El grajo joven tiene un pico sólido y negro. Al llegar a la madurez, se vuelve gris aquí y allá. En el punto donde se une con la cara aparece ribeteado por una excrecencia hundida y verrugosa —tengo que decirlo— muy fea. Hay quien asegura que se trata de una venganza incompleta: el conjuro que debía transformarlo en estatua solo tocó su pico antes de que lograse alzar el vuelo y escapar. En realidad, el aspecto de ese pico tiene más que ver con la supervivencia. Cualquier herramienta recién salida de la forja tiene un aspecto estupendo. Usadla durante unos cuantos años para excavar en la tierra, romper huesos, golpear animales marinos contra las rocas y ya veréis lo bonita que queda. El pico del grajo está perfectamente diseñado para la supervivencia, y un pico pierde su belleza en un abrir y cerrar de ojos.

Está muy bien dotado para la supervivencia. Es un ser antiquísimo, pues habita en el planeta desde mucho antes que los humanos, algo que puede percibirse en su canto: el graznido es áspero y ronco, pensado para un mundo antiguo anterior a la innovación que representaron la flauta, el laúd y la viola. Antes de que se inventara la música, el planeta mismo le enseñó a cantar. El pájaro imitó el tremendo fragor del mar, la temible erupción de los volcanes, el rechinar de los glaciares, el rugido geológico de la tierra al desgarrarse agónicamente y reconstruirse. Teniendo esto en cuenta, no os sorprenderá que su voz no posea el dulce encanto del mirlo de vuestro jardincito (aunque, si tenéis oportunidad, prestad atención cuando el cielo se llene de grajos; es más que bello: es esplendoroso).

Con tantos siglos de experiencia a cuestas, el grajo es un animal resistente. Posee la capacidad de volar a través de fuertes aguaceros e intensas ventiscas. Baila con el relámpago y, cuando se deja oír el trueno, es el primero en salir a armar jaleo. Surca alegremente el aire desprovisto de oxígeno de las cumbres y, sin preocuparse de nada, sobrevuela los desiertos. Las plagas, las hambrunas y el campo de batalla son familiares para el grajo. Sabe sacarles partido. Se siente como en casa en cualquier sitio. Va a donde le apetece y, cuando le apetece, vuelve. Sin parar de reír.

Temperatura, altitud, peligro… Todo aquello que representa una barrera para los humanos no lo es para los grajos. Sus horizontes son más amplios. Por eso los grajos se encargan de acompañar a las almas en su partida a través de una densa niebla de misterio hasta el lugar donde no se requiere aire y donde la sed no importa demasiado. Una vez depositan en dicho lugar el alma que tu cuerpo ha dejado escapar, regresan a través de otros mundos, otros banquetes de lengua de unicornio e hígado de dragón, hasta el nuestro.

Hay un sinfín de sustantivos colectivos para los grajos. En algunos lugares la gente se refiere a ellos como un «clamor» de grajos.