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Las autoridades en Omega están de acuerdo en que un Cazado experimenta cierto cambio en el carácter. Si fuera capaz de pensar en la Cacería como en un problema abstracto, podría llegar a ciertas conclusiones más o menos válidas. Pero el típico Cazado, no importa cuan grande sea su inteligencia, no puede divorciar la emoción del razonamiento. Después de todo, es él quien va a ser cazado. Es presa del pánico. La seguridad parece estar oculta en la distancia y profundidad. Se marcha tan lejos de casa como le es posible; se esconde en las profundidades de la tierra a lo largo de vertederos y conductos subterráneos. Escoge la oscuridad en lugar de la luz, lugares vacíos en lugar de los llenos.
Esta conducta es bien conocida por los expertos cazadores. Como es natural, ellos buscan en primer lugar por los lugares oscuros, vacíos, en los pasillos subterráneos, en almacenes y edificios desiertos. Allí encuentran a los Cazados con inexorable precisión.
Barrent había pensado en todo eso. Había descartado su primer instinto, que era ir a ocultarse en la intrincada cloaca de Tetrahyde. En lugar de eso, una hora antes de amanecer, se dirigió directamente al gran edificio brillantemente iluminado que albergaba al Ministro de los Juegos.
Como los corredores parecían estar desiertos, entró rápidamente, leyó la guía, y subió por las escaleras hasta el tercer piso. Pasó frente a una docena de puertas de despachos, deteniéndose al final en una en la que colgaba un rótulo con las letras: Norins Jay, Subministro de Juegos. Escuchó unos momentos, abriendo luego la puerta y entrando.
Los reflejos del viejo Jay no estaban mal del todo, puesto que antes de que Barrent hubiera acabado de traspasar el umbral, él había notado ya las marcas carmesí en su rostro. Jay abrió un cajón y se inclinó hacia aquel.
Barrent no tenía deseos de matar al viejo. Arrojó el arma que le había entregado el Gobierno por mediación de Jay, dándole de lleno en la frente.
Jay se tambaleó hacia otras contra la pared, cayendo luego al suelo.
Inclinándose sobre él, Barrent comprobó que el pulso era fuerte. Ató y amordazó al subministro dejándole en un rincón, bajo la mesa que quedaba oculto a la vista. Buscando por los cajones de la mesa, encontró un rótulo que decía: Conferencia. No Molestar. Lo colgó en la parte exterior de la puerta y la cerró. Con su propia arma preparada, se sentó detrás de la mesa y esperó.
Amanecía, y un sol insípido se elevaba sobre Omega. Desde la ventana, Barrent podía ver las calles llenas de gente. En la ciudad había una atmósfera de carnaval épico; y el ruido de la celebración de la fiesta estaba adornado por un ocasional silbido de una bala o por el estallido de un arma-proyectil.
Al mediodía, Barrent seguía todavía sin ser descubierto. Miró por las ventanas, viendo que daban acceso a los tejados. Se alegró de tener una salida a mano, como Jay había sugerido.
A media tarde, Jay había recobrado el conocimiento. Después de intentar librarse de las ataduras durante un rato, continuó quieto debajo de la mesa.
Poco antes de anochecer alguien llamó con los nudillos en la puerta.
—Ministro Jay, ¿puedo entrar?
—En este momento no —respondió Barrent, en lo que esperaba sería una buena imitación de la voz de Jay.
—He pensado que le interesaría conocer las estadísticas de la Cacería —dijo el hombre—. Hasta ahora, los ciudadanos han dado muerte a setenta y tres Cazados, con dieciocho sueltos. Es una buena mejora sobre el año pasado.
—Sí —dijo Barrent.
—El porcentaje de los que se han escondido en el sistema de vertederos este año es mayor. Unos pocos han tratado de pasar desapercibidos continuando ocultos en sus propios domicilios. Ahora estamos comprobando en los restantes lugares corrientes.
