—¡Will!
Hacía tanto tiempo que nadie lo llamaba por aquel diminutivo —bien mirado, ni siquiera se dirigían a él por su nombre de pila— que al principio no cayó en la cuenta de que le hablaban a él. Estuvo a punto de pasar de largo, y solo se detuvo por la mirada insistente de ella. Entonces reaccionó a la llamada y se quedó quieto.
Su cara le resultaba a la vez conocida y desconocida. En Bellman & Black conocía a todo el mundo, pero ahora estaba en plena High Street de Whittingford. No era capaz de ponerle nombre a aquel rostro que, por lo demás, le resultaba muy familiar. La mujer le sonrió, le preguntó cómo le iba, y él se esforzó por responder hasta que averiguase quién…
—Soy Jeannie Armstrong. Jeannie Aldridge era mi nombre de soltera… Cuánto tiempo hace… No te culpo por no reconocerme, he cambiado.
Había trazas de la Jeannie que él conoció en su día en aquella mujer. Era más vieja, estaba más gorda, más gris. Sin embargo, el tiempo no era lo único que la había transformado. Había sucedido algo más que oscurecía sus ojos y su semblante.
Le contó la historia de sus hijos. Rob, el mayor, que ahora repartía el pan en la fábrica y en la casa de la fábrica.
—Gracias a Dios que contamos con él, no me canso de decirlo. Aunque todavía es un muchacho, ha asumido todas las responsabilidades de la panadería, el reparto y todo lo demás, y no sé cómo nos las habríamos arreglado sin él. Tu Dora se ha portado con él como un ángel, le ha enseñado a llevar la contabilidad y muchas más cosas, lo cierto es que la está llevando ella hasta que el pequeño termine el colegio y pueda ayudarle más. Yo no puedo estar en la panadería y cuidando de Fred, como comprenderás. Y ahora que cada día me necesita más, apenas puedo dejarlo solo un momento. Ahora mismo está con él nuestra hija, yo tenía que ir a recoger…
Bellman hizo sus deducciones: Fred estaba enfermo, Rob había ocupado el puesto de su padre antes de lo esperado, su propia hija los estaba ayudando. Recordó vagamente uno de los informes de Ned; le sonaba que le habían dicho que el panadero no estaba bien, pero que el reparto no se había resentido. Le parecía recordar algo de que Ned le estaba enseñando contabilidad a Dora y que esta echaba una mano en la fábrica de vez en cuando. Aquello había cobrado realidad de una manera insospechada.
El parloteo de Jeannie se había cortado en seco al pasársele una idea por la cabeza.
—¿Por qué no te pasas a saludarlo? «Siempre he sabido que llegaría lejos, ese Bellman», eso suele decir Fred. Asegura que lo tiene claro desde que erais niños. Y tú le diste su gran oportunidad, el pan para los desayunos de la fábrica. Eso es lo que nos solucionó la vida. Eso no se le olvida.
El azul de los ojos de Jeannie ya no era el de los cielos despejados de su juventud.
De súbito, surgió de la nada una imagen: el río, las espadañas crecidas, las piernas blancas extendidas sobre la hierba de la orilla con las botas negras puestas. Se percató de que también ella lo recordaba. Supo que lo había recordado.
—Ven a verlo, Will. Significaría mucho para él.
—Sí. Lo haré.
—Entonces, ¿estás trabajando con Ned en las oficinas de la fábrica? —le preguntó a Dora durante el desayuno.
—Llevo haciéndolo desde el último año y medio.
Él asintió.
—¿Te gusta?
—Sí.
—¿Y la contabilidad de la panadería?
La chica asintió con lentitud y un gesto grave.
—Los Armstrong tenían la intención de sacar del colegio a Fred y Billie para que les echasen una mano. Comprendo por qué lo consideraban necesario, pero me pareció que eso era una solución a corto plazo. Con uno o dos años más de escuela, serán mucho más útiles. Rob puede hacerse cargo de todo lo que implica el negocio si alguien lo ayuda con el papeleo.
—Así que lo estás haciendo tú. ¿Te pagan?
Ella sonrió.
—El pan de casa es gratis y los domingos podemos disponer del carro de reparto para hacer excursiones. Y cuando Rob se queda dormido durante un picnic o en tu vieja butaca cuando trae las facturas, me sirve de modelo para mis dibujos durante una hora seguida como mínimo, sin moverse una pulgada. A mí me parece un trato justo.
Bellman hizo un gesto de aprobación.
—En cualquier caso, siempre sería mucho más costoso conseguir otro panadero si nos fallase el horno de Armstrong.
—He oído que irás a visitarlo antes de volver a Londres —comentó Dora, inquisitiva, mientras buscaba la mermelada—. Se lo ha dicho Rob a Mary esta mañana al traer el pan.
Bellman frunció el ceño de golpe y le devolvió la mirada. Era verdad. Lo había prometido.
Meneó la cabeza.
—Debería… Pero ahora mismo… —Señaló con un gesto la carta que tenía al lado. Era de Verney, y le planteaba una serie de problemas surgidos durante su corta ausencia, para que fuese rumiando durante el trayecto de vuelta, de modo que llegase listo para actuar. Debía volver a Londres lo más pronto posible.
—Me necesitan en Londres —se justificó.
La urgencia se había apoderado de él. Se levantó de la silla mientras se limpiaba la boca con la servilleta, antes incluso de tragarse el último bocado de la tostada.
—Además, ¿qué le pasa al señor Armstrong?
La mirada y la voz de Dora fueron neutras:
—Se está muriendo.
—Diles que iré la próxima vez —dijo haciendo oídos sordos a la respuesta de su hija, y se le cayó la servilleta al suelo en su prisa por llegar a la puerta. La abrió y salió a toda prisa.
—La próxima vez ya será tarde —le dijo Dora a la puerta mientras se cerraba.
Le dio otro mordisco a la tostada.
Bellman tomaba notas en su cuaderno y las seguía a rajatabla. En su siguiente carta a Ned le comunicó que había decidido pagarle un funeral de Bellman & Black al panadero de la fábrica. Le pedía que tuviese la amabilidad de notificárselo a la señora Jeannie Armstrong en su momento, y también que actuase como intermediario entre la viuda y el señor Latimer, el director en funciones de Bellman & Black, para llevar a cabo las disposiciones adecuadas según los deseos de la familia. Añadió una nota con el mismo contenido en un informe rutinario al señor Latimer.
Algunas semanas después estaba examinando una pila de documentos en su escritorio con su furiosa energía habitual y le llamó la atención una factura.
¿Qué era aquello? ¿Una factura por un funeral a cuenta de Bellman & Black? A nombre de Armstrong…
¡Fred!
La sangre le hirvió, el corazón se le aceleró, se le hizo un nudo en la garganta.
Con un garabato incluso más veloz y menos legible de lo acostumbrado firmó la factura y se apresuró a pasar al siguiente documento.
Se concentró profundamente, tanto como pudo, en sus papeles. Trabajó a toda velocidad, y luego aún más deprisa. Trabajó sin tregua cada minuto, cada segundo, cada fracción de segundo. Cuando la pila de documentos quedó liquidada, cogió un complicado análisis de su contable que requería desde hacía algún tiempo una evaluación y se puso con ello hasta las primeras horas de la madrugada, anotando y enumerando preguntas. Al terminar, redactó una valoración de la propuesta. Luego encontró algunas otras tareas menores en las que ocuparse. Cuando llegó la mañana y Verney llamó a la puerta, ya se había olvidado de toda aquella sangre, de su corazón, de su garganta, y el funeral de Fred no era más que un detalle de un pasado lejano.