Capítulo Diecinueve

19

Barrent recobró el conocimiento en una habitación oscura, de alto techo. Estaba tendido en una cama. Habían dos personas de pie muy cerca de él. Parecían estar discutiendo.

—Es que no tenemos tiempo para esperar más —decía un hombre—. Es preciso que te des cuenta de la urgencia de la situación.

—El doctor ha dicho que necesita por lo menos tres días más de descanso —decía una voz de mujer.

Después de unos momentos, Barrent se dio cuenta de que era la voz de Moera.

—Puede tener esos tres días.

—Pero necesita tiempo para prepararse.

—Me dijiste que era inteligente. La preparación no puede ocuparnos demasiado tiempo.

—Se necesitan semanas.

—Imposible. La nave aterrizará dentro de seis días.

—Eylan —decía la muchacha—. Estás tratando de moverte demasiado de prisa. Al siguiente día de Desembarco estaremos mucho mejor preparados.

—La situación puede que se nos haya escapado de la mano por aquel entonces —dijo el hombre—. Lo siento, Moera, tenemos que usar a Barrent inmediatamente, o no podremos usarle jamás.

Barrent preguntó:

—¿Usarme? ¿Para qué? ¿Dónde estoy? ¿Quién es usted?

El hombre se acercó a la cama. Bajo la tenue luz, Barrent vio a un hombre muy alto, delgado, mayor, y que llevaba un bigote cepillo.

—Me alegro de que esté despierto —dijo—. Mi nombre es Swen Eylan. Estoy al mando del Grupo Dos.

—¿Qué es el Grupo Dos? —preguntó Barrent—. ¿Cómo consiguieron sacarme de la Arena? ¿Es que son agentes del Negro?

Eylan sonrió.

—Agentes precisamente no. Ya se lo explicaremos todo con detenimiento dentro de poco. Primero, creo que sería mejor que comiera y bebiera algo.

Una enfermera entró llevando una bandeja. Mientras Barrent comía, Eylan acercó una silla y estuvo contándole a Barrent lo relativo al Negro.

—Nuestro Grupo —empezó Eylan—, no puede decirse que haya empezado con la religión del Mal. Esta parece ser que brotó espontáneamente en Omega. Pero desde entonces, nos hemos aprovechado ocasionalmente de ella. Los sacerdotes han sido considerablemente cooperadores. Después de todo, los adoradores del Mal han elevado un alto valor sobre la corrupción. Por consiguiente, a los ojos de los sacerdotes de Omega, la apariencia de un Negro fraudulento no es un anatema. Todo lo contrario, pues en el ortodoxo culto al Mal, una parte de énfasis se basa sobre imágenes falsas, en especial si se trata de imágenes grandes, fieras, impresionantes como la que hemos hecho servir para rescatarle de la Arena.

—¿Cómo consiguen producir aquel efecto? —preguntó Barrent.

—Tiene que hacerse con superficies de fricción y planos de fuerza —dijo Eylan—. Tendrá que preguntar a los ingenieros para saber más detalles.

—¿Por qué me rescataron? —preguntó Barrent.

Eylan dirigió una mirada a Moera, quien se encogió de hombros. Pareciendo sentirse ligeramente incómodo, Eylan dijo:

—Nos gustaría podernos servir de usted para un trabajo muy importante. Pero antes de hablarle de ello, creo que sería mejor que supiera algo concerniente a nuestra organización. Estoy seguro de que debe sentir cierta curiosidad acerca de todos nosotros.

—Bastante, en efecto —respondió Barrent—. ¿Forman una especie de élite criminal?

—Somos una élite —dijo Eylan—, pero no nos consideramos criminales. En Omega han llegado dos tipos completamente diferentes de personas. Hay los verdaderos criminales acusados de asesinato, incendios, de atracos a mano armada, y cosas por el estilo. Todos esos son la gente entre los cuales usted vivía. Y hay las personas acusadas de crímenes secundarios, tales como divergencias políticas, científicos inortodoxos, y actitudes antirreligiosas. Estas personas son las que componen nuestra organización, que, con el fin de identificación, nosotros llamamos Grupo Dos. Por lo que podemos recordar y por lo que hemos podido reconstruir, nuestros crímenes eran en gran parte cuestión de sostener distintas opiniones de las que prevalecían en la Tierra. Éramos no-conformistas. Probablemente constituiríamos un elemento inestable y una amenaza para las fuerzas invasoras. Por consiguiente, fuimos deportados a Omega.