—Excelente —dijo Barrent.
—Hasta ahora nadie ha hecho la rotura —dijo el hombre—. Es extraño que los Cazados no piensen en ellos. Pero naturalmente, esto nos evita tener que usar las máquinas.
Barrent se preguntó de qué diablos estaría hablando aquel hombre. ¿Rotura? ¿Dónde estaba lo que había que romper? ¿Y cómo habrían de ser usadas las máquinas?
—Estamos seleccionando ya los que van a tomar parte en los Juegos —añadió el hombre—. Me gustaría que diera usted su aprobación a la lista.
—Hágalo según su propio criterio —dijo Barrent.
—Sí, señor —dijo el hombre.
En seguida, Barrent oyó sus pasos que se alejaban por el pasillo. Tuvo la impresión de que aquel hombre sospechaba algo. La conversación había durado demasiado, debió de interrumpirla antes.
Quizá tuviera que cambiarse a otro despacho.
Antes de que pudiera hacer nada llamaron muy fuerte con los nudillos en la puerta.
—¿Sí?
—Comité de Ciudadanos de Reconocimiento —respondió una voz grave—. Por favor, abra la puerta. Tenemos motivos para creer que en ese despacho se esconde un Cazado.
—Tonterías —respondió Barrent—. No pueden entrar. Este es un despacho gubernamental.
—Podemos entrar —repuso la voz grave—. No hay ninguna habitación, despacho ni edificio que permanezca cerrado a un ciudadano durante el día de la Cacería. ¿Abre la puerta?
Barrent se había dirigido ya hacia la ventana. La abrió, y oyó tras él, el ruido de un hombre que golpeaba en la puerta. Disparó dos veces a través de la puerta para darles algo en qué pensar. Luego saltó al otro lado de la ventana.
Los tejados de Tetrahyde, Barrent lo vio en seguida, parecían un lugar perfecto para un Cazado; por consiguiente era el último lugar donde hubiera ido un Cazado. El laberinto de tejados estrechamente comunicantes, chimeneas, y campanarios parecía hecho a propósito para una caza; pero en los tejados habían ya algunos hombres. Le gritaron al verle.
Barrent empezó a correr. Los Cazadores iban detrás suyo, y otros se acercaban desde todos los lados. Saltó una abertura de unos cinco pies entre dos edificios, procurando mantener el equilibrio en un tejado escarpadamente inclinado y trepó por él.
El pánico le hacía correr. Iba dejando atrás a los Cazadores. Si hubiera podido aguantar la marcha durante unos diez minutos, habría conseguido una ventaja substancial. Habría podido dejar los tejados y encontrar un lugar mejor donde ocultarse.
Otra abertura de cinco pies entre dos edificios. Barrent saltó sin vacilar.
Aterrizó bien, pero su pie derecho quedó aprisionado entre un montón de escombros putrefactos, sepultándole hasta la cadera. Hizo un gran esfuerzo para tratar de librarse, para tratar de extraer la pierna, pero no podía hacer gran cosa en aquel tejado resbaladizo e inclinado.
—¡Allí está!
Barrent sacaba los escombros con ambas manos. Los Cazadores estaban casi a la distancia de disparar. Cuando hubiera conseguido librar su pierna, sería un blanco fácil.
Había conseguido hacer un agujero de tres pies en el tejado cuando los Cazadores aparecieron en el edificio contiguo. Barrent procuró sacar la pierna, pero al ver que todo era imposible en tal sentido, decidió saltar dentro del agujero.
Por un segundo estuvo en el aire; luego fue a parar en primer lugar sobre una mesa que se vino abajo con él, contra el suelo. Se levantó y vio que estaba en una vivienda perteneciente a un Hadji.
Una anciana estaba sentada en una mecedora a menos de tres pies. Estaba boquiabierta de terror; seguía meciéndose automáticamente.
