—Le está yendo muy bien —le dijo Paul a Dora—. ¿Sabes qué dijo Crace de tu hijo en el secadero? Si hay una manera de conseguir que el sol brille durante la noche, puedes estar seguro de que el joven Will dará con ella.
Ella se echó a reír.
A Paul le gustaba agasajar a su cuñada con ese tipo de cumplidos sobre su hijo.
William estaba tardando un poco en salir de la sacristía. Como hacía demasiado frío para esperar en el patio de la iglesia, Dora se quedó en la parte trasera del templo; no es que la temperatura variase mucho, pero por lo menos estaba a resguardo del viento, que hacía que le doliesen los oídos.
—No le asusta el trabajo duro. Y ha comprendido el aspecto técnico de cada cosa extraordinariamente bien. El supervisor hizo un comentario sobre lo inteligente que es, creo que nos lo habría robado a la más mínima oportunidad.
—¿Y ahora que está en la oficina?
—Al principio, Ned Haddon estaba un poco mosqueado con el asunto. Sabe muy bien que no voy a dejar a mi sobrino en los batanes, así que debió de plantearse qué entrañaba eso para su propio puesto. Pero no veo a William sentado tras una mesa garabateando papeles todo el día. Necesita algo más amplio que eso.
—William le llevó mi receta de tarta de frutas a la madre de Ned Haddon. Nos ha traído una cesta de nueces a cambio.
Paul sonrió.
—Tiene cierta habilidad para llevarse bien con la gente. Y Ned vuelve a estar tranquilo.
—¿No hay nadie con quien se lleve algo más que bien?
—¿Las hilanderas?
Ella apretó los labios.
—Si me enterase de algo que me pareciera más preocupante de lo normal le pondría fin. Es un muchacho, Dora. Ya sabes cómo son los muchachos.
Dora le dirigió una mirada fría, el fantasma de su hermano se hizo presente de súbito y él se arrepintió de lo que acababa de decir.
—Ese rumor sobre las timbas… —continuó la madre.
—¿Hay rumores sobre timbas?
—Eso he oído.
—Hablaré con él. Deja que me encargue. —El espectro de su hermano se disipó un tanto—. William es un buen chico, Dora. No te preocupes.
—¿Y Charles? ¿Cómo está?
Ahora le tocó a Paul adoptar un aspecto preocupado.
—Ah, pues como siempre. Se supone que estudiando, pero he oído que está demasiado ocupado pintando para preocuparse de los exámenes.
—Pintar es mejor que jugar a las cartas, diría yo. Y allí no hay hilanderas que lo tienten.
—La tentación adopta múltiples formas. Charles tiene ganas de viajar. Por supuesto, mi padre no quiere que se vaya.
—Lo quiere en la fábrica. Me parece lo más natural del mundo.
Pronunció estas palabras con frialdad, ¿y quién podía reprochárselo? Su padre echaba de menos al nieto que no estaba en la fábrica y le guardaba rencor al que estaba allí.
Paul suspiró.
—Me temo que la idea de quedarse no va a salir de Charles. No por el momento, al menos, aunque a lo mejor me estoy adelantando a los acontecimientos.
William salió de la sacristía con los demás miembros del coro.
Se despidieron efusivamente, cada uno se reunió con sus familiares y se abrigaron para soportar el frío de adviento, por parejas o en grupitos en el camino helado de vuelta a casa.
—¿Qué te ha retrasado tanto en la sacristía, Will?
—Estábamos de charla. Fred se ha prometido.
—¿Fred Armstrong, el de la panadería? ¿Con quién?
—Con Jeannie Aldridge.
Su madre lo miró de reojo.
—Creía que en su momento te gustaba Jeannie Aldridge.
William se encogió de hombros y profirió un sonido indeterminado que tanto podía significar «Sí» como «No» como «Perdona, ¿cómo dices?», pero que probablemente quería decir: «No metas las narices en mis asuntos, madre».