—¿Y ustedes se han separado, por sí solos, de los demás deportados? —preguntó Barrent.

—Sí, por necesidad. Por una cosa, los verdaderos criminales del Grupo Uno no son fácilmente controlables. No podíamos dirigirles, ni podíamos permitir dejarnos regir por ellos. Pero más importante que eso, era que nosotros teníamos trabajo que sólo podíamos efectuar en completo secreto. No teníamos idea de qué medios se valían las naves de vigilancia para vigilar la superficie de Omega. A fin de mantener nuestra seguridad intacta, decidimos escondernos debajo de la tierra, en subterráneos, para expresarnos con más detalle. La habitación en la que nos encontramos en este momento está a unos doscientos pies debajo de la superficie. Nos mantenemos escondidos, con excepción de agentes especiales como Moera, quienes separan a los prisioneros políticos y sociales que forman el Grupo Dos de los demás.

—A mí no me separaron —dijo Barrent.

—Claro que no. Usted estaba acusado al parecer de asesinato, lo cual le colocaba automáticamente entre los que forman el Grupo Uno. Sin embargo, su conducta no era la típica del Grupo Uno. Parecía poseer un material potencial suficientemente bueno y adecuado para nosotros, por lo cual le ayudamos en algunas ocasiones. Pero teníamos que estar seguros de usted antes de admitirle en el Grupo. Su poca afición y aversión al asesinato decían mucho en su favor. Además, preguntamos a Illiardi después de que usted le localizara. No parecía haber razón alguna por la cual debiéramos dudar de que él había realizado en efecto el asesinato por el cual fue usted acusado. Todavía más en su favor estaban sus cualidades altamente resistentes, como lo ha demostrado en la última exhibición durante la Cacería y los Juegos. Nosotros necesitamos un hombre de sus habilidades.

—¿De qué se trata ese trabajo? —preguntó Barrent—. ¿Qué es lo que quieren realizar?

—Queremos regresar a la Tierra —dijo Eylan.

—Pero eso es imposible.

—No lo creemos así —dijo Eylan—. Hemos dedicado a ello muchas horas de estudio. A pesar de las naves de vigía, creemos que es posible regresar a la Tierra. Sabremos si estamos en lo cierto o no dentro de seis días, cuando deberá llevarse a cabo la prueba.

Moera intervino para decir:

—Sería mejor esperar otros seis meses.

—Imposible. Un retraso de seis meses sería ruinoso. Cada sociedad tiene un propósito, y la población criminal de Omega está acercándose a su propia destrucción. Barrent, parece sorprendido. ¿Es que no lo cree así?

—Nunca se me había ocurrido pensar en eso —dijo Barrent—. Después de todo, yo formaba parte de esa población.

—Es evidente —dijo Eylan—. Tenga en cuenta las instituciones… todas se centran en torno al asesinato legalizado. Las fiestas son excusas para realizar asesinatos en masa. Incluso la ley, que rige el promedio de muertes, está viniéndose abajo. La población vive cerca del borde del caos. Y es natural. Ya no hay seguridad alguna. La única manera de seguir viviendo es matar. La única forma de ascender en categoría social es matar. La única cosa segura es matar… más y más, y más de prisa.

—Estás exagerando —dijo Moera.

—No lo creas. Me he dado cuenta de que parece haber una cierta permanencia para las instituciones de Omega, un cierto conservacionalismo inherente incluso al asesinato. Pero es una ilusión. No tengo duda de que todas las sociedades moribundas proyectan sus ilusiones de permanencia hasta el mismo fin. Pues bien, el fin de la sociedad de Omega está acercándose a pasos agigantados.

—¿Para cuando? —preguntó Barrent.

—Creo que se llegará a un punto decisivo dentro de unos cuatro meses —dijo Eylan— la única manera de cambiar esto sería dar a la población una nueva dirección, una causa diferente.

—La Tierra —dijo Barrent.

—Exacto. Por esto debemos intentarlo inmediatamente.

—Bueno, aunque no sé gran cosa de todo el asunto —dijo Barrent—. Estoy con ustedes. Me gustará tomar parte en su expedición.

Eylan pareció nuevamente incómodo.

—Supongo que no debo de haberme expresado con suficiente claridad —dijo—. Usted es quien será la expedición, Barrent. Usted y sólo usted… Perdone si le he asustado.