Barrent oyó que los Cazadores estaban cruzando el tejado. Se dirigió hacia la cocina y salió por la puerta trasera, llegando a una pequeña valla. Alguien disparó contra él desde la ventana del segundo piso. Al mirar arriba, vio a un jovenzuelo que le apuntaba con un arma. Seguramente su padre debió de prohibirle que saliera a cazar por las calles.
Barrent salió a una calle y corrió hasta llegar a una callejuela. Le pareció familiar. Se dio cuenta de que estaba en el Distrito de Mutantes, y no muy lejos de la casa de Myla.
Podía oír los gritos de los Cazadores tras él. Llegó a casa de Myla, y encontró la puerta abierta.
Estaban todos juntos, el viejo de un ojo, la anciana calva y Myla. No mostraron sorpresa al verle entrar.
—De modo que te escogieron en la Lotería —dijo—. Bueno, es lo que nos esperábamos.
Barrent preguntó:
—¿Es que Myla lo leyó en el agua?
—No había necesidad de ello —respondió el anciano—. Era totalmente predecible, teniendo en cuenta la clase de persona que es usted. Audaz, pero no cruel. Ese es su problema, Barrent.
El viejo había declinado la obligatoria fórmula para dirigirse a un ciudadano Privilegiado; y esto, bajo aquellas circunstancias era también predecible.
—He visto suceder cosas parecidas años tras años —dijo el hombre—. Se sorprendería si supiera cuántos hombres jóvenes como usted llegan a esta habitación, jadeantes, con el arma en la mano como si pesara una tonelada, con los cazadores a tres minutos de distancia. Esperan que nosotros les ayudemos, pero los mutantes no deseamos meternos en líos.
—Cállate, Dem —dijo la vieja.
—Creo que tenemos que ayudarle —dijo Dem—. Myla lo ha decidido así por cuestiones suyas. —Sonrió burlonamente—. Su madre y yo le hemos dicho que está equivocada, pero ella insiste. Y puesto que ella es la única que lee en el tiempo, debemos dejar que sea ella la que decida.
Myla dijo:
—Aún con nuestra ayuda, hay muy pocas probabilidades de que consiga librarse de la Cacería.
—Si me matan —dijo Barrent—, ¿cómo sería cierta su predicción? Recuerde, me vio mirando mi propio cadáver, y este estaba en fragmentos brillantes.
—Ya lo recuerdo —dijo Myla—. Pero su muerte no afecta a la predicción. Si no le sucede en esta vida, puede sucederle sencillamente en otra encarnación.
Barrent no se sintió animado. Preguntó.
—¿Qué haré?
El anciano le tendió unos harapos.
—Póngaselos, y yo me ocuparé de su rostro. Usted, amigo mío, va a convertirse en un mutante.
En poco rato, Barrent volvía a estar en la calle. Iba vestido con harapos. Bajo ellos llevaba el arma en una mano, mientras que en la otra la tendía en forma de cuenco pidiendo limosna. El anciano había estado trabajando pródigamente con plástico rosado amarillento. El rostro de Barrent estaba ahora monstruosamente hinchado en la frente, y su nariz era chata y ancha, cubriéndole buena parte de las mejillas. La forma de su rostro había sido alterada, y las marcas de Cazado habían sido ocultadas.
Un grupo de Cazadores pasó por su lado, dirigiéndole apenas una mirada. Barrent empezó a sentirse más animado. Había ganado un tiempo valiosísimo. Los últimos resplandores del insípido sol de Omega iban desapareciendo tras el horizonte. La noche le proporcionaría más oportunidades, y con un poco de suerte podría eludir a los Cazadores hasta el amanecer. Después habrían los Juegos, naturalmente; pero Barrent no tenía intención de participar en ellos. Si aquel disfraz era suficientemente bueno para protegerle de toda una ciudad al acecho, no había razón por la cual tuviera que ser capturado para los Juegos.
