26

Al abrir el correo una mañana, Rose endureció el gesto.

—¿Problemas?

—Mi tío ha muerto.

La cuchara de William se quedó paralizada sobre sus gachas.

—¿Cuál de ellos?

—Mi tío Jack.

—¿Cuándo es el funeral?

—El jueves. Pero no te sientas obligado a ir. Estás muy ocupado con lo del depósito. No veía a mi tío desde niña; a nadie le sentará mal.

William se tragó una cucharada de gachas.

—Me puedo tomar medio día libre para ir.

Con el sentimiento de superioridad propio de los vivos, William se descubrió deseando que llegase la hora del funeral. El desagrado que le producía aquel hombre con el que jamás había hablado se disipó en cuanto supo que estaba muerto, y fue en carro hasta la iglesia de Upper Wychwood con una ligereza de espíritu que generalmente no asociaba con los funerales.

A la entrada del templo parecía que alguien le esperaba. Era el hombre de negro. William sintió una punzada de asombro. Los ojos del individuo se volvieron en dirección a él con una expresión divertida que él consideró inadecuada para la ocasión. Simplemente, daba la impresión de que le entretuviese la turbación de William, como si adivinase el malentendido y hubiera esperado aquel momento para reírse a su costa.

William se sintió horrorizado cuando el tipo se le acercó como si pretendiese saludarlo. En el instante en que esperaba que el hombre abriese la boca para decir algo —«¡Justo la persona a la que estaba esperando!», era lo que parecía que se moría de ganas de decirle— otros asistentes al funeral llegaron a la iglesia. El hombre de negro se vio obligado a retroceder para cederles el paso, y al entrar la comitiva se confundió entre la gente, no sin antes volver la cabeza para hacerle un gesto guasón a William. «¡En otro momento será! —parecía indicarle—. ¡No hay prisa!»

Cualquiera que hubiese sorprendido aquel gesto habría dicho que destilaba buena fe y amistad.

William estaba furioso.