William meditó sobre los hombres de Stroud, que intentaban comprar a sus obreros, a los tejedores, bataneros y empaquetadores a quienes él había enseñado y formado de modo que encajasen a la perfección en su fábrica. Todo el mundo estaba convencido de que la clave era el dinero, pero no lo era. ¿Por qué pagar salarios más altos a cambio del mismo rendimiento? Era reticente a aumentar los sueldos por realizar el mismo trabajo. El dinero debería reportar mucho más que eso.
Tenía una idea mejor.
Una mañana, William estaba en la cocina cuando entró el mozo para entregar el pan.
—Dile a tu padre que quiero verle, por favor. Puede pasarse por aquí esta tarde.
A las tres, Fred Armstrong se presentó en la puerta de la cocina.
Se saludaron con un apretón de manos.
Hubo una época en que Fred Armstrong acostumbraba a pasar bastante tiempo en aquella casa. Durante la adolescencia, ambos habían comido manzanas allí mismo, justo allí, antes de que Will se fuese a estudiar con su primo Bellman.
Al recordarlo, estrechando la mano de William como si fuese la de un desconocido, aquel recuerdo parecía improbable. ¿Debía llamar William a aquel hombre? Diez años antes se habían emborrachado juntos en el Red Lion, y hoy su amigo de la infancia era el director de la fábrica… y un desconocido. ¿Tal vez debía llamarle señor Bellman?
Fred echó un vistazo a las cajas de embalar a su alrededor.
—He oído que te mudas.
—Así es. A partir de mañana viviremos en la casa de la fábrica.
—¿Hay algún problema con el pan? Si hay algo que esté mal…
—El pan está bien. Me gustaría comprarte más.
Se apoyaron en la mesa de la cocina y William le expuso su proyecto. Tantos centenares de panecillos entregados en la fábrica a tal hora.
Fred estaba perplejo.
—Esto es lo que te pagaré… —William garabateó la cifra en un pedazo de papel. Era una suma cuantiosa que le hizo alzar las cejas al otro—. Lo que supone que cada unidad… —Y añadió el precio por panecillo.
El panadero se quitó la gorra y se rascó la cabeza.
—Imposible.
—¿Imposible?
—No es una cuestión de precios. Solo tengo a dos chicos, y necesitaría dos hornos más para hacer esta cantidad.
—Siéntate. —William hizo un gesto con la cabeza hacia un cajón de embalaje.
Uno frente al otro, el director de la fábrica y el panadero se inclinaron sobre un folio lleno de cifras. Ahora eran juiciosos hombres de negocios. Calcularon reducciones que podían aplicarse en el coste de la harina, dada la magnitud de los pedidos que les ocupaban; añadieron el coste de los dos nuevos hornos. ¿Cuántos trabajadores extra necesitaría el panadero? Añadieron el coste.
—Tengo un hombre que se encarga de entrevistar a la gente que viene a la fábrica a pedir trabajo. En cuanto vea a alguien apropiado para la panadería te lo enviará.
Frase por frase, cifra por cifra, aquel proyecto imposible quedó resuelto, desde el préstamo que William le concedería a Fred para adquirir los nuevos hornos hasta el regreso temporal del padre de Fred a la panadería para vigilar el funcionamiento durante los primeros días. Se solucionó cada una de las dificultades, cada obstáculo fue sorteado. Y, finalmente, el beneficio extra que Fred podría obtener…, «por semana»…, el lápiz hizo un trazo enérgico…, «por mes», nuevo garabato, «y por año»…, la última floritura.
Cuando el acuerdo quedó sellado con un apretón de manos, Fred había recuperado la confianza de los viejos tiempos con William.
—Tu primo Charles ha estado en Whittingford hace poco, ¿verdad? —comentó Fred, por charlar un poco antes de marcharse.
William asintió.
—Y Luke…
William estaba inspeccionando una caja, marcando algo en una lista.
—Fuiste tú quien lo sacó de debajo de la rueda, me parece recordar, ¿no?
William asintió con tal vaguedad, la mirada perdida quién sabe dónde, que quedó claro que no estaba escuchando realmente. En fin, todo el mundo está atareado si va a mudarse al día siguiente. Lo comprendía, él también era un hombre atareado.
Volvieron a estrecharse las manos y Fred se fue a su casa.
—Esta es la segunda vez que Will Bellman me beneficia de una manera crucial en mi vida —le dijo a Jeannie un rato después.
—¿Cuándo fue la primera?
—No me habría atrevido a cortejarte si él no me hubiese convencido. Lo mío no era charlar con las chicas, ¿te acuerdas?
Jeannie se acordaba. Y mientras recordaba un día junto a la orilla del río, sus piernas desnudas ocultas tras las espadañas, su marido recordaba el día en que un tirachinas perfecto disparó una piedra que trazó una parábola perfecta, cruzó el cielo y derribó a un pájaro negro perfecto cuya negrura albergaba destellos púrpura, amatista y azul.
—Mañana se va a trasladar con su familia a la casa de la fábrica. Por lo visto, Charles, su primo, no está interesado en dirigirla en persona. —Y durante la cena, mientras seguía dándole vueltas al recuerdo—: Siempre he sabido que prosperaría, ese Will Bellman.
Un panadero de una ciudad pequeña no puede encargar dos hornos nuevos sin que se hable de ello. La noticia se extendió. William les daría el desayuno a sus trabajadores. Y el lechero les suministraría la leche. La competencia se partía de la risa. ¿Es que aquel hombre se había vuelto loco?
William era consciente de que asumía un riesgo. ¿Qué cantidad de bajas por enfermedad y ausencias podían eliminarse proporcionando un panecillo y un vaso de leche diarios a cuatrocientos trabajadores? ¿A cuántas familias se podría persuadir de que se quedasen con Bellman en lugar de marcharse a Stroud?
No había ninguna garantía de que funcionara, pero no hay nada garantizado en esta vida. Las posibilidades se barajan, y los cálculos de Bellman le decían que era probable que funcionase. Había que arriesgarse.
Llegado el momento comprobó que, si acaso, había subestimado el impacto que tendrían los bollitos y la leche. Menos ausencias, menos bajas por enfermedad, aumento de productividad. Y la contratación de personal era mucho más fácil, las colas de gente deseosa de trabajar en la fábrica de Bellman no dejaban de aumentar, y solo los descartados se sentían tentados de dirigirse a Stroud.
Una vez resuelto aquel problema, ya podía concentrarse en impulsar su idea sobre el suministro de energía. Ahora que el ferrocarril le traía el carbón, sumado a su proyecto de construir un depósito en el terreno de Turner, podría llegar incluso a duplicar su rendimiento. El ingeniero comenzaría el lunes.