Tal vez, una vez hubieran pasado aquellas fiestas, podría aparecer de nuevo en la sociedad de Omega. Era muy posible que si conseguía sobrevivir a la Cacería y escapar también a los Juegos fuera especialmente galardonado. Burlarse de aquella manera tan presuntuosa y además con éxito, de la Ley, tendría que ser premiado…
Vio otro grupo de Cazadores que se acercaba hacia él. El grupo estaba formado por cinco, y con ellos iba Tem Rend, pareciendo sombrío y orgulloso con su nuevo uniforme de Asesino.
—¡Tú! —gritó uno de los Cazadores—. ¿Has visto pasar alguna presa por aquí?
—No, ciudadano —respondió Barrent, inclinando la cabeza respetuosamente, con el arma preparada y bien agarrada con la mano debajo de los harapos.
—No le creáis —dijo un hombre—. Esos malditos mutantes no nos dicen nunca nada.
—Vamos, ya le encontraremos —dijo otro hombre.
El grupo reemprendió la marcha. Tem Rend quedó algo rezagado.
—¿Estás seguro de no haber visto a un Cazado por aquí? —preguntó Rend.
—Positivamente, ciudadano —dijo Barrent, preguntándose si Rend le había reconocido.
No deseaba matarle; en realidad, no estaba seguro de poder hacerlo, puesto que los reflejos de Rend eran extraordinariamente rápidos. En aquel momento, el arma de Rend estaba preparada en su mano, mientras Barrent estaba apuntándole ya. Aquella pequeña ventaja podía ayudarle a vencer la superior velocidad y habilidad de Rend.
Pero si pensaba en las conclusiones, pensó Barrent, habría seguramente un empate, en cuyo caso, sería más que probable que uno matara al otro.
—Bien —dijo Rend—. Si ves a algún Cazado, dile que no se disfrace de mutante.
—¿Por qué no?
—Esa treta no sirve demasiado rato —dijo Rend con suavidad—. Le da a un hombre una hora de gracia. Luego los chivatos le señalan. Ahora, si yo fuera uno de los cazados, emplearía el disfraz de mutante. Pero no me estaría sentado en una esquina. Procuraría salir de Tetrahyde.
—¿Eso haría?
—En efecto. Cada año algunos Cazados escapan hacia las montañas. Los oficiales no hablan de eso, naturalmente, y la mayoría de ciudadanos no lo saben. Pero el Gremio de Asesinos tiene informes completos de todos los trucos, inventos y escapadas que se emplean. Es parte de nuestro trabajo.
—Muy interesante —dijo Barrent.
Sabía que Rend había visto a través de su disfraz. Tem estaba siendo un buen vecino…, aunque un mal asesino.
—Naturalmente —dijo Rend—, no es fácil salir de la ciudad. Y una vez un hombre ha conseguido salir, no significa por ello que esté libre. Hay patrullas de Cazadores que vigilan afuera, y aún algo peor que eso…
Rend se detuvo bruscamente. Un grupo de Cazadores se acercaba a ellos. Rend saludó alegremente y se fue.
Cuando los Cazadores hubieron pasado, Barrent se levantó y empezó a andar. Rend le había dado un buen consejo. Naturalmente algunos hombres escaparían de la ciudad. La vida en las desnudas montañas de Omega sería extremadamente difícil; pero cualquier dificultad sería mejor que la muerte.
Si podía conseguir llegar hasta las murallas de la ciudad, tendría que vigilar las patrullas de cazadores. Y Tem había mencionado algo peor. Barrent se preguntaba qué sería. ¿Tal vez Cazadores especializados en seguir la pista por las montañas? ¿El clima inestable de Omega? ¿La maligna flora y fauna? Deseaba que Rend hubiera podido terminar la frase.
Al caer la noche llegaba a la muralla Sur. Se inclinó dolorosamente por encima de aquella, dirigiéndose cojeando hacia el destacamento de la guardia que bloqueaba su salida.