nada. Trató de arrancar una de las ruedas, pero no pudo. Max estaba a punto de dar la vuelta, a punto de ponerse en pie y reemprender la contienda.

Los gestos de la muchacha llamaron la atención de Barrent. Ella seguía haciéndole los gestos, como si quisiera indicarle que debía tirar de algo, repetida, insistentemente.

Sólo entonces fue cuando Barrent se fijó en una pequeña cajita de fusibles colocada cerca de una de las ruedas. Tiró de la tapa con fuerza, perdiendo casi toda la uña del dedo en su intento, y entonces quitó el fusible.

La máquina expiró graciosamente. Barrent se desvaneció.