Los grajos no tienen demasiados remilgos en lo que se refiere a la comida. Les gustan los insectos, los mamíferos (mejor muertos), las bellotas, los crustáceos, la fruta, los huevos… Si hay algo por lo que el grajo siente debilidad es por las lombrices y por las jugosas y blanquecinas larvas de los zancudos, pero lo cierto es que disfruta engullendo casi cualquier cosa que encuentre o que robe.
Al pobre herrerillo le cuesta tanto conservar su temperatura corporal que tiene que pasarse casi todo el día buscando comida. Lo mismo le sucede al arao, cuyas alas son tan poco eficaces fuera del agua que no puede pensar en otra cosa que en comer cada dos por tres para almacenar la energía que le hace falta para elevarse por los aires. Por el contrario, el grajo, criatura sobresaliente donde las haya, es capaz de encontrar todo el alimento que necesita en un par de horas al día y dedicar el resto de su tiempo al ocio.
¿Qué hace el grajo con su tiempo libre?
1. Cuenta chistes y cotilleos.
2. Diseña herramientas útiles y arrojadizas.
3. Aprende a hablar otros idiomas. El grajo es capaz de imitar la voz humana, el ruido de la grúa de un leñador o el estrépito de un vaso al romperse. Y, si quiere divertirse de verdad, puede silbarle a vuestro perro para que acuda a su llamada.
4. Disfruta de la poesía y la filosofía.
5. Es un experto en historia de los grajos.
6. Sabe más que vosotros de geología (aunque, dado que es un conocimiento que se transmite de padres a hijos, entra en la categoría de «anécdotas familiares»).
7. Tiene una buena formación básica de mitología, magia y brujería.
8. Es un apasionado del ritual.
La ventaja principal de tener en su poder la llave de la despensa del mundo es que los grajos disponen de tiempo para pensar, de potencia mental para recordar… y de la cordura necesaria para reírse.
En latín, al grajo se le llama Corvus frugilegus, que significa «el recolector de alimentos», a causa de la extraordinaria habilidad con la que se aplica a sus necesidades nutricionales.